Si

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El bullicio en aquel antro era insoportable para mí. La música electrónica estruendosa retumbaba contra mi pecho y la gran nube del humo de tabaco mezclado con el olor a cerveza barata se colaba por mis fosas nasales, molestándome. Odiaba ese lugar. Lo odiaba a morir.

¿Por qué estaba ahí? No lo sé, una chica como yo no debería estar en un lugar como ese. Una alumna destacada de la facultad de ciencias políticas no debería pisar nunca un pub de poca monta como éste. Pero aquí estaba.

Era la primera vez que entraba a este lugar, de hecho, era la primera vez que entraba a un antro en general. Mi vida giraba en torno al campus de la universidad, su biblioteca y mi habitación. Son 23 años de vida con una ratina fija, inquebrantable la cual nadie era capaz de perturbar. Lo único diferente que podía pasar en mi vida era que algún Sims se enamorara de mi Sims. Es por eso que no tengo muchos amigos, tengo conocidos, personas que saben de mi existencia porque estamos en grupos de trabajo en la universidad, pero que si me ven fuera de ella ni me reconocerían.

Aunque en esta situación, eso es una gran ventaja. Sí señor.

Ya puedo sentir las miradas posándose en mí, y se siente extraño. No sé cómo describirlo, no me agrada del todo, me siento cohibida, intimidada, pero cada paso que doy adentrándome entre la gente, siento que me miran más y más chicos… ¡y a mí ni siquiera me gustan los chicos! Por eso adoraba ser un cero a la izquierda, el mosquito que revolotea entre los pasillos y nadie nota. Es que, para ser sincera, no soy la gran cosa; mi cabello es castaño y rizado, mi madre dice que cuando le da el sol tiene algunos reflejos rojizos, pero no sé si es verdad, nunca he visto mi propio cabello bajo el sol. Mis ojos son café oscuro, algo grandes y con las gafas, se ven mucho más –uso unos anteojos inmensos, de pasta gruesa, pero es que mi miopía me obliga a usar gafas de 3.5 dioptrías, estoy putamente ciega– ¡Oh! Eso es nuevo, malas palabras en mi vocabulario. Sí, soy una nerd total, mi forma de hablar siempre ha sido un continuo blanco de burlas y risas. Pero que se le va hacer, no me gustan las vulgaridades, no me gusta decir malas palabras. Me gusta hablar lo más correctamente posible.

Quizás, mi forma de hablar es la guinda del pastel de un aspecto totalmente ñoño. Mi piel es blanca como la leche. Si les digo que soy pálida, no me crean, soy lo siguiente y las pecas en mi rostro parecen pequeñas bombillas de luces de neón rosas y rojas. Así que cuando me sonrojo, soy un espectáculo de luces infrarrojas dispuesto a cegar a quien ose acercarse de más.

Por eso agradezco que las luces en este lugar sean tan tenues que apenas pueda ver a dos palmos de distancia. Siento que mi rostro arde, como si tuviera al lado de un horno a gas a 300 grados centígrados y eso solo puede significar que mis mejillas están coloreadas de un rojo intenso. Si le sumamos el calor que siento y las gotitas de sudor que siento deslizándose desde mi frente, perlándome la cara, debo ser un espectáculo a la vista. Uno ridículo, obviamente.

Por eso busco un lugar donde sentarme, ligando que la sofocante temperatura sea más condescendiente en ese lugar y que no torture tanto mi cuerpo… mi cuerpo. Ese es otro tema. Nunca me consideré tener buen cuerpo. Por el contrario, yo creo que mi cuerpo es común, tirando a «solo con un par de tragos encima me le arrimo». Veamos, no soy gorda, pero tengo alguito de pancita fofa, porque odio ejercitarme. Odio cualquier actividad que tenga con esforzarme físicamente. El deporte y yo somos cosas totalmente incompatibles y si nos mezclamos, el universo explosionaría ¡Ka bum! Por esa misma razón mis caderas son anchas, mis muslos son gorditos, mi cintura no es tan delgada –aunque tampoco soy una tabla, tengo algo de formita porque eso sí eh, como saludablemente, odio la comida chatarra– y mis senos… buaj Odio mis senos ¿Nunca han visto una gelatina cuando el mesonero la deja en el plato?, ¿Cómo vibra y vibra hasta que el universo decide que deje de moverse? Otro ejemplo sería los globos de agua cuando están medio llenos. Cuando los tomas del nudo y los muy palabra por C se mueven hasta que les da la gana.

Bueno, así son mis senos. Un paso es como si diera un salto. Así que caminar es como si estuviera haciendo salto marino… o como sea que se llame. El salto que hacen los militares cuando están entrenando. Por mi joven edad, están firmes, tampoco están parados y esbeltos como los de… no sé, esas chicas que encuentras en Tumblr, pero tampoco están caídos. Digamos que están dónde deberían estar… cuando estoy quieta, porque es solo dar un paso y comienzan a bambolearse como si tuvieran vida propia.

