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19 Juventud

Las influencias empresariales de Carlos Slim y de su entorno familiar también provienen de lugares menos lejanos que Líbano. Cuando terminó sus estudios de ingeniería civil en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), encontró inspiración en las páginas de una revista Playboy. Un día, entre fotografías de chicas semidesnudas, leyó un artículo de Jean Paul Getty, el primer hombre en acumular una fortuna superior a los 1000 millones de dólares. La filosofía de Getty en torno de la necesidad de tener una «mentalidad millonaria» impresionó al joven estudiante. A mediados de la década de 1960, el magnate petrolero escribía para esa revista sobre estrategias de negocios; las páginas de la publicación enseñaban a sus lectores a convertirse en consumidores y promovían un estilo de vida desenfadado y hedonista.

Eran los años previos a la rebeldía de finales de esa década. En la UNAM, la escuela de Slim, se habían desatado marchas y protestas que acabaron en una masacre de estudiantes perpetrada por el ejército en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Sin embargo, la Facultad de Ingeniería Civil, donde él había estudiado a principios de ese decenio, tenía una fama más bien conservadora y estaba al margen de la agitación política universitaria. Por esa misma época Getty aconsejaba a los jóvenes despreciar la radicalidad. Para él se trataba de una apuesta que casi siempre se perdía.

Slim decidió estudiar ingeniería civil porque en aquel entonces las carreras de economía todavía no usaban números y se enfocaban en la retórica.

—¿Entonces qué podía estudiar? ¿Contador? —me dice, haciendo una cara de desagrado en respuesta a su propia pregunta—. ¿Por qué estudié ingeniería? Porque me gustaban los números. Se me dan los números y a otros se les dan las letras. A mí, desde primaria, me gustaban los números, y en ingeniería en ese momento no había carreras alternativas. Quizá yo habría estudiado ingeniería administrativa o ingeniería industrial.

También cursó algunas materias en la Escuela de Matemáticas de la Facultad de Ciencias, pero le pareció que la carrera se enfocaba demasiado en las matemáticas puras y no terminó esos estudios.

El mexicano más rico del mundo ingresó en 1957 a la Facultad de Ingeniería Civil después de concluir sus estudios en la Preparatoria número 1 de San Ildefonso, donde algunos maestros lo marcaron especialmente, como uno de apellido Mosqueira, quien le daba física y cosmografía, así como también otro apellidado Cordero Amador, apodado el Sonrisal, quien le impartió historia universal.

En 1954 se había inaugurado la imponente Ciudad Universitaria, por lo que a su generación le tocó prácticamente el momento de despegue de la que hoy es una de las universidades públicas más importantes de Latinoamérica. El primer año de la Facultad de Ingeniería Civil eran alrededor de 1350 alumnos, la enorme mayoría hombres y muy escasas mujeres, pero el grupo en general se fue reduciendo conforme pasaba cada ciclo escolar. Sólo cerca de 300 estudiantes terminaron la carrera, en 1961. Entre los maestros que tuvo Slim estaban Enrique Rivero Borrel, Javier Barros Sierra, Carlos Izunza, Rodrigo Castelazo, Rodolfo Félix Valdéz, Daniel Ruiz y una tríada de hermanos llamados Marco Aurelio, Francisco y Jaime, apellidados Torres Herrera. También eran docentes Antonio Dovalí, a la postre director de Petróleos Mexicanos, y Mariano Hernández, Premio Nacional de Ingeniería.

Eran los años de agitación política en la ciudad de México, sobre todo en la Facultad de Filosofía y Letras, así como en la de Derecho de la UNAM, donde estaba latente la referencia a la Revolución cubana. Alguien que conoce bien esos tiempos estudiantiles de Slim en la Facultad de Ingeniería Civil es su amigo Fructuoso Pérez García. Me reuní con este amable ingeniero gracias al periodista Francesc Relea, excorresponsal de El País en México, quien me lo presentó. Después de pedírselo en varias ocasiones, Fructuoso aceptó conversar conmigo, on the record durante un largo rato en sus oficinas de la colonia San Miguel Chapultepec, en el Distrito Federal.

En Ingeniería Civil, Fructuoso no recuerda mayores aspavientos políticos.

