Snap

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2001 (*)

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Jack sintió frío y calor. Si había mil navajas como la que tenía Adam While en su casa, entonces todo lo que había hecho, todos los riesgos que había corrido, no había servido de nada.

—¡Pero… pero es la misma navaja! —balbuceó—. ¡Aunque sean diferentes, son la misma! ¿¡Tiene que haber una relación!? Porque… ¿por qué la iba a esconder en la bota? ¡Y mintió sobre ella a su mujer! ¿Por qué iba a mentir si no significaba nada? ¿Por qué?

—No sé por qué —dijo Marvel—. Lo que sí sé es que no es el arma del delito.

Jack fue levemente consciente de la mano comprensiva de Rice en su hombro y quiso llorar o chillar, pero ni siquiera tenía energías para liberarse de ella.

—¿Qué pasa con nuestro trato? —dijo en voz baja.

Marvel suspiró y negó con la cabeza y Jack se sintió como si se precipitara por el espacio, a años luz de nada a lo que sujetarse.

La había cagado. Se había quedado sin poder negociador. No tenía nada que ofrecer. Se había jugado el futuro de su familia a un trato con la policía y había perdido. Louis tenía razón. Lo encerrarían por algo. Y Joy también tenía razón. Se le daba de puta pena estar a cargo. Peor incluso que a su padre.

Ahora lo separarían de los fragmentos que quedaban de su familia rota, que también se dispersaría. Para siempre.

Un dolor repentino e intenso le provocó una mueca y se llevó la mano al pecho, justo en el centro, en el estrecho espacio entre las costillas.

«Así es como se sintió mamá».

Jack lo supo de repente. Tan seguro como que estaba respirando.

También ella estaba a cargo aquella tarde soleada de agosto hacía toda una vida. También ella puso en peligro el futuro de su familia sin ser ni siquiera consciente y sin imaginar que podía perder. Nunca concibió que un desconocido en un coche se detendría a ayudarla y en lugar de ello se la llevaría y le clavaría una navaja —¡AQUELLA NAVAJA!— a ella y a su hija aún no nacida.

Porque ¿quién podía imaginar una cosa así?

Nadie.

Su madre se equivocó. ¿Y quién podía culparla?

Nadie. ¡Nadie!

Ni siquiera él.

Y Jack también supo que cuando su madre por fin comprendió lo que le estaba ocurriendo, lo que les estaba ocurriendo a todos, había sentido ese mismo horror. El mismo miedo. La misma dolorosa culpa. La misma insoportable tristeza.

—¡Mamá!

La palabra salió de un lugar tan profundo y oscuro del interior de Jack Bright que le arañó la garganta y resonó áspera en la pequeña habitación donde zumbaba la fotocopiadora.

Luego apoyó la cabeza en los brazos y lloró.

Lo encerraron.

La comisaría era tan pequeña que el calabozo era poco más que una réplica de la sala de interrogatorios, pero con una mirilla y una ranura, y sin la fotocopiadora.

Sin embargo, alguien de la comisaría había dedicado tiempo a hacerlo más confortable de lo habitual. En el banco-guion-cama había un colchón individual. Había una caja de ceras gastadas con las que los prisioneros podían dibujar o escribir en las paredes, algo que al parecer hacían con talento y suciedad a partes desiguales, y en el alféizar del ventanuco alargado y situado cerca del techo había un ramo de flores artificiales en un jarrón de plástico que los prisioneros no podían alcanzar, pero sí contemplar, siempre que tuvieran vista de lince.

—Bueno, no está tan mal, ¿verdad? —dijo Rice en tono alentador—. Hay ceras.

Jack caminó hasta el centro de la habitación, callado y aturdido.

Desde el umbral, Reynolds dijo:

—La cama tiene el tamaño perfecto para ti, Ricitos de Oro.

—Eso es un poco mezquino, ¿no? —dijo Rice con sequedad.

—Eso es un poco mezquino, ¿no, «señor»? —se apresuró a replicar Reynolds.

—Jack —dijo Marvel y a continuación lo repitió—: ¿Jack?

Cuando Jack se volvió a mirarlo, continuó.

—Cuando llegue el abogado de oficio, te tomaremos declaración, ¿de acuerdo? Hasta entonces, échate un sueñecito. Estás hecho una pena.

—Pero es que tengo que ir a casa —dijo Jack—. Solo tienen naranjas.

Rice le tocó el brazo con suavidad.

—Voy a llamar a los servicios sociales, ¿de acuerdo? Ellos se ocuparán de todo.

Jack le apartó la mano, enfadado.

—¡Las pondrán en acogida! —gritó—. ¡Tengo que ir a casa! ¡Estoy a cargo!

—Lo siento, Jack —dijo Rice.

Parrott cerró la puerta y echó la llave.

A la puerta del calabozo, Marvel se volvió hacia Reynolds:

—Parrott y tú volved a la casa señuelo y empezad a desmantelarla.

—Sí, señor.

—Parrott, ¿hay caja fuerte aquí?

—Sí, señor. Detrás de la recepción.

Marvel le dio la navaja.

—Asegúrate de guardarla antes de irte.

—Sí, señor.

Parrott desapareció por el lóbrego pasillo.

—Rice, que alguien recoja a las niñas.

Rice hizo una mueca.

—Pero, señor…

Sonó el teléfono de Marvel y este contestó.

