Slim

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20 Empresario

De acuerdo con sus compañeros de estudios, Carlos Slim no parecía tener un perfil de empresario cuando estudiaba en la UNAM. A algunos los sorprendió que en diciembre de 1967, seis años después de haber salido de la facultad, los invitara a formar un club de inversiones. Se trataba de algo inusual, ya que la mayoría de los ingenieros recién egresados optaba por trabajar de manera directa en el ámbito de la construcción, que era el camino habitual para un ingeniero civil. Fue por ese tiempo cuando Slim, ya casado con Soumaya, fundó Carso y empezó a trabajar como corredor de bolsa. Algunos de sus amigos creen recordar que les dijo que había estudiado una maestría en inversiones en Estados Unidos, aunque este dato se omite en su autobiografía oficial.

Cuando el Che Guevara inspiraba a cientos de estudiantes latinoamericanos, uno de los héroes de Slim era Jean Paul Getty, quien además de ser millonario cobró fama como escritor motivacional. En su libro Cómo ser rico describe a cuatro tipos de personas:

Las que trabajan mejor por sí solas que con una empresa.

Las que buscan ser las más importantes dentro de una empresa.

Las que sólo aspiran a recibir un buen salario.

Las que no tienen ninguna necesidad o deseo de prosperar y se conforman con lo que tienen.

Los que se ubican en las primeras dos clasificaciones podrían conseguir la riqueza económica porque —abracadabra— cuentan con una «mentalidad millonaria», explicaba Getty. El magnate estadounidense decía que su secreto para lograr su riqueza era levantarse temprano, trabajar hasta tarde y encontrar petróleo. La principal fuente de su fortuna era Getty Inc., un emporio energético que desapareció cuando fue adquirido por Texaco, años después de su muerte. Getty gozaba también de fama de no gastar dinero. En la literatura de los magnates, además de ser el billonario pionero, suele ser calificado como «el hombre más tacaño del mundo».

—Sí leía a Getty en Playboy. No es que viera las fotos de las muchachas… Bueno, también las veía, pero no compraba la revista. Estaba en las peluquerías —me cuenta Slim en entrevista—. Pero al que más admiro como empresario es a mi papá, y de empresarios hay muchos que tienen cosas notables, de los que les puedes aprender mucho, pero en la vida personal no te convencen. Yo creo que a todo mundo le puedes aprender de lo que hace bien, aunque también de lo que hace mal. Del siglo XX, te diría que el mejor empresario, en mi opinión, es Edison. Era un gran inventor, desarrollaba los inventos, era un gran científico, probablemente mexicano, o cuando menos latino porque era Thomas Alva Edison. Y estupendo, extraordinario; por más que lo critiquen, él inventó todo. Un día ve en internet cuántas patentes tiene.

El mismo año en que AT&T envió al espacio el primer satélite experimental de telecomunicaciones, cuando Los Beatles lanzaron su primer disco sencillo, Slim se graduaba como ingeniero civil en la UNAM. Su tesis, «Aplicaciones de programación lineal a algunos problemas de ingeniería civil», es un documento dedicado a la memoria de su padre. El joven Slim empieza el último capítulo de su trabajo con una frase que hoy semeja un anticuado eslogan publicitario: «Con las calculadoras electrónicas es posible sumar, restar, multiplicar y dividir con una rapidez asombrosa».

Fructuoso Pérez García recuerda que sus maestros celebraron ese proyecto, aunque un Slim de 22 años de edad también intentara refutar teorías de Einstein. A principios de la década de 1960 la programación lineal era un modelo matemático novedoso para resolver problemas, por lo que resultaba un terreno espinoso para un estudiante recién graduado. Slim había ensayado una tesis audaz. El modelo había sido aplicado en secreto por el ejército de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial para organizar mejor las ofensivas militares, con un algoritmo que permitía elegir las actividades necesarias para lograr una meta entre todas las alternativas existentes. En su tesis, el ingeniero que estudió para construir puentes y presas pronosticó que las calculadoras electrónicas revolucionarían la forma de hacer negocios en el mundo. Medio siglo después, las calculadoras, artefactos de museo, lo siguen ayudando a conservar el control minucioso de su fortuna cuando alguien le cobra una factura.

El miembro de una comitiva peruana con que Slim visitó Machu Picchu relata que después de llegar a la ciudad sagrada de los incas el magnate se apartó un momento del grupo para ponerse a hacer números. De acuerdo con su testimonio, al cabo de media hora se reintegró y dijo que ya tenía un nuevo modelo para implementar un sistema de telefonía celular en Sudamérica. También en Perú, pero en Lima, un ejecutivo relató una anécdota de Slim, a quien define no como alguien al que no le gusta perder, sino como alguien que siempre quiere ganar. Estaban en Lima visitando un museo y Slim le preguntó al ejecutivo cuántas piezas de artesanía calculaba que había en exhibición. El ejecutivo le dijo que no tenía idea. Slim insistió:

—Treinta mil —dijo el otro, que conocía la fama de certero para el cálculo de Slim.

—No —respondió Slim—, hay más de 45 000.

Entonces apareció uno de los guías y Slim le pidió que le dijera el número mágico, confiado en que ganaría:

—Treinta y tres mil —le respondieron.

Slim miró a su colega con enfado y le dijo que a la próxima le ganaría.

En una entrevista con el periodista estadounidense Larry King, éste le preguntó a Slim si sabía leer un balance general y si se creía afortunado por eso:

—Creo que aprendí cuando tenía como 20 años, porque no entendía por qué había lo mismo de un lado del balance y del otro…

—… porque tenían que cuadrar —atajó King.