¿Ya ven por qué digo que me visto cómo ñoña? Si recapitulamos mi aspecto, senos bamboleantes, igual; franelillas deportivas –aunque odie el deporte– para mantenerlos fijos en su lugar. Lo que quiere decir que también debo usar camisas holgadas para que las costuras del sostén deportivo no se vean tan del asco. Piernas gorditas, igual a pantalones anchos para que no se me vean mis perniles. Pero, en realidad, mis pantalones grandes tienen otra razón… una un poco más… vergonzosa; ¿Qué pasa cuando eres algo rellenita, y tus piernas, tus caderas y tu pompis son gorditos? Voilà, tus labios vaginales también lo son. Ponerme algo ajustado es enseñarle al mundo la forma exacta de mi vagina. Sí, en casa uso leggins y no puedo verme al espejo sin sentir pena, por no importa lo que haga, la tela se amolda perfectamente a su forma, metiéndose dentro de la hendidura, resaltando lo gorda que es.

Mi hermana se burla, dice que tengo un «paquete-vagina», porque se me marca tal cual se les marca el paquete a los hombres, con las obvias diferencias, claro está.

Ropa ancha, gafas enormes, odio maquillarme más allá de un brillo labial y, quizás, algo de rímel. Mi mejor peinado es una cola de caballo o un par de ganchitos que hagan que mi flequillo vaya de lado. Sí, estoy clara que mi apariencia grita nerd a los cuatro vientos ¿Ahora entienden porque soy como un árbol dentro de un bosque? Soy la persona más sencilla y común del mundo. No resalto nada, ni con mi apariencia ni mi personalidad. Quizás por mis notas, pero aparte de los profesores, ¿a quién palabra con M le interesan las notas en la sociedad estudiantil? A nadie. Ah, y para completar, llevo ortodoncia desde hace tres años.

Por eso digo, yo no debería estar aquí, pero aquí estoy.

Y no vine por iniciativa propia.

¿Recuerdan mi vida rutinaria y aburrida que era dizque imperturbable? Pues se fue al garete hace ocho meses.

Resulta que hace escasos 243 días –sí, los cuento, mi manía de controlar todo me puede– estaba leyendo un libro. Un libro de misterio llamado Cell, que a primeras vista, parece ser un libro parodia, incluso su sinopsis lo parece: «Una extraña señal que se propaga a través de los teléfonos celulares convierte a todos los humanos en criaturas sedientas de sangre» Pero Stephen King tiene la habilidad de hacer cualquier historia atractiva y fascinante.

En fin.

Lo hacía tranquilamente en la biblioteca, por que escuchar el ruido de mi hermana y su novio besuqueándose en las tardes. Y cuando digo besuqueándose, me refiero a hacerlo de pies a cabeza. Por eso prefiero ir a la biblioteca. Tenía ya medio año yendo a la biblioteca municipal y sentándome en el mismo lugar, pero ese día, cuando llegué, el bibliotecario, tan majo como de costumbre, me hace un par de señas, señalando la pequeña mesa dónde me sentaba todos los días… y ahí la vi.

A ver, no me juzguen, pero yo me creía una persona asexual. Un ser que no sentía atracción por ser viviente alguno. Pero juro por mi madre que cuando la vi, sentí el típico flechazo de Cupido atravesarme el corazón… qué digo el corazón, la vida misma.

Sonará cliché y todo, pero así lo sentí.

No me importó ver a ese monumento que parecía haber dejado de gobernar los reinos más prósperos y magníficos del antiguo Egipto para venir a leer, casualmente, en la biblioteca de mi comunidad, en la misma silla y mesa donde lo hacía yo. Su largo cabello negro y lacio apenas acariciaba sus hombros y su piel bronceada me indicaba que era una persona a la que le gustaba el aire libre, el sol, correr… sí, deduje que corría por que estaba vistiendo un short de jean corto, a medio muslo y los músculos definidos de sus kilométricas piernas eran dignos de una jugadora de fútbol.

Sus ojos esmeralda ojeaban las páginas de algún libro, pero yo solo podía fijarme en su ceja perforada, la cual se alzaba sorprendida o se contraía escéptica dependiendo de lo que le contaban las letras que leía y los tatuajes que adornaban su brazo izquierdo –igual de definido que sus piernas y su brazo diestro– parecían una galería de arte que se exhibía ante todos gracias a franelilla ajustada de tirantes que usaba.

Recuerdo que pude distinguir dos figuras perfectamente; una era estaba en su hombro, delineándolo perfectamente. Un par de orquídeas rosas, el cual su tallo caía en forma de enredadera hasta su bíceps, heredándose alrededor de él. La otra fue el rostro de las enfermeras que salen el videojuego de Silent Hill con aspecto tan sensual y a la vez tan tenebroso alzándose imponente en su antebrazo. Los otros dibujos no los pude distinguir bien –de momento–, pero sé que eran coloridos e igual de hermosos.

Tragué saliva y me acerqué con pasos tan firmes como el flan y me senté en la silla conjunta a ella. Saqué mi libro y me dispuse a leer desde dónde mi marcapasos me indicaba… mentira, lo menos que hice fue leer. Distinguía dos palabras cuando mis ojos se desviaban en su dirección, como si ella estaba hecha de imanes y al cabo de cinco minutos, desistí de la idea de leer. Cell podía esperar. Así que me dediqué a mirarla disimuladamente.