—Hola, John —dijo irritantemente Ralph Stourbridge—. ¿Me equivoco o mencionaste a la mujer de Adam While?

—Sí la mencioné —dijo Marvel—. ¿Por qué?

—Bueno, estaba aburriendo a un colega ahora mismo con el caso y resulta que conoce a una prima de la señora While. Dice que la señora While dejó a su marido el día que lo encontramos en el área de descanso.

Hubo un silencio cargado de tensión.

—¿El mismo día? —dijo Marvel incrédulo.

—El mismo día —dijo Stourbridge—. Y te voy a decir una cosa, John, eso me da que pensar…

—Sí —dijo Marvel—. A mí también.

La mujer de Adam While abrió la puerta y parecía una ballena.

Estaba embarazadísima.

—¿Señora While? —dijo Marvel.

—¿Sí?

—Soy el comisario Marvel. ¿Puedo pasar?

La señora While pareció inquieta.

—¿Por qué? —dijo—. ¿Ha pasado algo?

—No —dijo Marvel—. Nada.

Abrió la puerta, reacia.

A Marvel siempre lo maravillaba comprobar cómo decir que no había pasado nada tranquilizaba a la gente hasta el punto de volverla dócil. Incluso cuando había pasado de todo. En ese sentido, Marvel no tenía escrúpulos a la hora de decir una mentira piadosa ni una maliciosa, tampoco. El objetivo era entrar y sentarse con la persona. Si conseguías que te ofreciera una taza de té, obtener una confesión era cuestión de tiempo.

Marvel se enorgullecía de su destreza como interrogador. De camino allí, en el coche, decidió referirse solo al periodo inmediatamente posterior al asesinato de Eileen Bright. A no ser que surgiera en el curso de la conversación, no tenía intención de abordar el robo ahora que estaba claro que la navaja que había encontrado Jack Bright era una pista falsa. Aun así, una pista falsa que había desencadenado todo lo demás.

La señora While era bonita, pero emanaba un nerviosismo que hizo sospechar a Marvel. Eso le gustó. La sospecha era su estado mental preferido y le gustaba saber que podía tener una razón válida para pensar lo peor de las personas.

La siguió a la cocina con la esperanza de que pusiera agua a hervir.

Catherine no puso agua hervir. Pero los pensamientos sí le bullían.

El policía había dicho que no había pasado nada. Pero ¿cuándo fue la última vez que alguien envió a la policía a dar una buena noticia? Así pues, aunque hubiera dicho que no pasaba nada, saltaba a la vista que sí.

Adam y el chico. Tenía que ser eso.

¿Qué había hecho alguno de los dos?

Pero si algo había pasado, sin duda el policía habría estado obligado por ley a usar otra expresión, aunque fuera ambigua. Quizá «Nada serio» o «Ha ocurrido un incidente». Algo así.

De manera que lo llevó a la cocina, en realidad porque no sabía qué otra cosa hacer y también porque eso le daba algo de tiempo para procesar esas ideas en su nerviosa cabeza.

—¿Le importa si me siento? —preguntó.

Se tocó la parte superior de la barriga y dirigió una sonrisa cómplice a Marvel, pero este no se la devolvió. Se limitó a hacer una breve inclinación de cabeza para indicar que no tenía inconveniente.

«¡Qué maleducado!».

Catherine se había acostumbrado tanto a que las personas mostraran deferencia con ella debido a su embarazo que experimentó una chispa de rencor ante la falta de interés de aquel hombre.

No le ofreció asiento.

A él no pareció importarle. Se quedó de pie en medio de la cocina, sacó una libreta y pasó las páginas.

—Quería hacerle unas preguntas sobre su marido.

El corazón de Catherine dio un brinco.

—¿Por qué? —dijo—. ¿Qué ha pasado? ¿Está bien? Ha dicho que no había pasado nada. Pero sí ha pasado, ¿verdad? ¿El qué?

El comisario levantó la mano como si ella fuera un collie y él, un pastor. Aquello la irritó.

—No se asuste —dijo él con firmeza.

—No estoy asustada —replicó con brusquedad.

Aunque sí lo estaba. Un poco.

—Por lo que sé, el señor While está perfectamente. Solo estoy atando algunos cabos de un caso antiguo.

—¿Qué caso?

—Es muy sencillo —dijo Marvel—. Tengo entendido que cuando el señor While fue interrogado sobre el incidente ocurrido en la M5 hace unos años, usted abandonó el domicilio familiar.

—¿El incidente?

—Sí —dijo el policía—. El comisario Stourbridge me dice que usted abandonó el domicilio conyugal el mismo día que interrogaron a su marido. Me pregunto si podría explicarme por qué.

Catherine frunció el ceño.

—Lo siento —dijo—, pero no tengo ni la más remota idea de lo que está hablando. Y que me lo repita cambiando el orden de la frase no ayuda.

Esbozó una sonrisa fugaz, pero el policía suspiró como si ella estuviera siendo una estúpida, cuando en verdad era él quien estaba diciendo cosas sin sentido.

No le caía bien.

Nada bien.

—Mire, no sé qué está pasando aquí —dijo abruptamente—, pero estoy embarazada de ocho meses, por si no se ha dado cuenta, y no me conviene estresarme, señor Marble…

—Marvel —dijo Marvel.

—¡Lo que sea! —dijo Catherine—. ¡No sé de qué me está hablando!

