Snuff

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EL SEÑOR 137

¿A que no sabes qué? Ni siquiera estoy casado con Cassie Wright y ya estoy a punto de ser viudo. Al joven actor número 72 le digo: por favor. Por favor, dime que lo que le has dado a Bacardi no era más que un Lacasito.

—Cianuro potásico —dice la coordinadora de actores mientras se agacha para recoger una servilleta de papel del suelo—. Se encuentra en la naturaleza en las raíces de mandioca y yuca nativas de África, se usa como tinta para planos arquitectónicos en forma del pigmento de color azul oscuro conocido como azul prusiana. De ahí el tono «cian» del azul…

De ahí, dice, el término «cianosis», que se usaba para describir el tono azul de la piel de las víctimas de envenenamiento por cianuro. Muerte instantánea y segura y eterna.

En los monitores, colgados por encima de la sala, llena de ecos y vacía salvo por nosotros tres, una Cassie Wright de pechos llenos interpreta a una severa enfermera hospitalaria, recta y tiránica con su uniforme blanco almidonado y sus zapatos serios, que lleva alegría y libertad a los residentes de un hospital mental masculino haciéndoles mamadas a todos. Un clásico de la cultura para adultos titulado Alguien voló sobre los huevos del cuco.

Yo le digo cuánto me encanta esta película.

Y el joven actor número 72 dice:

—¿De qué estás hablando?

Él dice que la película que él está viendo trata de una joven y batalladora lanzadora de softball que se gana un puesto de titular en un equipo masculino haciéndoles mamadas a sus compañeros.

Frunciendo los ojos, de puntillas y estirando el cuello para ver la pantalla que tenemos encima, todavía tengo agarrado con una mano el borde de una mesa plegable del buffet. Mi ancla. Un punto de referencia en la sala a oscuras.

El actor número 72 dice:

—Esta película se titula Los picarones. —Dice—: ¿Estás ciego?

No importa si Bacardi le da o no la pastilla a Cassie, dice la coordinadora, amontonando vasos de plástico y llenándolos de servilletas arrugadas. Dice que puede que la producción ya tenga su cadáver. Su muerto andante. Un hombre que está a punto de desplomarse en cualquier momento. El cianuro, dice, viaja por el flujo sanguíneo en forma de iones, vinculándose con el átomo de hierro de la enzima citocromo c oxidasa en las mitocondrias de las células del músculo. Esta unión cambia la forma de la célula, desnaturalizándola de manera que la célula ya no puede absorber oxígeno. Las células afectadas, sobre todo las del sistema nervioso central y el corazón, ya no pueden producir energía.

Para mi reality show, después de que Cassie y yo nos casemos, le pregunto: ¿qué le parece titularlo: La guarrona y el detective fisgón?

Recogiendo bolsas vacías de patatas fritas, arrugándolas hasta hacer bolas con ellas y metiéndolas dentro de una bolsa de basura negra, la coordinadora de actores dice:

—La mayoría de los envenenamientos por cianuro tienen lugar de forma transdérmica. —Mirando al actor número 72, dice—: ¿Cómo te encuentras?

¿Debilidad? ¿Pérdida de audición? ¿Debilidad en las manos? ¿Sudor, mareos o ansiedad?

El cianuro es lo que mató a aquellas novecientas personas en el suicidio en masa de Jonestown en 1978. El cianuro mató a millones de personas en los campos de concentración nazis. Mató a Hitler y a su mujer, Eva Braun. Durante la Guerra Fría en los años cincuenta, a los espías americanos se les fabricaban gafas de montura gruesa y pesada. Si los capturaban, los habían entrenado para masticar como quien no quiere la cosa las patillas curvadas, donde se habían incrustado dosis letales de cianuro dentro del plástico. Son esas mismas gafas con montura de concha para suicidarse las que inspiraron la imagen de Buddy Holly y de Elvis Costello. Todos esos jóvenes a la moda llevando la muerte sobre la nariz.

