Sexy girl

Sexy girl


17

Página 19 de 167

 

17

 

 

 

 

Qué buena estás, hija, qué rica, y tú sin saberlo, tú amargada y sola y resentida con el mundo, matándote a pajas porque te pone tu actor favorito en los cameos y no tienes con quién descargar, pobrecita, por qué te habrá hecho el mundo tan limitada, tan poquita cosa, cuando tienes dos buenas razones para ponerte el mundo por montera. Y alguna otra razón, por ahí escondida, digo yo.

Veremos qué sale de la caja de los truenos, la caja de Pandora. Tú eres mi Pandora, Dulcinea. Voy a darte tanto placer que ya no querrás hacer otra cosa en la vida. Es lo que suele pasar cuando descubres el bendito paraíso terrenal en medio del infierno, en mitad de la mezquindad y la miseria. Mezquindad y miseria, sí. Eso es lo que nos reserva a todos el Matrix que nos vacía las mentes y condiciona nuestros comportamientos para convertirnos en muñecos de trapo teledirigidos.

Es lo que hay, hija, apréndetelo de una vez. Lo mejor es ser Queer. Cuéntaselo a todos. Empezando por ti misma. Sí, cuéntatelo a ti misma, esta misma noche, cuando te metas en la cama y tu mano baje hacia tu rica vulva para recordar lo que ahora estamos viviendo, para rememorarlo morbosa y gozosamente y para buscar una nueva ración reverberada de lo que ahora voy a darte.

—No me lo puedo creer –dice María, aterrorizada.

—Yo sí –replico, con la naturalidad que me caracteriza.

Qué gracia, María también ha echado el pestillo, disimuladamente, con vergüenza contenida y alevosía, pretendiendo que yo no me dé cuenta de que lo hace. Estaría bien hacer esto mismo que vamos a hacer delante de todo el mundo. Encima de la mesa de los canapés. Retirando los canapés previamente, claro. Sería mucho más alimenticio e instructivo para todos. La escena representaría una catarsis psicológica para todos, aunque para unos más que para otros, está claro.

Estoy como una cabra, como una chota, como una puta regadera. ¡Me encanta! ¡Venid! ¡Venid todos! ¡Seamos todos Queer! ¡A la mierda con las convenciones! ¡A la mierda con las etiquetas y los estereotipos! ¡Amor libre! ¡Desmadre! ¡Desparrame! ¡Jolgorio! ¡Aquelarre!

¿Sabéis por qué sería bueno?

Porque luego el mundo volvería a nacer. Os lo digo yo. Palabra de Queer.

—Respira, Mery.

—No me lo creo. No me lo creo.

—Tranquila. No pasa nada. Todo está bien.

Está hecha un flan, la pobre. Tiembla y a la vez está agarrotada y apenas puede respirar. Me acerco a ella, directa al grano, sin dilaciones ni prolegómenos, y nos ponemos a darnos el lote, a morrearnos como zorras brujeriles. Mary lo hace de maravilla, tenía ganas, cómo mueve la lengua, cómo mueve los labios, qué necesitada estabas, querida, pobrecita, qué mal te trataba la vida, qué mal te tratabas tú a ti misma.

María es un volcán en erupción. De repente pierde los papeles. ¡Me come viva! Me muerde, me estruja, se ha vuelto voraz, imperiosa, lujuriosa, cielos, qué transformación, qué pedazo de mujer, qué visceralidad, qué pasión, esto es el premio gordo de la lotería, el gordo de navidad, gracias papi, te adoro, me has dado suerte, precisamente el día de tu muerte, de tu velatorio, de tu funeral, qué gozo fenomenal.

—¡Mierda, Cleo!

—¿Qué?

—¡Joder, cómo te deseo!

—¿Y eso? ¿Eres lesbi? ¿Eres tortillera, cariño? ¿Ninfo? ¿Queer?

—¡Oh, cállate, Cleo!

María vuelve al ataque. No le mola un pelo que me ría de ella. ¡Está tan cachonda! Le palpo la vulva, por debajo de las braguitas. Está chorreando. Exuda excitación. ¡Madre mía! Esto hay que remediarlo ahora mismo. Me agacho. Le quito las braguitas, que en realidad no son braguitas, sino un mini—tanga de color negro, la buena de Mery se habrá puesto este lindo mini—tanga negro para llevar luto, qué gentil, es adorable, seguro que papá le agradece el detalle.

Voy directa al grano. Me pongo a comerle el coño, a rebañarle todo el jugo de su excitación, a paladearlo, a tragármelo, está rico, es dulce y está calentito y también tiene un olor dulzón. Mary—Mery—María rompe a jadear, se estremece, ya se lo está pasando de puta madre. Mi lengua la vuelve loca. De pronto se me llena la boca de su zumo íntimo, cielos, qué emisión, parece haber salido despedido, como la lava de un volcán, qué hambre, qué hambre tenías, hija. Me lo trago todo. Me estoy dando un buen atracón. Y sigo chupando. Sigo jugando con la lengua. María se pone como una moto cuando la punta de mi lengua juguetea con su clítoris. Y se pone como una moto cuando le chupeteo a conciencia los labios vaginales. Y cuando le meto la lengua en el hoyo de las agujas, todo lo adentro y todo lo profundo que puedo, al tiempo que mi lengua vibra frenéticamente, como si fuese un fantástico vibrador comprado en un sex—shop.