—Hasta que entendí que una parte es lo que tienes, otra lo que debes y la diferencia es tuya. Es sólo aritmética.

—¿Simple?

—Muy simple. Cualquiera lo puede hacer.

Este diálogo acabó con una sonrisa pícara de King.

Usar la calculadora para sumar las donaciones del mexicano más rico del mundo nos generaría la impresión de que se trata de un paladín de la filantropía. Sin embargo, en comparación con otros multimillonarios, con una fortuna acumulada de 75 000 millones de dólares, la escala de generosidad de Slim resulta mediocre. Con todo su dinero podría pagar dos veces la deuda externa de Líbano y todas sus investigaciones de salud podría financiarlas con lo que gana en tres semanas. El dinero que ha regalado a Bill Clinton le costó una semana producirlo. La donación que recibió Shakira, sonriente, no le quitó ni un día completo de su tiempo. Es como si los límites de su generosidad no excedieran el número de dígitos de la calculadora en su escritorio.

No obstante, Slim es un personaje complejo que no merece la definición de mero tacaño. No regala dinero porque aspira a que su dinero siga produciendo más dinero, con él en medio. Diego Fonseca lo considera «hijo de una escuela perdida: la de la CEPAL» (Comisión Económica para América Latina y el Caribe). Al término de sus estudios de ingeniería civil, Slim viajó a Santiago de Chile para estudiar un posgrado en programación industrial en el Instituto Latinoamericano de Planeación Económica, un organismo creado por un fondo especial de la ONU. Durante ese tiempo descubrió y estudió las tesis de Raúl Prebisch, un economista argentino que recomendaba a los futuros empresarios: «Antes de pensar, observar».

Slim, explica Diego Fonseca, «puede inscribirse en la escuela desarrollista en el sentido amplio: un empresario formado intelectualmente en los sesenta, cuando se creía que se podían construir grandes burguesías latinoamericanas como modelo autónomo de desarrollo al capitalismo de las naciones centrales». Y 50 años después así fue. El empresario es la punta de lanza de un capitalismo latinoamericano que en la década de 1960 parecía muy remoto.

Las enseñanzas chilenas de Slim durante ese decenio resultan claves para entender su forma de hacer negocios en la actualidad.

Lo que Slim hizo con el empresario que le ofreció un calendario de fotos de Navidad es muy propio de él: compra de oportunidad. Tiene el capital y el otro tiene una deuda (hizo un trabajo sin asegurarse primero el precio, y tiene compromisos con quienes le proveyeron el trabajo); Slim sacó ventaja de la imprevisión del otro (que no se aseguró el precio primero) y lo sometió a una ecuación que podría llamarse de «valor presente neto»: o te quedas con nada, o al menos tomas esto. Es duro, es jodido, pero el otro debió preverlo: él pensó en un mecenazgo, quizá; pero Slim estaba haciendo un negocio.

Cuando Slim acabó su carrera de ingeniería civil, primero intentó hacer una arriesgada tesis de cuestiones estructurales, pero al final desistió. Luego le propusieron enfocarse en la programación lineal. Así, a los 22 años de edad, vio en el periódico el anuncio del «Tercer curso de desarrollo económico y evaluación de proyectos» que ofrecían en conjunto la ONU, la CEPAL, la UNAM y el gobierno de México. Entre las materias estaba programación lineal. En 1962 entró a ese curso de cuatro meses, el cual acabó con un promedio de 9.8 que sorprendió a sus maestros, ya que los economistas que estudiaban con él habían alcanzado apenas ocho de promedio. Por esa calificación fue invitado a irse a Chile a tomar un curso de ocho meses organizado por la CEPAL. Slim llegó a la mitad del curso, ya que prefirió brincarse la parte de introducción y enfocarse en las clases de programación industrial.

Según Slim, disfrutó mucho vivir esos meses en Santiago y se mantuvo al margen de las discusiones teóricas que había:

—La escuela de la CEPAL era de los estructuralistas contra los monetaristas. Algo así que no entendía. Al final unos estaban a la izquierda, y los otros, a la derecha, y los dos iban al centro y coincidían. Yo lo que te digo es que la programación lineal es optimizar chingaderas; o sea: simplificar cosas, sintetizarlas, entenderlas y hacerlas más eficientes.

Durante su estancia en Santiago aprovechó para viajar por Sudamérica y conocer Buenos Aires, Argentina, y São Paulo, Brasil, una ciudad que lo dejó impresionado por su estructura urbana. Al regresar de Sudamérica se enfocó en terminar su tesis, recibirse formalmente como ingeniero, dar clases en la Universidad Iberoamericana y en el «Cuarto curso de evaluación de proyectos y desarrollo Económico» de la CEPAL.

Por entonces el futuro magnate tenía 23 años. Un año después, en 1964, decidió tomar un periodo sabático y primero se fue a Nueva York, luego a Europa y finalmente a Jezzine, la aldea de Líbano donde nació su padre. Se quedó en hoteles de Manhattan y aprovechó al máximo la Feria Mundial de Nueva York que se celebraba ese año. También recuerda haber ido a la Bolsa de Nueva York a leer en solitario, en la biblioteca, libros de análisis y material referente a un programa de inversión que se llamaba Monthly Investment Program (MIP). Después se dirigió a Europa y viajó por Ámsterdam, París, Madrid y Roma, hasta que llegó a Líbano, el país de sus ancestros.

Y unos meses después Slim estaría listo para volver a México e iniciar su carrera formal como empresario en 1965.

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