Selfies

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Capítulo 9

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Jueves 12 de mayo de 2016

—Vaya, qué guay es todo esto.

Michelle se corrió hacia el rincón del sofá, tirando del bolso.

Denise bostezó por haber trasnochado y miró alrededor. Trató de verlo todo con los ojos de Michelle. El café estaba lleno a medias, y los clientes, una muestra reducida pero variopinta de desempleados, estudiantes y dos mujeres de baja por maternidad, parecían tan animados como un cortejo fúnebre en un día de lluvia. Denise conocía lugares más acogedores que aquel café destartalado, pero esta vez había sido Jazmine quien eligió el sitio.

—A mí también me ha venido bien escaparme de casa —continuó Michelle—. Patrick está insoportable estos días, ya no me atrevo a decirle nada. Teníamos que ir de vacaciones juntos y no vamos a poder.

—¿Por qué no lo echas, sin más? —preguntó Denise.

—No puedo, porque es su piso; de hecho, todo es suyo. —Michelle suspiró y asintió para sí. Al parecer, sabía lo atrapada que estaba—. He estado a punto de no venir, porque estoy sin blanca y Patrick no me da dinero.

Denise se inclinó hacia el suelo y apartó a un lado la botella de vino del bolso para llegar a la cartera.

—Menudo cabrón, ese Patrick. Pero pasa de él, Michelle, te lo daré yo —se ofreció, y sacó la cartera mientras sus dos amigas la miraban con los ojos bien abiertos cuando la abrió—. Toma, para ti —anunció, y depositó un billete del fajo de billetes de mil coronas delante de Michelle—. Así que Patrick puede irse a donde yo sé la próxima semana.

—Eh… Gracias. Es… —Michelle palpó el billete con las puntas de los dedos—. No sé… No creo que pueda devolverlo.

Denise agitó la mano, restándole importancia.

—Y si Patrick se entera… No sé…

—Había bastante dinero en esa cartera —se oyó la voz seca de Jazmine. Dentro de poco iban a preguntarle de dónde lo había sacado, estando como ellas en el paro.

Denise exploró el rostro de Jazmine. Solo habían salido juntas tres veces y, aunque se encontraba muy a gusto con ellas, la cuestión era si a ellas les pasaba lo mismo.

Sonrió.

—Digamos que soy una buena ahorradora.

Jazmine soltó una risa seca. Era evidente que había oído mejores mentiras que aquella. Entonces, de pronto, por instinto, giró la cabeza hacia la puerta, y Denise le siguió la mirada.

La primera chica que entró por la puerta del café provocó una mueca de inquietud en el rostro de Jazmine. Entornó los ojos, empezaron a vibrarle las mandíbulas y frunció el ceño. Como un animal de presa que se alza sobre sus cuartos traseros para reconocer el terreno, exploró los movimientos del exterior y, cuando entraron el resto de chicas, se inclinó hacia las otras dos.

—¿Recordáis a la punki que nos provocó donde la amargada el día que nos conocimos?

Las demás asintieron con la cabeza.

—Esas chicas se llaman Erika, Sugar y Fanny. Si están ellas, Birna estará al caer. Ya veréis.

—Entonces, ¿no es mejor que vayamos a otro sitio? —preguntó Michelle, apurada.

Denise se encogió de hombros. Le importaba un huevo aquella tipa de negro. No la intimidaba.

—Forman una banda, The Black Ladies —continuó Jazmine—, son conocidas en el barrio, y no por cosa buena.

—A saber por qué —ironizó Denise mientras inspeccionaba aquella ropa y aquel maquillaje a todas luces horribles. Black, quizá, pero de Ladies, nada de nada.

No fueron ni de lejos las únicas del local que medio minuto más tarde registraron la llegada de Birna y su retador desplome en la mesa junto al resto de la banda. Una de las mujeres, que estaba dando pecho, lo retiró debajo de la blusa y se levantó a la vez que hacía un gesto a su amiga. Dejaron un par de billetes en la mesa, recogieron sus cosas y se marcharon sin decir palabra y sin dirigir la mirada al grupo de chicas pintadas de negro que se removían en sus asientos, sosteniendo la mirada a todos los presentes.

