Selena

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Portada

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SELENA

La venganza tiene nombre de mujer

Annabel Navarro

Título: “Selena”

Autor: Annabel Navarro

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

© Annabel Navarro, 2015

Primera edición (Mobi): Octubre 2015.

Puede contener errores.

Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único.

AGATHA CHRISTIE

Prólogo

Desde que autopubliqué mi primera novela hasta hoy, con la ayuda de los lectores y la práctica, he tratado de pulir aquellos detalles que no percibía por mi propia inexperiencia; y, también, evitar aquellos errores que la impaciencia que todo autor novel tiene por compartir su trabajo, me ha llevado a cometer.

En este tercer volumen, he tratado de seguir vuestras indicaciones y consejos; sólo espero haber conseguido plasmar todo lo que he aprendido en este tiempo y haber conseguido transmitir todo lo que quería compartiros, y todo el esfuerzo que hay detrás.

Como he comentado en otras ocasiones, no es necesario seguir un orden de lectura de los volúmenes que forman la serie, pues cada caso es una nueva aventura; pero es recomendable para entender ciertos aspectos.

“Selena” se inicia con el abandono de la ciudad por parte de Jack Meyer (jefe del equipo del FBI en el que trabaja nuestra protagonista Natalie Davis) como consecuencia de las decisiones del pasado (leer Hamilton Heaven). Las circunstancias le han llevado a hacer la maleta y alejarse de Nueva York por una temporada; necesita tiempo para reorganizar su vida y decidir qué nuevo camino debe tomar. Pero porque él ya no esté, no significa que el mundo vaya a detenerse y los crímenes vayan a dejar de producirse.

Natalie tiene que enfrentarse a un nuevo jefe que está pendiente de cada uno de sus pasos a la espera de que cometa un error para deshacerse de ella; al tiempo que recibe una llamada que la pone sobre la pista de un nuevo caso.

Varias muertes, unos tacones que se alejan de cada escenario, un pasado que marca el declive del asesino, giros y suspense dan forma a este nuevo caso protagonizado por la novata agente del FBI; pero…

¿Sigue siendo la misma persona que llegó a Village Street? ¿Estará frente a su primer “crimen perfecto”? Sólo podrás averiguarlo leyendo hasta el final.

Gracias por dejar que nuestros caminos se crucen.

Annabel Navarro.

PARTE I Selena.

Capítulo I

Jack bajó de la furgoneta que había aparcado junto a la tienda del pueblo. Hacía dos semanas que se había instalado en una de las casas flotantes del lago tratando de huir de las desastrosas consecuencias de sus actos. Había sido el primero de su promoción y luego, el agente federal más joven en dirigir un equipo de investigación; algo con lo que siempre había soñado y, había conseguido, para permitir que se le escurriera de entre los dedos. Tras delegar en su equipo la resolución de un importante caso cuyo desenlace había sido desastroso y haberse centrado en prestar toda su atención en su vieja amiga y subordinada, Natalie Davis, él había dejado de ser el agente Meyer del que se sentía orgulloso para convertirse en el hombre perdido y abatido que había abandonado Nueva York para esconderse entre latas de cerveza y ganchitos. Observó su reflejo en la ventanilla de su auto. Despeinado, con barba de varios días y ojeroso, con vaqueros sucios, botas marrones y camisa de cuadros; Jack no se parecía en nada al “Matt Bomer" que se paseaba trajeado con sus Ray-ban por la gran ciudad. Inició el paso con la mente en blanco y la mirada fija en la puntera de sus zapatos. La tienda, una construcción rectangular de tablones de madera y repintada de blanco, era el único lugar de suministros; a excepción de la gasolinera situada en las afueras. El tendero, Harry Turner, lo observaba sonriente haciendo que sus diminutos ojos negros se perdieran entre los pliegues que bordeaban sus pestañas; los estragos de llevar más de 30 años al frente de aquel lugar. Jack andaba sin apartar la vista del suelo, lo que le llevó a tropezar con una joven que justo salía de la tienda y en la que no reparó.

—Buenos días, señor Meyer —saludó efusivo. Jack se limitó a soltar un gruñido—. ¿Lo de siempre? —Preguntó mientras tomaba una caja de cartón para llenarla con varias botellas de whisky, ganchitos y cerveza. Con un nuevo gruñido, Jack asintió—. ¿Algo más? —Quiso asegurarse Harry ante de dar por zanjada la compra.

—Carne, huevos y panceta—respondió Jack al tendero, quien no podía ocultar su asombro.

—¿Chuletas? ¿Dos docenas? ¿Y varios paquetes? —Tartamudeó Harry tratando de descifrar los deseos de su peculiar cliente. Jack se limitó a asentir mientras buscaba la cartera en el bolsillo trasero de su pantalón.

—¡Maldita sea! —exclamó.

—¿Algún problema? Si no tiene dinero... —Harry trataba de ser amable, pero no iba a ser correspondido. Jack lo dejó con la palabra en la boca y retrocedió sobre sus pasos. Estaba seguro de que había salido con la cartera de casa y que la llevaba con él cuando había bajado de la furgoneta. Recordó a la chica con la que se había cruzado minutos antes y aceleró el paso para buscarla en la calle. Salió bastante furioso, pero se detuvo en seco al ver la cartera tirada en los escalones de la entrada. Regresó sobre sus pasos sintiéndose estúpido por creer que aquella chica le había robado, solo por haber chocado con él; seguramente se tratara de deformación profesional, para él todos eran sospechosos hasta que se demostrara lo contrario (aunque la ley dijera lo opuesto). Inició el paso sacudiendo la cabeza ante su suspicacia; ajeno a que unos ojos color avellana lo seguían muy de cerca.

