Selena

Selena


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—De verdad que lo siento. He llamado y el timbre parecía no funcionar. Es muy importante que hablemos. Conozco a Kelly y he sabido por un amigo que usted también la conoce. Me preocupa que podamos estar en peligro.

—¿También conoce a Kelly? —La visita asintió—. No nos hemos presentado mi nombre es Elías.

—Me llamo Calvin.

—Siéntese, le serviré un poco de limonada —Elías le dio la espalda y antes de ser capaz de reaccionar, Calvin había tomado el cuchillo de la encimera y le había agarrado del hombro haciéndole girarse, quedando uno frente a otro. El primer corte fue el más doloroso, Elías sintió como el acero le atravesaba y rompía la piel a su paso. El resto fueron una sucesión de sensaciones que le bloquearon por completo.

—¿Le dijo algo más? —Quiso saber Coleman.

—No—se limitó a responder apenado.

—Será mejor que los dejemos descansar —sugirió Natalie. Coleman estaba de acuerdo. Se despidieron haciéndoles prometer que les llamarían si recordaban algo más y salieron de la habitación.

—Nada que no supiéramos ya —dijo Coleman una vez en el pasillo—. Este caso se está convirtiendo en un enorme grano en el trasero—. Natalie rio ante la ocurrencia, despistándose y tropezando contra un enfermero de nariz respingona y extraña sonrisa. La agente se disculpó y él se limitó a responderle con un guiño.

—Bueno, Natalie, ya sabes lo que toca...

—Tranquilo, me iré a casa. Necesito una buena ducha para poner en orden mis ideas.

***

La directora del centro de terapia le ofreció a Jack que tomara asiento.

—Supongo que viene por el tema “Nelson Carter”—. Él asintió sin entender cómo aquella mujer estaba al tanto—. ¿Es necesario que le informe de su situación personal?

—Según tengo entendido, Carter sufrió una brutal paliza y eso le afectó bastante.

—Sí, ese fue el desencadenante. Le costó mucho trabajo y terapia poner un pie en la calle sin pensar que alguien podía agredirlo en cualquier momento. Y de las mujeres, ni que decir, las rehúye.

—Pero… no fue así con Kelly Johnson, ¿verdad?

—¿También sabe eso? Bueno, por el informe que me remitió mi compañera en California, Kelly y Nelson iniciaron una amistad; ambos se sentía respaldados y seguros el uno con el otro, pero mientras que Kelly se limitaba a considerar su relación una parte más de la terapia, Nelson se obsesionó. Era la primera mujer a la que no temía desde hacía mucho tiempo, así que la consideró la única con la que poder tener un futuro. Acompáñeme a su habitación, quiero que vea algo—. Jack obedeció y siguió otorgándole a ella el poder de dirigir aquel encuentro.

Durante el trayecto la directora le habló del centro, de las actividades, posponiendo el tema principal de su conversación.

—Esta es su habitación —presentó antes de abrir la puerta. Jack no podía creer lo que tenía frente a él. Todas las paredes de aquel reducido habitáculo que, contaba exclusivamente con una cama, un escritorio y un armario empotrado en la pared, estaba repleto de fotos de Kelly Johnson y montajes de escenas de pareja con la cara de Carter pegadas en el lugar de la del hombre.

—¿Nadie se planteó en solicitar el traslado a otro tipo de institución? —A Jack le parecía perturbador todo aquello.

—El señor Carter es inofensivo —se limitó a responder la directora, obviando el hecho de que no deseaba desprenderse del cuantioso cheque que religiosamente recibía de la familia del susodicho—. Hace unas semanas recibió una visita de un viejo amigo que lo desquicio bastante. Volvió a retraerse, se saltaba el toque de queda, pasaba muchas horas fuera del centro... Avisamos a su familia y las escapadas se redujeron. El señor Carter había optado por ser usuario interno para superar definitivamente sus frustraciones, así que tan pronto como detectamos que había abandonado el centro nos preocupó y dimos el aviso.

—Espere, ¿me está diciendo que ha huido?

—¿No ha venido a investigarlo?

—He venido para descartarlo de la muerte de varios hombres y...

—Viene por la muerte de Kelly Johnson, ¿no es así?

—Entre otras. ¿Cuánto tiempo lleva desaparecido?

—Tres días.

—¿Qué detective es el encargado de la investigación?

—Siento no poder ayudarle. Como le decía, cuando nos percatamos de su ausencia contactamos con su familia y nos dijeron que ellos se encargarían—. Jack frunció el ceño.

—Deme su dirección, iré a hacerles una visita.

—En cuanto regresemos al despacho le daré todo lo que necesite. ¿Me permite decirle mi opinión? Por si le sirve de ayuda...

—Claro, cualquier información por pequeña que parezca puede ayudarnos a encontrarlo.

