Slim

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25 Filantropía

Cuando Carlos Slim anunció que donaría 40 millones de dólares para investigaciones de salud, declaró su hipótesis del altruismo: «Nuestro concepto se enfoca en realizar y resolver las cosas, en lugar de dar. No ir por ahí como Santa Claus». El dinero que dio ese día ha servido para que su Instituto Carso envíe médicos a comunidades indígenas de la sierra tarahumara y de Chiapas a que ayuden en labores de parto. O para atender 6500 trasplantes e investigar problemas de riñón como los que padeció su esposa Soumaya.

—En la parte filantrópica —me dice Slim con entusiasmo— lo que más me interesa es la educación y la salud, y yo lo veo más o menos así: empezamos con la nutrición de la madre durante el embarazo, luego la atención perinatal, que el niño nazca bien, que no tenga hipoxia; la nutrición del niño durante los dos años en que le crece el cerebro, desnutrición infantil y educación infantil, desde educación temprana. Entonces, no vas a tener resuelto el problema, pero ahí vas teniendo gasto social o inversión social, como le quieras llamar, es igual, que puede ser hecho por el Estado o puede ser hecho por los privados. Al final del día, para que acabes con la pobreza, tienes que generar los empleos para que esa persona en el futuro tenga un empleo. Para que ese niño, cuando sea joven, tenga un empleo y su trabajo no sólo sea importante para la sociedad, sino para la dignidad de la persona. La realidad es que el trabajo no sólo es una responsabilidad social; es una necesidad emocional. Tú trabajas a veces porque necesitas, porque tienes que estar activo; te identificas, te da dignidad hacer este proyecto y el otro; forma parte de los intereses vitales de los seres humanos.

El dinero de Slim también ha sido usado para capacitar a 5000 personas que trabajan en centros de tratamiento contra las adicciones y para crear equipos de atención psicosocial a pacientes en fase terminal en hospitales públicos. Su instituto de salud ha financiado el estudio de las bases genéticas de la diabetes y varios tipos de cáncer, además de la búsqueda de vacunas contra la enfermedad de Chagas y la Leishmaniasis.

Mientras que a Slim no le interesa el trabajo de regalar a tiempo completo, Warren Buffett, el empresario que compite con él en la lista de Forbes inversor de un sinfín de compañías que van desde Nike hasta Coca-Cola, cree en la filantropía a otra escala. Buffett ha donado 31 000 millones de dólares, más de la tercera parte de su fortuna, a una fundación de caridad que lleva el nombre de Melinda y Bill Gates, el otro ultrarrico del mundo, con quien Buffett sí comparte esta visión de la generosidad. En tanto que Buffett dejó de administrar sus negocios para dedicarse a la filantropía, el magnate mexicano administra los suyos desde otra balanza. «A Slim no le gusta ni siquiera la palabra “filantropía”. Prefiere llamarla “inversión social”», me dijo un antiguo ejecutivo de Telmex, quien desde su punto de vista Slim «no es generoso ni con él mismo».

El mexicano más rico del orbe no siempre tiene chofer. En ocasiones él mismo conduce su automóvil Mercedes Benz en el tráfico desesperante del Distrito Federal. Muchos de sus amigos más cercanos lo encuentran tan normal como cualquier persona. Alfonso Ramírez Cuéllar, un respetado líder campesino que defiende a deudores bancarios, dice que a veces Slim lo cita para hablar de economía y que es un tipo amigable y común en su trato: «Slim es un cabrón que casi siempre anda en calcetines en su oficina. De traje y sin zapatos. Por cosas así me cae bien», dice. «Hace cuentas con las manos y a veces usa una calculadora».

Slim es un personaje fascinante por la paradoja de contar con tanto dinero sin ostentarlo. Cuando viaja fuera de México, duerme en hotel, en casas rentadas o de amigos, porque decidió no comprar para su uso personal ninguna mansión en el extranjero: presume que ha vivido 30 años en la misma casa. Su equipo de prensa difunde que la ropa que viste proviene de cualquiera de las tiendas Sears de su propiedad y no de la sofisticada Saks.

Cuando fundó el banco Inbursa decidió no registrarlo ante la Asociación Mexicana de Bancos porque le pareció caro pagar medio millón de dólares para obtener la membresía, que incluía el uso de las instalaciones de un exclusivo club deportivo. Intelectuales y periodistas influyentes que han sido invitados a comer a sus oficinas de Lomas de Chapultepec relatan que los alimentos a veces son traídos de la cocina del Sanborns más cercano, una antigua cadena de farmacias que luego incorporó restaurante, pastelería y ahora es la mayor librería de México. A mí sólo me tocó ver la típica vajilla blanquiazul de Sanborns entre algunos de sus papeles.