—Había muchachos de la izquierda extrema, y pues hacían algunos movimientos, pero lo más que hacían era tomar los camiones urbanos y, en fin, tratar de que se hicieran paros en las demás facultades, pero no, no había lo que después hubo en años posteriores, como en el ‘68.

La época en que estudió Slim fue el preámbulo de una rebelión estudiantil ocurrida en 1968, la cual acabó sofocada por una brutal represión oficial conocida como la matanza de Tlatelolco.

—Pero la Facultad de Ingeniería era muy apolítica. Llegaban ahí a tratar de convencer algunos grupos y no tenían éxito —dice Fructuoso, quien registra que la mayoría de los grupos que llegaban eran de organizaciones «antiestadounidenses».

Por la escuela de Slim, un joven de izquierda llamado Amado Armejo fue quien representó a la Facultad de Ingeniería Civil ante la Federación de Estudiantes de la UNAM.

El recuerdo que tiene Fructuoso de aquellos años raya en lo idílico:

—Nos llevábamos todos muy bien con las demás escuelas. Por ejemplo, junto a nosotros estaba la Facultad de Arquitectura, por un lado, y por el otro lado la Facultad de Ciencias Químicas. Nunca había problemas de ningún tipo. Lo más que podía pasar era en el día de San Juan, que todos nos mojábamos unos a otros y entonces había una competencia y, desde luego, las competencias internas de futbol americano, de la Escuela de Ingeniería contra Arquitectura, o Leyes, o Ciencias Químicas. O sea, eso sí se veía, pero no había ninguna forma, ninguna diferencia. En los camiones urbanos íbamos de todo, con una gran familiaridad, incluyendo a Carlos, que era un muchacho normal.

Slim también lo rememoró de esa manera y aprovechó para juguetear con el nombre de su amigo Fructuoso. En un extravagante acto especial celebrado en mayo de 2013 en el Palacio de Minería, con motivo del quincuagésimo aniversario de su titulación como ingeniero, el multimillonario evocó ante cientos de invitados —entre los que estaban por igual el presidente del Tribunal Superior de Justicia que el periodista y político Carlos Payán o José Narro, rector de la UNAM— que en la Facultad de Ingeniería Civil de la UNAM:

Los alumnos proveníamos de los más diversos lugares de toda la República, de los más diversos niveles sociales y económicos, de las más diversas formas de pensar; era, en suma, un mosaico de todo el país, que incluía además a muchos compañeros de Centroamérica y algunos un poco más allá de Centroamérica. Ésos fueron años en que pudimos apreciar, sin duda, la importancia de la educación pública, que constituye la mejor posibilidad que puede ofrecer un país a su población de mejorar y nivelar las oportunidades a todos a través de la educación pública de calidad. A través de la pluralidad y diversidad de nuestros compañeros, de nuestros maestros, conocimos mejor al país; convivíamos en armonía, teníamos amistad; en muchos casos esa amistad, como la de nuestra generación ‘57, después de tantos años, sigue en buena parte gracias a nuestro presidente Fructuoso Pérez —así se llama, no es apodo—, al que le agradezco su empeño y su divertido liderazgo de tantos años.

En la Facultad de Ingeniería se organizaban dos bailes muy importantes: el de primavera y el de pasantes. Una orquesta formada por estudiantes virtuosos amenizaba las fiestas, celebradas por lo regular en el Palacio de Minería, ubicado en la calle Tacuba del centro histórico del Distrito Federal. Además de la orquesta estudiantil solían tocar músicos como Juan García Esquivel, Juan García Medet o los solistas de Agustín Lara. Dos orquestas tocaban en el patio principal, y las otras dos, en el salón de Tacuba, al cual Slim y sus amigos llamaban «la Maternidad», porque ahí se hacían exámenes extraordinarios y de título de suficiencia. Fructuoso recuerda que todos los hombres llegaban de esmoquin, y las muchachas, con vestido de coctel, para una fiesta que solía terminar a las tres o cuatro de la mañana.