—No creo que el señor Carter se haya marchado voluntariamente, o de hacerlo, que no piense volver. No se llevó ninguna de sus pertenencias y estoy segura que si se marchara, se llevaría con él todas las fotos. Son su pequeño tesoro; ni siquiera dejaba que el personal se acercara a ellas.

—¿Cree que alguien ha podido hacerle daño? —La directora se encogió de hombros.

—Lo que sí puedo decirle es que me pareció muy chocante que la familia no me exigiera una investigación inmediata, o montara en cólera por su desaparición.

—Trataremos de barajar todas las hipótesis y la mantendremos informada —concluyó Jack la visita a la habitación de Carter.

Una vez recibidos los datos que necesitaba, Jack se acomodó en su auto tras aquel duro día y llamó a Coleman por teléfono.

—Hola, Coleman. Nuestro sospechoso ha desaparecido. Lo curioso es la falta de interés de la familia por investigar y avisar a las autoridades.

—Típico en los casos de secuestro en los que hay rescate de por medio.

—Eso mismo pensé; incluso la directora lo sugirió.

—Le diré a Ginés que verifique si lo han denunciado. Deberíamos hacerle una visita a la familia.

—Por lo que me ha contado la directora, se han mudado a las afueras de Nueva York.

— Dame media hora para planificarme y te aviso para ver cómo llevamos este tema. ¿Qué hay del exmarido?

—Marido a secas. No llegaron a divorciarse. Está destrozado, mucho alcohol y pastillas. Se las quité antes de que hiciera una tontería. ¿Y Natalie?

—Acabo de dejar a Davis en su apartamento, necesita descansar.

—¿Le ha ocurrido algo?

—Que te lo cuente ella, no quiero andar metido en vuestros líos; tengo mucho que hacer.

—James... —Lo llamó por primera vez por su nombre de pila suplicándole información.

—Ven a comisaría y te pongo al día del caso —dijo dando por finalizada aquella conversación.

Capítulo XX

El enfermero, tras tropezar con la agente Davis, continuó con sus quehaceres. Tomó prestado un carrito del pasillo con varios utensilios; su próxima visita era la habitación del periodista Elías Wilder.

—Buenas tardes —saludó a la pareja—. Por favor, salga, tengo que ocuparme de su marido —explicó dictatorial.

—A él no le molesta que me quede —respondió Louis.

—Pero a mí sí.

—Vamos, Louis—intervino el periodista— no hagas cabrear al enfermero que lo pagará conmigo. Ve a por algo de comer al bar, mientras este buen hombre hace su trabajo.

—Está bien —aceptó molesto Louis.

El enfermero cerró la puerta y echó el pestillo; luego bajó la persiana, todo para que tuvieran la suficiente intimidad.

—La otra enfermera, Violeta, ¿no está de guardia? Ella no es tan meticulosa como usted —bromeó Elías. El enfermero se acercó al paciente y le abrió la camisa dejando su pecho al descubierto.

—Violeta me hizo la cura hace una hora.

El enfermero sacó de su espalda una pistola y le apuntó en la frente.

—Este juego es muy sencillo. Tú me cuentas lo que le has dicho a esos detectives y yo no te mato. Si no colaboras, será divertido ir quitando una a una las grapas de tus heridas. Supongo que no querrás desangrarte antes de que tu amantísimo marido regrese.

—¿Quién eres?

—Respuesta incorrecta —dijo tomando unas pinzas del carrito y arrancando una grapa. Elías ahogo un grito por temor a que aquel loco apretara el gatillo, se retorció de dolor en silencio.

—Así me gusta, has captado que si nos pillan, ninguno saldremos vivos de esta. Repito, ¿qué saben los detectives?

—Les conté como me atacaron. Ese Calvin decía conocer a Kelly. No pude reaccionar. Lo último que recuerdo es estar tumbado en el suelo.

—¿Y de ese tipo qué les dijiste?

—Cómo era.

—¿Saben quién puede ser?

—Solo dijeron que la barba tenia pinta de ser falsa.

—¿Has visto que no era tan difícil? Siento no poder cumplir mi palabra.

—Por favor, por favor, no me mates. No les diré nada, te lo prometo. No sé quién eres, ni qué tienes que ver en todo esto... Pero te prometo que nadie se enterará de que has estado aquí—. El enfermero dudó unos minutos. No creía que fuera posible que no le hubiera reconocido. ¿Estaba dispuesto a acumular una muerte más? Pronto podría huir de aquella ciudad para siempre. Tomó aliento y usó de nuevo las pinzas en el pecho del herido.