—Mire, señora While, no es nada grave. Solo me gustaría saber por qué dejó a su marido ese día y por qué volvió con él.

—¡Nunca he dejado a mi marido! —dijo Catherine—. ¡Ningún día! ¡Nunca me fui, así que nunca volví! ¿Y se puede saber quién es ese tal comisario Stourbridge? ¡No he oído hablar de ese hombre en mi vida!

—El comisario Stourbridge era el detective a cargo de la investigación por el asesinato de Eileen Bright.

El bebé se convirtió en plomo frío dentro del vientre de Catherine.

Hubo un ruido atronador en su cabeza, como si sus pensamientos fueran una ola gigante rompiendo en la playa de su cerebro.

«Eileen Bright. La madre del chico. La madre embarazada del chico. La que dijo que fue asesinada con la navaja que había dejado junto a su cama».

«La navaja que ella había escondido y que Adam había encontrado».

«¿O fue al revés?».

Jack Bright había tenido fijación con aquello y ahora aquel policía gordo y feo, también. Era un error. Un malentendido. Estaba segura de ello, pero no conseguía saber si lo que decía aquel hombre era falso por completo o solo en parte.

La cabeza le zumbaba igual que una radio barata.

—No sé de qué está hablando. —Se levantó mareada y se aferró a la esquina de la mesa para conservar el equilibrio—. Creo que debería volver cuando esté Adam en casa.

—No quiero hablar con Adam —dijo Marvel—, sino con usted.

—No —dijo Catherine negando despacio con la cabeza—. ¡Tiene que hablar con Adam de esto! ¡Tiene que volver en otro momento!

—No. Usted tiene que contestar a mis preguntas, señora While. Puede hacerlo aquí o puede venir a la comisaría. Cualquier otra cosa se considerará obstrucción a la justicia.

—¡No pienso ir a ninguna parte! —dijo Catherine sintiendo crecer el pánico en su interior—. ¡No sé de qué está hablando y no pienso ir a ninguna parte!

Intentó rodear a Marvel para salir, pero este la sujetó del brazo.

—¡Váyase! —gritó Catherine—. ¡Déjeme en paz!

Se sacudió para liberarse de él y lo abofeteó con el dorso de la mano, arañándole la frente con el anillo de compromiso. Él le sujetó el brazo con puño de hierro y la obligó a sentarse otra vez.

Catherine chilló.

—¡Cómo se atreve! —gritó—. ¡Suélteme! ¡Lo voy a denunciar! ¡Estoy embarazada! ¿Será cretino? ¿Es que no ve que estoy embarazada, joder?

—¿Y qué? —dijo Marvel—. Enhorabuena por ser un mamífero.

Catherine estalló en lágrimas de humillación y de furia. Giró el cuello y mordió a Marvel en el brazo, pero este la vio venir y solo consiguió hacerle un desgarrón en la manga de la camisa.

Entonces, como en una dimensión paralela, Catherine notó que le ponía unas esposas. ¡Como si fuera una delincuente! ¡O el personaje de una telenovela! La obligó a doblarse sobre su gigantesca barriga y le juntó las manos detrás de la espalda.

—Por favor, no —gimoteó—. ¡Está haciendo daño a mi bebé!

Marvel reculó. La soltó y la miró, colorado y jadeando. El anillo de Catherine le había herido encima del ojo y sangraba. Habló sin aliento, a trompicones.

—Angela While —dijo—, queda usted detenida por… obstrucción a la justicia. Y por… resistirse a la autoridad.

—Yo no soy Angela While —sollozó Catherine.

—¿Cómo?

—Me llamo Catherine While.

Se miraron los dos, momentáneamente unidos por un sentimiento de confusión.

Entonces él dijo: «Mierda» y Catherine fue consciente de estar poniéndose pálida. Con la voz alterada, dijo:

—¿Quién cojones es Angela While?

Marvel tardó media hora en conseguir hablar con Ralph Stourbridge.

—Nos hemos equivocado de señora While —dijo cuando por fin lo consiguió.

—No sabía que hubiera más de una.

—Pues por lo menos hay dos —dijo Marvel—. Y esta está furiosa de cojones.

Jack encontraba a su madre.

Estaba debajo del manzano en el arcén, sentada con la espalda contra el quitamiedos, examinando las pequeñas frutas rojas como si buscara gusanos.

Jack frenaba la bicicleta en el borde de la sombra que proyectaba el árbol en el asfalto.

Una línea que no podía traspasar.

—Hola —decía—. ¿Cómo estás?

—Llenas de gusanos —decía ella y tiraba las manzanas a la carretera, donde rodaban y rebotaban igual que quesos.

—No subas al coche —decía Jack.

—¿Qué coche? —decía ella y Merry, quien de repente estaba al lado de Jack, decía:

—Ese coche. —Y un coche azul se detenía.

Merry corría hacia él.

—¡No subas al coche! —gritaba Jack.

Pero su madre se ponía de pie, se limpiaba las manos en la parte delantera de su vestido blanco de verano, seguía a Merry y las dos se subían al coche.

«¡NO!».

Sonido de coche que se aleja.

Jack pedaleaba detrás de él, pero se le había olvidado montar en bicicleta y no hacía más que volcarse hacia un lado, por lo que tenía que apoyar un pie en el suelo y subir el pedal igual que un niño pequeño sin un padre que lo coja cuando se cae.