—¿La había dejado olvidada en el coche? —dijo el tendero. Jack sonrió y se encogió de hombros sin dar explicaciones. Le dio varios billetes y esperó su cambio. Absorto trataba de recordar de qué conocía a aquella chica. Algo en ella le era familiar y estaba seguro de haberla visto antes.

—Señor Meyer, aquí tiene su cambio. ¿Señor Meyer?

—Oh, sí, gracias. Disculpe, ¿cómo se llama la chica con la que…? —Harry no le dejó continuar. Entusiasmado de que al fin Jack le dirigiera más de dos palabras, se soltó la lengua.

—Nadine Morris. También es de Nueva York como usted. Llegó hace unas horas al pueblo. Es escritora, ¿sabe? Aunque todavía no ha escrito nada importante. Ha venido a pasar una temporada para acabar su próxima novela. Es tan bonita como encantadora. ¿Quiere que le diga algo? ¿Le pido su número? —Preguntó Harry sin abandonar su actitud servicial. Jack negó.

—Creía haberla visto antes.

—Quizás coincidieran en Nueva York.

—No, estoy seguro de que no—. Jack tomó la caja con su compra y, sin despedirse, se dirigió a su furgoneta.

Sentado frente al volante trataba de hacer memoria. Nadine Morris. 1,60. Delgada, piel clara, ojos grandes, pelo negro y muy corto... Sabía que la conocía de algo, pero... ¿De qué? Jack desistió y arrancó el motor para regresar a su refugio donde se serviría un trago de whisky. Ya en su casa con la botella en la mano, se tumbó en el sofá sin poder apartar de su mente la incógnita que rodeaba a la escritora neoyorquina Nadine Morris.

Capítulo II

Steve era profesor de natación en un instituto. Aquella tarde le había tocado guardia. Tras finalizar las actividades extraescolares, debía revisar cada aula y rincón del centro para asegurarse que no quedara nadie. Normalmente, el profesor de turno, lo hacía acompañado de Mauro, el hombre de mantenimiento; pero se había tomado la tarde libre por asuntos familiares. Steve verificó cada rincón y, una vez acabado su trabajo, se dirigió a la piscina para tomar un baño; ya que nadie le molestaría. Tomó su móvil y seleccionó al azar a una de sus amigas para que lo acompañara; era algo que hacía habitualmente, por suerte hasta el momento nunca lo habían pillado. Se disponía a hacer su llamada cuando un bulto junto a la piscina lo sorprendió. De espaldas y apoyado de rodillas, alguien con el mono marrón de Mauro (el tipo de mantenimiento) y una gorra calada de color azul, se afanaba en limpiar el suelo con una esponja.

—¡Eh, amigo! ¿Has venido a sustituir a Mauro? Nadie me ha dicho nada. ¡Eh, amigo! — Volvió a llamar. Dio unos pasos y se percató de que llevaba unos auriculares puestos.

El intruso continuaba inmerso en su quehacer, así que Steve decidió acercarse para pedirle explicaciones. A unos pasos de distancia, sus pies le fallaron haciéndolo caer de espaldas con el consiguiente chichón en su nuca. Aturdido por el golpe, no se percató que el hombre en un movimiento repentino había abandonado su tarea y se disponía a dejarlo inconsciente. Le atizó con un mazo en la frente y Steve quedó inmóvil e indefenso. El agresor sacó una pequeña navaja de uno de sus bolsillos y garabateó algo junto a la herida; para luego guardarla de nuevo. Se acercó al cuerpo y con un suave movimiento, lo dejó caer al agua de donde no saldría hasta horas después, ya sin vida, y con la ayuda de varios profesores. El asesino, impasible, pasó la esponja que había estado usando, por el borde de la piscina, recogió sus cosas y devolvió todo el material al cuarto de mantenimiento dispuesto a alejarse de allí y volver a casa donde lo esperaba un nuevo plan para deshacerse de su próxima víctima. Nada hacía presagiar que entre aquellas paredes acababa de producirse un asesinato. El instituto aguardaba en silencio a que despuntara el día y se descubriera el incidente, una calma únicamente perturbada por el contoneo de un par de tacones que se alejaban con pesar.

Capítulo III

Jack yacía seminconsciente sobre el sofá; una botella vacía de whisky y varias latas de cerveza lo rodeaban. Nadine apretaba la cara al cristal de la ventana tratando de ver el interior, sin éxito. Aquella locura no dejaba de complicarse. Rodeó la casa y descubrió que una de las ventanas estaba abierta. Se aseguró de no ser vista y se coló en la casa flotante de Jack. El detective estaba tan borracho que permanecía completamente ajeno a lo que sucedía.