Pude notar un par de senos discretos, ni muy grandes ni muy pequeños. Más bien normales que podían entrar en la palma de mi mano completamente –sí, doña purísima (o sea, yo) estaba teniendo malos pensamientos con una persona real y no con alguien de alguna historia de ficción o una porno por primera vez en su vida–. También pude notar una pequeña cicatriz a un costado de su boca, justo al lado y muy cerquita de la comisura izquierda de sus labios.

Estaba ridículamente embelesada. Por primera vez en mi vida, recalco, sentía atracción por alguien que estuviera en mi entorno –«mi entorno», porque nunca la había visto, realmente–.

Sin embargo, no todo lo que brilla es oro, y solo bastó que abriera su bocaza para que se me cayera la ilusión.

— La biblioteca tan grande y tú te tienes que sentar a mí lado.

Mi boca se abrió tan grande como el garaje de un tanque de guerra.

Mis ojos la miraron y estaba ahí, mirándome desafiante; su ceja izquierda perforada alzada, su libro cerrado sobre la mesa, con su mano derecha firmemente sobre él en un claro gesto de que había arruinado su lectura, sus piernas cruzadas en una pose egocéntrica.

Todo en ella empezó a molestarme de repente, pero lo que más me palabra con J era que insinuara que yo estaba invadiendo su espacio… ¡ese espacio ya era mío!

Sin embargo, mi «babosidad» era una de mis cualidades especiales, así que lo único que pude balbucear en ese instante fue un: — ¿Disculpa?

— Que la biblioteca es inmensa y hay más mesas y libres en las que puedes sentarte. Yo llegué primero a esta.

— Oye, discúlpame, pero yo ya habí…

— Ni te disculpes, pero por favor, me tapas la luz, ¿podrías moverte a otro lado?

Está de más decir que sentí al mismo volcán Vesubio hacer erupción en mi interior en forma de adrenalina e ira en ese preciso instante y el flechazo de cupido pasó de enamorarme, a sentir ganas asesinas. Estaba hecha una furia y ella pareció notarlo, pues no se lo ocurrió decir otra cosa más que: — Oye, pero tampoco es para que te conviertas en un semáforo en rojo, ¿estás bien?

Estallé; azoté mi libro contra la mesa y me levanté ofendida. No le dirigí la palabra, pero la miré una última vez de arriba abajo antes de girar sobre mis talones e irme de ahí con el murmullo de las risillas de los otros idiotas dentro de la biblioteca. Nunca me había sentido tan humillada en mi vida, ni cuando los estúpidos se reían de mi forma de vestir o hablar. Quizás había sido la atracción previa, pero incluso sentía las lágrimas asomándose en mis ojos por pura frustración.

Caminé rápidamente en dirección a la parada de autobús, dispuesta a ir a casa y no me importaba si mi hermana estaba grabando una película porno con su novio, se tendría que ir aguantar mis rabietas del día. Pero antes de alcanzar la parada, sentí una mano envolver mi muñeca y frenarme en seco. Cuando me volteé, era ella, de nuevo.

— Oye, disculpa, no fue mi intención ofenderte, de hecho, el chico de la biblioteca ya me había avisado que ese era tu lugar. Solo quería hacerte una pequeña broma… no es la primera vez que voy a esa biblioteca, de hecho tenía un par de semanas visitándola y viéndote, pero no me atrevía hablarte y por eso monté toda esa escena estúpida, y ahora la que se siente estúpida soy yo, me siento más estúpida recordándolo de nuevo, de hecho… pero ya puse en su lugar a esos idiotas que se rieron, no te preocupes, aunque nadie me puso en mi lugar a mí y me lo merezco, así que si quieres insultarme estás en tu derecho, aunque eso sería horrible porque yo solo me quería a cercar a ti porque, no sé ni por qué, solo vi que leías a King y yo soy fan de King y dicen que cuando veas a alguien leyendo un libro que te gusta quiere decir que el libro te está recomendando a esa persona, pero no sabía cómo acercarme a ti, por eso hice lo que hice y siento que me estoy repitiendo — aire. Exhaló fuertemente y llenó de aires sus pulmones —. Lo siento.

Dijo al fin, con un expresión tan tierna que contrastaba completamente con lo que expresaba con su físico tan, tan… «Rebelde». Y yo, bueno, yo sentí que cupido me había clavado trece mil flechas más con una ametralladora de avión.

Desde ese día empecé a hablar con ella, no solo en la biblioteca, aunque ese fue nuestro principal sitio de encuentros. Luego pasamos a las conversaciones por whatsapp, a frecuentar lugares fuera de la biblioteca. En tres meses sentí que había conocido a alguien más de lo que había conocido a cualquier persona a lo largo de toda mi vida. Conocí sus miedos, sus amores platónicos. Su comida favorita, lo que más odiaba comer, su música favorita. Sus postres, los lugares que le encantaban, sus hobbys, sus vicios. En fin, sentí que, por primera vez, alguien realmente se abría a mí y yo, como era lógico, también me abrí a ella y descubrimos que éramos dos personas tan opuestas, que parecía surrealista. Éramos la definición perfecta del Yin y el Yan, blanco y negro, agua y aceite y cualquier cosa que sea lo contrario a lo otro.