Cuando la jefa divisó a Jazmine, se levantó de la mesa y estuvo un rato mirando hacia su grupo, para que entendiesen que aquello era territorio prohibido mientras ella estuviera allí.

Denise tomó un sorbo rápido de su taza y se levantó igual de desafiante, a pesar de que Jazmine le tiraba de la manga. Era bastante más alta que Birna, gracias a los zapatos de aguja, lo que solo consiguió que Birna apretase los puños con más fuerza.

—Vámonos —susurró Jazmine mientras se levantaba sin prisas—. Nos van a atizar como nos quedemos. Vamos.

El grupo de buscapeleas debió de interpretar mal la reacción de Jazmine, porque el resto de miembros de The Black Ladies se levantaron también.

Denise se percató de que había una inquietud creciente detrás de la barra. Las dos camareras se retiraron a la trasera del local mientras el camarero daba la espalda a los clientes y se llevaba el móvil a la oreja.

—Venga, Denise. —Jazmine la tomó del brazo, pero Denise se soltó de un tirón. ¿Creían que podían mangonearla así como así? ¿Creían que porque fuera femenina y estuviese buena tenía que ser también débil?

—Han estado en la cárcel por actos violentos, Denise. Fanny, la del pelo cortado a cepillo, lleva una navaja con la que ha atacado a gente —cuchicheó Jazmine.

Denise sonrió. ¿Acaso su abuelo no le había enseñado qué se hacía con los enemigos? Si alguien allí esperaba que se largara, era porque no conocía a Denise ni su historia.

—Una de ellas vive a tres manzanas de mi casa, saben dónde encontrarme, Denise —volvió a cuchichear—. Venga, larguémonos.

Denise se giró hacia Michelle, que no parecía intimidada como Jazmine, solo decidida.

Birna se había plantado en medio del local con la mirada centelleante, pero no impresionaba a Denise. Tal vez debiera haberla impresionado cuando sacó del bolsillo un llavero y, una a una, fue colocando las llaves entre los dedos de la mano, de manera que parecían un diabólico puño de hierro.

Denise esbozó una sonrisa irónica y se quitó los zapatos de tacón, los asió en la mano y dirigió los tacones de aguja, de acero, hacia su oponente.

—¡Birna, no olvides nuestro acuerdo! —gritó el hombre de detrás de la barra, amenazante, con el móvil tendido hacia ella.

Birna se giró con desgana, vaciló un momento al ver el teléfono encendido, y luego, sin alterar la expresión, metió de nuevo las llaves en el bolsillo.

—Están al llegar, tienes dos minutos —avisó el camarero.

El resto de miembros de la banda miró expectante a su líder, pero Birna no reaccionó. Se limitó a girarse hacia Denise con una mirada helada.

—Hala, ponte los zancos, muñeca —replicó con su fuerte acento islandés—. Ya te pillaremos en otro momento, tranquila. Entonces voy a meterte los putos zapatos por la garganta hasta que pidas perdón.

Luego se encaró con Jazmine.

—Y tú, payasa, sé dónde vives, ¿vale?

—Lárgate, Birna, están al caer —la conminó el camarero.

Ella lo miró y levantó el pulgar en el aire. Luego hizo una seña al grupo y se marcharon sin cerrar la puerta.

Antes de que Denise volviera a ponerse los zapatos, se oyó un ronroneo apagado en la calle y el camarero se dirigió hacia la puerta abierta.

Unos tipos musculosos con chalecos y muñequeras de cuero montados en tres motos enormes hablaron un momento con el hombre del café. Después se despidieron con un gesto, las motos salieron a la calzada y desaparecieron.

El camarero miró a Denise al pasar a su lado. Su rostro reflejaba respeto, pero no amabilidad, y cuando un par de los parroquianos empezaron a aplaudir, les lanzó una mirada que los hizo parar.