Slim no sólo usaba ropa de etiqueta. También le gustaba vestir ropa deportiva, en especial de beisbol. Jugaba con sus compañeros en un equipo de la facultad. Fructuoso era shortstop y Slim solía escoger la posición de catcher durante los partidos contra otras escuelas de la UNAM. Había un buen nivel en el equipo, sobre todo gracias a estudiantes de Chihuahua, Guanajuato y Veracruz. El beisbol era el deporte predominante en la escuela, aunque al término de sus estudios, más que al beisbol, algunos estudiantes de esa generación se dedicaron al mundo del futbol profesional: Víctor Mahbub fue presidente del equipo Pumas de la UNAM y Gustavo Hernández jugó con los Diablos Rojos del Toluca; Federico Schroeder, con el Atlante, y Pascual Ortiz Rubio en el América.

—Me intriga que jugara usted de catcher. Tengo la impresión de que es la posición más aburrida del beisbol —pregunto a Slim en entrevista.

—No, es más aburrido ser fielder: nunca llega la bola —risas—. Qué va a ser aburrido ser catcher. Yo no era bueno. El catcher es el que maneja al pitcher. La combinación pitcher-catcher es lo más importante en el beisbol. Nada más imagínate: el catcher se tiene que poner de acuerdo con el pitcher. Le tiene que decir cómo es cada bateador, dónde lanzarle, para dónde ponerle la bola. Por eso a veces no se ponen de acuerdo y falla.

—¿Entonces usted era buen catcher?

—No, bueno, pues era cáscara.

—¿Y bateaba bien?

—Fui muy bueno bateando y después, de repente, empecé a batear mal. Pero era muy bueno bateando primero, y luego entré en un slump. Yo no sé si porque con este ojo soy miope —se toca el ojo derecho.

Slim también practicó el atletismo durante esos años. En especial le gustaba el lanzamiento de bala, jabalina y disco en el campo.

—A mí me encanta el atletismo. Es más, me gusta más que el beisbol.

—¿O sea que ve más las Olimpiadas que la Serie Mundial de las Grandes Ligas?

—Sí.

—Eso sí que es revelador. No lo había escuchado. ¿Y la bala es lo que más le gusta del atletismo?

—No, me gustan las carreras. Por ejemplo, tú sabes qué es lo más rápido que corre el hombre, ¿no?

—No.

—Son como 40 kilómetros por hora. Lo más rápido. A lo mejor un poco pasadito en tramos chicos; en tramos medianos, entre 100 y 200 metros, nunca ha llegado a 40 kilómetros. Sólo en relevos: en relevos pasa de 40 kilómetros. Tú tienes 40 kilómetros, luego baja en 200, casi corres igual; en 400 todavía es rápido, pero después de 1500 la velocidad, distinta entre 1500 y 40 kilómetros, no es mucha. De correr 1500 o una milla no baja mucho la velocidad. ¿Has visto correr los 10 000 metros? Agarran unos ritmos fantásticos. Todo eso donde hay números.

—Pero dígame algo: ¿le gusta más ver la acción o ver los números?

—Me gusta ver a los atletas, pero también las estadísticas. Es lo que te dije al principio. Cualquier actividad humana que conoces y sabes cuánto corre y quién corrió y tan tan: entre más sabes de algo, más lo disfrutas. Más sabes de música, más lo disfrutas, o si sabes de teatro, de arte o de arquitectura, vas disfrutando más. Entonces, entre más sabes de deporte, y sabes lo que pasó y cómo lo hizo. Por eso Jesse Owens… ¿Sabes quién es Jesse Owens? La «leyenda negra». Ése corrió en la Olimpiada de Berlín e hizo enojar a Hitler porque ganó todo: ganó 100 metros, 200, salto largo, pero en 100 metros hizo 10.3 segundos. Ahorita hacen 9.58.

—¿Y todas estas estadísticas las tiene aquí —en la cabeza— o tiene archivos?

—Las tengo aquí —señala su cabeza—. Bueno, en un cuaderno sí tengo una grafiquita de velocidades.

—Pero buena parte está en la cabeza, ¿no?

—Y si se queda, bien. Si no, no me importa.

Más allá de sus aficiones deportivas, la rutina académica del Slim universitario durante los primeros años era tomar clases entre las siete y las 11 de la mañana, para regresar a las cuatro de la tarde y a veces acabar a las 10 de la noche. Por lo regular, en el receso del mediodía practicaba algún deporte, estudiaba y comía con sus amigos. Algunos de sus más cercanos en aquella época eran Luis Ramos Liñán, José Campa y Sergio Covarrubias, con quienes había estudiado en la Prepa 1.