—Recuerda —una grapa menos— si me mientes —otra grapa— lo sabré —repitió la acción—. Y quizás la próxima vez —varias grapas volaron por el aire —sea a tu marido a quien le haga una visita —una de las heridas comenzó a sangrar—. Espero que tengas la boca cerrada—. Se alejó unos pasos y guardó la pistola dispuesto a marcharse—. ¡Ah! — Se detuvo —será mejor que alguien te vea eso —añadió a modo de despedida mostrando su dentadura.

Capítulo XXI

Natalie había llegado a casa tan abatida como cansada. El caso no era más que puntos interconectados que no llevaban a ningún nombre. Con una mueca revisó la pared, los papeles que la esperaban sobre la mesa, y deseó coger el primer vuelo a cualquier parte para huir de todo aquello. Inspiró y expiró por la boca con todas sus fuerzas hasta que no le quedó oxígeno dentro; repitió varias veces y sintió como la calma la invadía.

Comprobó la hora para asegurarse que tendría tiempo suficiente, hasta que Jack regresara, para desconectar bajo el agua de la ducha. Colocó un par de portavelas sobre el lavabo y la taza del váter, y encendió las velas de olor a lavanda. Se deshizo de la ropa con los ojos cerrados y se metió en la ducha. Se colocó bajo el grifo y abrió el agua fría, la respiración se le entrecortaba, mientras los sentidos se activaban. A continuación, fue regulando la temperatura hasta que el agua templada la cubrió recorriendo cada centímetro de piel. El dulce olor del champú unido con el ácido aroma del gel corporal, la trasportaron por completo hasta una nube de paz que pronto se esfumó debido a un ruido que provenía de la entrada.

Natalie juraba haber oído la puerta cerrarse, algo imposible teniendo en cuenta que Jack no contaba con llaves de su apartamento. La madera crujió bajo unos pasos decididos; Natalie tenía que pensar rápido. En aquel habitáculo no tenía muchas posibilidades de huida. La única ventana era un pequeño tragaluz rectangular que ocupaba la esquina superior de la bañera; su única vía de escape, era la misma que usaría el intruso. Dejó que el agua siguiera corriendo, salió de la ducha, se lio una toalla al cuerpo y, con una botella de sales de baño como arma defensiva, se escondió en alerta tras la puerta. Debía estar atenta y golpear a la primera oportunidad. Natalie podía oír como el latir de su corazón aumentaba a medida que los pasos se acercaban y la puerta se abría; en cuanto estuvo a tiro, le aporreó con todas sus fuerzas rompiéndose en mil pedazos la botella y quedando el hombre en el suelo regado de sales de baño.

—¿Jack? —Exclamó sorprendida al tiempo que acudía a socorrerle.

***

Coleman le había puesto al tanto de todo el caso, incluyendo las amenazas y el intento de homicidio de Natalie. Si consideraba que él había tenido un día duro, el de Natalie había sido una pesadilla interminable. Decidió sorprenderla comprando comida para llevar de su restaurante italiano favorito. Saludó a Phil en la entrada y llamó a la puerta del apartamento, pero no recibió respuesta. Después de saber que Calvin había incluido a Natalie en su lista negra, aquello no le gustaba. Dejó la bolsa de comida en el pasillo junto a la puerta y corrió en busca del conserje.

—Phil, ¿sabes si Natalie ha salido de casa?

—Lo dudo, yo no me he movido de mi puesto y me aseguró que estaba deseando meterse en la cama; por lo visto ha tenido un día duro.

—¿Podrías abrirme la puerta de su apartamento?

—Me recuerda a nuestro primer encuentro —bromeó Phil.

—Respecto a eso... Natalie no lo sabe y…

—Tranquilo, quiero mucho a esa chica como sé que tú también la aprecias, y estoy seguro que tendrías un buen motivo— Phil se llevó la mano al cinto y revisó su enorme llavero de dónde sacó una llave en concreto. —Toma, pero esto no puede ser un secreto.

—Te la devolveré mañana sin falta.

Jack regresó al apartamento, usó la llave e inspeccionó con la mirada en busca de señales de lucha; todo estaba en orden. El agua de la ducha le advirtió de que no estaba solo, pero el silencio sepulcral de aquella casa le obligaba a asegurarse que Natalie estaba bien. La puerta del baño estaba semicerrada, solo tuvo que empujar con la punta del pie para colarse. El agua caía golpeando contra el suelo, un sonido seco y no amortiguado por ningún cuerpo. Se acercó a la cortina dispuesto a apartarla, cuando un fuerte golpe a la espalda hizo que todo a su alrededor se oscureciera. Despertó segundos después, tirado en el suelo del baño junto a una Natalie únicamente cubierta con una toalla.

—¿Estoy en el cielo?

—¡Idiota! ¡Menudo susto me has dado!

—¿Susto? —Con ayuda de su amiga se incorporó—. ¿A qué venía ese golpe? ¡Casi me matas!