Denise estaba contenta consigo misma por haber tomado el mando, pero cuando vio el rostro de Jazmine también se dio cuenta de que podía desencadenarse entre ellas una lucha por el poder.

—Perdona, Jazmine —se disculpó—. No he podido evitarlo. ¿Crees que puede traerte problemas?

Jazmine apretó los labios. Por supuesto que iba a traerle problemas. Después aspiró hondo y dirigió a Denise una débil sonrisa. Al parecer, la disculpa estaba aceptada.

—Pagamos y nos vamos, ¿no? —propuso Denise, y sacó la cartera, pero Jazmine puso una mano encima de la suya.

—¿Estamos de acuerdo en que somos amigas? —preguntó.

Detrás, Michelle asintió con vehemencia.

—Claro, por supuesto —respondió Denise.

—Entonces, lo compartimos todo, ¿verdad? Decisiones, acciones y lo que queramos.

—Sí, estaría bien.

—Las tres tenemos secretos, pero no tiene por qué ser así siempre. ¿Estamos de acuerdo también en eso?

Denise vaciló.

—Sí —respondió por fin. La ratificación de Michelle fue más incondicional, claro que ¿qué secretos podía tener ella?

—Entonces, voy a desvelar uno de mis secretos. Y pago yo, ¿vale?

Esperó a que ambas asintieran antes de continuar.

—No tengo ni una puta corona —dijo riendo—. Pero eso no suele ser problema.

Señaló con la cabeza hacia un rincón.

—Mirad a ese tipo con pantalones de albañil. No nos quita el ojo de encima, lleva así desde que hemos entrado.

—Ya me he dado cuenta —repuso Michelle—. ¿Por qué cree que estamos interesadas en él y en sus pantalones sucios? ¿Y por qué no se ha levantado a ayudarnos cuando esa tiparraca nos ha amenazado?

—¿Has visto cómo nos desnudaba con la mirada?

Denise se volvió. Allí estaba el tío, con su cuello corto y grueso, detrás de una botella semivacía de cerveza, con una sonrisa torcida, mientras sus amigos se inclinaban sobre la mesa con los brazos cruzados. Era evidente que era el autodesignado jefe de la manada.

Jazmine miró al hombre a los ojos y le hizo señas para que se acercara. Por un momento pareció confuso, pero estaba claro que no le faltaba interés.

—Mirad y aprended —susurró Jazmine, mientras levantaba la cabeza hacia el hombre cuando este se plantó ante ellas, rodeado de vapores de loción para el afeitado barata.

—Hola —saludó Jazmine—. No estás mal. Y por eso vas a pagarnos la ronda.

El hombre frunció el entrecejo y se giró hacia sus amigos, que, considerados, se arrellanaron en sus sillas.

Miró de nuevo a Jazmine.

—¿Pagar? ¿Por qué habría de hacerlo?

—Porque nos has comido con los ojos. ¿Acaso no te has imaginado cómo tenemos el chocho?

El hombre echó la cabeza hacia atrás. Se disponía a protestar, pero Jazmine atacó rápido.

—Te dejaré ver el mío, pero para eso tienes que pagar. Tengo una foto que sacó mi novio.

El hombre sonrió. Estaba claro que de pronto entendía la propuesta, pese a no estar del todo de acuerdo con las condiciones.

—Vas a enseñarme cualquier cosa que has encontrado en internet.

Se giró hacia sus compañeros y rio. Como no oían, no entendían nada, pero le devolvieron las risas.

—¿Estás de acuerdo, o qué? —Jazmine sacó el móvil del bolso—. Solo tienes que pagar la ronda. No tenemos dinero.

El hombre se quedó un rato balanceándose sobre sus botas de seguridad.

Denise intentó no perder la compostura. Jazmine lo estaba haciendo de cine y el hombre empezaba a ablandarse, era guay ver aquello.

Entonces el albañil se giró hacia el mostrador.

