Sexy girl

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Me quedo mirando el móvil, pensando que ha pasado algo. Es la primera vez que Pedro me llama.

—Cleo, Roco ha desaparecido.

—¿Cuándo?

—Ahora. Al salir de casa no lo he visto.

—¿Es la primera vez que se va?

—Hace un mes también se escapó.

—¿Lo encontraste tú?

—No, un vecino.

—¿Dónde?

—En la Charca Verde.

De modo que es eso. Roco se siente atraído por la Pedriza… ¿Por qué Pedro me ha llamado a mí?

—He pensado que podrías acompañarme.

Claro, Pedro cree que Roco ha ido a la cueva… Y sabe que yo conozco el camino. ¿Quizá Roco ha escogido un sábado por la mañana porque sabe que todos estamos libres? Ese perro es la mar de listo. Nos está mandando un mensaje. Su escapada no es gratuita.

Quiere que lo sigamos.

Porque él está limpio…

—No hay problema, pero quiero que vayamos todos.

Pedro se queda callado.

—Creo que es importante… –añado.

Sospecho que Pedro sabe a qué me refiero. O por lo menos lo intuye. ¿Qué recuerdo tiene él de nuestra última excursión a la Pedriza? ¿Es consciente de que nuestras vidas han cambiado desde la visita a la cueva de Paco el Sastre?

—Vale, Cleo. Yo me encargo de los chicos, pero llama tú a Jesús, que está muy raro y siente debilidad por ti.

—¡Hecho!

—¿Nos vemos en el parque del puente dentro de una hora, para dar tiempo a todos?

—Muy bien. ¡Que nadie se olvide la linterna!

Cuando cuelgo, veo que Rigo me ha agarrado de la muñeca. Lo miro con odio.

—¡Aléjate de mí!

—No, no, no –dice, burlón, sacudiendo su ridícula cabeza.

¡Cómo lo detesto!

Forcejeamos. Mi indignación se transforma en impotencia. ¿Por qué es más fuerte que yo? Su cuerpo vuelve a ser inamovible, como un saco de boxeo que pesa toneladas. ¡Me hace sentirme tan humillada que Rigo logre someterme! No me queda más remedio que invocar a Lorenzo. Aunque ignoro si podrá comparecer en presencia de mi demonio personal, teniendo en cuenta que ambos son existencias espirituales opuestas.

—¡Loren! –exclamo.

Necesito llamar a mis amigos para acudir a la cita misteriosa a la que parece convocarnos Roco…

Pasa un rato. ¿Rigo impide materializarse a Lorenzo? ¡Pero yo lo deseo! Y él es una creación mía. Ha salido de mi interior. De mis entrañas. Claro que Rigo también y ahora es él quien me tiene atrapada.

De pronto me hormiguearon los pies, como me ocurre cuando Lorenzo juguetea con ellos. Y me asalta la paz que me invade cuando él me toca. Sonrío. Lo he conseguido. ¡Lorenzo está aquí! No hay nada que temer.

Lorenzo encara a Rigo. Me impresiona verlos juntos. Mi ángel tiene el doble de estatura que mi demonio. Uno es guapo, noble, luminoso. Y el otro, grotesco, miserable, gris. Rigo se ve más enclenque y enfermizo que nunca frente a la deslumbrante apariencia de Lorenzo.

—¡Fuera de aquí! –dice Lorenzo, señalando la puerta.

Rigo niega con la cabeza, impasible. ¡Me dan ganas de arrancarle a tiras su camisa de leñador y sus pantalones deshilachados! ¡Le quitaría sus botas apestosas para arrojarlas por la ventana! ¡Y aplastaría a puñetazos sus orejas de soplillo, su nariz puntiaguda y ese absurdo mentón que parece el mango de una taladradora!

Lorenzo me mira asombrado. Ha adivinado mis pensamientos…

—¿Qué te pasa? –me pregunta.

—¿A mí? ¿Por qué no lo echas? –digo, furiosa.

Lorenzo dirige una mirada de curiosidad a Rigo.

—No puedo.

—¿Por qué?

Me viene a la mente la forma mágica en que Blanca redujo a Rigo, hasta conseguir que desapareciese. ¿Por qué no puede Lorenzo hacer lo mismo? ¡No me creo que sea tan impotente como yo! ¿Qué clase de ángel de la guarda es?

Le dirijo una mirada desafiante.

—Loren, si no lo expulsas ahora mismo no quiero volver a verte –digo, con una dureza que nunca he empleado con nadie.

Lo digo porque sé que Loren es perfectamente capaz de cumplir mi deseo. No puede fallarme. Él no…

Noto que duda. Mira a Rigo como si estuviese calculando hasta qué punto puede enfrentarse a él.

—¡Loren! –le urjo.

Entonces Lorenzo se decide. Levanta la mano y la descarga sobre Rigo, con recelo, probando el efecto de su acción. Rigo sale despedido, como si lo golpease un gigante mucho más fuerte que él, y se queda encogido en un rincón, tembloroso, mirando atemorizado a su agresor.

Me siento orgullosa de Lorenzo. Quiero abrazarlo, pero no hay tiempo que perder. Mientras hablo por teléfono con Susana, Lorenzo se acerca a Rigo y lo observa con extrañeza, tanteándolo tímidamente con la punta del pie. Parece examinar a un bicho raro. Y Rigo es precisamente eso… Me choca ver el pie precioso de Lorenzo –él siempre va descalzo—, blanco, terso, como si fuese de marfil, tocando el cuerpo escuálido y mezquino de Rigo.

Me concentro en la conversación con Susana. Le sorprende esta repentina excursión, pero accede enseguida. Es la primera vez que le pido un favor. Con Aurora obtengo el mismo resultado, aunque desconfía un poco más. María no está por la labor, pero venzo su resistencia invitándole a cenar en casa las exquisiteces gastronómicas de mamá.

Vuelvo a echar un vistazo a Lorenzo y Rigo antes de marcar el número de Jesús. ¿Por qué se miran fascinados el uno al otro? ¿Qué les atrae tanto?

La diferencia… Puesto que son polos opuestos de mi personalidad.

Me encojo de hombros y llamo a Jesús. Contesta al primer tono.

—Hola, Cleo.

—Hola, Jesús. Tenemos que ir a la Pedriza.

—¿Ahora?

—Sí. Ha desaparecido Roco y creemos que está allí.

Presiento que Jesús rumia algo.

—Vamos a ir a la cueva, ¿verdad?

Me quedo de piedra. No me esperaba que fuese tan directo.

—No te olvides la linterna.

—He soñado muchas veces con esa cueva, Cleo. Allí pasó algo, ¿no?

—Creo que sí.

—No recuerdo lo que hicimos.

—Yo tampoco.

—Pero fue algo que nos ha marcado. Será bueno que volvamos.

—Eso mismo pienso yo.

—¡Cuenta conmigo, Cleo!

—¿Nos vemos con las bicis en el parque del puente?

—¡De puta Maiden!

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