Y por vez primera, empecé a disfrutar la vida. Comencé a realizar cosas que nunca había hecho en 23 años; fui a un partido de fútbol, comí comida tailandesa, fui a un estudio de tatuajes –a ver como se hacía otro tatuaje en la muñeca, un corazón con una cerradura que, en ese momento, no sabía lo que significaba.

Hice más «locuras» –bueno, para mí lo eran– que en toda mi vida. Y me gustaba, me gustaba mucho, al grado que no podía negarme a lo que ella me pidiera.

Solamente era abrir la boca e invitarme a algún lugar, ver una película y de mi boca solo salía sí, sí, sí. Llegamos al inevitable contacto físico; besos, caricias, manoseos, sexo… y yo solo podía decir: ¡Sí¡

El sexo… está de más decir que nunca había tenido sexo con nadie. De hecho, el mínimo contacto físico con un tercero me resultaba desagradable, pero no exagero cuando digo que no podía negarme a lo que me pidiera. Por eso descubrí, poco a poco, lo que era el sexo para ella.

Era bisexual, no era algo que en realidad me interesara, pues, como dije, yo me consideraba alguien asexual hasta que la conocí. Pero de algo estaba totalmente segura, los hombres no me gustaban. No podía imaginarme estando con algún chico por voluntad propia. No era asco ni mucho menos, simplemente no me atraían. Obviamente, otras chicas tampoco me atraían. Solo lo hacía ella y solo ella…

Como sea.

El sexo entre nosotras sufrió una metamorfosis. Sí, una evolución como las que sufren las mariposas. Primero estuvimos en una etapa larval donde todo era casto y puro, en el que yo iba aprendiendo como sentir placer ante sus caricias, sus toques. Aprendí todos mis puntos de placer y descubrí que el placer más grande que sentía era complacerla a ella. Al aprender eso nos llevó a la etapa pupa, o de capullo, ¿recuerdan que dije que todo lo que podía decir era «sí» cuando me pedía algo? Pues, me di cuenta, una vez más, que no importaba el nivel de su exigencia, no importaba si no lo había hecho antes, no importaba nada. Solo era pedirlo y yo lo haría, sin importar qué y aunque en un principio me daba miedo, poco a poco empecé a sentir el verdadero placer que me proporcionaba verla a ella satisfecha por mi obediencia. Los orgasmos que me proporcionaba aumentaban de intensidad mientras la locura era aún más… loca. Y sus exigencias se fueron haciendo más grandes, más atrevidas, más morbosas, más perversas… al punto de que sentía que era una nueva yo. Pero para bien.

Ahí llegamos al punto de la eclosión. Me había convertido junto a ella en una mariposa, llena de vida, de esplendor. Me sentía hermosa, querida, amada, deseada. Ella me hacía sentir así y yo comencé a darme cuenta que el mundo no era una Mátrix dónde un marciano nos controlaba a su antojo. Mi vida era mía y mientras más la viviera, más feliz era.

Es por eso que ahora me encuentro aquí, tragando humo de tabaco expulsado por un centenar de personas, bebiendo una cerveza con alcohol –algo que no había hecho en mi vida– y esperando… realmente no sé.

«— Ve al pub a las 10 en punto, yo estaré ahí, te estaré viendo aunque tú no me veas a mí.» Fueron una de sus peticiones.

Pero esas no fueron las únicas. Haber venido fue una de sus exigencias. Yo ya estaba cumpliendo una; ir vestida tan provocativa que todos los hombres desearan empotrarme contra el primer muro que se les atreviese y cogerme.

Sí, ahora era capaz de decir esas cosas.

Por eso mi vestimenta era… especial esta noche ¿recuerdan mis senos bamboleantes? Pues esta vez no estaban protegidos por un sostén deportivo. De hecho, lo único que los cubría era la fina y suave tela de seda de una blusa blanca sin mangas y con un escote en V que dejaba ver una buena porción de piel, cubriendo estratégicamente la zona de mis areolas y mis pezones, los cuales se podían apreciar de igual manera erguidos a través de la tela.

Mis piernas estaban enfundadas en un leggin negro, tan ceñido que la tela se amoldaba perfectamente en mi anatomía, introduciéndose entre mis nalgas, marcándome el trasero perfectamente. Ni hablar de mi zona más íntima… cuando me miré en el espejo antes de salir, pude ver la tela apretada entre mis labios vaginales y los labios brotados que sobresalían a los lados. Es más, estaba casi segura que si me fijaba bien, podía notar el bultito del clítoris también. El leggin era sencillamente una segunda piel oscura, que no dejaba absolutamente nada a la imaginación.

Mis botas de tacón alto contoneaban mis piernas, dándole el aspecto elegante que no tenían por sí misma y el collar de planta que se introducía delicadamente dentro del nacimiento de mi escote daba el último toque a mi vestimenta.