Al final se detenía en el asfalto polvoriento y miraba el coche azul desaparecer detrás de la curva.

Por la ventanilla trasera, Merry levantaba una única y triste mano a modo de despedida.

«¡Mamá!».

La palabra en sus labios lo despertó en el minúsculo calabozo, acurrucado y tiritando por el sudor. Se sentó despacio en el estrecho banco y esperó a que la pesadilla se disolviera a su alrededor. Pero tardó mucho en desaparecer e incluso cuando supo que estaba completamente despierto, la dolorosa sensación de fracaso permanecía.

Jack miró el jarroncito con flores artificiales en el alféizar cerca del techo.

Ahora era él quien necesitaba que lo cogieran.

Marvel llamó a la puerta de la señora Angela While en Taunton. Resultó ser una versión ligeramente mayor de la nueva señora While. El mismo pelo rubio hasta los hombros, los mismos ojos azules, la misma cara redondeada.

Distinto talle.

—¿Señora Angela While? —dijo Marvel con cautela.

Y cuando esta asintió con la cabeza, dijo:

—Comisario Marvel. ¿Puedo pasar?

La casa era un caos creado por, y dividido a partes iguales entre, un niño pequeño y un perro de gran tamaño.

—Este es Robbie —dijo Angela While, como si a Marvel le importara una mierda—. Y este, Brutus.

Parecía tan embelesada con los dos que no dio muestras de reparar en lo poco que le interesaban a Marvel. Le sonrió radiante y le preguntó en qué podía ayudarlo.

—He venido por Adam While —dijo este—. ¿Su marido? —preguntó, solo para asegurarse.

—Exmarido —dijo Angela.

Marvel sintió que el mundo recuperaba una pizca de equilibrio.

—Exmarido —repitió—. Tengo unas cuantas preguntas sobre un caso sin resolver.

La sonrisa de Angela desapareció.

—¿Eileen Bright?

Marvel tuvo un escalofrío de emoción. Un comentario suyo al azar, Ralph Stourbridge cavilando con un colega y de pronto había nuevas pistas sobre un asesinato.

Parecía magia.

Atacó enseguida, aprovechando el desconcierto de Angela While.

—Tengo entendido que dejó usted a su marido el día que lo interrogaron sobre el caso. ¿Por qué?

La mujer abrió la boca, pero no contestó enseguida.

En lugar de ello, se sentó, atrajo a su hijo hacia sí y lo abrazó hasta que protestó. El perro se acercó, preocupado, y Angela While le puso una mano sobre la cabeza. Marvel pensó que parecía un cuadro victoriano, de esos que cuentan una historia y tienen un título acorde. Esperando malas noticias o El telegrama. Solo que con piezas de Lego por el suelo y una televisión con dibujos animados de fondo.

Luego Robbie se liberó de los brazos de su madre y volvió a sus juguetes y el perro también se apartó y se dedicó a olisquear la pernera del pantalón de Marvel como si tuviera intención de quedársela.

Marvel siseó con aspereza y Brutus salió de la habitación. Un minuto más tarde, Marvel lo oyó beber agua a lametazos grandes y espaciados.

Angela While lo miró a cámara lenta, con expresión de no entender.

—Dejó a Adam —le recordó Marvel—. ¿Por qué?

—Él… —dijo y a continuación se paró.

—Yo… —empezó y se detuvo de nuevo.

«A la tercera va la vencida», pensó Marvel, impaciente.

—No tengo pruebas —consiguió decir por fin Angela While—. De nada. Es importante que entienda eso. De haber tenido pruebas, habría ido a la policía en su momento. Pero no las tenía y sigo sin tenerlas.

«Se acabó la magia», pensó Marvel.

—Cuénteme lo que le parezca bien —dijo—. Estoy aquí para escuchar.

Por supuesto, eso era mentira. Marvel habría estado encantado de detenerla, a ella, al niño y al perro también, de creer que ayudaría a la investigación. Pero con los años había aprendido que eran muy pocas las ocasiones en que hacía falta ser sincero con las personas. Era mejor decirles exactamente lo que querían oír para así poder tener alguna posibilidad de oír lo que quería oír.

—El día que desapareció Eileen Bright —dijo Angela— tuvimos una discusión.

—¿Sobre qué? —dijo Marvel y se sentó en una silla sin esperar invitación, le pareció de lo más natural.

Angela apenas reparó en el gesto. Hablaba con los ojos casi fijos en su hijo, que estaba construyendo algo irreconocible, encajando piezas a la fuerza con los dientes apretados y los puños cerrados en lugar de ensamblarlas con facilidad, como hacían los niños sonrientes de la caja. Marvel se preguntó si le pasaba algo al Lego o al niño.

Angela While bajó la voz, miró a su hijo con intensidad y dijo:

—Estaba embarazada.

Marvel se estremeció como hacía siempre que esas cosas que parecían no tener relación de pronto encajaban.

Angela While había estado embarazada; Eileen Bright había estado embarazada; la nueva señora While estaba embarazada. Tenía que ser importante. Necesitaba saber de qué manera.

—Y a Adam se le metió en la cabeza que le había sido infiel. Menuda ridiculez. Era imposible que el niño no fuera hijo suyo. Imposible. ¡Él lo sabía! Pero se volvió loco. Como una auténtica regadera.