—¡Camarero! ¿Cuánto deben las señoritas? —gritó.

El camarero lo miró en la caja.

—Ciento cuarenta y dos con cincuenta —respondió.

El tipo se volvió hacia Jazmine.

—No acostumbro a pagar por ver chochos, pero uno es un caballero y ayuda a las mujeres en apuros.

Sacó una billetera abultada y extrajo el dinero.

—Quédate con la vuelta —dijo, mientras dejaba los billetes sobre la barra. Qué generoso, siete coronas y media de propina.

Trabajo en negro, pensó Denise al ver la billetera. También ella tenía un sugardaddy albañil así.

Jazmine le puso el móvil delante y dejó que echara una prolongada mirada.

El hombre movía la cabeza arriba y abajo y respiraba más profundo por las ventanas de la nariz algo dilatadas mientras su mirada saltaba de los ojos de Jazmine a la pantalla del móvil. Su expresión decía «si quieres más, por mí de acuerdo». Denise estaba impresionada.

—Si quieres ver una foto sin depilar, son doscientos más —ofreció Jazmine.

El tipo parecía estar embelesado, mientras su cuello y orejas enrojecían por el aumento de flujo sanguíneo.

Dejó el billete de doscientas sobre la mesa.

—Pero entonces me la tienes que enviar a mi correo. —Deletreó la dirección mientras Jazmine tecleaba.

Cuando a los segundos se oyó el tono del correo, el hombre se giró hacia sus amigos, les envió un saludo de despedida y se fue.

—¿No creéis que va a ir zumbando a casa a cascársela? —rio Michelle.

Era dinero fácil. Denise asintió, aprobadora.

—¿Era ese tu secreto? —preguntó.

Jazmine sacudió la cabeza.

—No, mujer, era solo un truco. El secreto os lo contaré otro día.

Se metió el billete de doscientas coronas en el bolsillo trasero, cerró el bolso y propuso que se marcharan.

Entonces un tipo se levantó de una de las mesas junto a la barra y puso otro billete de doscientas encima de la mesa de ellas.

—He visto lo que has hecho. Yo también quiero mirar.

Jazmine sonrió y sacó el móvil del bolso.

Denise observó al hombre. Muchos factores explicaban su presencia allí. Aunque no tenía más de treinta y cinco años, su rostro había perdido su ardor juvenil. Ningún anillo en los dedos que atestiguase una relación estable. La ropa, bastante bien, pero mal combinada. Caspa en la chaqueta sin planchar. El típico tío con trabajo fijo y sin nadie que lo esperara en casa.

A Denise no le gustaba. Los hombres frustrados pueden explotar en cualquier momento, y fue lo que ocurrió.

Con un movimiento sorprendente, asió a Jazmine de la muñeca para poder ver la pequeña pantalla con paz y tranquilidad. Denise quiso intervenir, pero Jazmine le señaló con un gesto que no lo hiciera. Se bastaba ella sola.

—Quiero ver todo el cuerpo —dijo el tipo—. Doscientas es demasiado por cuatro pelos.

Qué creído, pensó Denise mientras sonaban las señales de alarma.

—Venga, zorra. Todo el cuerpo; si no, no te suelto.

Jazmine se deshizo de la presa y retiró el móvil hacia sí. Hasta Michelle demostró resolución cuando de un manotazo hizo desaparecer el billete de doscientas coronas de encima de la mesa.

Entonces el tipo se puso a gritar. Las llamó putas y ladronas y les dijo que se merecían un par de hostias.

Fue entonces cuando intervino el camarero, que demostró que sabía cómo actuar. Asió con autoridad al hombre y le preguntó si quería que llamase otra vez a los moteros o si prefería abandonar el local por su propio pie.

El hombre escupió sobre la mesa antes de abalanzarse hacia la puerta.

El camarero sacudió la cabeza y sacó un trapo del bolsillo del delantal.

—Sois unas chicas muy animadas —les dijo mientras limpiaba el escupitajo—. Demasiado animadas para ser un jueves por la tarde. Así que cuando el tipo haya llegado al extremo de la calle, os agradecería que buscarais otros territorios de caza.

