Sexy girl

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Cuando era niña estaba convencida de que me llamaba Daniela y tenía un circo imaginario.

¡Bienvenidos al maravilloso mundo de Aleinad, amigos! Me llamo Daniela, tengo nueve años y lo que más me gusta es el circo. Por eso he creado mi propio circo, que se llama Circo Aleinad, es decir, mi nombre al revés.

Sí, en esa época en que vivía inmersa en mis fantasías me gustaba llamarme a mí misma Daniela, me gustaba rebautizarlo todo.

Nuestro nuevo destino era Pravdaroska, una ciudad increíble, llena de corales de todos los colores, que se encontraba en el fondo del mar. Mientras yo estaba limpiando con un trapo el cartel dorado de Circo Aleinad, apareció un enorme pulpo que llevaba gafas y zapatos de charol rojo.

—¿A qué hora es la función, señorita? –me preguntó.

—A las seis de la tarde –respondí yo, sonriente.

—¡Yo quiero ir al circo, papi! –exclamó un pequeño besugo que iba junto a un besugo muy serio con traje, corbata y un maletín.

Entonces se acercó a mí una familia de siete cangrejos que se quedaron mirándome fijamente con sus ojos saltones.

—¿Hay entradas para nosotros? –me preguntó la madre, que tenía un precioso vestido de fiesta, con muchos lazos y volantes.

—¡Hay entradas para todo el que quiera venir! –exclamé.

—Pero nosotros somos pobres, señorita –dijo la madre.

—¡Eso no importa! ¡No hay que pagar dinero para asistir a Circo Aleinad! –dije.

—¿Entonces qué hay que pagar? –dijo la madre, llena de curiosidad.

Me encogí de hombros, sin dejar de sonreír.

—Los espectadores de Circo Aleinad pagan sus entradas con ilusión —dije.

—¿Cómo puede pagarse una entrada con ilusión? –preguntó el pulpo, ajustándose las gafas.

—¡Eso parece imposible! –exclamó el besugo con traje, corbata y un maletín.

—No hay nada imposible para Circo Aleinad, amigos –dije yo—. Los espectadores que se sienten ilusionados por la magia del espectáculo sueltan mariposas de amor con su corazón de niño. Y esas mariposas de amor alimentan el Gran Corazón de Circo Aleinad para que tenga una vida larga y provechosa.

—¿Y qué pasa con los que no somos niños? –preguntó la madre cangrejo.

—¡Todos los espectadores de Circo Aleinad vuelven a ser niños! –dije yo, agitando los brazos, como si fuesen las alas de un pájaro.

—¿Todos? –dijo, asombrado, el besugo, frotándose su traje, su corbata y su maletín.

Le sostuve la mirada, comprendiendo cuál era su naturaleza, y asentí con la cabeza.

—¡Claro que sí, amigo! ¡Hasta el besugo más serio, que vive pendiente del dinero que gana, vuelve a ser niño en Circo Aleinad! –exclamé, regalándole mi mejor sonrisa.

 

***

 

Pipo me miró muy serio. Como yo soy la directora de Circo Aleinad, él es después de mí quien más manda, y todos lo queremos y lo respetamos mucho, entre otras cosas por su edad, porque tiene ciento tres años. En realidad su nombre es Giuseppe, pero le llamamos cariñosamente Pipo. Pipo es bajo de estatura, tiene el pelo blanco como la leche y sus ojos son grandes, expresivos, de color azul celeste. Pipo es el alma de Circo Aleinad desde que abandonó el pueblo italiano donde vivía, Ránica, para unirse a nosotros, y su trabajo consiste en presentar las diferentes actuaciones.

—Han venido demasiados espectadores –dijo Pipo, mirando con preocupación las gradas del circo, que estaban abarrotadas de montones de peces, desde los más pequeños hasta los más grandes.

¡Había incluso una ballena blanca que hacía rechinar el asiento con el peso de su cuerpo!

—¡Eso nunca ha sido un problema, Pipo! –dije yo alegremente.

Me encantaba que los habitantes de Pravdaroska quisiesen presenciar nuestro espectáculo.

—¿Crees que podremos ilusionarlos a todos?

—¡Naturalmente que sí! ¿Alguna vez hemos fallado a nuestro público?

—Pero, fíjate, hay muchos espectadores que están podridos de dinero, y a ésos les cuesta mucho más ilusionarse…

Pipo tenía razón. Los espectadores podridos de dinero, como dice él, tienen dificultades para ilusionarse con Circo Aleinad. Nosotros lo sabíamos por experiencia. Y allí había demasiados besugos con traje y corbata que llevaban un maletín repleto de billetes…

—El Gran Corazón de nuestro circo es tan grande que podrá ilusionar a esos besugos para que se olviden de sus maletines llenos de billetes, ya lo verás.

Pipo asintió, solemne, alisándose su elegante traje rojo de presentador. Como faltaba poco para que empezase la función, me revisé en el espejo de cuerpo entero. Me había puesto mi elástico traje negro, que se ajusta al cuerpo, y cómodas zapatillas de bailarina del mismo color. Mi larga melena de pelo rubio resaltaba con el traje, igual que mis ojos de color verde esmeralda.

—¡Eres la chica más guapa del mundo! –exclamó Fredy, asomándose al espejo, sonriente.

Me gustó que me llamase chica en lugar de niña. La verdad es que me he desarrollado mucho y parece que tengo su edad. Fredy es nuestro Cuentacuentos. Tiene once años y es alto y elegante, con el pelo castaño y los ojos soñadores. Se inventa unas historias increíbles, llenas de fantasía, y lo hace con tanto sentimiento que consigue que sus imaginaciones se vuelvan reales.

Luego aparecieron la bella Oniria, que es el hada de nuestro circo, y Lupo, el mago, que es japonés. Los dos tienen doce años y están perdidamente enamorados. Detrás de ellos venían el forzudo Daltón, que es el domador de fieras y además hace exhibiciones de fuerza, el payaso Aniceto, que es muy delgado y tiene una cara que da risa por sus ojos saltones y sus orejas de soplillo, y las hermanas mellizas Maya y Copé, que son equilibristas y trapecistas. Es muy fácil recordar sus edades. Daltón y Aniceto tienen dieciséis años, y las mellizas, diecisiete.

Bueno. ¡Ahora ya conocéis a los miembros de mi Circo Aleinad!

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