Rio a medias por cómo había pronunciado la expresión, pero fue una risa nerviosa, sin alegría.

—¿Le pegó alguna vez?

—Solo una. —Se tocó la mejilla, recordando exactamente el lugar a pesar de los muchos años transcurridos—. Siempre tuvo mal genio. No saltaba a menudo, pero cuando lo hacía, la montaba buena.

—¿Qué pasó? —dijo Marvel.

—Habíamos comido con algunos amigos en el Feathers y alguien hizo una broma. Un chiste tonto sobre que el niño se iba a parecer al lechero. Ya sabe, esas cosas que se dicen. Tonterías. Pero Adam se obsesionó. Cuando llegamos a casa, no dejó de hablar de ello y de enfadarse cada vez más hasta que yo me enfadé también y entonces me dio una bofetada. Yo se la devolví y le dije que se fuera, cosa que hizo.

—¿Cuánto tiempo estuvo fuera?

—No lo sé. ¿Horas? Y cuando volvió traía flores, bombones y un regalo ridículo para el niño. Una de esas espadas luminosas de Star Wars o de Star Trek. ¡Y ni siquiera había nacido!

—¿Notó algo extraño en el comportamiento de Adam cuando volvió a casa?

—No. —Angela suspiró—. Solo muchos «lo siento» y «te quiero».

Hizo una pausa y se encogió de hombros.

—Nos reconciliamos y seguimos con nuestra vida y cuando más tarde oí en las noticias que habían encontrado el cadáver de Eileen Bright, no se me ocurrió que hubiera ninguna relación. Solo me fijé porque también estaba embarazada. Qué horror.

Se estremeció y se frotó los brazos.

—Entonces, ¿por qué se fue usted?

Angela arrugó la cara como si estuviera intentando decidirse. Por fin dijo:

—Bueno, tenía una navaja…

Marvel sintió un cosquilleo en la nuca.

—¿Qué clase de navaja?

—Como un cortaplumas caro. Pero más grande. Al parecer costaba un dineral.

—¿Era como esta? —Marvel le enseñó la fotografía del arma homicida.

—Sí, como esa. No sabría decir si era exactamente esa, porque las navajas no me interesan una mierda, pero era muy parecida, con el mango nacarado. Siempre estaba jugueteando con ella y afilándola y limpiándola. Ya sabe cómo son los hombres con esas cosas… No se lo tome a mal. ¡Me ponía nerviosísima! Pero bueno, el caso es que antes de abandonarlo me di cuenta de una cosa: de pronto ya no tenía la navaja.

—¿Se refiere a cuando Eileen Bright fue asesinada?

—Por esa época más o menos. No puedo estar segura, por eso digo que no tengo pruebas ni nada, ¿entiende? No recuerdo las fechas exactas y nunca me fijé lo bastante en la navaja como para estar segura. Simplemente me di cuenta de que no se pasaba el día mimando la navaja como si fuera un bebé y que cuando le pregunté si la había perdido, me dijo que no, que la tenía en el piso de arriba. Pero créame, si esa navaja estaba en alguna parte de la casa, era en su bolsillo. Así que pensé que la había perdido, pero que no quería contármelo porque al parecer costó mucho dinero. Como si eso me importara. Adam tenía un buen trabajo y nunca nos faltó nada. Y además tampoco era mi dinero, ¿no?

—No —estuvo de acuerdo Marvel.

Angela continuó.

—Bueno, pues pasó eso y no volví a pensar en ello hasta que, unos días más tarde, me llamó y me dijo que la policía lo estaba interrogando y pensé: «¿Qué coño?». No tenía ni idea de lo que podía estar pasando. Ni idea. Me dijo que lo único que hizo fue parar en la autopista para hacer pis y pensé, «¿es eso un delito?». A ver, todo el mundo ha hecho pis alguna vez al borde de la carretera, ¿no? Pero entonces dijo que había sido cerca de donde encontraron el cuerpo de Eileen Bright y… bueno… de repente todo me encajó. Ya sabe, que me pegara aquella vez, los celos y la discusión por el bebé, la navaja desaparecida, que lo encontraran en el mismo sitio en que apareció el cuerpo…

A medida que recitaba la lista de cosas, su voz se volvió cantarina. Luego suspiró y miró a Marvel sin pestañear.

—Ni siquiera esperé a que volviera a casa. Cogí unas cuantas cosas y me fui donde mi madre. Al principio no dejaba de llamar, de suplicarme, pero me negué a verlo. Luego, unas semanas más tarde, se presentó en casa de mi madre con la dichosa navaja, diciendo que la había encontrado. ¡Como si eso fuera a cambiar algo! Porque el problema no era la navaja. Lo nuestro se había terminado porque en mi corazón sentía…

Se interrumpió otra vez.

—¿Que la mató? —dijo Marvel.

—¡Uy, no! —Angela puso mala cara y a continuación bajó la voz a un susurro—. Pero sentía que era capaz de matar. —Acarició el pelo a su hijo y se encogió de hombros—. Y con eso era suficiente.

Marvel asintió con la cabeza. Cerró su libreta y se levantó.

Pero Angela While no levantó la vista. Siguió acariciando al niño. Bañándolo de amor con cada roce de las yemas de sus dedos como solo puede hacer un progenitor.

Y como solo puede hacer un hijo, Robbie hizo caso omiso de ella y siguió metiendo por la fuerza unas piezas de Lego en otras.