—¡Dios mío! ¡Menuda peste a alcohol! —exclamó Nadine. Recogió los envases vacíos y los tiró a la basura. Luego, se deshizo del contenido del resto de bebidas que quedaban en la casa. Enchufó la cafetera eléctrica y mientras el café se preparaba, agarró a Jack por los pies y lo arrastró a la ducha. Con sus escasos 50 kilos, a Nadine no le resultó fácil transportarlo. Estaba exhausta y comenzaba a dudar de que fuera buena idea. Tomó aliento y recobró la iniciativa. Tras hacerlo rodar por la casa, con algún otro golpe en el proceso, logró meterlo en la bañera y sumergirlo bajo el agua fría. Había bebido demasiado y ni siquiera la impresión por el contraste de temperatura lo hizo reaccionar. Jack se limitó a abrir los ojos por unos segundos, entornar la vista y...

—¿Quién eres? ¿Has venido a buscarme? —preguntó entre entusiasmado y apenado. Acto seguido volvió a dormirse. Nadine se marchó a la cocina y regresó con una taza de café que ayudó a tomarse.

—¡Maldito zoquete! —insultó frustrada golpeando la nuca de Jack. En un movimiento instantáneo y reflejo, Jack saltó de la bañera sobre ella, inmovilizándola, para luego arrastrarla al salón y atarla a una silla.

La chica forcejeaba sin abrir la boca. Jack estaba demasiado confuso para distinguir las facciones. Llevó la mano al pelo de la chica y tiró de los mechones, quedándose entre los dedos con una peluca y haciendo que el cabello castaño de la intrusa llegara hasta sus hombros.

—¿Natalie? ¿A qué has venido?

—En serio, ¿es necesario esto? —se limitó ella a responder, señalando con su cabeza a las manos que tenía atadas a su espalda. Él la miraba divertido, era la primera vez en semanas que se veían y aunque estaba contento de su visita, sabía que si había estado ocultándose es por qué tenía algún secreto.

—Bueno... Es lo menos que puedo hacer cuando una intrusa asalta mi propiedad. Nat... Me has defraudado; creí que estabas mejor entrenada.

—Oh, Jack. Estabas tan borracho que lo que menos esperaba es que pudieras moverte—Jack chasqueó la lengua contra el paladar.

—Un terrible fallo de novato. La famosa Natalie Davis no puede permitírselo...

—¡Jack! ¡Basta de juegos! ¡Suéltame! Hay algo importante que debemos hablar; es por lo que he venido a buscarte.

—Me decepcionas. Yo que pensaba que habías venido porque me echabas de menos...—Jack sonrió recordando una de las mejores noches de su vida.

La noche que murió Mark Jones, el ex de Natalie, ella estaba destrozada.

—Ha sido horrible —lloraba desconsolada. Jack la abrazaba, mientras ella se lamentaba. Jack asentía sin decir nada, no quería disgustarla aún más y sabía que dijera lo que dijera, ella lo usaría para desahogar toda su furia contra él.

Natalie decidió dejar a un lado su coraza y se acomodó entre sus brazos. Él la apretó contra sí, mientras olía su pelo; el olor a menta impregnaba todo el habitáculo. Natalie alzó la cabeza quedando ambos a tan corta distancia que al hablar rozó sus labios, y añadió mirándole a los ojos—. ¿Pero qué será de ti? —dijo para después besarlo. Jack no estaba seguro de qué sucedería, pero sabía que al menos durante unos minutos, aquella noche... Natalie sería suya.

Había sido el primer acercamiento entre ellos y, aunque se habían limitado a darse unos besos y a permanecer abrazados en el coche hasta que los primeros rayos de sol les advirtió que estaba amaneciendo, habían dado un importante paso en su relación que, debido al despido inmediato de Jack, había vuelto a quedar en stand by; pues él había estado sumido en una profunda depresión que lo había llevado a apartarla de su lado.

Natalie lo miraba frunciendo el ceño. La última vez que se habían visto habían mantenido una dura pelea.

Toda la oficina lo había oído discutir con el jefe de departamento. Jack había abandonado el despacho iracundo, luego había recogido su mesa para después salir del edificio sin despedirse de nadie; ni siquiera de ella. Natalie no pensaba dejar las cosas así. Corrió tras él, alcanzándolo en el parking.

—¿Jack? ¿Estás bien? —dijo a la espalda del ex-agente que guardaba sus cosas en el maletero de su coche. No respondió—. ¿Qué ha sucedido? ¿Te han suspendido? No debes preocuparte, estoy segura que muy pronto estarás de vuelta—. Jack cerró el maletero y se dispuso a bordear el coche para subirse a él—. ¿Jack? —Insistía Natalie, quien trató de voltearlo tomándolo del brazo; pero el agente se deshizo de ella haciéndola caer de espaldas sobre el coche aparcado junto a ellos. Jack golpeó el techo con el puño, pasando su mano a unos centímetros de su cara.

—Tú tienes la culpa de todo esto, por abrirte de piernas con el primero que se cruza en tu camino —le gritaba casi rozando su nariz. Natalie lo abofeteó con todas sus fuerzas. Él, acariciándose la mejilla, contraatacó—. ¡Eres patética! Enamorarte de un asesino... ¿Puedes dormir por las noches sabiendo todo lo que hizo ese hijo de puta? ¡Qué idiota he sido! —rio histérico—. Lo he dado todo por ti, hasta en lo único que soy bueno... No me llames, no me busques, he muerto para ti—. Natalie lo observaba boquiabierta y paralizada, jamás había imaginado que él la trataría así; él la conocía y sabía que no se entregaba al primero que se cruzaba en su camino. Mark Jones había ejercido sobre ella una atracción especial que había nublado su juicio. Jack, sin mirar atrás, arrancó el motor y salió de la plaza para huir de allí a toda prisa.