En acontecimientos importantes, Slim suele comportarse sin sofisticaciones: muchas veces prefiere Coca-Cola light que vino tinto, y en actos públicos lo he visto comiendo cacahuates estilo japonés con la mano. Es un fumador retirado, aunque de vez en cuando enciende un puro.

Luis Maira conoció a Slim cuando fue embajador de Chile en México. Al intentar explicar a los sudamericanos quién era el mexicano más rico del orbe, el también sociólogo chileno definió al empresario como un hijo de aquella Revolución mexicana que acabó con la vieja aristocracia y permitió el surgimiento de nuevos ricos sin ningún tipo de linaje. Tras reunirse y conversar en privado con Slim, Maira hizo la observación de que el magnate «habla como si no fuera rico».

Su casa principal está en la colonia Lomas de Chapultepec y sólo tiene seis habitaciones. Aunque en las paredes del interior hay obra de El Greco, Pizarro, Monet y Renoir, los muebles parecen ser los mismos desde la década de 1980, cuando se mudaron ahí Slim y Soumaya. En una decisión inusual, en 2007 el multimillonario abrió las puertas de su casa para que la filmara María Celeste Arrarás, conductora de un programa de Telemundo cuyo nombre describe con fidelidad lo que es: Al rojo vivo. Durante el recorrido, Slim explicó que él y su esposa optaron por una casa así porque una demasiado grande habría impedido que existiera mayor interacción familiar. Aseguró que sus tres hijas dormían en una misma habitación, y sus otros tres hijos, en otra.

Aquel recorrido por la mansión preferida de Slim acabó con un diálogo juguetón entre él y la comunicadora:

—Su esposa falleció hace unos ocho años. Yo sé que fue algo doloroso. ¿Usted ha pensado en rehacer su vida? ¿En volver a casarse?

—¿Rehacer mi vida? Pues la rehaces desde…

—Románticamente.

—¿En casarme? No.

—Casarse, no.

—Digo, volver a hacer otra familia, no.

—Pero en salir y disfrutar del sexo opuesto, ¿sí?

—Claro. ¿De qué cara me pinta? ¿Por qué me pregunta eso?

—Porque hay que preguntar. ¿Cómo conoce a las potenciales candidatas?

—Las conozco…

—Hay formas, me imagino…

—Preguntando.

Risas.

—Preguntando…

—No es cierto.

—Y cuando sale con ellas, ¿qué hacen?

—Mm… La siguiente pregunta.

—¿La siguiente pregunta? Okay. Pero, bueno, ¿casarse por ahora no?

—Hay muchos niños… No, no es cierto.

Risas de Slim.

—Bueno, es que me imagino que el hombre más rico del mundo ha de tener muchas candidatas deseosas de tratar de cazar esa presa, por decirlo así. Cuando sale con una mujer, ¿cómo diferencia la que de verdad lo quiere por usted y la que está buscando otra cosa, está buscando dinero?

—Igual que tú lo haces.

—Sí. Se sabe a simple vista.

—Bueno, más o menos.

El dinero y el éxito son un imán para los aduladores y para la gente interesada. Slim dice que sabe convivir con ese tipo de codicia, ya que es parte de la condición humana.

—A una mujer guapa, o a un deportista, o a un roquero lo asedian más que a cualquiera —enfatiza en la entrevista que me dio.

—¿Qué siente usted al tener que lidiar con esa circunstancia de la condición humana? —pregunto.

—La verdad es que hay mucha gente y voy a un lado, la calle o donde sea, y es muy amable conmigo. Yo te diría que afortunadamente la gente es amable conmigo. Quieren sacarse una foto o algo, y bueno, pues te la sacas. En la calle no me están proponiendo negocios.

—¿Cuántos negocios le proponen por día o por semana?

—Bueno, me mandan cartas, pero no las leo.

—Y en el otro extremo está aquí la crítica visceral.

—A veces son los mismos: te adulan por un lado y te critican por el otro. Como algunos de los cuates que has entrevistado, que te platicaron cosas…

—Pero ¿cómo maneja usted internamente la crítica visceral?

—Lo pongo ahí, en la carta que le escribí a los jóvenes.

Slim la busca en su escritorio, encuentra el fragmento y me empieza a leer:

—«Cuando des, no esperes recibir, porque la mano que da roza». Ése es un proverbio chino. Y esto es muy importante: no permitas que sentimientos negativos dominen tu ánimo. El daño emocional no viene de terceros, viene de nosotros mismos. No confundas los valores ni los principios ni nada. Tan sencillo como eso. Cuando te están asediando con cosas negativas, tú no puedes tomarlas. Tú tienes que ver tu vida en positivo siempre; si no, estás amolado. Y como decía mi papá: «Optimismo firme y paciente». Eso está en los principios del grupo. ¿Los tienes o no los tienes?

—Los tengo, gracias. ¿Qué piensa de la codicia?