De acuerdo con Fructuoso, Slim no era nada serio:

—Le gustaban las pachangas y le gustaban las chavas y todo. Era un estudiante regular, o sea, era buen estudiante pero sin ser de los matados. Tenía una enorme facilidad para las matemáticas, al grado de que él empezó a dar clases de esa materia en la facultad, cuando estaba en cuarto de ingeniería.

Una de las anécdotas que más recuerda Fructuoso sobre Slim ocurrió durante un viaje de prácticas realizado a Estados Unidos durante 45 días en un camión Mercedes Benz. Como en cualquier odisea juvenil de este tipo, las bromas pesadas estaban a la orden del día.

—Cada vez que comentamos esto, Carlos se muere de risa. Estábamos en un hotel de Houston, que se llamaba Shamrock Hilton. Ahí todos nos metíamos a las habitaciones de todos y él entró en la mía. Yo estaba desnudo totalmente. Alguien tocó la puerta y él me dijo: «Abre, que tocan». Entonces abrí. Ya estaban de acuerdo: Carlos me empujó y me sacó al pasillo, desnudo. Abrían puertas y, ¡córrele!, yo iba y las cerraban. Luego por ahí venían unos gringos y yo desnudo totalmente. Con esa broma que me hizo, ¡uta!, se botaban todos de risa.

Otras anécdotas de ese viaje sucedieron en los bares de Nuevo Orleans. Fructuoso las relata pero prefiere que no sean publicadas.

Sin embargo, los viajes no eran de paseo, sino para visitar obras de ingeniería civil que ayudaran a los jóvenes estudiantes en su proceso de formación. El profesor Carlos Insunza, quien luego se convirtió en gran amigo de Slim, solía organizarlos. En Estados Unidos visitaron plantas hidroeléctricas y puentes viales, mientras que en México iban a todas las obras de vanguardia, como el puente de Coatzacoalcos, Veracruz, o la presa de La Amistad, en la frontera entre México y Estados Unidos.

—Esto nos daba mucha hermandad porque convivíamos, desayunábamos, comíamos, cenábamos y pachangueábamos juntos. Entonces siempre había anécdotas y había de todo; nos acordamos tanto de los viajes que la gozábamos realmente.

—¿Otra anécdota que recuerde de esos viajes? —pregunto a Fructuoso.

—En un viaje de prácticas… Si publican esto no le va gustar mucho, pero déjame ver… En un viaje de prácticas, no me acuerdo del lugar, creo que fue por Guanajuato, él llevaba un carro, un carro viejito. Bueno, no muy viejito, un Ford. Se separaron del grupo porque iba el camión. Y estos condenados se trajeron a unas chavas de allá.

—¿De Guanajuato?

—Sí, unas prostis. Desde allá se las traían en el carro hasta acá, a México. Fue un relajo el que se armó… En fin, tantas anécdotas. Le encantaba. Era muy alegre. Le gustaba todo, como una persona normal.

En 2007, cuando se cumplieron cinco décadas no de titulación, sino del año que marcó su generación de la Facultad de Ingeniería Civil, Slim financió una serie de actividades que duraron varios días e incluyeron desde una rocanroleada —a la que el empresario y sus excompañeros acudieron de chamarra de cuero y jeans— hasta visitas grupales a balnearios de las afueras de la ciudad de México. También hubo una comida en el Jardín Botánico de la UNAM, varios desayunos, varias cenas-baile —algunas amenizadas por Angélica María y Enrique Guzmán—, así como un concierto especial de la Orquesta de Minería en la Sala Nezahualcóyotl. La actividad de Slim y sus antiguos compañeros no paró ahí. Fructuoso relata:

—En agosto de 2007 hicimos un recuerdo a nuestro padrino de generación, el ingeniero Bernardo Quintana Arrioja, presidente de Ingenieros Civiles Asociados (ICA). Nosotros y Carlos Slim logramos que al ingeniero Bernardo Quintana lo pusieran en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Luego nos trasladamos a Tequisquiapan; de ahí fuimos a festejar las fiestas patrias. Nos fuimos a un hotel: hotel Tequisquiapan. También estuvimos en el Museo de Cera, en la calle de Londres, cuyo propietario es nuestro compañero. Ahí hicimos una cena muy agradable. Y luego Luis Pecman, otro compañero, dio un concierto junto con un grupo que cantaba las canciones de Chava Flores. Y para terminar hubo una ceremonia religiosa en el templo de San Francisco con el coro Convivium Musicum y con la Orquesta de Minería. La misa de coronación de Mozart. La misa la dio Roberto Oliveros Maqueo, jesuita, compañero de nuestra generación, quien terminando segundo semestre de ingeniería decidió irse de jesuita y cursó el doctorado en Roma. Luego tuvimos la cena-show en el Palacio de Minería. Hicimos todo un programa durante todo el año.

