Snuff

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SHEILA

El sudor se acumula.

El sudor se acumula formando ampollas pálidas dentro de mi doble capa de guantes de látex. Una vieja medida de precaución inspirada en el porno gay: llevas un condón azul dentro de un condón rosa normal, y de esa manera, si la polla se te vuelve azul en pleno sexo anal, sabes que se ha roto la goma de fuera. Un mecanismo de seguridad. Créetelo. Con los guantes de color rosa puestos encima de los guantes azules, noto los dedos calientes, latiendo con cada latido de mi corazón. El sudor se acumula en forma de burbujas que deambulan justo por debajo de mi piel de látex y se unen a otras ampollas de sudor, fusionándose entre ellas. Creciendo. Las ampollas de sudor crecen y forman gruesas almohadillas por la palma de mi mano. Los chorritos de sudor me suben por los nudillos, dentro del látex, y me inflan las yemas de los dedos, dejándomelos abultados y blandos. Insensibles.

No siento nada. Únicamente mis pulsaciones y el sudor que me repta por la piel.

El látex, manchado de mejunje bronceador marrón. Teñido de naranja por el condimento de las patatas fritas o bien rociado de blanco por el azúcar en polvo o la cocaína. Manchado de rojo por las corridas sucias de salsa barbacoa o de sangre.

Cuando palpas las ampollas —por ejemplo, cuando cierro el puño para coger un bolígrafo, o cuando cojo un billete de un dólar con los dedos—, las demás ampollas retroceden disparadas a la muñeca de los guantes y me estallan calientes y mojadas en el antebrazo. El hilo de sudor ya está frío para cuando me gotea de los codos.

Un casca-pollas sostiene un billete de cincuenta dólares, agarrando de un extremo con cada mano para tensarlo de golpe. Sus manos tensan el billete un par de veces, haciendo un ruido que suena como «pop-pop». Se oye otro pop-pop. De tan cerca que está, el capullo goteante de la polla del casca-pollas me toca la cadera. Suave como un beso. Un ariete en miniatura.

Dos veces más de pop-pop y lo miro. Doy un paso atrás. Bajo la vista hacia el hilillo reluciente que permanece colgando entre la pernera de mis vaqueros y la punta de su capullo.

El casca-pollas me pone el billete de cincuenta en el portapapeles, diciendo:

—Oye, chata. Solo me dan una hora para comer. —Y me dice—: Mi jefe ya me va a matar.

Yo me encojo de hombros. Me seco los codos mojados contra las manchas de sudor que ya tengo en la cintura de la camiseta.

El día de hoy se reduce a una cuestión de libre albedrío.

¿Hay que permitir a los individuos adultos llevar a cabo sus propias decisiones legales?

Estos casca-pollas. Estos dispara-leches. Solo hace falta mirarlos para leerles la mente. Mira, por ejemplo, al chaval que lleva la brazada de rosas. Se ve a sí mismo como una especie de Príncipe Encantador. Aparece hoy para rescatar a Cassie Wright de su trágica vida llena de decisiones erróneas. Tiene la mitad de la edad de ella. Se cree que él le va a dar un beso y ella se va a despertar y va a llorar de agradecimiento.

Esos son los pringados a los que no hay que quitar ojo.

El protocolo del gang-bang, desde que Annabel Chong estableció las reglas, dice que todos los tipos tienen que esperar en pelota picada. La señorita Chong, a lo que tenía miedo era a que se presentara algún loco con un cuchillo o una pistola. A que algún fanático religioso, oyendo órdenes directas de Dios, respondiera a la convocatoria de casting y la asesinara. Créetelo. De manera que los seiscientos casca-pollas tienen que andar por aquí prácticamente enseñando el culo.

El día de hoy se reduce a una cuestión de libre comercio.

¿Hay que restringir la capacidad que tiene una persona de obtener beneficios y ejercer su poder personal?

¿Hay que restringir su conducta a fin de prevenir que se puedan hacer daño? ¿Y qué pasa con los conductores de coches de carreras? ¿Y los participantes en rodeos?

Estos frota-capullos. No se han molestado en leer ninguna teoría feminista más allá de esa porquería anticuada de Andrea Dworkin. Nada que tenga una visión positiva del sexo. Nada por el estilo de Naomi Wolf. Me corro, luego existo… No, da igual que una mujer sea una concubina o una damisela a redimir, nunca es nada más que un objeto pasivo para satisfacer las necesidades de un hombre.

