Slim

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1 Negociar

Hace unos años, en un acto público de caridad, un hombre se acercó a Carlos Slim Helú para proponerle un negocio: editar un libro de fotografías sobre la ciudad de México y regalarlo en Navidad. Uno de los hombres más ricos del mundo en los inicios del siglo XXI —según las listas anuales de la revista Forbes, incluso en ocasiones más rico que Bill Gates y Warren Buffett— aceptó la oferta. Le pidió que preparara mil ejemplares para sus clientes especiales de Inbursa, el banco del que es dueño, como también lo es de decenas de empresas en una veintena de países, incluyendo la de telecomunicaciones más gigante de Latinoamérica, una compañía industrial de cables eléctricos, hospitales, minas de oro, petroleras, cigarreras, el predio en torno al cual está una pirámide prehispánica en el Distrito Federal, tiendas Saks Fifth Avenue, fábricas de bicicletas, empresas de cable en favelas de Brasil, líneas de ferrocarriles, constructoras, acciones de The New York Times y la colección más completa de moldes de esculturas de Auguste Rodin.

Semanas después de haber conversado con el multimillonario, el hombre del libro navideño obtuvo una cita con él. El empresario, nacido el 28 de enero de 1940 en la ciudad de México, lo recibiría en su oficina de Lomas de Chapultepec, la más tradicional de las colonias adineradas de la capital mexicana, donde exhibe la escultura de bronce de un Napoleón descansando en un sillón, una obra del artista Vincenzo Vela premiada a finales del siglo XIX en París. Según uno de sus empleados, Slim la tiene allí para recordarse que es un simple mortal.

Cuando el hombre le entregó un ejemplar de la publicación, Slim lo revisó con detenimiento y observó la factura con un semblante serio. Le dijo que no podía pagar ese precio porque le parecía muy caro. El fotógrafo aficionado le aseguró que no estaba lucrando con el libro, que sus costos de producción eran reales. De su escritorio, donde no existe computadora alguna, Slim tomó papel y lápiz, sumó y restó, hasta conseguir la cifra que estaba dispuesto a pagar. El hombre del libro navideño cedió ante el regateo del mexicano más rico del mundo.

En una de las entrevistas concedidas para este libro, Slim me dijo que no recordaba el episodio contado por el protagonista, quien por temor a represalias me pidió mantener su identidad en anonimato. En México muchos saben algo de Slim, pero no abunda gente dispuesta a hablar de él con soltura. Por eso hay más leyendas que retratos de este hombre que estudió ingeniería civil haciendo cuentas con calculadoras electrónicas, un objeto al que, en su tesis para graduarse, el futuro millonario auguraría un gran porvenir.

La historia del libro de Navidad es una de tantas que, entre la verdad y la ficción, se cuentan en reuniones de empresarios para recordar el «estilo Slim» a la hora de negociar. Otra anécdota de risa que se esparce como virus entre los mismos círculos es la del tiempo que Slim se pasó hablando con un vendedor de Venecia para conseguir el descuento de una baratija que éste ofrecía.

—Sí sucedió algo en Venecia, pero las cantidades no son lo importante. Entré una vez a una tienda y hablé con ese viejo comerciante heredero de la tradición veneciana. Eso es el establecimiento de conversación con la gente. Primero estaba platicando yo con el hijo del comerciante y luego llegó él. Entonces ya se volvió una conversación larga —aclara Slim sobre la anécdota de aquella negociación, presenciada por un grupo de intelectuales mexicanos que acompañaban al magnate—. Yo no soy comerciante. Yo no estoy en la tienda comprando mercancía para revenderla. Yo me meto a los costos, a los programas de venta, a la comercialización, a los planes, a cosas de ese tipo, pero no a comprar. Cuando compras lo haces a gusto, aunque normalmente yo no ando comprando cosas.

Para Slim, lo que hizo con aquel comerciante veneciano no fue regatear, sino «entrar en comunicación con un empresario, con una gente de negocios».

A fin de que se entienda mejor su estilo de negociación, el propio Slim elaboró un decálogo que sus empleados y algunos seguidores que conozco tratan de atender puntualmente. En 2007, cuando solicité por primera vez una entrevista formal con él, uno de sus 220 000 trabajadores me respondió con amabilidad que analizarían la solicitud. Entre los documentos que anexó en el mensaje estaba ése donde el magnate explica los principios de su conglomerado de empresas:

Estructuras simples, organizaciones con mínimos niveles jerárquicos, desarrollo humano y formación interna de las funciones ejecutivas. Flexibilidad y rapidez en las decisiones. Operar con las ventajas de la empresa pequeña que son las que hacen grandes a las grandes empresas.