Estaba más maquillada que de costumbre. Me había atrevido a ver tutoriales de maquillaje en Youtube para aprender. Rimel, polvo, rubor y un labial de un tono carmín suave era perfecto para mi atuendo y un peinado casual, pero acomodado, con mis onduladas puntas cayendo en cascada sobre mis hombros, adornadas con algunas extensiones plateadas que combinaban perfectamente.

Calorrrr.

Pensar que iba vestida así me daba calor. Pensar que el chico de la barra miró más mis tetas que mi rostro me daba calor. Pensar que el chico de al lado tiene rato mirándome la entrepierna me daba calor. Pensar que había sentido más miradas en mi culo que en toda mi vida, ¡me daba mucho calor!

Pero era un buen calor.

«— Disfruta ser el centro de atención, disfruta sentirte la chica que le quita el sueño a todos, disfruta sentirte deseada.»

Sí, sí, sí… ¡Sí!

Por el demonio que lo estaba disfrutando. Me sentía la mejor más hermosa del universo, la mujer que estaba más buena y que cualquiera de las personas dentro de ese antro de mala muerte darían lo que fuera por estar conmigo.

Y no estaba tan equivocada.

Después de terminar mi cerveza y antes de yo pedir otra, el camarero me ofreció otra –no sin darme la respectiva mirada al escote–. — Es de aquel chico. — Me dijo y yo sentía que algún depósito de adrenalina se había desbordado en mi interior, pues mi corazón comenzó a latir tan de prisa que sentía que se me iba a partir el tórax.

Volteé a verlo y él me alzó coqueto su propia cerveza, sonriéndome galante. Como dije anteriormente, no me atraen los chicos, pero eso no me limita a saber cuándo alguien es bien parecido, y él lo era. Su cabello era rubio, ni muy largo ni muy corto, y estaba peinado descuidadamente, no podía notar sus facciones a la perfección porque las únicas luces que había en el lugar eran de neón rojas, azules y verdes. Pero si pude apreciar el par de pendientes brillantes que resaltaban en sus orejas y a los pectorales formados que se dibujaban perfectamente en su chemise color azul eléctrico.

Le sonreí de regreso, alzando mi cerveza como quien está acostumbrada a recibir bebidas brindadas toda las noches y le di un sorbo a la botella.

Desde ese momento empezaron el intercambio de miraditas coquetas, risitas y sonrisas pícaras que gritaban a todas luces «acompáñame esta noche».

«— Quiero que seduzcas a un chico, al que te resulte más atractivo »

Sí…

Bueno, no sabía si él era atractivo realmente, pero creo que entraba en los cánones de bellezas establecidos socialmente. Las chicas a nuestro alrededor lo miraban con deseo y a mí con furia. Aunque algunas me miraban con deseo igual, lo que aumentaba el calor de mi cuerpo y me causaba satisfacción, pues era lo que ella me pidió.

El chico se acercó a mí después de unos minutos en los que captó mis señales obvias y se me presentó, galán. Era obvio que no era la primera vez que salía de «cacería», no puedo negarlo, sabía cómo hablarle a las mujeres. En media hora de conversación, supo que decirme exactamente para sentirme la mujer más deseada del planeta tierra. Cada una de las frases que escogía era perfecta, inflaban mi ego y me animaban a seguir con el juego que ella quería que jugara.

Me sentía una genuina Diosa del olimpo ¿Daphne?, ¿Athenea? Pff. Yo.

Y al cabo de un par de minutos más, me pidió ir a bailar.

Mi corazón dio un vuelco en ese instante y los latidos se multiplicaron por mil. La adrenalina corría como un tsunami por mis venas y mi boca se sentía seca, sedienta. Por eso tomé la botella de cerveza y di un largo sorbo para beber todo lo que quedaba de ella. Mi mente, mi cuerpo, mis sentidos, mis puros y cada una de mis moléculas eran un amasijo de sensaciones, deseos, miedo, placer, vergüenza… mientras las sus palabras se repetían en mi cabeza.

«—… y quiero que seas una verdadera puta. Quiero ver como lo excitas, quiero ver cómo te toca, como se empalma al hacerlo y quiero ver cómo te excitas.»

Mi curiosidad me llevó a investigar antes de esta noche y descubrí que a esto lo llamaban cuckolding. Sin embargo, normalmente era un hombre el que dejaba a su mujer acostarse con otros, nunca leí el caso de una chica… sin embargo, nuestro juego no era tal cual como esa fantasía tan popular. Tenía sus pequeñas diferencias.

Me dejé guiar por mi víctima, tomándome la mano, me llevó hasta la pista de baile y me miró de arriba abajo, recreándose la vista con mi cuerpo. Mis mejillas ardían y mi cuerpo empezaba a sentir los efectos de la situación.