En el momento en que la coordinadora dice «Jonestown», el actor y yo miramos el cuenco del ponche, medio vacío, con colillas y pieles de naranja flotando en la limonada de color rosa.

Hablando de mi nuevo reality show con Cassie, le pregunto por qué no lo titulamos Investigando bajo las sábanas. Le pregunto si no resulta un título demasiado picante para las cadenas de televisión.

Y el actor número 72 dice:

—¿Qué es trans…?

—Transdérmico —dice la coordinadora de actores— quiere decir a través de la piel.

Recogiendo migas con el borde de la mano, limpiando las mesas del buffet, la coordinadora dice que la mayoría de envenenamientos por cianuro tienen lugar a través de la piel. Y le dice al joven actor:

—Huélete la mano.

El chaval se pone una mano ahuecada sobre la nariz y huele.

—No —dice la coordinadora—. Huélete la mano en la que tenías la pastilla.

El actor se huele la otra mano, se la vuelve a oler y dice:

—¿Almendras?

Ese olor a almendras amargas es el cianuro potásico de la pastilla que reacciona con la humedad de su mano para formar cianuro de hidrógeno. El veneno ya se le está filtrando en el flujo sanguíneo.

—Me lavo las manos y ya está —dice el actor.

Y la coordinadora niega con la cabeza y dice que ese no es el único sitio que ha tocado la pastilla. Que no es el único punto sudoroso de su cuerpo con una alta densidad de poros y terminaciones nerviosas.

Hablando del futuro reality show que haré con mi futura y tal vez muerta esposa, le pregunto por qué no titularlo La señora Curvas y el sabueso.

El actor número 72 aparta la mirada de la coordinadora, pega la barbilla al pecho para mirarse la entrepierna y dice:

—Ni hablar.

La coordinadora seca un charco de refresco derramado usando un puñado de servilletas.

La coordinadora recoge condones sin abrir, rojos, rosados y azules, y los tira dentro de una bolsa de palomitas vacía.

El actor número 72 se vuelve a oler la mano y luego se inclina hacia delante. Con la otra mano tira de la cintura elástica de sus calzoncillos. Inclinándose hacia delante, su columna convertida en una curva de nudos bajo su piel, el actor respira todo lo hondo que puede por la nariz. Se vuelve a inclinar y lleva a cabo otra larga inhalación. Poniéndose de pie, dice:

—No me puedo acercar lo bastante.

Y entonces me dice:

—¿Me haces un favor? —Dice—: ¿Me hueles las pelotas?

La coordinadora de actores está cogiendo puñados de caramelos tirados: caramelos duros y caramelos de maíz y bolas rellenas de chicle que ruedan a sus anchas por las mesas del buffet.

—Por favor —me dice el actor número 72—. Mi vida depende de ello.

¿A que no sabes qué? Esto solo me pasa después de que descubriera que soy heterosexual.

Si el joven ha comido golosinas, dice la coordinadora, probablemente es eso lo que lo ha mantenido tanto rato con vida. La glucosa es un antídoto natural contra el envenenamiento por cianuro. De acuerdo con los casos de los que se tiene conocimiento, la glucosa se alía con el cianuro para producir menos compuestos tóxicos.

El actor número 72 echa a correr a la mesa del buffet y se planta al lado donde yo tengo agarrado el borde de la mesa con la mano. Ahí sus dedos tantean en busca de los Lemonheads y los Skillets que han quedado, de los Butterfingers tamaño pequeño y los Hershey Kisses, y se los mete todos en la boca. Masticando regaliz Red Vines y caramelos de goma, con la boca llena de goma y chorreando saliva y azúcar, el actor se vuelve hacia mí y dice:

—Por favor. —Con la boca llena de caramelos finos de menta y tortugas de chocolate, dice—: Huéleme, ¿vale?