—¡Qué exagerado! ¿Desde cuándo tienes llaves de mi apartamento? ¿Y qué hacías colándote en mi baño?

—Cuando me dicen que mi mejor amiga se ha convertido en el blanco de un asesino en serie, cualquier precaución es poca.

—Oh, sabes eso—dijo ajustándose la toalla.

—Será mejor que te vistas, he traído la cena. Además, tengo noticias.

—¿Qué noticias? —Jack le dio un beso en la frente.

—Mi jaqueca y yo te esperaremos en el salón.

***

Natalie se reunió a los pocos minutos con Jack. Él había preparado la mesa del café con todos los platos que había comprado, había servido el vino y se había acomodado en el suelo esperándola con una bolsa de hielo sobre la cabeza.

Natalie se sentó sobre el cojín que le correspondía y bebió un sorbo de su copa.

—¡Qué bien huele!

—Es de Gino's.

—¡Oh, me encanta ese restaurante! —dijo llevándose a la boca una mini pizza de queso y atún—. ¿Te traigo un analgésico? —Sugirió al ver como Jack no retiraba el hielo de su cabeza. Él negó.

—Tenía que elegir entre acabar con esta jaqueca o beber vino —levantó la copa, brindaron y bebió un trago; había ganado lo segundo.

—¿Cuáles son esas noticias que tenías que contarme? —Quiso saber Natalie sin andarse con rodeos.

—Coleman tiene que ocuparse de un nuevo caso —explicó mientras disfrutaba de una ensalada compuesta por macarrones, queso fresco, nueces, aceite y perejil.

—¿Se rinde? Pero... ¡Tenemos un trato! —Natalie estaba indignada. Con la boca llena, Jack puntualizó.

—Coleman no deja de lado el caso, ahora mismo no hay nada de lo que ocuparse, excepto... —Bebió vino para hacer que la pasta bajara por su garganta. Natalie lo observaba impaciente—. El caso de asesinato se ha convertido en una desaparición; suponemos que secuestro, pero hasta mañana no lo confirmaremos.

—¿Quién ha desaparecido?

—El acosador de Kelly Johnson.

—¿Crees que ha podido tener algo qué ver?

—Para saberlo tendremos que encontrarlo. Coleman seguirá con sus asuntos antes de que su jefe le dé una patada en el trasero, mientras nosotros nos reunimos con la familia de Carter. Lo tendremos informado de cualquier nuevo avance y me ha asegurado que podemos seguir contando con su equipo para obtener información o procesar pruebas.

—Nosotros hacemos todo el trabajo mientras él se rasca el ombligo —maldecía entre dientes.

—Nat, no seas injusta. Además, podrás seguir haciendo lo que te dé la gana sin dar explicaciones.

—No suelo darlas...

—¿A mí me lo vas a decir? —Ambos rieron.

—Sé que te va a molestar lo que voy a decirte, pero...

—Lo dirás de todas formas —Natalie ignoró la interrupción.

—Me gusta más este Jack que el agente del FBI Jack Meyer.

—Tenía mucha responsabilidad, debía ser duro y distante con el equipo; y sobre todo contigo. Al final no importó nada. Si te soy sincero, no sé si es por ti, por este caso o por lo bien que me haces sentir cuando estamos juntos; pero no echo de menos el FBI— Jack se acercó unos centímetros dispuesto a besarla. Natalie se incorporó plantándole un beso en la frente.

—Será mejor que recojamos y vayamos a dormir. Mañana nos espera un nuevo largo día—. Jack asintió con una sonrisa y se quedó contemplándola mientras recogía la mesa y viaja de la cocina al salón. No, no echaba de menos nada de su antigua vida.

Capítulo XXII

Natalie conducía en dirección a la casa donde vivían los padres de Nelson Carter. Los señores Carter habían optado por instalarse en un rancho de la zona para estar cerca de su hijo. Estaba situado en las afueras, por lo que habían madrugado, para que el viaje, de al menos una hora, no los retrasara en demasía. Jack le proponía a Natalie cómo abordar aquel día.

—Creo que deberíamos asegurarles que sabemos que su hijo ha sido secuestrado y que le han pedido un rescate. Tenemos a nuestro favor que ninguno estamos oficialmente ligados a la policía; yo soy asesor y tú estás inactiva, por lo que podemos usarlo a nuestro favor argumentando que no tienen nada que temer. Una vez que tengamos todos los datos, llamaremos a Coleman.

—Perfecto —se limitó a añadir Natalie que estaba muy atenta a la carretera—. ¿Revisaron las cámaras de seguridad del centro?

—Según me dijo la directora, misteriosamente dejaron de funcionar durante la noche.

—Ese Calvin es un tipo listo.

—¿Piensas que él está detrás del secuestro?

—¿Tú no? —Jack golpeó el salpicadero con el puño.

—Todo gira en torno a ese tipo.