Estos machaca-pichas. Uno me hace una señal con la mano, apuntando al techo con los dedos índice y medio y luego bajándolos hacia sí, como si estuviera llamando a un camarero en un restaurante. Le aguanto la mirada. Voy hacia él. El muy pringado levanta la otra mano y abre los dedos para enseñarme un billete doblado de cincuenta dólares que tiene en la palma. El dinero, reblandecido y transparente por culpa de la mantequilla de las palomitas. Mojado del agua embotellada. Con un extremo manchado de pintalabios rojo grasiento. El muy pringado me pone el billete en el portapapeles y dice:

—Mira tu lista, cariño, y creo que verás que soy el siguiente…

Dinero para sobornarme.

Lo que se dice oficialmente es que tenemos un generador de números aleatorio. El número que sale es el del que tiene que subir al set.

Me saco el rotulador fluorescente del bolsillo de atrás del pantalón. Trazo una línea en el billete para ver si es falso. Levanto el billete para verlo al trasluz de un monitor y comprobar si está atravesado por la tira magnética de metal. En la película, el culo de la señorita Wright se retuerce detrás del dinero.

Meto el billete debajo de la página superior llena de nombres y apunto el número del pringado. Es el casca-nabos número 573. Debajo de esa misma página superior ya se nota una gruesa capa de billetes de veinte y de cincuenta, alisados. Un par de cien. Un grueso colchón de billetes.

En mi opinión, el mejor talento de la señorita Chong fue la organización de grupos grandes de gente. Fue idea de ella llevar a los hombres al decorado en grupos de cinco. Y de esos cinco, el primero que conseguía una erección era el primero que se la follaba. Cada grupo pasaba diez minutos en el decorado, y podía eyacular todo aquel que fuera capaz. Aunque a algunos tíos nunca se les pusiera dura, y nunca llegaran a tocarla, los cinco contaban para el total de doscientos cincuenta y un hombres.

El verdadero toque de genialidad fue convertirlo en una competición. La carrera erectoral. Además, hay estudios científicos que demuestran que cuando se coloca a varios hombres juntos entre ellos antes de un acto sexual, se eleva su recuento de espermas. Se trata de estudios procedentes de las granjas lecheras, donde a los toros se los reúne en grupos delante de una vaca fértil. La cosecha resultante proporciona volúmenes mayores de semen viable. Convulsiones más fuertes del suelo pélvico, que maximizan la altura y la distancia del fluido seminal expulsado.

La base científica de una buena corrida.

Incremento de afinidad y de tensión superficial. Mayor viscosidad. La base física de una buena corrida en la cara.

Un imperativo biológico, pero mejorado. Basar las películas porno en los modernos procedimientos de las granjas lecheras. Secretos comerciales que pueden destruir el romanticismo de cualquier buen gang-bang.

Créetelo.

Si quieres dragar el fondo de la sociedad para sacar a todos los pringados, todos esos pervertidos con problemas de relaciones íntimas, hombres completamente incapaces de mostrarse como son y llenos de terror al rechazo, si quieres obtener una buena muestra de esas alimañas abisales, solo tienes que publicar un par de anuncios en el periódico buscando actores masculinos para una película de gang-bang.

De acuerdo con la antropóloga británica Catherine Blackledge, el feto humano empieza a masturbarse en el útero a falta de un mes para nacer. Esa agitación de las treinta y dos semanas, ese estremecimiento dentro del útero, no es que el bebé esté dando patadas. El pequeño cabroncete empieza a cascársela en el tercer trimestre y ya nunca jamás lo deja.

Este equipo de casca-pollas, estos limpia-bombillas, son ellos quienes mataron al Sony Betamax. Quienes decidieron a favor del VHS por encima de la tecnología Beta. Quienes introdujeron en los hogares aquella primera generación tan cara de internet. Quienes hicieron posible todo eso de la Web. Fue el dinero de aquellos solitarios el que pagó los servidores. Sus adquisiciones de porno en la red generaron la tecnología de compra, todos los cortafuegos de seguridad que hacen posible eBay y Amazon.