—Ay, Cleo. Joder…

Sí, hija, eso es lo que estamos haciendo, joder, a nuestra manera Queer y libre, sin pollas de por medio y sin etiquetas, follamos sin ser lesbianas necesariamente, follamos sin ser heterosexuales necesariamente, follamos siéndolo todo y nada a la vez, ninfómanas, etc., porque nos saltamos a la torera las putas definiciones, como debe ser, como buenas Queer que somos. ¡Bendito bautismo de nomenclatura identificativa! Es como sentir que regresas a casa por navidad…

Me aplico a mi tarea, a conciencia. Es mi trabajo. Soy una asalariada del sexo sin salario. Quiero que María reviente de placer. Y eso es precisamente lo que está haciendo. Se ha convertido en una ametralladora de orgasmos. Aunque la cosa lleva su tiempo. Le postura de cuclillas me ha acalambrado las piernas, así que me arrodillo. Soy una orante. Me encanta rezarle al sexo. El sexo es mi ídolo de adoración, mi tótem sagrado, mi dios. Soy una vestal, una fulana, una gueisa, una pitonisa del oráculo de Delfos.

Sigo chupando, lamiendo, jugando. Soy una experta. Tengo una técnica depurada. Podría dar clases. Ganaría un pastón. La primera asignatura que impartiría a mis alumnos sería la de la desinhibición. Se me vuelven a acalambrar las piernas. Vuelvo a las cuclillas y sigo con mi trabajo. Mery está en la gloria, en el Olimpo, con los dioses paganos. No da señales de vida. El placer la ciega.

—Estoy muerta, dios, Cleo… —dice María, casi sin voz.

He contado siete orgasmos. No está mal. Y a lo mejor se me ha escapado alguno, porque Mary—María magdalena no para de retorcerse y eso me despista un poco para llevar el recuento gastronómico—orgiástico—orgásmico.

—No puedo más, Cleo. En mi vida había… Joder, ni siquiera me imaginaba…

—¡Que te crees tú eso! Date la vuelta, anda. Así, apóyate contra el lavabo—encimera.

María obedece sumisamente. ¡Ay, corderita!

—Inclínate un poco más.

Ya tengo perspectiva. Repito la secuencia. Ahora mi objetivo es su culo. No tiene mal culo, después de todo. Tiene bastante volumen. Desnudo se ve mejor. Le abro los carrillos del culo todo lo que puedo para tener vía libre y le meto la lengua bien adentro. María primero da un respingo. Está desconcertada. Le provoca recelo y sorpresa que le coma el ano, que se lo chupe sin contemplaciones, como antes le he chupado la parte delantera.

Pero enseguida entierra el recelo y el apuro. Le gusta, como no podía ser de otra manera. Así que no tarda en aparecer el octavo orgasmo. ¡Bingo! Ahí lo tienes, cariño, siempre se puede ir un pelín más lejos. Somos un pozo sin fondo de placer, las mujeres, me refiero, los tíos en cuanto se corren apaga y vámonos, luego tienen que esperar para seguir dándole al tema, tienen que recuperar fuerzas, pobrecitos, no saben lo que se pierden.

María vuelve al delirio del éxtasis. Está alucinando en colores. Yo hago mi trabajo con paciencia, morosa, por amor al arte. Tarda en llegar el noveno. Está agotada la pobre. Pero llega el noveno y María no puede evitar soltar una especie de berrido, como si fuese un tipo de vaquilla o de corderita. Creo que el noveno ha sido el mejor. Mary ha tocado el cielo.

Yo me he propuesto llegar al diez. Porque las dos somos mujeres diez, ¿no? ¿Qué mujer no es una mujer diez, como dicen los tíos? Pero lo somos a nuestra manera, así, como hacemos ahora Mary y yo, haciendo de nuestra capa un sayo, sin pollas de por medio, sin historias ni monsergas, sin culpa, sin pecado concebido, sin pecado original, más allá de los dogmas de fe y todas esas miserias acuñadas por el patriarcado para esclavizarnos, quemarnos en la hoguera acusándonos de brujería, follarnos como a paquetes insensibles y todo lo demás.

Cuando por fin, tras hacerse esperar, estalla el décimo orgasmo, María se desploma, ahora sí como una vaca. Está tan hecha polvo que las piernas no pueden seguir sosteniéndola. Así que acaba en el suelo, resoplando, alucinada, mirándome con una expresión que no sabría definir, porque no se me dan bien las definiciones, tanto es así que no he sabido definirme a mí misma hasta que Jose me ha dicho que soy Queer.

Ir a la siguiente página

Report Page