Solo

Solo


Parte 5. Epílogo en Richmond » 1

Página 46 de 50

1

Un paysan écossais

Las nubes de humo de pipa suspendidas en el aire habían vuelto gris azulado el despacho de M, y a Bond le empezaron a escocer los ojos a los dos minutos de comenzar la reunión. M debía de haber fumado todo el día, pensó Bond, y eso solía ser un signo de preocupación.

Pero M se mostraba muy afable, o al menos la impenetrable máscara que llevaba era afable. Había permanecido sentado sin decir palabra mientras Bond refería los hechos, sin hacer otra cosa que dar chupadas a su pipa, asentir y sonreír de vez en cuando, casi como un tío que escucha pacientemente el relato de un sobrino sobre su época de deportista en la escuela.

—Y eso fue todo, señor —concluyó Bond—. La frenética lucha por el petróleo de Zanzarim está en pleno desarrollo. Lo comprobé con mis propios ojos: cada compañía petrolera del mundo quiere apoderarse de un trozo del pastel.

—Y nosotros estamos a la cabeza de la cola —repuso M, dejando la pipa y alisándose los ralos cabellos con la palma de la mano—. Magnífico —dijo para sí con aire pensativo, frunciendo los labios y tirándose del lóbulo de una oreja.

Bond conocía esos signos y sabía que no era el momento de intervenir. M hablaría cuando le pareciera conveniente.

—Probablemente debería sancionarlo de algún modo, 007 —dijo M al cabo—. Por haber actuado por su cuenta de una manera tan drástica y osada, por desaparecer así. Pero he llegado a la conclusión de que eso sería impropio.

—¿Puedo saber por qué, señor?

—Porque, por paradójico y sorprendente que parezca, usted consiguió todo lo que yo le había pedido. La guerra acabó y Zanzarim se ha reunificado. Un pequeño rincón de África está en paz y tiene un futuro brillante y próspero. Gracias a sus esfuerzos.

—Y podemos adquirir todo el petróleo que necesitamos.

Los ojos de M relampaguearon.

—El cinismo no es propio de usted, 007 —replicó—. El petróleo no tiene nada que ver con nosotros. Usted y yo no somos más que marineros en la nave del Estado. Nos dieron una tarea y la cumplimos. O, mejor dicho, usted hizo todo el trabajo duro. Yo sólo lo propuse como el hombre más indicado para la misión —dijo, y añadió con una leve sonrisa—: Y resultó que yo estaba en lo cierto. Sé que no ha sido fácil para usted, pero encontraremos una forma de recompensarlo, James, no se preocupe.

Bond reparó en el uso intencional de su nombre de pila. Otra vez el trato era afable, pero él quería dejar constancia de su opinión.

—Bien está lo que bien acaba —declaró Bond—. Para unos y otros.

—¿A quiénes se refiere?

—A los británicos y los estadounidenses. Al parecer, hemos quedado en muy buena situación.

—¿Y qué hay de malo en eso? —replicó M, poniéndose de pie para indicar que daba por terminada la reunión.

Bond hizo lo propio mientras M rodeaba el escritorio para reunirse con él.

—No se meta en ese terreno —añadió M, con un leve tono de advertencia—. No es asunto suyo. Servimos al Gobierno de su majestad, sea cual sea su inclinación política. Formamos parte del Servicio Secreto de Inteligencia. No somos más que funcionarios del Estado, en el pleno sentido del término.

—Por supuesto —contestó Bond—. Como sabe, señor, je suis un paysan écossais, y todos estos planes futuros de índole multinacional y macroeconómica me superan.

—Dijo él, con total impostura —acotó M con sorna.

Ambos sonrieron y fueron hacia la puerta. M apoyó la mano en el hombro de Bond por un breve instante.

—Lo hizo usted excepcionalmente bien, 007. Estamos muy orgullosos.

Era un cumplido muy significativo, y Bond lo sabía. Y de golpe comprendió cuánto había estado en juego, qué resonancia geopolítica había tenido su discreta misión en un pequeño país africano, cuántas repercusiones que jamás habría llegado a imaginar. Que no le habría gustado imaginar cuando la había emprendido, se dijo para sus adentros.

M volvió a palmearlo en el hombro, en un gesto paternal.

—Venga a verme el lunes por la mañana. Creo que tendré un trabajito interesante para usted.

No hay descanso para los malvados, pensó Bond.

—Hasta el lunes entonces, señor.

—¿Tiene algún plan para el fin de semana?

—Tengo que devolver un objeto personal perdido.

Ir a la siguiente página

Report Page