Era difícil poner objeciones.

Cinco minutos más tarde estaban en la calle retorciéndose de la risa. Denise iba a decir que las tres tenían mucho que aprender una de otra, pero la interrumpió el inconfundible olor a loción de afeitado del albañil a quien había desplumado Jazmine. Denise se volvió hacia la entrada de la casa de al lado al tiempo que el albañil avanzaba.

Amenazante, con decisión y enorme rapidez, asió la bandolera del bolso de Jazmine y, aunque ella tiró de él, el tipo metió la mano dentro y sacó el móvil.

—Dame el pin o te estampo el teléfono contra los adoquines —advirtió, y lo levantó a la altura de la cabeza, dispuesto a cumplir su amenaza.

A Jazmine se le notaba que daba la batalla por perdida. Que aceptaba que el dinero ganado con facilidad iba a regresar a su dueño, pues al fin y al cabo el móvil valía más.

—4711 —respondió, y lo dejó teclear hasta que se abrió el programa de imágenes. El tipo movió el dedo arriba y abajo hasta que encontró la carpeta. Cuando accedió a su contenido, la mano de Jazmine ya estaba en el bolsillo trasero, buscando el dinero.

—Me cago en todo, ¡lo sabía! —gritó—. ¡Puta cerda, no eres tú! —Le enseñó una foto de la mujer a la que pertenecía el vientre. Parecía formar parte de una serie.

Jazmine se alzó de hombros.

—No teníamos para pagar y tú eras el que tenía más pinta de caballero. ¿No es esa la palabra que has usado para definirte?

El albañil borró de un puñetazo la sonrisa que acompañó aquella despreocupada confesión. Jazmine cayó directa sobre la acera.

Iba a patearla allí, en el suelo, pero se detuvo en medio del movimiento y se desplomó sin hacer ruido. La botella de vino que llevaba Denise para compartir con ellas era más de lo que podía soportar aquel cuello de toro.

Los adoquines de la acera que daba al canal en Gammel Strand estaban calientes por el sol cuando se sentaron bajo la barandilla, junto a un grupo de jóvenes que tenían las piernas colgando hacia el muelle y el agua. El sol de verano apretaba y la luz era intensa, de forma que la hinchazón de la mejilla de Jazmine era difícil de pasar por alto.

—Salud —propuso Denise, e hizo correr la botella de vino.

—Gracias. —Jazmine levantó la botella hacia Denise, se la llevó a la boca y le dio un buen trago—. Y gracias a ti también —dijo mirando la botella, antes de pasársela a Michelle.

—No lo debías haber pateado tan fuerte cuando estaba en el suelo, Jazmine —la regañó Michelle con voz queda—. No me ha gustado que sangrase por la sien. ¿Por qué lo has hecho? Si ya había perdido el conocimiento.

—Me han educado mal —repuso Jazmine.

Las dos se miraron un instante, y luego Michelle se echó a reír.

¡Selfie! —gritó, y sacó el móvil.

Denise sonrió.

—Cuidado, que no se te caiga al agua —comentó mientras se apretaban un poco.

—La verdad es que las tres estamos buenas, ¿no os parece?

Michelle alargó el brazo de forma que el móvil las captara.

—No hay muchas aquí que puedan fardar como nosotras de piernas bonitas —dijo sonriendo.

Denise asintió.

—Has montado un buen numerito en el café, Jazmine. Creo que podemos formar un buen equipo.

—A lo mejor deberíamos llamarnos The White Ladies —dijo Michelle riendo. Solo dos tragos, y el tinto parecía haber hecho su efecto.

Denise sonrió.

—Ibas a contarnos tu secreto, Jazmine. ¿Ya se te ha olvidado?

—No. Pero luego no quiero escuchar sermones. Nada de reproches ni movidas por el estilo. De eso ya he tenido bastante, ¿de acuerdo?