Desde entonces no se habían visto. Jack no había estado en su mejor momento. No le guardaba rencor, y tenerlo frente a ella después de tantas semanas sin verlo, le ablandaba el corazón; aunque su actitud empezaba a cabrearla.

—¡Jack! ¡Maldito cabezota! He descubierto algo muy importante sobre tu despido. Alguien te la jugó y puedo hacer que vuelvas—. Jack la miró desconfiado—. ¿No me crees?

—El problema no es que no te crea, es que no estoy seguro de si quiero volver —explicó Jack mientras la desataba. Ella lo miraba perpleja—. Aun así, tengo curiosidad por esa historia que te ha hecho venir a buscarme... Después de no haberme hecho ni una sola llamada—. Natalie tragó saliva, no quería confesarle que todos los días durante el tiempo que habían estado separados había marcado su número, pero todas esas veces no se había atrevido a hablar y había colgado.

—Dejaste muy claro la última vez que nos vimos que no querías saber nada de mí.

—Sobre eso... —Jack hizo el intento de disculparse, pero ella no le dejó. Con un golpe en la parte trasera de las rodillas y un rápido movimiento, lo inmovilizó en el suelo aplastándole la cabeza contra la alfombra.

—Ni se te ocurra volver a tratarme así —le dijo al oído divertida. Él con un movimiento de caderas se deshizo de Natalie dejándola tumbada en el suelo. Él se puso de pie y le tendió la mano para ayudarla. Una vez incorporada y sin haber soltado su mano, la atrajo hacia él y le dio un fuerte abrazo.

—Me alegro mucho que hayas venido.

El tiempo se detuvo para ellos que permanecieron varios minutos abrazados en medio de la sala y sin decir nada. Jack carraspeó algo avergonzado por haberse dejado llevar por sus sentimientos.

—Bueno... ¿Y esa historia?

—Será mejor que nos sequemos—sugirió Natalie observando sus ropas y el reguero de agua que recorría media sala desde el baño—. Luego con una taza de café, te lo contaré todo; va a ser una noche muy larga.

Jack le dedicó una sonrisa y obedeció, regresando con dos tazas de café y unos sándwiches. Ambos se sentaron en el sofá con las piernas encogidas mirándose uno al otro. Natalie tomó aliento y comenzó a hablar.

—Hace unas semanas recibí una llamada de alguien que decía necesitar mi ayuda...

Capítulo IV

Tom Collins, el sustituto de Jack, había sido muy claro en la reunión de la mañana.

—No sé cómo haríais las cosas con el agente Meyer, pero nos pagan por resolver casos y cuando no hay ningún desalmado al que echarle el guante, recurrimos a desempolvar el archivo para tratar de dar respuesta a los casos sin resolver —había dicho con su voz profunda y su mal humor crónico.

Collins era un veterano con una amplia hoja de servicios y que la impronta graduación de Meyer, le había obligado a posponer su deseo de ser jefe de equipo. Jack Meyer había sido el agente más joven designado para ese cargo, por lo que las envidias y celos no habían tardado en aparecer; Natalie intuía que muchos se habían alegrado de su destitución.

Desde que había llegado, Collins no le había quitado el ojo de encima a Natalie; observaba a la espera de que en cualquier momento cometiera un error para dejar aún más en evidencia las cualidades de liderazgo de Meyer. De momento, la agente había mantenido las distancias y evitado destacar; ya fuera para mal o para bien. Siguiendo las pesquisas de Collins, Jessica estaba en el archivo revisando casos antiguos para evaluar cuales podrían ser interesantes para retomar. Olivia estaba en la sala de prácticas. Joe en el departamento informático. Brandon en el gimnasio entrenando defensa personal. Y Natalie en su mesa terminando el papeleo del último caso; una niña que había sido dada por desaparecida, cuyo padre la había tratado de sacar del país sin la autorización expresa de la madre. Un asunto que habían resuelto sin complicaciones y en el que ella casi no había tenido que intervenir. Por el rabillo del ojo podía ver como Collins acechaba atento a cada uno de sus movimientos; algo que comenzaba a perturbarla. Por suerte, el teléfono sonó, distrayéndola.

—Agente Davis al habla —se limitó a decir. Había verificado que la llamada provenía de la centralita, así que se ahorró el mensaje introductorio.

—Agente Davis, tengo en espera al señor Calvin. Insiste en hablar con usted. No me ha querido dar detalles, pero parecía bastante desesperado...

—¿Te ha dicho al menos por qué quería hablar conmigo?

—No. Lo único que he conseguido sonsacarle es que se trata de un supuesto caso que no están investigando—. Natalie suspiró. No eran habituales ese tipo de llamadas y, sintiéndose tan vigilada, temía que la decisión que tomara fuera incorrecta. Si Jack hubiera estado allí, le hubiera dicho que se guiara de su instinto; pues ese era su don más preciado. Decidió seguir su consejo.

—Pásamelo. A ver qué consigo sacar en claro.

—De acuerdo, agente Davis. Le paso la llamada —concluyó la recepcionista. Tras varios minutos de silencio, una voz profunda y temblorosa se coló por el hilo.

—¿Agente Davis? ¿Natalie Davis? ¿Está usted ahí?