—¡Mira! —dijo sosteniendo un bloque de ladrillos de colores.

—Está genial, cariño —dijo Angela con una sonrisa deslumbrante.

Marvel no sabía cómo conseguían hacer eso las madres.

—¿Ve Adam a su hijo?

Angela negó con la cabeza y bajó la voz.

—No. Y no quiero que lo vea. Lo llamé cuando nació Robbie. Porque, a ver, él tiene derecho, ¿no? Pero dijo que no le interesaba… —Rio con amargura y se sonó la nariz en un pañuelo de papel que se sacó de la manga del jersey—. Dijo que iba a empezar una nueva vida y a hacerlo mejor.

—¿Hacer qué mejor? —dijo Marvel.

—¿Quién sabe? —Angela suspiró—. Solo me alegro de que no lo haga con nosotros.

Marvel no regresó a Tiverton hasta que el sol se hubo escondido detrás de las colinas de Exmoor.

Después de ver a Angela While, llamó a Ralph Stourbridge y le informó de los acontecimientos del día. No le había contado todo, por supuesto. Por ejemplo, no le dijo que había sujetado y esposado a la mujer equivocada. A la mujer embarazada equivocada.

Ni que la había llamado mamífero. No era un insulto sexista oficial, evidentemente, como «zorra» o «vaca». Pero a Marvel no le habría gustado nada oírlo durante una comisión disciplinaria, que es donde habría terminado si Catherine While no le hubiera arañado en la frente con su anillo de compromiso en un afortunado golpe de revés.

Marvel se aseguró de que comprendía que tenía mucha suerte de que estuviera dispuesto a pasar por alto la agresión a un agente de policía mientras se resistía a que la detuvieran. Claro que ella no parecía interesada en presentar una queja sobre el pequeño forcejeo que mantuvieron. Al parecer la había consternado tanto enterarse de que su marido no era una virgen dentro de una urna de cristal antes de conocerse que solo quería que Marvel saliera de la casa para ponerse a llorar y a conspirar.

O lo que fuera que hiciera una mujer cuando se sentía despechada.

En cualquier caso, Marvel tenía que reconocer que se había librado por los pelos. Claro que en peores se las había visto. Era normal que un hombre como él, que se arriesgaba y actuaba por instinto, cometiera equivocaciones en su carrera profesional, y esta era una más. Aunque sin duda sería una buena historia con la que entretener a sus amigos en el pub. Si es que encontraba un pub decente en aquel poblacho de mierda lleno de ovejas.

Y si hacía amigos.

Qué coño. ¡Le daba igual! Librarse por los pelos siempre le hacía sentirse vivo de la manera que solo lo consiguen las experiencias cercanas a la muerte. Nada hacía latir su corazón como evitar un precipicio, esquivar una bala o que se terminara una aventura amorosa.

Sacó un cigarrillo del paquete y se lo puso entre los labios, disfrutando del sucio sabor químico del filtro. No tenía cerillas, pero de momento aquello bastaba.

Subió el coche a la acera de la puerta de la comisaría y lo aparcó allí. En la comisaría no había aparcamiento y no tenía tiempo de dejar el coche en el supermercado y salir por el parque como hacía todo el mundo.

Miró la hora. Aún era de día, gracias al verano, y el aire seguía siendo cálido y el cielo, un poco azul. Marvel hizo una mueca de desagrado cuando una oveja baló a una distancia preocupantemente escasa. Apagó el motor y se quedó allí sentado mientras barajaba un millón de combinaciones en su cabeza.

Investigar un asesinato era como hacer un puzle en la oscuridad. Siempre buscando a tientas, probando, cambiando. Coger una pieza, dejarla, volverla a coger. Así todo el rato.

Intentando que encajaran.

Marvel se sentía ahora más cerca de ver el dibujo completo de lo que había estado Stourbridge jamás.

Pero también más lejos, porque la imagen se la había dibujado un mentiroso. Un ladrón en serie que dio por hecho haber encontrado la navaja que mató a su madre en una de las casas que había robado.

Marvel resopló. Aquella podía muy bien ser la mayor coincidencia que se había encontrado en sus veintidós años en homicidios. O quizá eran figuraciones retorcidas de un delincuente trastornado.

De no haber estado tan desesperado por investigar un asesinato, habría optado por lo segundo.

Pero quería un asesinato.

Lo quería y mucho.

De manera que estaba preparado para considerar la primera opción y escarbar más hondo, arriesgarse más.

Cuando se trataba de resolver un crimen, Marvel tenía una técnica única. Le gustaba pensar que todo el humo era fuego, solo para comprobar adónde lo llevaba.

Así que…

Adam While atacó a Jack Bright y prendió fuego a su casa.

Una mujer que había amado a Adam While lo creyó capaz de asesinar y While había ocultado ese pasado a la mujer que lo amaba ahora.

While se había mostrado celoso y enfadado con su mujer embarazada el mismo día que mataron con una navaja a Eileen Bright, embarazada.

Lo habían encontrado en el área de descanso donde apareció la navaja, cerca del cuerpo. Y tenía una navaja muy parecida.

Seguía teniendo la navaja.

Solo que no era la navaja correcta.

—¡Mierda! —gritó Marvel al volante—. ¡Me cago en la puta!