—A ese fantasma, querrás decir—. Jack asintió y encendió la radio para que la música les animara y aliviara la frustración. Calvin era una enorme incógnita, una nube de humo que actuaba sin dejar rastro. Era un tipo listo que había dedicado mucho tiempo y esfuerzos a idear toda aquella trama. Natalie no apartaba la vista del retrovisor.

—Jack, haz que comprueben una matrícula—. Sin girarse para no alarmar al conductor del coche que les seguía, él sacó su móvil.

—¿Lleva mucho tiempo siguiéndonos?

—Desde que abandonamos Manhattan.

—Hola Ginés, necesito que me compruebes una matrícula. Dime, Nat.

—WZM538.

—La matrícula es Whisky Zero Mike 538. Espero, nos está siguiendo. Gracias, Ginés. Adiós—cortó la llamada y se dirigió a su compañera—. Dice que se corresponde a John Rugrats, médico del Hospital Presbyterian—. Natalie redujo la velocidad y el doctor Rugrats los adelantó sin reparar en ellos.

—Falsa alarma —verificó Jack.

—Estoy algo paranoica.

—Ser precavida no es ser paranoica, es la mejor forma de evitar lamentaciones.

—¡Qué profundo! —Bromeó Natalie justo cuando recibieron un golpe por detrás.

—¿Qué ha sido eso? —Preguntó Jack tratando de voltear la cabeza. Una nueva embestida obligó a Natalie a aferrarse con fuerza al volante. Jack llamó en seguida a Ginés.

—¡Nos están embistiendo! No, otro coche. Natalie, ¿puedes decirme la matrícula? —Pero no podía. Toda su atención estaba puesta en la carretera y en tratar de anticiparse a sus movimientos.

—Un Audi Sedan negro —logró decir la agente. El coche se había acercado tanto que la placa quedaba fuera de su campo de visión. Ambos guardabarros estaban pegados, el conductor aceleraba tratando de empujar el coche de Natalie—. ¡Es Calvin! —Gritó—. Gorra calada azul, labios finos... ¡No puedo distinguir nada más! —Jack rebuscaba en la guantera.

—¿Y tu arma de repuesto?

—Bajo tu sillón. ¡Jack, no hagas tonterías! —Pero su amigo no la escuchaba, se había quitado el cinturón y rebuscaba bajo el asiento—. ¡Maldita sea! ¡Ponte el cinturón! —gritaba preocupada Natalie. Jack se incorporó. La voz de Coleman bramaba a través del auricular del teléfono. Jack colgó y lanzó el móvil al hueco de la puerta.

—¡Natalie! ¡Pisa el freno!

—¡Jack!

—¡Písalo! —Ordenó. Natalie obedeció. La fricción provocada por los frenos que trataban de contrarrestar la velocidad que les trasmitía el coche trasero, hizo que las gomas comenzaran a quemarse.

—¡No va a aguantar mucho más tiempo! —Informó Natalie. Jack se posicionó entre ambos asientos, levantó el arma y disparó al asiento vacío del copiloto, quebrando el parabrisas delantero—. ¡Acelera! —Incitó a Natalie a la mínima duda del otro conductor; quien redujo y giró en medio de la carretera de vuelta a la ciudad. Jack apuntó de nuevo reventándole también el parabrisas trasero.

—GKX329 —dijo—. GKX329—repitió. Tomó su móvil y gritó la matrícula a su interlocutor, la adrenalina estaba en su punto más álgido—. Dile a Coleman que lo llamo en quince minutos—. Sin esperar indicaciones Natalie detuvo el coche en el arcén, apagó el motor y se llevó las manos a la boca tratando de no romper a llorar. Jack había salido fuera y paseaba de un lado a otro, comprobando las ruedas. Estaba fuera de sí. Habían vivido un momento tenso del que habían salido ilesos por poco. Natalie se reunió con Jack, ya no lloraba, pero los surcos de su cara la delataban.

—Jack. ¿Estás bien? —Él se acercó a ella, no respondió. La agarró por la cara, atrayéndola hacia él, y dejando que sus labios se unieran. Ella no rehuyó, recibió el beso, abrió ligeramente la boca y se lo devolvió. La melodía del móvil de Jack los interrumpió.

—Debe ser Coleman —le explicó sin querer apartarse de ella.

—Tenemos que pillar a ese hijo de puta—la agresiva respuesta, tan poco habitual en ella, le robó una carcajada.

—Te quiero, Natalie Davis —le soltó al tiempo que recorría el trayecto para responder al teléfono. Ella se quedó allí de pie, inmóvil y muda, con la mente en blanco e incapaz de reaccionar.

—¿Nat? ¡Natalie! —Los gritos de Jack la obligaron a reaccionar. Ni siquiera se había percatado que había terminado la conversación con Coleman y que su amigo se disponía a cambiar una de las ruedas.