—Así es, señor Calvin. Mi compañera me ha informado que se negaba a hablar con ella u otro de los agentes. Puede decirme cómo ha conseguido mi nombre y el porqué de su interés.

—No hay tiempo para eso. Necesito que me escuche atentamente. Se ha cometido un asesinato en el instituto “River High” y es muy importante que venga a investigar.

—Señor Collins, comprendo su preocupación; pero hay unos protocolos y estoy segura que la policía de homicidios está lo suficientemente cualificada para resolver el crimen.

—No lo entiende, señorita... Nadie está investigándolo.

—Ya veo—. Natalie no entendía nada, pero sabía que cuando más comprendido se sintiese, antes le daría todos los detalles y antes podría acabar con aquella absurda conversación—. ¿La policía no ha encontrado evidencias de ningún crimen?

—No lo sé. Lo único que puedo decirle es que vinieron, echaron una ojeada y levantaron el cadáver diciendo que se trataba de una muerte accidental.

—¿Cómo encontraron el cuerpo?

—Dentro de la piscina —respondió el hombre. Natalie colocó la mano sobre el micrófono para que no la oyera resoplar. Los accidentes en piscinas eran muy habituales y seguramente Calvin sería el padre del muchacho, y estuviera aun en shock. Debía hacer las preguntas oportunas para terminar con aquella llamada cuanto antes. Ya había ignorado deliberadamente, por dos ocasiones, a su jefe que le hacía señas desde su oficina. Nunca antes de aquel día odió tanto que las paredes de esta, fueran de cristal.

—¿Es usted profesor o padre del muchacho fallecido?

—No, señorita. La víctima no ha sido uno de los chicos, fue el profesor de natación—. ¿Un profesor de natación muerto en una piscina? ¡Qué ironía! Natalie comenzaba a tener curiosidad.

—¿Resbaló?

—No, eso es lo que hizo creer.

—¿Quién?

—El asesino.

—¿Cómo está tan seguro? ¿Qué pinta usted en todo esto?

—Señorita, porque yo lo vi… ¡con mis propios ojos!

—¿Y por qué no se lo contó a la policía?

—Es complicado. Yo no debería haber estado a esas horas en el centro.

—¿El profesor de natación solía quedarse habitualmente fuera de horario en la piscina?

—Sí, siempre que le tocaba hacer de vigilante. Cada semana le toca a un profesor.

—¡Agente Davis! ¿No ha visto que llevo un rato haciéndole señas para que venga a mi despacho? —Vociferó Collins. La oficina se quedó en silencio, todos estaban pendientes de ellos dos. Natalie estaba cansada de la actitud de ese hombre.

—¿Y usted no entiende que si no le hago caso es porque tengo una llamada importante? —respondió.

—¡A mi despacho! —Los bramidos de su superior hicieron temblar las paredes.

—Señor Calvin, ¿sigue ahí? —Natalie no tenía intención de obedecer, pero él había colgado. Ella colocó el aparato en su dispositivo e inició la marcha al despacho de Collins, no sin antes dedicarle una mirada desafiante. Natalie tomó asiento y Collins cerró dando un portazo; fuera todos estaban expectantes. Natalie sentía que Collins no era tan diferente a Meyer, después de todo.

—No le voy a consentir ninguna falta de respeto. Si el agente Meyer...

—Esto no tiene nada que ver con el agente Meyer —interrumpió Natalie a riesgo de ser despedida—. Tiene que ver con que usted presupone que no estoy capacitada para hacer mi trabajo por mi relación de amistad con el agente Meyer; y está muy equivocado. La amistad entre ambos nunca ha supuesto ningún perjuicio para nuestro rendimiento. Él ha sido uno de los agentes mejor cualificados en toda la historia del FBI. Y si no recuerda el alto nivel de la escuela de entrenamiento, puedo asegurarle que yo no estaría aquí sino tuviera el grado de preparación exigido—. Natalie guardó silencio a la espera de su fulminante despido. Collins inspiró y expiró varias veces para relajarse como había aprendido en sus clases de yoga.

—Me han hablado de su superpoder... ¿Es médium o algo por el estilo? —A pesar de mantener un tono atacante, la expresión de su rostro era amigable. Natalie optó por dejar de estar a la defensiva e intentar limar asperezas.

—No veo espíritus ni hablo con fantasmas. En la escuela de agentes, el doctor Pávlov, especialista en parapsicología, determinó que tenía una capacidad muy superior a la media en sensibilidad extrasensorial y en síntesis cognitiva; lo que se traducía en una previsualización de los conceptos que me permite conocer resultados—. Collins la miraba sin entender ni una palabra—. Tengo lo que coloquialmente sería una intuición con un 90% de fiabilidad. Nada que ver con seres del más allá, es pura ciencia y materia gris. Pura suerte, lo llaman los escépticos —añadió encogiéndose de hombros. Collins la miraba como un pez exótico; ya había sentido esa sensación en Village Street y no le gustaba. Algo en Natalie hizo que Collins estuviera dispuesto a darle un voto de confianza, quizás su estrecha amistad con el doctor Pávlov, aunque no pensaba dejar de ser exigente.