Mantener la austeridad en tiempos de

vacas gordas

fortalece, capitaliza y acelera el desarrollo de la empresa; asimismo evita los amargos ajustes drásticos en las épocas de crisis.

Siempre activos en la modernización, crecimiento, capacitación, calidad, simplificación y mejora incansable de los procesos productivos. Incrementar productividad, competitividad, reducir gastos y costos guiados siempre por las más altas referencias mundiales.

La empresa nunca debe limitarse a la medida del propietario o del administrador. No sentirnos grandes en nuestros pequeños corralitos. Mínima inversión en activos no productivos.

No hay reto que no podamos alcanzar trabajando unidos con claridad de los objetivos y conociendo los instrumentos.

El dinero que sale de la empresa se evapora. Por eso reinvertimos las utilidades.

La creatividad empresarial no sólo es aplicable a los negocios, sino también a la solución de muchos de los problemas de nuestros países. Lo que hacemos a través de las fundaciones del grupo.

El optimismo firme y paciente siempre rinde frutos.

Todos los tiempos son buenos para quienes saben trabajar y tienen con qué hacerlo.

Nuestra premisa es y siempre ha sido tener muy presente que nos vamos sin nada; que sólo podemos hacer las cosas en vida y que el empresario es un creador de riqueza que administra temporalmente.

Slim enfatiza su discurso público para dar este tipo de consejos a quienes lo escuchan. No fue difícil para sus asesores de comunicación determinar que el potencial de popularidad que posee radica en este aspecto: crear o alentar en los demás el sueño de volverse millonarios siguiendo sus pasos. Así, el magnate reparte fórmulas, tips y claves para el mundo de los negocios, donde su holding Carso —llamado así por las iniciales de su nombre y de su fallecida esposa Soumaya— controla empresas de alimentos, autopartes, comercio, detergentes y cosméticos, maquinaria y equipo eléctrico y no eléctrico, metales no ferrosos, minería, papel y productos de papel, productos de hule, química y comunicaciones, entre otros ramos diversos que lo hacen el grupo industrial de mayor participación en la Bolsa de Valores de México.

«Historia de Grupo Carso» se llama el documento que escribió para relatar la forma en que evolucionó su imperio. Aunque está fechado en junio de 1994, me lo dio personalmente —con algunas anotaciones que hizo lápiz a mano— en la primavera de 2015 para que entendiera la forma como opera su conglomerado de compañías. Entre los principios que se mencionan de Grupo Carso se encuentra el de trabajar sin un staff corporativo, ya que la empresa siempre debe localizarse en la planta de producción, en la operación y la venta, y con los mínimos gastos de operación. También se especifica que las inversiones deben realizarse en la planta productiva y en los equipos de administración y distribución, nunca en activos corporativos.

Slim explica:

Buscamos reducir al mínimo los niveles jerárquicos acercando a los directores a la operación lo más posible, y que trabajen para ésta y no para estructuras corporativas. Tratamos de combinar la actividad ejecutiva con el interés de los accionistas a través de un delegado presidente del consejo, quien trabajando conjuntamente con los directivos busque constantemente optimizar inversiones, estrategia y gastos.

Más allá de su perfil empresarial, Slim también posee un lado político. Desde 2006 hasta la fecha, ese perfil político ha sido cada vez más escudriñado, aunque él nunca ha parecido demasiado preocupado por la drástica división de opiniones que produce su figura ni tampoco demuestra esmero en explicar directamente a la prensa el origen y desarrollo de su megafortuna. Sin embargo, «¿cómo se siente ser el hombre más rico del mundo en un país de 50 millones de pobres?» es una de las preguntas que contesta el empresario en un dossier de temas frecuentes que reparte su equipo de comunicación a los reporteros que solicitan entrevistas: «Esto para mí no es una competencia y mucho menos en ese tipo de categorías. Yo al morir no me voy a llevar nada; crear riqueza y procurar distribuir su ingreso sí se quedará aquí», responde para sí. Otras preguntas del cuestionario son igual de ásperas: «¿Es cierto que Carlos Salinas de Gortari le vendió Teléfonos de México a cambio de un favor?».