El monje loco Grigori Rasputin, que sedujo y manipuló a las mujeres de la corte rusa con su supuesto pene de cuarenta y cinco centímetros, la coordinadora dice que el monje corrupto sobrevivió a diversos intentos de matarlo con cianuro porque todos los asesinos mezclaban el veneno con cosas dulces: vino azucarado o dulces o bollos. Mezclaban las toxinas con su antídoto más eficaz.

En este momento, dice la coordinadora, a Branch Bacardi únicamente le haría falta introducir la pastilla dentro de Cassie Wright. Da igual que se la hiciera tragar o cómo lo hiciera, Cassie sufriría mareos, confusión y dolores de cabeza. La piel de Cassie se volvería de color azul pálido y su corazón se aceleraría como si estuviera intentando suministrarles a sus células más oxígeno del que ellas pudieran absorber. Ella entraría en coma, sufriría un ataque al corazón y estaría muerta en lo que se tarda en decir unas palabras.

—Aunque le huelas las pelotas —me dice la coordinadora—, no todos los seres humanos pueden detectar el olor a cianuro de hidrógeno.

Desde fuera, desde algún lugar por encima de este lugar y más allá del mismo, viene el aullido de las sirenas, cada vez más fuerte, de sirenas que se acercan.

La coordinadora de actores extiende el brazo sobre la mesa para recoger magdalenas a medio comer. Corteza de pizzas. Barritas de caramelo de arce a las que les han quitado a lametones el baño de azúcar.

Las sirenas llegan aquí y se quedan aullando al otro lado de las paredes de cemento.

—Si tienes intención de acercarte a la señorita Wright —dice la coordinadora, dirigiéndose a mí—, no te creas que puedes entrar en su vida como si tal.

Ella se agacha para recoger algo del suelo con los dedos. Mirándolo con el ceño fruncido, sujetándolo entre dos dedos, dice:

—¿Algún chiflado ha masticado los condones?

Yo me encojo de hombros y digo: Hay gente para todo.

Raspando un chicle pegado al suelo, usando la punta de su zapato, ella me cuenta que se pasó meses intentando conocer a Cassie. Que Cassie mencionó una criatura a la que había dado en adopción y que hacerlo había sido el error más grande de su vida, algo que Cassie no podría reparar nunca. No había costado mucho hacer que Cassie se sintiera lo bastante culpable como para hacer aquella película, y así dejarle una fortuna a aquella criatura perdida. Bajar la persiana y limpiar aquel desastre que había sido la vida triste y desperdiciada de Cassie Wright.

Las sirenas ya están tan cerca, y suenan tan fuerte, que la coordinadora tiene que gritar.

Sin dejar de limpiar migas, restregando manchurrones pegajosos de las mesas, la coordinadora grita:

—Solamente el odio te da esa paciencia.

Ella grita que nada más que una vida entera de profundo resentimiento y odio enconado te puede dar la determinación necesaria para pasarte horas esperando en las esquinas, llueva o haga sol, para merodear en las paradas de autobús esperando a ver si pasa Cassie Wright. Para vengarte.

Las sirenas se interrumpen, dejándonos en silencio, a la coordinadora, al actor 72 y a mí mirándonos entre nosotros en la sala vacía.

Y susurrando, pero aun así lo bastante fuerte como para oírse en medio del nuevo silencio, el actor 72 dice:

—Eres ella.

El actor 72 se traga su mejunje de azúcar y saliva y dice:

—Eres el bebé perdido de Cassie Wright. —Dice—: Y Cassie ni siquiera lo sabe.

Aplastando una lata de aluminio vacía con un puño, la coordinadora dice:

—Corrección… —Sonríe y dice—: En este preciso momento, soy el riquísimo bebé perdido.

La coordinadora de actores… tiene la misma nariz larga y recta que Branch Bacardi. Tiene su pelo negro. Los mismos labios que él.

Le pregunto cómo es que sabe tanto de cianuro.

Y a qué no te lo imaginas, el actor 72 echa a correr al cuarto de baño a restregarse las pelotas.

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