Hicieron un juramento mudo con la mano levantada, y después se rieron. No sería para tanto.

—Cuando nos conocimos, era solo la tercera vez en seis años que iba a Servicios Sociales para mendigar, pero de hecho he tenido subsidio todo el tiempo.

—¿Y eso…? —Michelle parecía muy interesada. No era de extrañar, dada su situación.

—Me las apaño para quedarme embarazada y aguanto el embarazo hasta el final. Lo he hecho ya cuatro veces.

Denise alargó el cuello.

—¿Qué dices…?

—Ya habéis oído lo que he dicho. Te quedas feúcha de la tripa y las tetas y tal, pero me he recuperado bien todas las veces.

Se dio unas palmadas en el vientre plano. Madre de cuatro niños, y no se le notaba.

—¿Tienes un marido? —preguntó Michelle con ingenuidad.

Jazmine rio en silencio. Al parecer, allí estaba el quid de la cuestión.

—He dado a los cuatro en adopción. El sistema es sencillo. Te quedas embarazada de cualquiera, te quejas de dolores pélvicos o cualquier otra chorrada médica y la legislación te protege. Cuando van a volver a darte trabajo, te quedas otra vez embarazada. El niño te lo quitan al poco tiempo, vuelves a quedarte embarazada y vuelven a protegerte. Hace un par de meses de la última vez, y por eso iba a Servicios Sociales —dijo, y se rio.

Michelle alargó la mano hacia la botella.

—Yo no podría hacerlo —reconoció—. Sueño de verdad con tener hijos, aunque no creo que vaya a ser con Patrick.

Tomó otro trago y se giró hacia Jazmine.

—Así que ¿no sabes quién es el padre de los niños?

Jazmine se encogió de hombros.

—Tal vez alguno, pero me da igual.

Denise siguió con la mirada los rizos de la superficie del agua después de que otra motora de turistas pasara junto a ellas. Hasta entonces no había conocido a nadie como Jazmine. Era una mujer digna de atención.

—Y ahora ¿estás embarazada?

Jazmine sacudió la cabeza.

—Pero igual la semana que viene sí, ¿quién sabe?

Trató de sonreír. Era evidente que prefería transitar por otros escenarios.

¿Se referiría a que ya iba siendo hora de pensar en nuevas estrategias de supervivencia?

—¿Y la banda de chicas? ¿Si estás embarazada y te atacan? ¿Has pensado en eso? —preguntó Michelle.

Jazmine asintió en silencio.

—De todas formas, voy a largarme del barrio.

—Se encogió de hombros con aire de disculpa—. Sí, vivo en casa con mi madre, ¿no os lo había dicho?

No le respondieron, pero tampoco ella parecía esperarlo.

—«La próxima vez que te quedes embarazada, ¡te pongo en la calle!», grita mi madre todo el tiempo. —Jazmine apretó los labios—. Solo tengo que encontrar un sitio, y me largo.

Denise asintió. Las tres estaban en una situación de vivienda insostenible.

—Si no sueñas con niños, entonces ¿con qué sueñas, Jazmine? —quiso saber Michelle. No parecía haber avanzado gran cosa.

Jazmine permanecía inexpresiva. Por lo visto, esas fantasías no constituían una ocupación diaria para ella.

—Di cualquier cosa. —Michelle trataba de ayudarle a seguir hablando.

—Vale. Sueño con cepillarme a la puta asistenta social Anne-Line Svendsen y librarme de Servicios Sociales.

Denise rio y Michelle asintió con la cabeza.

—Sí, liberarte de todo. A lo mejor algún reality en el que se pueda ganar dinero y luego poder hacer lo que quieras.

Entonces se giraron hacia Denise y la miraron, retadoras.

—Vaya, ¿me toca a mí? Pero si ya lo habéis dicho todo. Sacar un montón de pasta y luego darle una buena lección a esa bruja de asistenta social para que nos deje en paz.

Se miraron en silencio, como si de pronto comprendieran cómo podían poner fin a sus contratiempos.

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