La ventanilla estaba bajada y una mujer que empujaba un carrito de supermercado dijo:

—¡No hace falta usar ese vocabulario!

—¡Y usted qué sabrá! —le contestó Marvel, luego sacó la cabeza por la ventanilla y le gritó—: ¡Oiga! ¿Está usted robando ese carrito?

La mujer se alejó corriendo sin dejar de mirar hacia atrás.

Marvel desistió y volvió a fijar la vista furioso en el volante. Lo mirara como lo mirara, el chico era la clave.

No había casi duda de que era Ricitos de Oro y, con su colaboración, el caso estaría cerrado en un periquete. De hecho, habría más de cien casos cerrados. Montones de robos en domicilios que eliminar de los expedientes abiertos y que subirían la tasa de resolución de casos en un instante. Significaría que el primer caso de Marvel en el nuevo cuerpo habría sido un éxito absoluto. Lo ayudaría mucho a lograr ese estatus que tanto ansiaba, sin necesidad de años de duro trabajo.

Solo había un problema.

Marvel no podía detener a Adam While por el asesinato de Eileen Bright. Sin un vínculo con el arma homicida, lo único que tenía contra While era la misma ausencia de pruebas que tuvo Stourbridge tres años antes.

Además de una exmujer con un presentimiento.

Marvel bajó del coche y cerró de un portazo. Estuvo a punto de chocar con Reynolds nada más cruzar la puerta acristalada de la pequeña comisaría.

—¿Ha habido suerte, señor?

—Algo.

—¿Lo bastante como para detener a Adam While?

—No —dijo Marvel con sequedad—. ¿Habéis terminado en la casa?

—Casi, señor. Todo lo que hay que devolver a Exeter está en la furgoneta. Solo quedan objetos personales y ropa de Rice y mía que recogeremos mañana.

—Bien —dijo Marvel—. Te dije que la casa señuelo funcionaría.

—Lo dijo —dijo Reynolds—. Y así ha sido.

—¿Dónde está Parrott?

—Se marchó cuando terminó nuestro turno.

Marvel pasó por alto el hecho de que Reynolds siguiera allí después de terminado su turno.

—¿Ha llegado el abogado de oficio?

—Parece que tiene problemas con el coche, señor —dijo Reynolds—. Me preocupa un poco estar reteniendo al chico tanto tiempo sin un representante legal.

—Ya hemos pedido un abogado —dijo Marvel, irritado—. No es culpa nuestra si se lo toma con calma.

Entró Elizabeth Rice con una gran bolsa de manzanas y un sándwich.

—Es para Jack —dijo—. No come comida de McDonald’s.

—Te lo dije —dijo Reynolds.

Rice hizo como que no lo había oído y cogió la llave del calabozo de la agente de nariz rubicunda que estaba en recepción. Desapareció por el pasillo.

—Menuda vida que ha llevado —dijo Reynolds pensativo—. Un chico de su edad manteniendo a su familia a base de robar. Es dickensiano, ¿verdad?

Marvel gruñó.

Rice gritó alguna cosa.

Marvel y Reynolds se miraron con el ceño fruncido.

—¿Qué ha dicho? —dijo Marvel.

—No lo he entendido —dijo Reynolds.

Los dos echaron a andar por el pasillo.

—¡Rice! —dijo Reynolds y medio echó a correr—. ¡Rice!

Rice estaba en el calabozo con las manzanas y el sándwich.

—¡Se ha ido!

—¿¡Unas monedas!?… ¿¡Unas monedas!?

Pasaron pies. Alguien dejó caer algo en el envase de helado.

—Gracias —dijo el vagabundo.

Más pies.

Se detuvieron.

—¿¡Unas monedas!?

Pero no hubo el correspondiente ruido de dinero en el envase.

El indigente levantó la vista y dio un respingo a la vez que cogía el envase y se lo pegaba al pecho mientras encorvaba un hombro para protegerse la oreja.

Pero el chico no le pegó.

En lugar de ello, le tiró algo.

¡Una serpiente!

El hombre gritó de miedo cuando se posó en su regazo con sus rayas venenosas.

Pero no era una serpiente. Era una corbata. De seda roja con rayas muy blancas.

—Necesitamos un adulto que viva con nosotros —dijo Jack—. Si todavía quieres volver a casa.

—¿Cómo coño? —dijo Marvel.

El colchón estaba apoyado de cualquier manera contra la pared bajo la ventana, pero esta seguía cerrada. Había flores artificiales y ceras por el suelo.

—¿Cómo coño? —repitió Marvel.

Pero al cabo de un rato lo entendieron.

Jack Bright había apoyado el colchón contra la pared debajo de la ventana y se había subido a él, o había saltado desde él, para alcanzar las flores del alféizar. Había hecho una ganzúa con el tallo de alambre de una de las flores y abierto la puerta del calabozo. Después se las había arreglado para pasar por delante de la recepción y salir por la puerta principal.

—Vamos a coger a ese cabroncete —dijo Marvel.

Como tenía el coche aparcado en la puerta, se metieron todos en él, Rice todavía con las manzanas y el sándwich.

Marvel arrancó el motor.

—¿Adónde vamos, Reynolds?

—¿Señor?

—¿Cuál es la dirección?

—Esto… No lo sé, señor.

Marvel lo miró fijamente.

—¿No te sabes su dirección?

—No.

—Pero si eres el oficial encargado de su arresto.