Pero la mayoría son complacientes. La última es: «¿Por qué no ha incursionado en la política mexicana como candidato presidencial?». Slim pudo haber colocado ahí una frase que ha pronunciado en otras intervenciones públicas que registré durante el tiempo que seguí su rastro para escribir esta biografía: «Creo que un hombre de negocios puede hacer con un dólar lo que un político no puede hacer con dos o más».

¿Cómo se involucró de manera formal en el mundo de los negocios este hijo de un comerciante libanés que estudió ingeniería civil en una universidad pública? En 1965 adquirió la embotelladora Jarritos del Sur, para luego crear una casa de bolsa, una constructora, una minera, una operadora de bienes raíces y una inmobiliaria a la que llamó Carso, cuyo nombre retomaría años más tarde para nombrar a todo su emporio. Su primera adquisicón estratégica fue una empresa de artes gráficas llamada Galas de México, de la cual compró el 60 % en 1976:

Galas, al adquirirla, presentaba condiciones muy difíciles: huelga, 1700 clientes y sólo uno era 25 % de las ventas (y se integró poco después), numerosos productos, equipos obsoletos, muy endeudada, clientes molestos por la huelga, proveedores que no surtían por falta de pago, deudas vencidas con bancos, arrendadoras financieras y proveedores, así como convenios de impuestos y seguro social no cumplidos, además de dificultades laborales y con experiencia industrial más limitada.

Fue esta compra, y cuatro años después la del 10 % de Cigarrera La Tabacalera Mexicana, con las que el apellido Slim se empezó a conocer entre el empresariado nacional. En 1980 nació formalmente Grupo Carso, y entre 1981 y 1984, periodo de crisis económica en México, su consorcio realizó un importante número de operaciones, a las que Slim define como «mexicanización de empresas», un término que refleja el nacionalismo que suele aparecer en su lenguaje. Escribe el magnate:

En esos años, y en virtud de que muchos grandes inversionistas nacionales y extranjeros no querían mantener sus inversiones, fue viable adquirir a precios muy por debajo de su valor real la mayoría de varias empresas, e incluso mexicanizar a varias de ellas, entre las que destacan Reynolds Aluminio, Sanborns, Nacobre y sus subsidiarias. Posteriormente mexicanizamos, patrimonial y operativamente, Luxus, Euzkadi, General Tire, Aluminio y 30 % de Condumex. Otra forma en que mexicanizamos empresas fue venderlas a otros empresarios mexicanos, como fue el caso de Química Penwalt, en 1983, y La Moderna, en 1985.

La década de 1980 es considerada por el empresario como el punto de inflexión en el desarrollo de su conglomerado de empresas. Este crecimiento es relatado de manera entusiasta por el magnate:

Como todos recordamos [la década de 1980] fue una etapa crítica en la historia del país, en la que se perdió la confianza en su futuro. Entonces, mientras los demás rehusaban invertir, nosotros decidimos hacerlo. La razón de esta decisión del Grupo Carso fue una mezcla de confianza en nosotros mismos, confianza en el país y sentido común. Cualquier análisis racional y emocional nos decía que hacer cualquier otra cosa que no fuera invertir en México sería una barbaridad. No es posible educar y formar a nuestros hijos adolescentes (o de cualquier edad) con miedo, desconfianza y comprando dólares.

Slim equipara este periodo de compras arriesgadas con una adquisición hecha por su padre: «Las condiciones de aquellos años me recordaron la decisión que tomó mi papá en marzo de 1914: cuando en plena Revolución le compra a su hermano 50 % del negocio, poniendo en riesgo todo su capital y su futuro».

En realidad, las condiciones entre un momento y otro resultaban sumamente distintas. Mientras que al papá de Slim le había tocado el caos revolucionario, el magnate hizo su inmensa fortuna en el marco de la ideología dominante en la actualidad: el neoliberalismo. Fue durante su intensa aplicación en México, a través del llamado Consenso Washington, como Slim desarrolló buena parte de su capital.

¿Qué es el Consenso Washington? Es el término usado coloquialmente para nombrar el modelo económico que imponen las potencias mundiales a los países en vías de desarrollo. Una de las mejores definiciones que hay es del escritor indio Pankaj Mishra, quien lo sitúa como «la ortodoxia ideológica dominante antes de la crisis económica de 2008, a saber, que ninguna nación puede progresar sin poner freno a los sindicatos, sin eliminar las barreras comerciales, poner fin a los subsidios y, lo que es aún más importante, sin minimizar el papel del gobierno».

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