Snuff

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EL SEÑOR 600

Obvio, era mentira lo que le he dicho al chaval número 72 de los uniformes, lo de que nos estaban rodando desordenados porque solo habían alquilado tres uniformes de la Gestapo. Ahora el chaval se dedica a mirar las películas que nos están pasando por encima de las cabezas. La película que tenemos delante es Aquellos años de lluvia dorada. Con unos ojos donde se retuercen dos reflejos idénticos de Cassie Wright, como dos monitores de vídeo diminutos, y con la boca completamente abierta, al chaval le importa un puto rábano lo que yo le estoy diciendo.

Le digo al chaval:

—No esperes que esté así de buena…

Los ojos del chaval número 72: de color marrón claro, exactamente igual que eran los míos antes.

Esa chica de ahí arriba, la que lame el clítoris de Boodles Absolut, esa chica solía decirme que algún día sería la reina de la industria del porno. Aquella joven y dulce Cassie Wright, a juzgar por cómo lo decía, no había nadie a quien no pudiera lamer.

Pero mirando ahora esta sala, la colección abigarrada de pollas que hoy han sido convocadas aquí, yo diría que la carrera de ella ha acabado siendo lo contrario.

El chaval número 72 se come con los ojos a Cassie y a Boodles.

—Eso que acabo de hacer es un chiste —le digo, y le doy un codazo.

Hoy no hay nadie que no la pueda lamer…

Al otro lado de la sala hay un tipo que lleva una especie de peluche debajo del brazo y que no para de mirarme. Lleva el número 137 y un aro dorado en el pezón. Estamos hablando del típico acosador.

En serio, le digo al chaval, ya puede ir rezando para que lo llamen pronto. La productora tiene buenas razones para llamar a esto La zorra del fin del mundo. Después de hoy ya nadie va a establecer ningún nuevo récord. Lo que estamos haciendo aquí perdurará durante el resto de la historia humana. Este chaval, yo, el número 137 que nos está mirando… después de hoy, tendremos un sitio en los libros de historia.

Al chaval número 72 los ojos le tiemblan y se le mueven por esa pantalla de vídeo. Se dedica a abrazarse con fuerza las rosas contra la parte superior del pecho, como si esas rosas no fueran otra cosa que basura.

Le digo:

—No esperes que Cassie Wright vaya a sobrevivir a esto…

No, no tiene nada que ver con el hecho de que solo haya tres uniformes nazis. La coordinadora llama a subir al número 45, luego al número 289, luego al número 6, el orden es descabellado, pero en realidad es para camuflar el hecho de que esas cámaras van a seguir rodando aun después de que Cassie Wright entre en coma. Aquí hay tipos que practicarán el acto creyendo que ella simplemente se ha dormido. No hay cuerpo humano que pueda aguantar un polvo de seiscientas pollas duras.

Estamos hablando de aire atrapado en el coño y empujado demasiado adentro. O al comerle el coño, una bocanada de aire dentro del aparato de la tía hace que le entre una burbuja en el flujo sanguíneo. Una embolia. Esa burbuja le sube en zigzag hasta el corazón o el cerebro y todas las luces se apagan de golpe para Cassie Wright.

Esto lo digo mientras contemplo otro monitor de vídeo, donde Cassie se la está chupando a un tío en Primera Zorra Mundial. Los labios del tipo rojos e inflados como el ojete de un maricón. Fabulosa definición de los tríceps. Sin pelo en el saco de las pelotas. Me quito las gafas de sol y resulta que el tipo soy yo.

El chaval número 72 no quita ojo de Rubia dorada. El número 137 no nos quita ojo a nosotros.

La razón de que estén rodando a los tíos desordenados es para que el editor pueda cortar los planos de las corridas y montarlos todos juntos, del uno al seiscientos. Así conseguirá que Cassie gima y se menee lo mismo con el número 599 que con el número 1. Entretanto, lo único que hará será estar ahí tumbada como si estuviera dormida, pero en realidad estará en coma. O algo peor. Ninguno de los que estamos aquí, ninguno de todos estos capullos, será consciente de nada más que lo que dirá el comunicado de prensa oficial: «Superestrella del porno muere después de establecer récord mundial de sexo».

Seguro, ella se ha estado entrenando. Pesas vaginales. Aerobic. Pilates. Yoga, incluso. Entrenando duro, como si se dispusiera a cruzar el canal de la Mancha, pero es que demonios, en esa habitación de ahí arriba, haciendo de colchón para seiscientos tíos… ella está siendo el canal de la Mancha.

—Otro chiste —le digo al chico, y le doy un codazo.