Ahora tanto Marvel como Rice miraron a Reynolds, que empezó a sudar.

—¿No le pediste la dirección?

—No, señor.

Hubo un silencio tenso y a continuación Marvel dijo:

—Por favor, dime que le leíste sus derechos.

—Señor… —empezó a decir Reynolds y Marvel dio un puñetazo tan fuerte al salpicadero que este crujió.

—¡Serás gilipollas, Reynolds!

—Señor, es que… era una situación rara. No fue una detención normal, como muy bien sabe. Lo que quiero decir es que el chico estaba en la cama y… Vaya, que fue todo muy raro y reconozco que me descolocó un poco.

—Y entonces ¿qué son esas chorradas en tu libreta sobre capturar a Ricitos de Oro sin ayuda? La gilipollez esa de «Me abalancé sin hacer ruido». ¡Cuando resulta que no solo no te abalanzaste, sino que ni siquiera le leíste sus derechos a ese niñato de mierda! ¡Lo que significa que no ha huido de la justicia, puesto que no estaba retenido legalmente! ¡Por Dios! ¡Volvemos a estar en la puta casilla uno! ¡No! ¡En la casilla menos uno, porque ahora sabe que vamos tras él!

—Pido disculpas, señor —dijo Reynolds envarado y en un tono que daba a entender que era hora de que Marvel se sobrepusiera.

—¡A tomar por culo tu disculpa! —gritó Marvel—. ¡A tomar por culo! Y no pienso llamar a Stourbridge. Lo llamas tú, le pides la dirección y le explicas cómo el principal sospechoso del caso Ricitos de Oro se ha escapado del calabozo y ahora no sabemos dónde encontrarlo porque la cagaste con el arresto.

—Señor —dijo Rice desde el asiento trasero.

—¿Qué? —dijo Marvel con brusquedad.

—¿Quizá Toby sepa la dirección?

—¿Quién cojones es Toby?

—El agente Parrott, señor —dijo Rice—. Lleva aquí la tira de años y aunque no participó en la detención, seguro que sabe dónde viven los Bright. ¿O no?

Hubo un breve silencio y a continuación Marvel dijo:

—Buena idea, Rice. ¿Dónde está Parrott?

—Imagino que se ha ido a casa, señor —dijo Reynolds.

—Pues imagínate que lo llamas —dijo Marvel—. E imagina también que le dices que necesitas que te salve el culo.

—¿Y tú quién eres? —dijo Merry suspicaz desde la puerta del cuarto de estar y entonces, antes de que al hombre le diera tiempo a contestar, sus ojos se posaron en el envase—. ¿Tienes helado?

—No —dijo él—. Lo siento. —Miró a Jack—. Debería haber traído helado —dijo—. Debería haber traído algo.

—No importa —dijo Jack—. No esperábamos nada de ti.

—¿Quién eres? —volvió a decir Merry.

—Es papá —dijo Jack sin rodeos.

Merry miró al hombre con el ceño fruncido. Se quitó los dientes de vampiro y lo examinó de arriba a abajo.

La barba. La ropa sucia. La corbata roja de seda alrededor del cuello.

—¡Qué alta estás, Merry! —El padre dio un paso hacia ella, pero Merry rodeó el marco de la puerta y se metió en la habitación para mantener la distancia.

El padre se detuvo, se tocó la mejilla y miró a Jack.

—Es por la barba. Me la afeitaré.

Sonrió vacilante. Sus hijos, no.

Paseó la vista por el recibidor quemado, la moqueta rugosa, la puerta principal con la pintura levantada. Luego miró de nuevo a Merry.

—¿Qué estás leyendo?

Merry miró el libro que tenía en la mano, con el dedo a modo de marcapáginas, y le leyó la cubierta.

—It, de Stephen King.

El padre frunció el ceño.

—¿No eres un poco pequeña para leer eso?

—Trata de payasos en las alcantarillas —dijo Merry con desdén—. No es real.

El padre rio, inseguro.

—Os he echado de menos —dijo—. Os he echado muchísimo de menos.

Habló con una voz llena de emoción, pero nadie se hizo eco de sus palabras.

—¿Dónde has estado? —preguntó Merry.

—Bueno… He estado fuera un tiempo.

—Mucho tiempo —le corrigió Merry.

—Tienes razón. Demasiado. Lo siento muchísimo.

—¿Estabas triste? Joy dijo que estabas triste.

—Sí, lo estaba —asintió—. Muy muy triste. Me sentía… Bueno, da igual cómo me sintiera. No debería haberme ido. Pero no ha habido un solo día que no haya pensado en vosotros ni os haya echado de menos y quería volver a veros.

»Habría venido antes, pero… —Se encogió de hombros y miró a Jack—. Pero lo entiendo. De verdad que lo entiendo.

Luego se enderezó y se alisó la corbata, como preparándose para una entrevista de trabajo.

—Pero ahora estoy en casa. Esta vez lo voy a hacer mejor, lo prometo.

Sonrió a Merry, pero esta se limitó a mirarlo con inexpresiva solemnidad.

Jack abrió su mochila.

—Te he traído un traje —dijo—. Para que puedas conseguir un trabajo.

Lo colgó encima de la puerta del cuarto de estar. Era bonito. Gris claro.

—Gracias.

—Los zapatos tendrás que comprártelos tú.

—¿Papá?

Todos levantaron la vista.

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