Snuff

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EL SEÑOR 72

A esa gente yo los llamo «niños del porno». Agitando mis rosas en dirección al número 137 y a Branch Bacardi, les digo:

—Existen.

Con los pétalos revoloteando en todas direcciones, les digo:

—Hay criaturas que son concebidas durante las películas para adultos. Quiero decir cuando las están haciendo.

El señor Bacardi niega con la cabeza y dice:

—Una leyenda urbana.

El número 137 dice:

—Hijos naturales.

—Eso es pasarse —dice el señor Bacardi—. Llamar «natural» a cualquier cosa concebida durante un vídeo de gang-bang anal y en pelotón con ropa de cuero.

Y yo les digo que no tiene gracia.

El número 137 dice:

—No, espera. —Dice—: Se rumorea que un chaval fue concebido durante Las mamadas de Madison County.

El señor Bacardi dice:

—No. —Niega con la cabeza y dice—: Ella abortó.

Y el número 137 dice:

—Es lo que en el ramo se dice una «toma descartada».

Yo les digo que de verdad que no tiene gracia. Me tiemblan tanto las manos que se me forma un montón de pétalos a los pies.

Y Branch Bacardi me pregunta:

—Pues entonces, ¿quién? ¿Puedes mencionarme a un solo actor que haya tenido un niño del porno?

Señalo el monitor de vídeo, donde Cassie Wright lleva polvo de arroz en las mejillas y maquillaje negro de geisha en los ojos para interpretar a una encantadora y recatada heroína japonesa-americana en Mientras nieva sobre los cipotes. Cassie Wright, les digo. Ella tuvo un hijo.

Sus padres viven en Montana, les digo, donde su madre todavía trabaja para el distrito escolar local y su padre tiene una tintorería. Hace veinte años, según se cuenta, Cassie llegó a casa y les dijo que estaba embarazada. Cassie no parecía embarazada. Se había decolorado el pelo y había hecho dieta hasta quedarse en la mitad. Conducía un Camaro tan nuevo que todavía tenía la matrícula del concesionario, pintado de color negro medianoche. Su niñita les contó que acababa de rodar su primera obra maestra, Primera Zorra Mundial, y trató de explicarles lo que era un plano de corrida interna. Les contó que a veces no sale perfectamente. Cassie les dijo que llevaba un retraso de tres semanas y que había meado positivo en una varita de test de embarazo. Les pidió si podía quedarse con ellos hasta tener a la criatura y ellos le dijeron que no. Zorra Mundial la había convertido en una estrella de la noche a la mañana, y su pueblo natal era demasiado pequeño como para que la gente no reconociera a su hija pródiga.

En secreto, su madre le mandaba dinero todas las semanas. Igual que su padre. A una dirección aquí, en la ciudad. Pero nunca vieron al bebé.

El número 137 y Branch Bacardi se me quedan mirando. El número 137 sostiene su perro de peluche y lo acaricia. El señor Bacardi manosea el relicario de oro que le cuelga del cuello, haciéndolo girar entre el pulgar y el índice.

—Así son los padres —dice el señor Bacardi—. Siempre te están jodiendo.

Esto no es una broma, les digo. Los niños del porno son algo más que simples productos secundarios de la industria del sexo. Los terneritos sobrantes del entretenimiento para adultos. Un producto derivado como las cepas nuevas de la hepatitis y el herpes.

El número 137 levanta la mano, agitando los dedos en el aire, hasta que dejo de hablar.

—Espera —dice—. Tengo que preguntarlo: ¿Qué es un plano de corrida interna?

Me lo quedo mirando.

El señor Bacardi dice:

—Esa la puedo contestar yo.

Yo le hago un gesto con la cabeza para que conteste.

Branch Bacardi levanta la vista y carraspea. Con voz neutra y tranquila, como si estuviera leyendo de un libro, dice:

—El actor masculino llega al orgasmo dentro de la actriz femenina, sin llevar condón. Después de retirarse, la actriz femenina contrae el suelo pélvico con la suficiente fuerza como para expulsar la eyaculación de su orificio vaginal.

Al número 137 se le queda la cara completamente blanca. Pálido y con los ojos como platos, dice:

—No es precisamente el mejor método anticonceptivo…

A eso mismo iba yo.

Sin embargo, dice el señor Bacardi, no puedes llevar condón y esperar que tu producto se venda en Europa. Con la cabeza todavía inclinada hacia atrás, se dedica a mirar Mientras nieva sobre los cipotes, donde Cassie Wright está desfilando a punta de bayoneta y es mandada a un campo de internamiento para japoneses-americanos. Sin dejar de manosear el relicario, el señor Bacardi dice:

—Era tan guapa…

El número 137 suspira y dice:

—La cara que recibió un millar de corridas faciales.

Lo que quiero decir es que esos niños no son ningún chiste. Ni una leyenda urbana.

Otra rociada de pétalos de rosa cae en espiral al suelo.

Branch Bacardi dice:

—Pero ¿me puedes decir el nombre de uno?

En los monitores, el kimono de seda bordado de Cassie se desliza hasta el suelo polvoriento de su barracón en el desierto de Nevada. De fondo se ve cómo burbujea un jacuzzi abarrotado de mujeres que sueltan risitas con las caras pintadas de blanco con harina de arroz. Todas vertiendo sake en los pechos desnudos de las demás. El comandante del campo de internamiento entra en el barracón con un látigo enrollado en la mano.

De mis rosas ya apenas queda nada más que tallos y espinas.

La chica del portapapeles y el cronómetro ha cruzado la sala entera hasta llegar a donde está la comida. Con la mano libre, le hago una señal al señor Bacardi y al número 137 para que se acerquen más. Sin levantar la voz por encima del ruido de los latigazos, les susurro.

Llevándome la yema del dedo índice al pecho, articulo en silencio la palabra «yo».

Yo no soy un chiste ni una leyenda.

Yo soy ese niño del porno.

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