Pero la verdad es que nadie va a llamar a una ambulancia hasta que hayan desmontado el set y el proyecto esté terminado del todo.

No, si se produce alguna investigación, todos estos capullos jurarán que estaba viva mientras ellos se la estaban tirando. Estamos hablando de negación galopante. A continuación, el público americano se cabreará y se pondrá a rajar. Con tal de salir en los medios, los bonachones religiosos se tirarán al carro. Las feministas rabiosas. El gobierno se meterá por medio y ninguna chati subirá ya nunca el récord a seiscientos uno.

Cassie estará muerta, pero los seiscientos capullos que ahora nos encontramos aquí entraremos en los libros de historia. La mitad de nosotros usaremos esto como trampolín: los novatos lanzarán sus carreras y los veteranos volverán a la palestra. Todos llevaremos camisetas diciendo: «Yo soy la polla que mató a Cassie Wright».

Cassie Wright habrá muerto, pero su catálogo de vídeos, empezando por El harén de cristal, pasando por su compilación de corridas en la cara Abre los ojos, hasta el clásico Con la picha en los melones, se convertirá en oro puro. Muerte de un chingador. Ediciones de coleccionista en caja. La eterna divinidad sacrificada tipo Marilyn Monroe del mundo del porno.

Este chaval número 72 sigue pegado al monitor de vídeo.

Viene la coordinadora, la tal Sheila, y me escribe «600» en los brazos. Me dice:

—No te cortes un pezón.

Y me señala la maquinilla que tengo en la mano, con la triple hoja puliendo la sombra que hay debajo de los pectorales.

Yo le pregunto:

—¿Quién es ese buitre?

El tipo del peluche. El número 137, que no me quita ojo.

La tal Sheila pasa unas páginas de su portapapeles y se pone a arrastrar una uña por la lista de nombres y números.

—Uau —dice—. No lo adivinarías nunca. —Me señala los abdominales con la uña y dice—: Te has dejado un trozo ahí.

Estamos hablando de la línea de pelo que me baja por la barriga hasta el pubis: no está simétrica.

Sin dejar de afeitarme, le pregunto:

—¿Lo conozco?

Sheila dice:

—¿Ves la tele en hora de máxima audiencia?

Con la maquinilla en la mano, le doy unos golpecitos al «600» de mi brazo y le digo que tengo más rango que ella, que tiene que dejar de vacilarme y decirme cómo se llama ese tipo. No hace falta que le recuerde lo que le pasará a este proyecto si yo me largo. Si Cassie Wright se folla a seiscientos tipos, batirá el récord mundial y esta compañía tendrá el producto más importante de la temporada. Pero si Cassie se folla a quinientos noventa y nueve, no será más que un pedazo de guarra. Y la compañía no tendrá una mierda que comercializar.

Y la vacilona esta me guiña un ojo. La coordinadora esta va y me dice:

—Eres un tío listo. Ya lo adivinarás.

Y la muy vacilona se larga.

El número 137 me sigue mirando. Con ese peluche en brazos. Un tío importante de fama mediática, tomándose un respiro de la tele para venir con los parias.

A mi lado, el chaval número 72 dice:

—Eh.

Mirándome a mí en lugar de mirar el vídeo, me dice:

—¿Tú no eras…? —Inclina la cabeza en ángulo oblicuo, frunce los ojos de color marrón claro y dice—: ¿Tú no solías ser Branch Bacardi?

Señalando con la cabeza hacia el número 137, le pregunto:

—¿Cómo se llama ese?

Y el chaval número 72 mira y dice:

—Uau. Es el detective de la serie de los jueves por la noche.

La maquinilla se desliza por mis abdominales, buscando el tirón, la resistencia de esos pelitos que nadie puede ver todavía. Le pregunto al chaval de qué serie habla.

¿Cómo se llama el tipo?

¿Y por qué no para de mirarme?

Pero el chico se pone otra vez a mirar el vídeo. El chaval número 72 señala la pantalla con la cabeza y dice:

—¿Tú crees que me parezco a ella? ¿A Cassie Wright? ¿Crees que nos parecemos?

Sin apartar los ojos marrones de la escena de Cassie y Boodles, el chaval dice:

—No es por nada. —Dice—: Una simple pregunta.

Al otro lado de la sala, el número 137 se toca un punto del pecho con la yema del dedo. Se toca el aro dorado del pezón. Me señala con el índice, luego baja la vista y se vuelve a dar un golpecito en el pecho.

Y al bajar la vista me encuentro con que estamos hablando de un reguero largo y oscuro de sangre que me mana del pezón.

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