—¿De qué se trataba la llamada? —Collins cambió radicalmente de tema. Natalie compartió con él los pocos datos con los que contaba—. Podría tratarse de un malentendido, una de tantas llamadas que recibimos de ciudadanos alarmados sin fundamento; pero... —Natalie avistó un amago de sonrisa que murió tan pronto se iniciaba— como no hay ningún caso entre manos, ¡investigue!—. La mirada de Natalie brilló de entusiasmo—. Recuerde que no será su prioridad. Si surge un nuevo caso, deberá volver con el equipo. Lo más probable es que sea una falsa alarma... —Añadió Collins cuando Natalie salía por la puerta. Ella no sabía si era por su deseo de llevarle la contraria a Collins o pura intuición, pero algo en su interior le decía que se equivocaba.

Capítulo V

Natalie cruzó la puerta principal del instituto “River High” en un cambio de clases. Los alumnos iban y venían, y los pasillos estaban atestados de adolescentes con las hormonas disparadas. Un grupo comenzó a cuchichear a su paso, incluso un atrevido le dedicó un silbido; pero Natalie no tenía tiempo para juegos. Llegó al despacho del director, pidiendo algunas indicaciones, y se presentó a su secretaria.

—Buenos días, mi nombre es Natalie Davis. Soy agente del FBI y me gustaría hacerle unas preguntas al señor Bones.

—Si me disculpa un momento, voy a consultar si puede atenderle—. La señora Winter, una cincuentona que no aceptaba el paso del tiempo y trataba de vestir con ropa juvenil y ceñida que no le favorecía, se escabulló para informar a su jefe, haciendo esperar a Natalie más de lo que hubiera deseado.

—Puede pasar —informó la mujer. Natalie asintió con la cabeza y entró en el despacho.

—Buenos días, señor Bones. Como le habrá comentado su secretaria, soy la agente Natalie Davis y quisiera hablar con usted sobre el incidente de hace unos días—. Bones le había retirado la silla para que Natalie tomara asiento y ahora, uno frente a otro, se mantenían la mirada.

—Supongo que se refiere a la muerte del profesor de natación, al señor Steve Eddison. Lo que no entiendo es por qué el FBI está interesado en este asunto. El agente de homicidios James Coleman está tratando el asunto con total discreción.

—Recibimos un aviso acusándoles de ocultar la muerte y no iniciar el esclarecimiento de los hechos.

—Hemos decidido hacerlo así para no alarmar a los padres ni a los alumnos. Coleman es un viejo amigo y accedió en este punto ya que no suponía ningún perjuicio para la investigación.

—Ya que estoy aquí, me gustaría hacerle algunas preguntas, antes de ponerme en contacto con Coleman.

—Por supuesto, ¿en qué puedo ayudarle?

—¿Cuándo encontraron el cuerpo?

—Lo encontró Mauro, el encargado del mantenimiento, cuando empezaba su turno. Con ayuda del señor Queen, el profesor de matemáticas, lo sacaron de la piscina. El agente Coleman ya nos advirtió que había sido un error, pero fue un acto instintivo—. Natalie no dejaba de tomar notas mientras el director hablaba.

—¿Qué hacía tan temprano Steve Eddison en la piscina? ¿Tenía clase a primera hora?

—No, eso nos extrañó; pero aún no sabemos nada al respecto—. Bones no parecía tener mucha información, o intención de colaborar con ella, así que Natalie optó por poner fin a su reunión.

—Creo que ya lo tengo todo. ¿Le importaría decirme dónde puedo encontrar a Mauro y al señor Queen? —El director hizo una mueca de desagrado—. Le prometo discreción.

—Mauro debe estar limpiando el gimnasio y Queen en la sala de profesores.

—Gracias por su ayuda —. Natalie le tendió la mano e hizo el amago de salir—. Una última pregunta, ¿conoce a un tal señor Calvin? ¿Puede ser algún profesor o padre de algún alumno?

—Nadie en el centro; y sobre los alumnos… tendría que revisar sus fichas—. Natalie le tendió una tarjeta.

—Por favor, en cuanto lo averigüe, hágamelo saber.

—Está bien. Le diré a mi secretaria que se ponga con ello.

Natalie se despidió en busca de su siguiente entrevistado. Optó por abordar a Mauro, quién había sido el primero en descubrir el cadáver.

—Ya le comenté todo al otro policía —explicó tras Natalie presentarse.

—¿Y sería mucho pedir que me lo contara de nuevo a mí? —Mauro resopló.

—Como cada mañana, me dirigí a la piscina para limpiar la zona y los vestuarios. Siempre empiezo por los baños y luego me dedico a esa zona porque son las que primero usan los niños. Al principio no me di cuenta, pero un bulto llamó mi atención. En cuanto lo vi comencé a gritar pidiendo ayuda y el señor Queen vino de inmediato.

—¿Entre los dos lo sacaron de la piscina? —Él asintió—¿Tocaron algo más? ¿Hubo algo que llamase su atención? Cualquier cosa por absurda que le parezca.

—Pues ahora que lo dice... sí. Casi caemos al agua tratando de sacarlo, era como si el borde de la piscina estuviera encerado.

—¿Cree que ese es el motivo de que muriera?

—No tengo ninguna duda de que tropezó, cayó al agua inconsciente y por eso se ahogó. Además tenía un feo corte en la frente que me da la razón.

—Gracias, señor Calvin. Creo que eso es todo por ahora—se despidió a la espera de su reacción.

—Se confunde, agente Davis. Mi apellido es Ramírez —corrigió con una sonrisa y ni un atisbo de temor en sus ojos.