—¿Qué tal Coleman? —dijo evitando mirarle a los ojos.

—¡Imagínate! No estaba de muy buen humor, la verdad. Quiere que vuelvas a casa y te olvides de este asunto.

—Ok.

—¿Ok? ¿Nada de pataletas ni de gritos ni de...? —Se tomó un segundo para reflexionar—. No piensas hacerle caso.

—De momento, encarguémonos de los señores Carter; luego ya veremos—. Jack terminó de cambiar la rueda y guardó las herramientas en el maletero; ofreciéndose a conducir y poniéndose en marcha llegando a su destino sin contratiempos.

Los señores Carter vivían en un rancho de las afueras rodeado de verde, animales y un modesto establo. Un jinete les dio el encuentro cuando conducían por el camino que llevaba directo a la casa principal.

—No sé si sabrán que están en una propiedad privada—dijo el hombre desde lo alto del caballo.

—Venimos a hablar con el señor y la señora Carter sobre un asunto importante.

—Yo soy el señor Carter y no entiendo qué asunto puede traer a una parejita de la ciudad a molestar a mi familia—Natalie bajó del coche e intervino.

—Sabemos que han secuestrado a su hijo y que le han chantajeado, si quiere que no sirva de nada su discreción, siga alargando la conversación en lugar de llevarnos cuanto antes a su casa. Y no, no avisaremos a la policía—. El jinete escupió el tabaco que masticaba.

—Me llamo Noel, mi mujer Carol está en casa.

—Yo soy Natalie y él es Jack.

—Voy a dejar el caballo, conduzcan todo recto y díganle a mi mujer que yo les mando—. Noel cabalgó hacia el establo y Jack piso el acelerador.

—¿Cuánto tiempo he estado fuera? —Le dijo sonriendo a Natalie, sorprendido por su actitud.

—Demasiado, Jack, demasiado.

Capítulo XXIII

Carol había servido café en el salón; los cuatros permanecían sentados y en silencio. Tras un intercambio de miradas con Natalie, Jack tomó la iniciativa.

—¿Cuándo supieron que su hijo había desaparecido?

—Unas horas antes que la directora del centro nos lo comunicara —respondió Noel.

—¿Qué les dijo el secuestrador?

—Insistió en que no avisáramos a la policía o al FBI, o lo mataría.

—¿Cuánto les pidió?

—100.000 dólares—. Jack y Noel conversaban mientras las dos mujeres eran meras espectadoras.

—¿Cuándo fue la entrega?

—Dijo que nos llamaría para concretarlo.

—Bien, eso nos da un poco de margen. ¿A qué teléfono le llama? ¿Al fijo? ¿Al móvil?

—Al de aquí del rancho.

—¿Cuántos teléfonos tienen?

—Uno en la cocina y otro en el dormitorio—. Jack hurgó en uno de los bolsillos interiores de su chaqueta y les mostró una ficha metálica del tamaño de un botón.

—Los colocaremos en sus teléfonos, él no se percatará de nada, actúen con normalidad cuando llamen. Llévenle el dinero, sigan sus instrucciones... Nosotros estaremos en la sombra haciendo todo lo posible por traer de vuelta a su hijo —con estas últimas palabras, Carol se puso en pie y huyó a la cocina. Natalie la siguió.

—¿Carol? —La agente la encontró sentada a la mesa cubriéndose la cara con las manos, las apartó y se dirigió a ella.

—¿Y si “todo lo posible” no es suficiente? —Natalie se sentó frente a ella.

—Antes de que nosotros llegáramos, ¿qué pensaban hacer? ¿Tenían esperanza?

—Íbamos a hacer lo que nos pidiera y confiábamos que todo saliera bien.

—¿Por qué ahora va a ser diferente? Ustedes actuarán tal como tenían planeado. No estaremos presente, no intervendremos... pero atraparemos a ese... —se detuvo y evitó soltar un taco—. A esa rata.

—Gracias —añadió Carol tomándole de la mano.

—Pero hay algo que deben hacer si quiere que funcione.

—Haremos lo que haga falta.

—Perfecto, regresemos.

***

Calvin maldecía y se aseguraba, mirando por el retrovisor, que ningún coche le siguiera. Debía hacerse con otro coche y reanudar el viaje; sabía perfectamente donde Natalie y su guardaespaldas se dirigían. Había visto un bar de carretera a unos kilómetros, el lugar perfecto para abandonar aquel trasto. Revisó el interior del auto para asegurarse de que no dejaba ninguna pista que lo relacionara y lo dejó allí abandonado. Con paso ligero y decidido, llegó a la zona de aparcamientos del bar de carretera. A plena luz del día le iba a resultar difícil robar un coche y no levantar sospechas, pero no imposible.

