Selfies

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Capítulo 7

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Miércoles 11 de mayo de 2016

—¿No tienes nada en el frigorífico, Denise?

El hombre se estiró sobre el colchón, en cueros. Su piel relucía, sus ojos estaban húmedos y brillantes, su respiración todavía agitada.

—Me muero de hambre. Es que me dejas desfallecido, cielo.

Denise se arrebujó en el quimono. Rolf era de entre sus sugardaddies el que más se acercaba a darle una sensación de intimidad. Lo habitual era que los hombres la dejaran casi antes de desahogarse, pero él no tenía una esposa a la que volver ni un trabajo que exigiera su presencia. Lo conoció en un viaje chárter a Alanya, en la costa turca, y fueron las vacaciones más baratas de su vida.

—Rolf, ya sabes que no. Puedes comerte lo que queda en esa bolsa.

Señaló la bolsa arrugada de snacks y se dirigió al espejo.

¿Le habría dejado marcas cuando la agarró del cuello? Eso no iba a gustarles a los demás sugardaddies.

—¿No puedes bajar al piso de tu madre y ver si tiene algo? Te pagaré bien por ello, encanto.

Se rio. En ese aspecto era bastante legal.

Denise alisó la piel bajo el mentón. Había un ligero enrojecimiento, nada que fuera a llamar la atención.

—Vale, pero no cuentes con servicio de habitación para otra vez. Ostras, esto no es ningún hotel.

El hombre dio unas palmadas indolentes en la sábana y le dirigió una mirada imperativa. Un poco de oposición lo excitaba siempre, pero entonces la tarifa subía.

En el piso reinaba un olor acre y todas las luces estaban encendidas. La calle estaba oscura, pero allí dentro parecían estar en pleno día, y su madre seguía igual desde que murió la abuela. Se había quedado atascada.

Denise reparó primero en el brazo que colgaba del borde del sofá con un cigarrillo consumido en la mano y un montón de ceniza sobre la alfombra, y después en el resto de la lamentable decadencia de su madre. La boca abierta, el rostro con arrugas, sin maquillar, el cabello enredado en plena simbiosis con la manta de lana sobre la que estaba tendida. ¿Qué otra cosa podía esperarse en una visita sin anunciar?

La cocina era un caos. No solo como de costumbre, cuando los platos sin fregar, las botellas de licor, los embalajes y restos de comida desperdigados daban testimonio de la chapucería y falta de disciplina cotidianas; ahora, un infierno surrealista con los colores que adopta la comida pasada cubría todas las paredes y superficies lisas. Por lo visto, su madre había enloquecido, era lo que ocurría después de beber y no pensar en las consecuencias.

El frigorífico estaba casi vacío, claro. Si había que dar de comer a Rolf, tendría que ser a base de yogur y huevos de vete a saber cuándo. No correspondía a lo que había pagado, claro que no creía que fuera a importarle cuando se despertara.

—¿Eres tú, Denise? —chirrió una voz áspera procedente de la sala.

Denise sacudió la cabeza. No tenía ni puta gana de gastar energías oyendo los cuentos de borracha de su madre a aquellas horas de la noche.

—¿No vienes a verme? Estoy despierta.

Justo lo que temía.

Se miraron un rato, ninguna de ellas con especial simpatía.

—¿Dónde has estado los últimos días? —preguntó su madre, con saliva seca en las comisuras.

Denise desvió la mirada.

—Por ahí.

—Los forenses han terminado, pronto nos entregarán su cadáver. ¿Vendrás conmigo a la funeraria?

Denise se alzó de hombros. Debería ser respuesta suficiente, de momento, si quería evitar la discusión. Al fin y al cabo, en la buhardilla tenía a un hombre en la cama.

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