Empecé a moverme al ritmo de la música torpemente, no era buena bailarina, de hecho, nunca había bailado en mi vida, pero sabía cómo moverme para calentar a un chico, así que mis manos se engancharon a su cuello y, lentamente, empecé a hacer unos movimientos que se asemejaban al movimiento de las serpientes; mis caderas iban y venían, dibujando la forma de unas olas que hacían que nuestras pelvis chocarán suavemente entre sí. El empezó a imitarme, colocando sus manos en mis caderas y aumentando la intensidad del roce. Poco a poco empecé a notar la presencia de un bulto en su entrepierna mientras sus manos iban bajando como quien no quiere la cosa hasta posarse en la parte inferior de mis nalgas. La música seguía, nuestros movimientos también. Dejé su cuello y me volteé, colocándome de espaldas a él. Pegó mi culo a su pelvis, desapareciendo todo el espacio entre nosotros y empecé un movimiento similar. Arqueé mi espalda y alcé el trasero. Su miembro erecto ya era palpable sobre su pantalón.

Dios mío.

Los movimientos circulares de mis caderas movían se trozo duro de un lado a otro. Dejaba que yo marcara el ritmo hasta que el decidió hacerse cargo, aferrándome fuerte de las caderas, obligándome a bajar más mi espalda, restregándome el pene por toda el área. Lo sentía alrededor de mis nalgas y entre ellas, como si intentara masturbarse con el movimiento. De un momento a otro su mano se posó en mi abdomen y me levantó, haciendo que toda mi espalda chocara contra su pecho. Podía sentir su boca pegada a mi nuca, su calor caliente empeñando mi ardiente piel. Sus dedos reptaban ansiosos por debajo de la tela de mi blusa. Primero, tocando timorato la piel de mi abdomen para después descender hacia el sur. Su mano derecha empezó a perder el miedo escénico y más temprano que tarde, sentí un primer dedo rozar suavemente la hendidura de mi entrepierna.

Di un sobresalto y el rio en mi oído.

¿Qué puedo decir? No era realmente su toque el que estaba generando que mi cuerpo sintiera que estaba enredada en cables de alta tensión. Era la petición de ella, mi chica. Y pensar en ella me envalentona. Si ella quería que sea una puta, sería una puta. Así que llevo mi mano libre entre mi culo y su entrepierna y lo imito; él usa sus dedos para explorar los labios hinchados de mi sexo a través de la tela y yo palpo la longitud de su miembro con mis propios dedos.

¡Woah!

Está de más decir que no había tocado un pene en mi vida, pero estaba segura que aquel mástil no era promedio. Lo sentí largo, no tan grueso, pero si largo. No tengo idea de cuantos centímetros, no soy una palabra con J cinta métrica, pero su longitud era mayor que la de mi palma extendida. Así que empiezo a sentir curiosidad, y lo aprieto sobre la tela; quiero saber cuan grueso es, quiero sentir la forma de su tronco, de su glande y estoy sumergida en mis tocamientos cuando de pronto largo un suspiro. El hijo de palabra por P pellizco mi labrio superior derecho y vuelve a reírse calladamente en mi oído… y yo no puedo hacer otra cosa que sonreírle perversamente.

Dios.

Me siento tan… tan… No sé ni cómo me siento, siento que esto en una realidad alterna. En un sueño extraño, como esos que te dan cuando comes mucho antes de dormir. Pero las billones de sensaciones en mi cuerpo me dicen que no, que es real y empiezo a sentir como la tela incrustada en mi hendidura se vuelve húmeda. Él también lo sabe porque pasa la yema de su dedo índice una, y otra, y otra vez. Sube y baja, sube y baja, y presiona. Sabe que estoy excitada, yo también lo sé.

¿Ella lo sabrá?

Inconscientemente la busco alrededor mientras dedo unos dedos en forma de pinza dentro de mi blusa, pellizcando mi pezón derecho, pero la consigo. Pero confío en ella, ella dijo que me estaría viendo. Así que sigo con mi tarea, dejo de tocarlo con la mano y vuelvo a pegar mis caderas a su pelvis. Quiero sentir su pene con el culo. Subo y bajo, midiéndolo con la abertura de mis nalgas y puedo jurar que es tan largo como ella.

Hemos bailado como cinco canciones ya sin darme cuenta siquiera. Pero me doy cuenta de que el tiempo ha transcurrido cuando pega sus labios a mi oído y susurra: —vamos al baño.

Mi corazón martillea contra mi pecho.

¿Qué debo hacer?, ¿qué hago? Ella me dijo que fuera una puta ¿Pero cuál es el límite?

No puedo decidir cuando ya estoy siendo guiada por él entre la multitud. Abre una puerta y una pequeña salsa nos recibe. Hay un par de parejas ahí, todas intercambiamos una mirada cómplice. Quizás ellos acaban de hacerlo, no sé. Pero no dicen nada, de hecho, se voltean como ver pasar a dos personas por ahí fuese lo más normal del mundo.

No guía hasta el baño de chicos, abre la puerta y asoma su cabeza. Se cerciora que no hay nadie y me tira hasta que entro. El baño tiene luces fluorescentes blancas, como las de hospital y puedo notar completamente cuando volteo hacia el espejo que el pezón de mi seno derecho está afuera, a la vista de todos y caminé por todo el antro así. Siento que la adrenalina me inunda una vez más, la vergüenza me excita, pero no tengo tiempo a procesarlo realmente, pues él toma mi blusa y la baja completamente, dejando mis dos senos libres y botando.

