Sira

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Cuarta parteMarruecos » Capítulo 83

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Candelaria no puso esa noche la mesa en el porche, sino en un rincón del jardín, alumbrada por uno de los faroles y al resguardo de la madreselva. Una mesa pequeña, con dos sillas únicamente.

Félix volvió a traer una botella de vino, pero se desvaneció con la excusa de asistir a la inauguración de algún nuevo local repleto de esos extranjeros que tanto lo seducían, a saber cómo logró que lo invitasen. La matutera, por su parte, anunció que le dolía hasta la rabadilla después de la larga jornada y la noche previa. Soñando con mi catre llevo desde hace horas, criatura, juró justo antes de quitarse de en medio. Previamente le había subido a Phillippa una bandeja con un vaso de leche y algo de fruta; se resistía a abandonar su cuarto la pobre niñera.

Terminaba de anochecer cuando llegó Nick, recién duchado, con ropa limpia, sin su bolsón de cuero. Había decidido instalarse en el propio El Fahrar para el fin de semana, en principio; aún no anticipábamos cuánto y cómo se acabaría prolongando su estancia. Lo esperaba yo con Víctor sentado sobre mis rodillas. Me negaba a separarme de él, como si necesitara rellenar la grieta de su breve ausencia.

Chirrió la cancela cuando entró, traía para mí unas cuantas flores que arrancó de alguna tapia por el camino y un rústico tambor para mi hijo que compró en un puesto callejero a algún rifeño. Sin que yo me levantase, sin saludos ni congratulaciones ni una palabra de por medio, se inclinó hacia mí tan solo y por fin hizo lo que nunca osó en Jerusalén: en mi boca dejó un largo beso.

Fue aquella la primera de muchas noches, la primera de tantas cenas con olor a mar y jazmín bajo las estrellas, el preludio de un inevitable acercamiento entre nosotros.

Nos quedaba por delante el resto del verano, aún no nos preocupaba lo venidero.

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