Shirley

Shirley


CAPÍTULO XII

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—Si es y siempre fue contigo tan indiferente como tú dices, ¿por qué te cortó un mechón de pelo?

—No lo sé… sí, lo sé: fue obra mía, no suya. Ese tipo de cosas eran siempre obra mía. Él se iba a Londres, como de costumbre, y la noche de la víspera de su partida yo había encontrado un mechón de cabellos negros en el costurero de su hermana, un rizo corto, circular: Hortense me dijo que era un recuerdo de su hermano. Él estaba sentado cerca de la mesa; yo le miré la cabeza: tiene cabellos en abundancia; en las sienes tiene muchos rizos parecidos. Pensé que podía darme uno, que me gustaría tenerlo, y se lo pedí.

Él dijo que sí, a condición de que pudiera elegir uno de mis bucles; de modo que él se quedó uno de mis largos mechones y yo conseguí uno de sus cortos rizos. Yo guardo el suyo, pero estoy segura de que él ha perdido el mío. Fue obra mía, una de esas acciones tontas que afligen el corazón y te hacen enrojecer de vergüenza cuando piensas en ellas: uno de esos recuerdos nimios, pero vividos, que regresan a ti para lacerar tu amor propio, como cortaplumas diminutos, y para arrancar de tus labios, cuando estás sola, súbitas e insensatas interjecciones.

—¡Caroline!

—Sí, me considero una estúpida, Shirley, en ciertos sentidos; me desprecio a mí misma. Pero he dicho que no te convertiría en mi confesor, pues tú no puedes corresponder con debilidades a mis puntos flacos: tú no eres débil. ¡Con qué firmeza me contemplas ahora! Aparta tus ojos claros y fuertes como los del águila; es un insulto que los claves en mí de esa manera.

—¡Qué estudio del carácter eres! Débil, desde luego, pero no en el sentido en que tú crees. ¡Entre!

Esto último lo dijo en respuesta a unos golpes en la puerta. Casualmente la señorita Keeldar se hallaba cerca en aquel momento, mientras que Caroline estaba al otro lado de la habitación: vio que Shirley recibía una nota y oyó las palabras:

—Del señor Moore, señora.

—Trae velas —dijo la señorita Keeldar.

Caroline aguardó sentada, expectante.

—Un mensaje de negocios —dijo la heredera, pero cuando llegaron las velas, no lo abrió ni lo leyó. Anunciaron la llegada de Fanny, la criada del rector, y la sobrina del rector volvió a casa.

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