Durante la jornada de festejos también publicaron una edición especial de Orbe la revista estudiantil de aquellos años en la Facultad de Ingeniería Civil, en la que aparece un jovial y desafiante Slim haciendo el tancredo, ese arte que consiste en ponerse en un ruedo delante de un toro sobre una silla, sin moverse. Esto sucedió en el rancho El Charro el 8 de agosto de 1959.

—Carlos lo hizo perfecto. No es fácil porque el toro viene a ti. No debes moverte porque éste sigue el movimiento. El chiste es tener los huevos para no hacerlo. Y este cabrón lo hizo. A mí me ha dicho: «Es uno de los momentos más emocionantes que he tenido en la vida».

Slim me confirmó después que ese tancredo ha sido «la emoción más espontánea, más fuerte que he tenido». Le muestro la revista que tengo de 1959 y me dice que al año siguiente hizo otro:

—Esa vez el toro me embistió tres veces y no me tocó. Ya que llegaba hasta donde yo estaba, se retornaba. Creían que me había pasmado y no sé qué tanto inventaron que me había pasado, pero recuerdo que toda la plaza se volvió loca. También fue en el rancho El Charro, allá en Ejército Nacional.

Los festejos por el quincuagésimo aniversario de la generación en la que estudió Slim fueron pagados entre todos, pero el empresario puso la mayor parte, al decidir que si había algunos que no tuvieran, él se haría cargo. Fructuoso cuenta lo que le pidió:

«—No quiero que falte nadie de la generación a los eventos. Yo voy a pagar lo de ellos sin que les digas. Tú nada más diles que no tienen por qué pagar, que hay un fondo y se acabó, pero no quiero que les digas que lo pagué yo.

»Ésos son detalles. No es la cantidad de dinero, que puede ser mucho o poco o nada para él: es el hecho. Y a nosotros, por ejemplo, en nuestros eventos, pues nos decía:

»—Oye, ¿no vas a traer nada de show?

»—No, no tengo presupuesto.

»—Pues trae. Necesitamos que venga aquí fulano de tal. A ver, consigue a la Chavelita, esa que sale en la televisión. La que se confiesa con el padre de forma muy simpática en sketches.

»Ésa la llevamos a un show porque le gustó a Carlos y porque es muy dadivoso».

—¿Cómo son las fiestas de cumpleaños del ingeniero? —le pregunto.

—Se las organizan sus hijos y he tenido la suerte de que me hayan invitado.

—¿Pero son más tranquilas o más serias, o son también de mucho baile?

—No, no, no: 40 o 50 personas, amigos y familiares nada más.

—Cuando está en la calle, parece que no tiene mucha seguridad.

—Trae mucha seguridad, pero como si no la trajera. Él maneja, no trae chofer. Obviamente los escoltas que trae lo tienen que cuidar, eso es natural. Un día me dijo: «Vámonos». Y fuimos a Toluca, al aeropuerto de Toluca. «Maneja tú». Y ahí venía yo manejando. «¡Ay, qué pendejo eres para manejar, cabrón!», me decía a cada rato. Le dije: «Pues si esta pinche madre pesa un chingo». Como son blindados, entonces uno no está acostumbrado. Le hace uno así y se hace el carro…

—¿Y qué auto era? ¿Un Mercedes?

—Sí, un Mercedes, o camionetas, le vale madres.

—¿Cuando él estaba en la facultad tenía coche?

—Sí, pero uno modesto. Algunos teníamos la suerte de traer coche, que no éramos muchos. Pero que dijéramos que Carlos traía chofer o eso, para nada, para nada.

—¿Se imaginaba en aquella época lo que pasaría con él?

—¿A dónde iba llegar? ¿A ser el hombre más rico del mundo? No, nunca nos imaginamos.

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