Sus dos manos van a ellos y los aprieta con fuerza. Siendo sus dedos hundirse en la piel mientras su boca atrapa el pezón izquierdo. Sus dientes marcan la areola y su lengua molesta la piel tensada del botón rosado que corona la montaña de piel y músculos.

— Dios, tus tetas me encantan — gruñe y siento que mis pezones están tan duros que el roce de su lengua duele, por eso chillo como ramera cuando sus dientes se clavan ellos, tirándolos dolorosa, pero deliciosamente. Antes de poder cerrar la boca tras el jadeo, su pulgar entra en ella y masajea mi lengua. Me mira, sonríe y vuelve a hablar. — Tu boquita es preciosa, tienes una pinta que debes chuparlo rico.

Me siento tan sucia, pero tan excitada.

No sé qué decir, así que imagino que es ella y balbuceo un «sí» mientras veo que desabrocha su pantalón con una loca desesperación. Cuando por fin logra zafarse de correas, botones y cierre, baja la tela vaquera junto al bóxer y un erecto pene sale disparado como con un resorte.

— Chupa, mami.

Oigo lejanamente que dice mientras mis ojos siguen anclados al pedazo de carne. Su glande es rosáceo, más tirando al morado y como supuse, no es tan grueso, pero su tronco largo y adornado con múltiples venas sí que me sorprende.

Me empuja por el hombro y hace que me siente en la taza del wáter. Ni me di cuenta cuando entramos al cubículo, pero noto que no cierra la puerta. Su húmeda cabeza toca mis labios y esparce su líquido pre seminal por ellos. Dibujo una pequeña «O» con los labios y el aprovecha para introducirlo.

Si nunca había tocado un pene, ni hace falta decir que no había chupado alguno.

Sentir aquella cosa llenando mi boca me causó muchas sensaciones. Al inicio, incomodad, pues no estaba acostumbrada a que algo ocupara todo el espacio de mi cavidad. El sabor entre salado y ácido tampoco era el mejor y por un instante me vi tentada a sacarlo de mi boca, incluso abrí los ojos para mirarlo y decírselo… pero la vi.

Era ella, recostada en la pared fuera del cubículo.

Mirándonos.

Con una cara que podía reconocer siempre. Estaba excitada.

Sus dedos rozaban su pantalón blanco que vestía suevamente en la zona de su delicioso sexo. Y eso, eso fue todo lo que necesité.

Nuestra victima parecía no haber reparado en su presencia, pero ya no importaba. Sentía un montón de humedad manando libre de mi sexo y me decidí a darle la mejor mamada de la vida a ese imbécil.

Apreté con la suficiente presión con mis labios su glande y con la lengua empecé a acariciarlo en círculos suavemente. Primero suave, después rápido, suave nuevamente y luego me la mentó hasta donde me cupo en la boca. Apenas entró un poco más de la mitad cuando la sentí rozándome la campanilla, provocándome una arcada, así que la saqué, suevamente, siguiendo presionando con los labios. Volví a lo mismo, manteniendo un ritmo constante entre subidas y bajaba y mi lengua no dejaba de lamer la punta de su durísimo pene. Cada vez más líquido manaba de él, embadurnándome la lengua con ese sabor salado mientras sus manos se posaban en mi cabeza y él gruñía.

De un momento a otro empezó a mover sus caderas, haciendo fuerza con sus manos mi cabeza, clavándomela más profundo. Podía sentir el ardor en mi garganta y la sensación continúa de las arcadas. No tardó en sobre limitarse y querer incrustarla hasta lo más profundo, y lo consiguió. Me di cuenta cuando sentí el cosquilleo de sus vellos púbicos acariciándome la nariz, contrastando con el dolor en lo más profundo de boca. Me contraje un par de veces, apreté sus muslos y empujé inútilmente. Me tenía bien fija con su polla clavada en mi garganta con firmeza hasta que se sintió satisfecho y me liberó con una calma desesperante, viendo como su largo pene salía lleno de saliva y brillante, centímetro a centímetro de mi boca.

Apenas sentí mi cavidad liberada exhalé profundamente, llenando mis pulmones de aire.

— Voy a acabar perrita — gruñó mientras se la jalaba.

Mi mirada se desvió hacia su espalda, mirando a mi chica tocándose más rudamente. Le sonreí perversa y ella me devolvió la sonrisa. Así que abrí la boca y dije con el tono de puta que más pude: — ¿Me das leche, papi?

Dos segundos cuando máximo, sentí el primer chorro caliente bañando mi lengua, mis papilas y mis sentidos. Posó el glande sobre mi lengua y descargó una más, dos más, tres más potentes y el resto era un hilo de esperma que quedó en su uretra, descansando sobre mi lengua. Soltó su miembro y lo dejó descansando en mi boca. Tomé valor y chupé la cabeza, succionando el resto de semen de su orificio, limpiando los restos del glande hasta hacer un suave «plop» cuando lo retiré. Tragué la leche y sentí mis piernas llenas de pequeñas punzadas multiplicadas por millones.