A continuación, Natalie habló con Queen; pero coincidía en todo con Mauro, así que decidió dar el segundo paso: visitar al forense. La agente revisaba en su mente toda la información recibida, cuando sus divagaciones fueron interrumpidas por una nota que alguien había dejado en el cristal de su coche. Natalie se acomodó en el asiento del piloto y la leyó.

“Me alegro que haya aceptado mi petición de intervenir”.

La nota era escueta y no estaba firmada, pero el contexto no dejaba lugar a la duda. Calvin estaba bien informado de sus pasos.

***

Su siguiente visita fue a la morgue. El doctor Nathan Wallas solo había accedido atenderla en su despacho, una vez que acabara la autopsia en la que trabajaba. Natalie había oído hablar del doctor. Era un hombre muy meticuloso y admirado en la profesión, pero también muy excéntrico; no dejaba que nadie entrara en la morgue, si no era estrictamente necesario.

—He oído hablar de usted—. Natalie forzó una sonrisa, esa frase siempre la incomodaba pues solía deberse a los numerosos artículos que habían escrito sobre ella en la prensa amarilla. Ambos tomaron asiento—. ¿Qué la trae aquí, exactamente?

—El departamento quiere asegurarse que se cumplen los protocolos, ya que el aviso de un ciudadano anónimo, nos puso en alerta—. Wallas hizo aspavientos; no tenía en muy buena estima al FBI. Los consideraba unos egocéntricos que se creían por encima del resto de los mortales.

—¿Qué quiere saber?

—Hábleme del cuerpo.

—Mostraba un golpe superficial en la nuca y uno contundente en la frente.

—¿Fue ese golpe el que lo mató?

—No. El señor Eddison murió ahogado. Todo apunta que cayó al agua inconsciente y poco a poco sus pulmones se fueron encharcando hasta que dejó de respirar.

—¿En qué se basa para esa afirmación?

—En el tono azulado que presentaba el cuerpo y la disposición de los pulmones.

—¿Cómo pudo hacerse ambos golpes?

—El primero no sabría decirle. En cambio del segundo... Los técnicos revisaron el borde de la piscina y la zona colindante y no encontraron restos de sangre.

—Así que no se lo hizo en la caída.

—Efectivamente. La herida presentaba desgarro y un leve hundimiento del hueso frontal; además de una casi imperceptible marca en forma de “G”.

—¿Lo golpearon?

—Con un objeto liso y contundente.

—¿Confirma, entonces, que no fue muerte accidental?

—A ese chico lo dejaron inconsciente de un mazazo. El resto tendrán que averiguarlo ustedes—era lo único que el forense estaba dispuesto a atestiguar.

Natalie se dirigió a la oficina. Según los datos obtenidos, el FBI no tenía nada que hacer en el asunto. Era un crimen puntual en una zona geográfica concreta que ya estaba siendo investigado por la policía. Informaría a Collins y se marcharía a casa. Tal vez no hubiera encontrado un buen caso en el que trabajar, pero al menos estaba satisfecha por cómo se había desenvuelto durante todo el día. Se dedicó una mueca que simulaba una media sonrisa. Ojalá Jack pudiera ver cuánto había mejorado desde su primer caso en solitario.

Capítulo VI

Natalie Davis volvía a casa tras varias semanas sin apenas trabajo. Era como si los criminales hubiesen decidido dejar de delinquir y eso le preocupaba; como un profesor de la academia le había dicho en una ocasión: “Teme la calma, es síntoma inequívoco de que se acerca la tempestad”. Phil, el conserje, le sostuvo la puerta para que entrara.

—Buenas tardes, señorita. ¿A cuántos tipos ha detenido hoy? —Preguntó cómo cada día que se encontraban.

—No a los suficientes —respondió sonriendo, de igual manera. Esas escuetas líneas se habían convertido en un saludo cómplice entre ambos que otorgaban a la vuelta a una casa vacía, cierta calidez, y le hacía sentir por aquel hombre de mediana edad cierto cariño.

Natalie continuó por el pasillo hasta el ascensor. Se apoyó contra la pared del cubículo y suspiró abatida. Siempre le pasaba eso cuando no podía ocupar su tiempo en el trabajo, se le despertaba la añoranza por estar tan lejos de su familia; y ahora se acrecentaba no teniendo a Jack. Antes de que se cerraran las puertas una mano femenina, con manicura cuidada y decorada de forma sutil, las detuvo; una morena ataviada con una gabardina ajustada y botas altas, ocupó un espacio junto a la agente. Ambas mujeres se saludaron cordialmente con una sonrisa. La desconocida pulsó el número cuatro y miró a Natalie para que le indicara su destino.

—El décimo —respondió la detective.

Ninguna tenía intención de conversar y se limitaron a mantener la vista fija en las puertas del ascensor. Algo en el atuendo de aquella mujer, llamó su atención. Davis comenzó a observarla de reojo. Llevaba el pelo a la altura de los hombros en un corte recto con flequillo hasta unas enormes pestañas postizas; las ondas de sus puntas, rompían con la simetría. Nunca la había visto por allí y su aspecto refinado, llamó su atención. Trató de especular con la idea de a quién venía a visitar... enfrascada en sus pensamientos solo advirtió que habían llegado al cuarto piso, cuando vio la nuca de la visitante alejarse. Tuvo que contener las ganas de asomar la cabeza y disipar sus dudas. La falta de trabajo la estaba perturbando, necesitaba tener muy pronto un caso del que ocuparse. Al día siguiente Natalie aprendería que a veces hay que tener cuidado con lo que deseas... porque puede hacerse realidad.