—De los ciudadanos de a pie que dices, pues muchos, no sé si es por la fortuna o no, pero en la calle, por ejemplo, cuando el centro histórico cambió, lo transformamos, entonces me daban las gracias algunas gentes. La verdad es que la gente es amable. En el Museo Soumaya también me dicen mucho. Si quieres un día vamos por ahí a algún lado.

—¿Es necesario ser ambicioso para ser exitoso?

—No sé a qué le llames ambicioso. Ya te dije que exitoso no es tener dinero. Exitoso es algo más que eso. Vamos a decir: para prosperar profesionalmente, para trabajar, más que ambición es necesario que tengas una vocación definida, que definas bien tu rumbo, qué quieres hacer, y que te esfuerces en lograrlo. Entonces, un problema de trabajo, de talento, de vocación y de equipo, porque al final, si tú no tienes equipo, no puedes hacer bien las cosas. Entonces, tener un equipo bueno, que esté identificado y que tenga los mismos objetivos. O sea que, más que ser ambicioso, tienes que crear un liderazgo. Tienes que ser un líder que puedas organizar a las personas y que puedas hacer que las cosas pasen. Yo creo que ésa es la diferencia entre un empresario y ser un soñador, un planeador y hasta un político. El empresario, para prosperar, para desarrollar lo que está haciendo, necesita tener un buen equipo y hacer que las cosas pasen. Que si vas a hacer un programa de tal o cual situación, que no quede en el papel: que sea de ejecución rápida, que tenga flexibilidad.

—Dice que es un asunto de vocación. Usted, por ejemplo, estudió ingeniería, pero su vocación es el mundo de los negocios.

—Pero yo hago negocios desde los 12 años.

—Le voy a hacer una pregunta más simple. En la historia de su vida, ¿quién ha sido la persona más generosa con usted?

—¿Qué es eso de generoso?

—Pues que le ha dado algo que es importante para usted.

—No, pues mi papá. Mi familia, mi papá, mi mamá. ¿Generosa? ¿Que me ha dado qué? Es que te enriqueces de todo mundo. Estamos hablando de personas, porque lo material es secundario. Aprendes de todo mundo, pero no sólo de personas, sino también de lo que lees, de lo que ves. Luego muchas veces aprendes de las malas experiencias o de los malos ejemplos.

—¿Hasta de los enemigos aprendes?

—Sí, claro. Mira, por ejemplo, hace un año y medio que participé con los muchachos, con los becarios Telmex, en el auditorio, y algo me preguntaron sobre educación y eso. Yo les decía que la maravilla, lo importante, es que los seres humanos podemos discernir cuando hay un buen maestro, que lo reconocemos, que le aprendemos, que lo queremos, etcétera, y los malos maestros quedan como anécdota, como el ejemplo de lo que no debemos hacer. Hasta los malos maestros no te hacen daño. No sé si me hago entender.

—Sí.

—O sea, te hace daño la materia que dio, porque perdiste el interés, pero al mismo tiempo es una gente de la que aprendes, porque dices: ¡n’ombre!, pues este cuate nunca venía a clases, o siempre faltaba, tomaba, no sabía comunicar, no sabía explicar.

—Mi hijo me habló en la mañana quejándose de un pésimo e injusto maestro de español…

—Ahí él aprende que no debe ser así en la vida. Yo tuve mucha relación, mucho tiempo de mi vida, con gente mayor. Aprendía de ella: gentes con ciertas capacidades como empresarios o políticos a los que admiro. Admiro mucho a estos presidentes: a Sanguinetti, a Cardoso. Admiro a Cardoso, pero también creo que Lula lo hizo muy bien en muchos sentidos. A Lagos, a Felipe González…

—Y del expresidente de Uruguay, José Mujica, ¿qué piensa?

—No lo traté, no lo conozco.

—De toda la filantropía que hace, ¿cuál es la acción que más le gusta?

—El próximo… No, yo creo que tenemos un gran potencial de hacer más cosas.

—¿Se acuerda de cuál fue el primer acto de filantropía que hizo?

—La fundación empezó formalmente en ‘86, pero, mira, a lo mejor el primero que hice fue cuando empecé a dar clases. Me pagaron y yo no necesitaba ese dinero. Estaba en tercero y di dos becas.

—¿A quiénes?

—A dos muchachos de la Facultad de Ingeniería.

—¿Y cómo escogía a esos estudiantes beneficiados?

—Se lo encargaba a que alguien lo escogiera. Yo no escojo a los 18 000 muchachos que tenemos. Fue en el ‘59.

—¿Se acuerda quiénes eran?

—No, eran dos.

—¿No sabe quiénes son todas las personas a las que les llega dinero de usted?

—No lo hago para que les llegue. ¿No te platiqué lo de Gibran o sí? ¿Te leo el poema que dice sobre las dádivas?

—Gracias, ya me lo leyó.

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