Me había corrido con un desconocido acabándome en la boca.

— Te quiero coger.

— Eso — escuché la voz de mis sueños hablar por fin, haciendo acto de presencia. El chico volteó después de un sobresalto, sorprendido y la miró — es mi premio, amigo. Puedes irte.

— ¿Quién diablos eres tú?

— Soy su chica y ella es mi puta y la única razón por la que te la chupó, fue porque yo la dejé — sentí que me corría de nuevo. Su tono era tan autoritario, seductor, que me volvía loca. Ella me volvía loca y para muestra un botón — ¿Verdad, puta? — que me hablara sí me excitaba, me encendía y mi sexo deseaba con desesperación sentir su lengua y sus dedos entrar y salir de ella. Ya no me interesaba ese tipo.

— Sí, soy su puta… — dije, con mi rostro rojo semáforo. Excitadísima.

El tipo nos miró con una expresión de «Están palabra por M mente locas», acomodó su cremallera y se fue.

Ella me miraba con sus ojos nublados por la excitación. Mi cabeza daba vueltas. Acercó su mano a la comisura de mis labios y tomó restos de semen que había con su pulgar y lo llevó a mi boca. No debía indicarme que debía chuparlo. Quería chuparla, quería sentirla.

— ¿Te gustó ser puta?

— Sí — y no lo decía solo porque sabía que eso era lo que quería oír. Lo decía por  me había gustado.

— ¿Te gustó sentir su polla en tu culo?

 — Sí.

— ¿Te gustó que te manoseara delante de todos?

— Todos ahí afuera saben que se la chupaste, que eres una putita chupa pollas de chicos que apenas conoces, ¿te gusta eso?

— Sí…

— ¿Te gustó mamársela?

— Sí, me gustó.

— ¿Quieres que te coja?

— Sí…

— ¿Te gustaría chupármela?

 — Dios, sí, sí…

— ¿Te gustaría que te cogiera mientras se la chupas?

— Sí….

— ¿Te gustaría que te cogiera mientras me la chupas?

— Sí…

Y no mentía.

Quería todo lo que ella. Si significaba que tenía que chupársela a quién sea mientras ella me cogía como solo ella sabe hacerlo, se la chuparía. Si tenía que dejarme coger por algún idiota mientras chupo su deliciosa vagina, me dejaría coger.

— Hmm… eres cada vez más puta — dijo con aquella lasciva voz que me fascina mientras desabrochaba su pantalón y lo bajaba junto a su tanga. Se acercó a mí mientras el olor almizclado de su sexo inundaba mis fosas nasales. Sentir su vagina perfectamente rasurada tan cerca de mí. Sus labios húmedos rozar los labios de mi boca… Di un gran bocado, saboreando todo lo que pude antes de usar mi lengua para inundar mis sentidos de su esencia. De su sabor.

Pero no me dejó disfrutar más de esa forma. Me y me volteó con la brusquedad tan deliciosa que solo ella sabe aplicar y con fuerza mi obligó a colocarme en cuatro patas, con las manos apoyadas en el tanque del wáter. Bajó mi leggin –pues era obvio que no tenía ropa interior– y metió tres dedos sin previo aviso. Gemí, duro, rico, fuerte. No me importaba.

Sus uñas se clavaron en mis nalgas antes de darme un fuerte azote. Sus dedos entraban y salían con locura, con rabia, como me gustaba. Me dolía, me complacía Los hilillos húmedos color carmín empezaban a descender de mi nalga derecha al mismo tiempo que los chorros de flujo descendían por mis muslos.

No duré ni cinco miserables minutos cuando me corrí tan fuerte que ella debió hacerse a un lado para que mi esencia no la bañara, pero su mano quedó hecha un desastre. Me abrazó con la mano libre por la cintura para que no cayera y me sentó en el wáter. Mis piernas no respondían, pero eso no le importó. Su mano diestra fue hasta mi boca, exigiendo ser limpiada y yo deglute hasta la última gota de propio flujo. Apartó la mano y me besó con pasión, con deseo. Su boca me devoró, su lengua le hizo el amor a la mía y yo sentía que la humedad volvería a salir de mi orificio. Pero se apartó justo a tiempo. Sacó un toalla húmeda de su bolsillo trasero y me limpió con cuidado, haciendo soltar un gemidito de vez en cuando, pues la sensibilidad no quería desaparecer.

— ¿Nos vamos? — Me preguntó, regalándome esa mirada tan hermosa que me mataba.

La miré y mis pecas volvieron a brillar de rojo, igual que todo mi rostro. Bajé la mirada con vergüenza, como una niña a quien descubren haciendo algo malo y asentí suavemente: — Sí.

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Notas de autora: No lo revisé ni nada, me inspiró la musa y me tiré 3 horas escribiendo más de 7mil palabras. Creo que este es mi récord jaja. Espero les guste y me lo hagan saber en un comentario. Gracias


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