***

En cuanto sonó el despertador, apartó las sábanas con ímpetu y abandonó la cama dispuesta a no perder ni un segundo. Una ducha rápida, un poco de café en su termo para beber por el camino, y lista. Se observó en el espejo de la entrada antes de salir en dirección a un nuevo día. Se había recogido el pelo en una cola alta, un poco de maquillaje y brillo de labios, unos vaqueros oscuros ajustados, una camisa azul Klein y unos botines negros que combinaban el estilo y la comodidad justa para salir corriendo si era necesario. Cogió su chaqueta de cuero negra de cuello Mao, su placa, su pistola y su bolso. Finalmente, se puso en marcha; pero aquel día el ascensor no quería funcionar. No tuvo más alternativa que dirigirse a las escaleras.

Cada planta contaba con ocho apartamentos distribuidos a lo largo de un ancho pasillo. Cuando llegó a la planta donde se había despedido de la estilosa morena, la hilera de apartamentos quedó a su derecha; dio unos pasos en dirección al siguiente tramo de escaleras quedando perfectamente visible cada puerta desde su posición. Toda parecía estar en orden excepto el departamento nº5, el tercero de la margen derecha; su puerta estaba semi-abierta. Natalie comprobó su reloj de pulsera, contaba con tiempo suficiente como para asegurarse que todo estaba bien. Se acercó hasta a la abertura y trató de asomar la cabeza, pero no pudo ver nada, en su lugar la invadió un extraño aroma que por desgracia le era muy familiar.

Natalie soltó su bolso en el pasillo, sacó su pistola de la funda y se dispuso a intervenir. Con un suave toque con la puntera de su zapato, hizo que la puerta se abriera por completo dando paso a un grotesco escenario. El inquilino yacía sin vida atado a un enorme sillón de skay verde.

—¡Agente Federal! ¡Salga con las manos en alto! —gritó. No recibió respuesta ni oyó ningún movimiento.

Como todos los apartamentos de aquel edificio, la puerta daba inmediatamente paso a una sala de estar muy amplia y de forma rectangular. A la derecha había una habitación y un baño, y a la izquierda una cocina que contaba con una ventana que comunicaba con la sala. A pesar de que la distribución fuera idéntica, aquel piso no se parecía en lo más mínimo al de Natalie. La moqueta estaba descolorida, el empapelado de las paredes estaba viejo y comenzaba a despegarse en algunas partes, todo estaba sucio y la decoración era una composición de objetos heredados, donados y recuperados del vertedero. Comprobó que no hubiera nadie aguardando escondido y una vez segura, enfundó su pistola, e inspeccionó al fallecido.

Lo habían atado al sillón con cinta de embalar, inmovilizándole manos, piernas y cabeza. Le habían hecho jirones la ropa, seguramente con el mismo cuchillo con el que le habían diseccionado las muñecas que reposaban hacia arriba sujetas por los brazos a los laterales; y con el que le habían tatuado en la frente una “S”. Natalie se entusiasmaba por momentos, ¿y si fuera el mismo asesino de Steve Eddison? No creía en las casualidades y encontrar dos cuerpos con marcas similares en la frente, era un tema susceptible de investigar. Continuó analizando la escena. La sangre había empapado la moqueta que había perdido el color crema dando paso a un tono amarronado; debía llevar horas muerto. Revisó la habitación en busca de alguna prueba que la llevara al asesino, pero el vibrar de un móvil la interrumpió, se puso de rodillas para mirar bajo la mesa de café que coronaba la sala; justo allí la luz parpadeante no cesaba.

—¡Policía de Nueva York! ¡Póngase en pie con las manos en alto! —le gritaron desde el umbral de la puerta. Natalie obedeció y se colocó de frente a los dos policías.

—Soy agente federal. Compruebe mi identificación —explicó con gesto de desagrado y sin un ápice de entusiasmo. Un detective, sin uniforme, los apartó y se dirigió a Natalie. Se acercó tanto que pudo oler los restos del café que acababa de tomarse. Ella lo observaba seria — En el bolsillo interior de mi chaqueta, a la derecha —especificó.

—Agente Natalie Davis —leyó en voz alta —Puede bajar los brazos —Ella siguió sus instrucciones y extendió la mano sin decir nada. El detective le devolvió sus credenciales y se acercó al cuerpo sin vida para revisar las heridas de su frente.

—Vivo en el décimo piso —Natalie comenzó a explicarse para no alargar aquello más de lo necesario —Me dirigía al trabajo cuando vi que la puerta estaba abierta y quise comprobar qué sucedía.

—¿Y el ascensor? ¿Suele usar las escaleras?— quiso saber el detective.

—El ascensor no funcionaba, detective…

—James Coleman —se dieron la mano y él añadió —Algo curioso, cuando acabamos de usarlo para llegar aquí—. El rostro impasible de Natalie, le obligó a dejar a un lado sus suspicacias—. Me gustaría hacerle unas preguntas mientras mi equipo hace su trabajo —Natalie asintió y salieron al pasillo, justo en ese momento una pareja de sanitarios se llevaba en una camilla a la señora Thompson, su marido la acompañaba afligido.

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