Era la hora punta del desayuno, así que paseó entre los coches hasta que vio a un hombre de mediana edad, más bajo que él y menos corpulento, ataviado con vaqueros y camisa, probablemente un agricultor de la zona; la víctima perfecta. Dio unos pasos hacia su dirección para comprobar qué tipo de coche tenía; debía estar a la distancia justa para poder reaccionar si cumplía el perfil que buscaba. El hombre ajeno a lo que se orquestaba a su alrededor, se aproximó a un viejo y despintado BMW. Calvin sonrió satisfecho y se dispuso a poner en marcha su teatro.

—¡Buenos días, amigo! —abordó a la víctima que lo miró reacio —. Se me ha pinchado una rueda, ¿podrías venderme la tuya de repuesto? —dijo mostrándole un billete de 50 dólares y permitiendo que viera como guardaba varios billetes en la otra mano. El interpelado se acarició dubitativo la barba de varios días.

—La rueda me costará al menos 80 pavos.

—Pues toma 100 y no se hable más —respondió dándole los dos billetes. El hombre se guardó el dinero en el bolsillo, levantó la puerta del maletero y se inclinó en el interior para sacar la rueda; no tuvo oportunidad. Calvin le golpeó en la cabeza y agarró por los tobillos para meterlo dentro. Luego cerró la puerta, se aseguró de que nadie lo hubiera visto y condujo todo lo rápido que pudo hacia el rancho de los Carter.

Calvin conocía el punto exacto para detenerse con el coche y vigilar la casa sin levantar sospechas. Desde la zona elevada donde se encontraba y oculto por varios árboles, estaba en la distancia justa para observar sin ser visto. Podía ver el auto de Davis en la entrada, le preocupaba que los Carter hubieran accedido a las peticiones de la agente.

Tras unos minutos de espera, la puerta principal se abrió. Natalie caminaba con el ceño fruncido, seguida por su guardaespaldas. La señora Carter se limpiaba las lágrimas y el señor Carter les lanzaba improperios a los dos amigos.

—¡No quiero verles más por mi propiedad! ¿Cómo se atreven a venir a mi casa y preocupar a mi mujer con patrañas sobre que mi hijo ha sido secuestrado? ¡Largo! ¡Carol! ¡Trae la escopeta! ¡Estos de ciudad solo entienden por las malas! —vociferaba Noel mientras los agentes subían al coche y se alejaban a toda prisa dejando tras de sí una enorme nube de polvo.

Al otro lado de la propiedad, Calvin sonreía triunfante.

—Pobre, Natalie. Esta vez no te ha salido bien la jugada —se burló.

Un ruido proveniente del maletero, le recordó que aún tenía asuntos de los que ocuparse.

Capítulo XXIV

—¿De verdad crees que era necesario? —indagó Jack mientras conducía.

—¿El teatrillo con los Carter? Por supuesto. Calvin siempre va un paso por delante. Estoy segura que vigila nuestros pasos, sino… ¿cómo te explicas todas esas notas?

—Tienes razón. Espero que haya servido. ¿Viste cómo nos gritaba Noel? Por un momento pensé que iba a dispararnos en serio—. Bromeó y el rugir del estómago de Natalie le aviso que era el momento de reponer fuerzas—. Estamos cerca de un bar, lo vi antes. Podemos parar y tomar algo—. Natalie observaba algo a lo lejos, entrecerrando los ojos para enfocar mejor—. ¿Nat? ¿Me has oído?

—Sí. Gira a la derecha y párate en el arcén. Hay algo allí... —Jack aparcó y Natalie cruzó los matorrales sin dar explicaciones. Jack corrió tras ella.

—¿Cómo lo has visto? — cuestionó sorprendido cuando estuvieron frente al coche que hacía una hora había disparado.

—No lo sé. Entre los árboles, a lo lejos, hay una zona más baja y lo vi.

—Llamaré a Coleman para que envíe su equipo a procesarlo.

—Espera. ¿Oyes eso? Un tintineo.

—Parece que proviene del maletero.

—¿De quién te dijo Ginés que era la matrícula?

—De un tal Xiang Liu. La matrícula no se correspondía con el modelo del coche y ni Xiang Liu ni ningún coche a su nombre había sido denunciado por haber desaparecido.

—¡Maldita sea! ¡No se abre! —Jack apartó a Natalie y, con más maña que fuerza, logró abrirlo.

Un olor pestilente y nauseabundo les abofeteó. Un hombre asiático se tapaba la cara con las manos para protegerse del sol. Se había orinado encima, incluso defecado, y había restos de envases de una hamburguesería de comida rápida.

—Por favor, no me maten —suplicó sollozando.

—Tranquilo, la policía llegara enseguida—. Le tranquilizó Natalie—. Mira —dijo dirigiéndose a Jack —sus labios están agrietados y blanquecidos.

