Snuff

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EL SEÑOR 137

En el set de rodaje, los enfermeros de la ambulancia aporrean el pecho afeitado de Branch Bacardi, el látex de sus guantes se adhiere y a continuación se despega con un ruido de algo que se rasga, sus palmas de látex se manchan de marrón de la crema bronceadora y dejan al descubierto la piel azul muerta de Bacardi. Mientras sus manos golpean y aporrean el pecho de Bacardi, la sangre color rojo oscuro de su pezón les mancha los guantes. El corte del afeitado, su pezón sajado, ya ha dejado de sangrar.

Con el cámara acercándose, los enfermeros sudando, los costados de la camisa del uniforme blanco, desde la manga al cinturón, llenos de manchas de sudor de color gris oscuro, Cassie Wright dice:

—¿Estáis filmando esto?

El encargado de foto fija de la producción disparando su cámara, flash tras flash desde todos los ángulos, bañándolo todo en estallidos estroboscópicos que nos dejan ciegos. Parpadeando. Respirando el aire caliente, cargado de olor a sudor y perfume y esperma.

Al mismo tiempo, Cassie se pone en cuclillas sobre las caderas de Bacardi, sentándose sobre las puntas que asoman de su vello púbico afeitado. Con ambas manos plantadas en las rodillas, empuja hacia abajo para levantarse. A medio incorporarse, deja caer otra vez las caderas, pero no demasiado deprisa, no lo bastante deprisa como para que no se vea cómo desaparece dentro de ella la erección azul y rígida de Bacardi.

Hasta muerto tiene la polla grande.

La Ricitos de Oro de los consoladores. A pilas o de uso manual. Tan muerta como la versión de látex rosado que tengo debajo de la cama. Igual que cualquier reliquia sagrada de una catedral. Igual de rígida que las hileras envueltas en celofán que se venden en las tiendas de juguetes eróticos. Ahora un objeto de coleccionista. Una antigüedad.

Cassie Wright levanta las caderas y las deja caer, haciendo aparecer y desaparecer el vislumbre de polla azul y sin vida, y dice:

—Eclípsame… pedazo de cabronazo. —Los dos empapados de sudor. Ella golpea con su coño, gruñendo—: Me has robado mi mejor escena, rata miserable.

Los ojos chorreando lágrimas por las dos mejillas, el corrimiento del lápiz de ojos y la sombra de ojo resiguiendo las arrugas parecidas a telarañas que le van de los ojos a la barbilla, su cara hecha trizas por el entramado de grietas negras ramificadas.

Un enfermero estruja un tubo de gelatina transparente y unta de gelatina un pequeño guante de béisbol. Un pequeño guante blanco. Luego el enfermero frota el guante contra otro guante, extendiendo la gelatina transparente entre los dos. De los dos guantecitos cuelgan cables eléctricos, que van a parar a una caja donde brilla una luz roja.

El enfermero que extiende la gelatina dice:

—¡Aparta!

El otro enfermero se echa atrás, se aparta, separándose de Bacardi.

Esos guantes de béisbol en realidad son palas cardiacas. Un desfibrilador de corazón. Un millón de voltios de electricidad, listos para dar un shock que devuelva a la vida al señor Bacardi.

El enfermero que sostiene las palas cardíacas le grita a la cara rota y llorosa de Cassie:

—¡Apártese, señora!

Y Cassie se incorpora hasta que su único vinculo es la erección azul y gruesa. Hasta que la polla es su única conexión. Hasta que su gruesa punta sale haciendo «pop» de sus labios goteantes. La polla azul y rígida queda enhiesta, estirándose recta hacia arriba para tocarla mientras ella se aleja.

Los enfermeros le plantan las dos palas cardiacas a Bacardi en el pecho caído y sudoroso y el espinazo de Bacardi se arquea bajo la descarga que le entra. Los músculos de los brazos y las piernas se le hinchan, bien definidos, grabados y tallados, la piel dura y tensa. Durante esa descarga, Bacardi parece joven otra vez, esbelto y bronceado, liso y sonriente. Los dientes blancos y relucientes. Los ojos muy abiertos por el shock. El flash del fotógrafo y la chispa de la centella de los enfermeros convierten a Bacardi en un monstruo de Frankenstein cachas.

Y durante ese destello, Cassie Wright mira a Branch Bacardi y lo ve devuelto a la flor de la vida, joven como cuando los dos eran jóvenes. Su perfecto regreso a los escenarios.

Y puede que sea un suicidio, o puede que simplemente le fallen las piernas cansadas.

El gesto es muy Romeo y Julieta. Pero ¿a que no sabes qué?

No hace falta más que un momento para cargarte el resto de tu vida.

Con el millón de voltios de carga todavía entrando a raudales en Bacardi… las cámaras filmándolo todo… Cassie Wright se empala en esa picana de alto voltaje, en esa silla eléctrica, en esa polla de la muerte.

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