Selfies

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Capítulo 47

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Lunes 30 de mayo de 2016

—¡Venga, Rose, soy Vicky! Ya puedes salir, padre ha ido a trabajar, esta semana tiene turno de noche.

Sus dedos temblorosos se dirigieron a la llave de la puerta de su dormitorio, pero no la agarró. ¿Estaba de turno de noche? ¿Ya era jueves? ¿Y quién gritaba allá fuera?

Por la voz parecía Vicky, aunque no era cierto: era ella misma. Pero entonces ¿por qué hacía creer la de fuera que era Rose? ¿Quién podía tener ganas de ser Rose? Nadie la apreciaba; pero Vicky… era otra cosa.

Cuando pueda salir, me pondré una camisa, pensó. Hoy va a ser una camisa de leñador a cuadros amarillos y negros, bien abierta para enseñar el canalillo. Emitió una risa ahogada. La iban a mirar con los ojos como platos.

Pero me limitaré a sonreír cuando miren, y diré que mi plan es casarme con ese actor famoso. En este momento no recuerdo su nombre, pero tampoco importa. Él sabe bien que soy yo quien será suya. Ya lo creo que lo sabe.

Dicen que Vicky es muy guapa, así que también yo soy guapa. Rose es solo Rose, es una pena, no puede hacer nada al respecto, ella es así. Padre lo ha dicho muchas veces y tiene razón. Por eso estoy contenta de no ser ella.

¿Quién puede desear ser ella? Por cierto, ¿lo he dicho antes? Bueno, pues yo, desde luego, no. Y padre está de turno de noche, así que voy a salir a bailar. Menos mal que no pueden inmiscuirse en eso. Nadie.

Entonces volvió a sentir la cercana y penetrante sensación en el esófago. No sabía si respondía a lo que estaba pensando, esperaba que no, porque todo iba bien en aquel momento. Hacía tan solo un segundo no le dolía nada, pero ahora el dolor estaba de vuelta.

¡Ay, otra vez el reflujo! ¿Cómo puedo evitarlo?

¡Ay, ay, ay!

Abrió los ojos. Cuanto la rodeaba estaba velado. Tenía los ojos secos, y le dolía todo el cuerpo. ¿O no? ¿No era solo el esófago lo que le escocía? ¿Y la lengua?

Un poco lejos se oía una voz de mujer maldiciendo. ¿Era la realidad o no era más que otro sueño?

¿Estoy volviendo a encerrarme en mí misma? Lo había hecho muchas veces durante muchas horas. Había perdido la noción del tiempo, solo sabía de forma superficial dónde se encontraba.

Lo principal era que estaba atada y que le escocían el vientre y el esófago, y apenas sentía el resto de su cuerpo. Por lo que recordaba, llevaba al menos veinticuatro horas sin sentir las manos ni las piernas. ¿O era más?

La mujer de allí fuera habló otra vez, parecía muy cabreada. Juraba y maldecía a la tal Denise. Pero entonces aquello era la realidad, y si era así, esperaba permanecer en ella. Cuando desaparecía del mundo real, veía a su padre tendido en el suelo con la carne y los huesos aplastados y luciendo una amplia sonrisa. Aquella mirada fija, que la marcaba y jamás palidecía, sino que lucía con mayor intensidad cada vez que caía en el sopor. Sus hermanas acudían siempre en su ayuda, ya lo sabía. De pronto estaban en su interior y ella en el interior de ellas, y entonces lograba la paz. Y lo único que buscaba era paz. Bajo la apariencia de lo que fuera.

—¿Dónde coño se ha metido? —se oyó otra vez desde la sala.

¿Cómo se llamaba la que estaba hablando? ¿Era Michelle? No, esa era la que decían que estaba muerta. ¿O era quizá algo que había soñado?

—Mmmm —gruñó tras la cinta americana, para dar a entender que tenía sed; pero la voz de mujer dominaba la suya y seguía su curso. Tampoco era la que solía darle de beber con la pajita, tanto como eso ya podía recordar. Puede que lo hiciera una sola vez, eso fue todo.

El estómago se le contrajo en espasmos, de modo que todavía era capaz de reaccionar. Al instante sintió de nuevo escozor en el esófago. Todo parecía estar relacionado.

Entonces abrió mucho los ojos. Fue la última oleada de reflujo la que la sacó por fin del sopor.

Miró alrededor. La luz del sol había perdido su brillo en la entrada. ¿Eso significaba que era por la mañana temprano o el atardecer? Era difícil acertar, porque en aquella estación había luz la mayor parte del día. El verano estaba a la vuelta de la esquina y los ojos de la gente se fundían en una sola mirada y el cuerpo se ponía a bailar por dentro. Lo había experimentado una vez en la realidad, y estaba contenta de ello. Se hablaba a menudo del enamoramiento como algo que podía surgir sin más, y eso una y otra vez. Rose no lo vivió así, pero el baile interior ya lo había probado, aunque su padre se había encargado de destrozarlo.

La mujer de fuera volvió a hablar, casi a gritos.

Rose frunció el ceño. No, no era cierto, no era una mujer la que gritaba. Miró por la puerta entreabierta. Allí no había nada, pero aun así había una voz que llenaba toda la entrada. La voz era grave, mucho más grave que la de la mujer, y Rose la conocía. Era la voz de Assad, ¿no? ¿Y por qué la oía de repente? ¿Por qué gritaba que ya sabía que había alguien dentro y que solo quería hacer unas preguntas?

¿Estaba soñando, o Assad quería decirle de verdad que sabía que estaba dentro? ¿Y quería hacerle unas preguntas? ¿Por qué no entraba a preguntar? Respondería con gusto a Assad, al fin y al cabo era su amigo.

—Mmmm —gruñó de nuevo; esta vez significaba que pedía a Assad que se acercara. Que entrara al baño y le despegara la cinta de la boca, para que pudiera escupir el reflujo y responder a sus preguntas. Lo haría con muchísimo gusto.

Ven a preguntarme algo, Assad, pensó, mientras sus ojos secos se humedecían un poco y su pecho provocaba una especie de llanto dentro de ella. Fue una buena sensación.

Ahora oía también otra voz muy lejos, que podría sonar como la de Carl. De hecho, se emocionó al oírla, se emocionó tanto que brotaron lágrimas de verdad. ¿Todo aquello era real? ¿Estaban allí fuera en alguna parte, y sabían que ella estaba dentro?

Entonces, ¿tal vez forzaran su entrada en la casa para verla allí en toda su humillación y, a pesar de todo, la abrazaran?

Ojalá lo hicieran.

Estuvo un buen rato escuchando, tratando de emitir sonidos que fueran más audibles y más comprensibles que aquellos simples gemidos inarticulados. Estaba alerta. Su cuerpo se elevaba de forma inesperada hacia otra realidad, impulsado por la bomba de adrenalina o alguna otra cosa sobre la que no tenía influencia.

Y de repente llegó galopando el dolor desde los hombros y la espalda. Era un flujo violento de reprimidas protestas de articulaciones y músculos. Todos sus nervios despertaron, y Rose gimió en voz alta tras la cinta americana.

La sombra de la mujer se deslizó junto a la puerta del baño. Se movía de manera diferente a la habitual. Parecía febril y tensa.

—Cierra el pico —le dijo entre dientes al pasar a su lado, y unos minutos más tarde oyó ruido procedente de la sala. Fue un clic y varios ruidos sordos, luego se hizo el silencio.

Un silencio absoluto.

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