—Debe estar deshidratado —hablaban entre ellos como si Xiang no estuviera presente—. ¿Puede decirnos su nombre?

—Xiang Liu—confirmó la víctima.

—¿Cuánto lleva en el maletero?

—No lo sé. Era martes—. Natalie y Jack se miraron.

—Lleva, al menos, dos días ahí dentro—. Puntualizó Jack que ayudaba al hombre a salir de su improvisada prisión.

—Llama a Coleman y quédate con él. Voy a comprar algo para comer en el bar de enfrente.

—De acuerdo, Nat. No hagas locuras —le recordó su amigo; cada vez temía más a ese Calvin.

Natalie cruzó la carretera y llegó al bar, donde se sentó a la barra.

—Buenos días, señorita. Muy lejos de casa, ¿no? —Su look neoyorquino la delataba.

—He venido a visitar a los Carter. Son viejos amigos.

—Buena gente. Pobres, han tenido mala suerte con ese chico. ¿Qué le pongo?

—Un café, dos refrescos de cola, una botella de agua y tres sándwiches de pollo.

—¿Para llevar?

—Sí, por favor.

Una mujer joven, rubia, de ojos azules, con algunas pecas en su nariz, sin maquillaje y vestida, como casi todos por allí, con vaqueros, botas y camisa, se sentó a su lado y abordó al camarero.

—Simon, ¿has visto a mi padre? Llevo más de dos horas esperándolo en la granja y no sé dónde ha podido meterse.

—Estuvo aquí desayunando. Según me dijo, venía de casa de Krisman; le había comprado un coche antiguo para repararlo.

—Sí. Acordamos que iría por el coche y luego iría a la granja a ayudarme con los animales.

—Es cierto, ¿cómo está tu marido?

—Mejor, pero esa pierna rota va a fastidiarnos bastante. ¿Te dijo mi padre si pensaba hacer alguna parada antes?

—No, pero lo vi hablando con un tipo. No era de por aquí y se llevó el coche; pero a tu padre no lo vi más—. La piel de Natalie se erizó.

—Perdone, ¿ese tipo que vio medía un metro y ochenta, de hombros corpulentos y una calada gorra azul?

—Sí, ¿lo conoce? —Natalie se levantó del asiento como impulsada por un resorte.

—Soy Natalie Davis, colaboro con la policía de Nueva York. No se muevan de aquí. Creo que su padre ha sido secuestrado —soltó aquella bomba informativa y corrió en busca de Jack.

Obcecada con su objetivo, no vio como un todoterreno gris se le echaba encima; a su espalda, un pesado bulto, la empujó apartándola de la trayectoria. Con dificultad se incorporó y descubrió a su salvador.

—¿Coleman? ¿Qué diablos haces aquí?

—Un "gracias por salvarme la vida" no hubiera estado mal.

—Oh, sí, gracias. Pero... ¿Qué haces aquí?

—¿No pensarías que iba a quedarme al margen sabiendo que un lunático había intentado deshacerse de vosotros? En cuanto Jack colgó, salí de Nueva York.

—¿Jack te ha puesto al día?

—Sí, mis chicos vienen de camino. Pensé que habías ido a por algo de comer, ese pobre hombre lo necesita.

—Coleman, hay algo nuevo—señaló con gesto serio.

—Por tu tono, supongo que las cosas han dado un nuevo giro.

—Calvin abandonó el coche aquí, fue al bar en busca de un nuevo transporte y ha secuestrado al dueño. Al menos, la descripción del camarero es similar. La hija nos está esperando.

—Natalie, no podemos seguir dando palos de ciego. Si no encontramos respuestas pronto, tendré que informar al FBI; por mucho que quiera cumplir mi promesa—. La agente respiró hondo y confesó.

—Olivia me llamó esta mañana. No le he dicho nada a Jack, pero Collins quiere que me reincorpore en un par de días. Dame ese tiempo de margen, luego podrás hacer lo que creas que es mejor.

—No estoy seguro Natalie. Ha matado a siete personas y, por lo que sabemos, ha retenido contra su voluntad a tres. No conoce los límites y no puedo permitir que siga ampliando la lista.

—James —lo llamó por su nombre de pila por primera vez desde que se conocían —creo que ha secuestrado a Nelson Carter por el dinero, en cuanto lo consiga, intentará huir. Estamos a punto de atraparlo—. Coleman seguía dudando—. Te prometo que no intervendré. Me iré a casa y me dedicaré a revisar los informes, hacer conjeturas y a esperar a que me llames diciéndome que ya lo habéis detenido.

—Te debe importar mucho ese Jack Meyer —añadió logrando sonrojarla—. Dos días es lo máximo que esperaré.

—Gracias, Coleman—. Él asintió no muy satisfecho.

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