Estos casca-pollas solitarios, votando con las pichas, son ellos quienes han decidido, entre el HD y el Blu-Ray, cuál va a ser la tecnología de alta definición dominante en el mundo.

«Electores adelantados», los llama la industria de la electrónica de consumo. Con su soledad patológica. Con su incapacidad de formar lazos emocionales.

Créetelo.

Estos casca-pollas, estos pela-plátanos, son ellos quienes nos lideran a los demás. Lo que se la pone dura a ellos es lo que van a querer vuestros millones de hijos el año que viene para Navidad.

Al otro lado de la sala, otro pringado me llama la atención, con el brazo en alto, removiendo el aire con un billete de cincuenta doblado y pellizcado entre dos dedos.

Si quieres hablar de feminismo de tercera ola, puedes citar a Ariel Levy y su idea de que las mujeres han internalizado la opresión masculina. Ir a Fort Lauderdale por las vacaciones de Semana Santa, emborracharse y enseñar las tetas en público no es un acto que le dé poder personal a una. Eres tú, tan diseñada y programada por el constructo de la sociedad patriarcal que ya no sabes qué beneficia a tus intereses.

Una damisela tan mema que ni siquiera sabe que está en apuros.

Puedes citar a Annabel Chong —nombre verdadero: Grace Quek—, que estableció ese primer récord mundial de follarse a doscientos cincuenta y un pringados porque, por una sola vez, quería que una mujer fuera «el semental». Porque le encantaba el sexo y estaba harta de teoría feminista que representaba a las actrices porno como idiotas o bien como víctimas. A principios de los años setenta, Linda Lovelace estaba ofreciendo exactamente las mismas razones filosóficas para justificar su trabajo en Garganta profunda.

El día de hoy no se reduce para nada a una cuestión de crecimiento personal.

¿Acaso respetas el derecho que tienen los demás a buscar desafíos y descubrir su potencial verdadero? ¿En qué se diferencia un gang-bang de arriesgar tu vida para subir al monte Everest? ¿Y acaso aceptas el sexo como forma de terapia emocional viable?

Solo más tarde se supo que Linda Lovelace había sido secuestrada y maltratada. O que, antes de convertirse en estrella del porno, a Grace Quek la habían violado en Londres cuatro hombres y un niño de doce años.

A los electores adelantados les encanta Annabel Chong. Las personas traumatizadas aman a otras personas traumatizadas.

Créetelo.

Mientras cuento el colchón de dinero que hay bajo mi lista de nombres, las yemas de látex de los dedos se me vuelven negros de tocar los billetes. Otro pringado se me acerca, casi lo bastante para que su polla me toque. Y me pregunta por las camisetas: ¿Dónde están las camisetas? Acompasa sus andares con los míos para seguirme por la sala de suelo de cemento, paso a paso, a mi lado.

Yo le digo:

—Treinta dólares en metálico.

Tendrá ocasión de comprar una camiseta cuando salga del edificio. Las gorras de recuerdo son veinte pavos más. Para reservar una copia autografiada de la película, ya estamos hablando de ciento cincuenta dólares.

La señorita Wright ya ha firmado las carátulas y los folletos que van dentro de las cajas. Por si acaso Dios manda al frota-capullos número 573 con la orden divina de estrangularla. O bien Dios le manda un derrame cerebral a la señorita Wright. O manda un terremoto o un tsunami.

El día de hoy tampoco se reduce para nada a una cuestión de realidad.

¿Qué hace uno cuando toda su identidad queda destruida en un solo instante? ¿Cómo reacciona uno cuando toda la historia de su vida resulta estar equivocada?

Bolsas de sudor dentro de mis guantes, todavía de color rosa, lo cual significa que ambas capas de látex siguen intactas. Mis dedos arrugados como pasas, de tanto tiempo como llevan buceando. La piel encurtida y envejecida. Mis defensas siguen intactas. Indemnes pero insensibles, demasiado viejas al lado del resto de mi yo veinteañero.

Al otro lado de la sala, bajo el resplandor de una docena de películas porno, otros dos dedos me hacen una señal. Agitan unos nudillos peludos. Se doblan para hacerme ir hasta allí. Sosteniendo más dinero para sobornarme, doblado y escondido dentro del puño.

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