Selena

Selena


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Como Natalie le había informado, la hija del último secuestrado repitió una por una las mismas palabras; igual que el camarero. Natalie esperó que el equipo de Coleman procesara el coche y regresó a casa. Jack y Coleman tendrían que arreglárselas sin ella, si querían que el FBI no acabara metiendo las narices en sus asuntos.

—¿Qué has pensado? —Quiso saber Jack cuando ambos terminaron de interrogar a los testigos.

—Nadie sabe nada, nadie ha visto nada... Es un completo fracaso. No creo que mate a ese tipo, seguirá la pauta como con el asiático. Son solo daños colaterales. La policía de carretera está al tanto, pero ese Calvin es muy listo. Me preocupa ese hombre, pero no es mi prioridad. Debemos centrarnos en el plan del rescate. Ha sido una gran idea colocar un localizador entre el dinero y el teatrillo os hace parecer inocentes. Natalie y tú formáis un buen equipo—. Jack no quería ahondar en ese tema.

—¿Entonces?

—Volvamos a comisaría. Como dijo Natalie: "es cuestión de tiempo".

Capítulo XXV

Jack se instaló en la oficina de Ginés a la espera de alguna señal por parte de Calvin. Había cambiado su traje de chaqueta y su camisa, por unos vaqueros, unas converse y una camiseta. Mientras Ginés, un simpático regordete, de pelo anillado, mejillas sonrojadas y gafas de pasta, con facciones similares al cómico Kevin James, continuaba con sus quehaceres. Jack resoplaba con los auriculares puestos, retorciéndose en su silla; las horas pasaban y no había novedades.

—Jack, ¿por qué no vas a estirar las piernas? Yo te sustituyo —sugirió Ginés mordisqueando unas galletas de chocolate.

—¿Y si justo en ese momento Calvin decide mover ficha?

—Pues mandaré a alguien a buscarte. De todas formas hasta que los Carter no hagan la entrega no podemos actuar.

—Tienes razón; me vendrá bien pillar algo de la máquina expendedora del pasillo.

Jack se desperezó antes de levantarse y cabizbajo, pensando en qué estaría haciendo Natalie, cruzó el pasillo con intención de hacerse con algunas chocolatinas. Necesitaba un subidón de azúcar para apartar de su mente los fantasmas del pasado; no quería recaer en la culpabilidad y en el camino de autodestrucción del que su amiga lo había rescatado. La última conversación con su superior martilleaba su sien.

—Agente Meyer, nos ha defraudado. No solo ha antepuesto sus asuntos personales a los de la agencia; sino que ha desatendido a su equipo. Tras la investigación realizada y la inestimable colaboración de uno de sus compañeros, solo podemos pedirle que entregue su placa, identificación y recoja sus cosas. Debido a su brillante expediente, hemos decidido ser benévolos y no incluir ninguna nota que lo inhabilite para ejercer en cualquier otro departamento estatal. ¿Tiene alguna duda o algo que añadir? —Jack se puso de pie inclinándose hacia su exjefe de manera amenazante. Colocó en la mesa lo que le había pedido. Se retuvo porque ninguna buena idea cruzaba su mente. Se limitó a añadir.

—Si pudiera volver a atrás… lo volvería a hacer—. Se incorporó relajando los hombros y salió, con la cabeza alta, de aquel sitio que apestaba a arrogancia.

—¿Jack? —La voz de Natalie retumbo en su cabeza.

—¡Jack! —Le llamaron sus compañeros.

Parado frente a la máquina, se había quedado inmóvil absorto en sus pensamientos, con las monedas en la mano y la vista en blanco.

—¡Jack! ¡Rápido! —Le gritaron desde la oficina de Ginés, obligándolo a poner los pies sobre la tierra y salir corriendo.

Cuando llegó, Ginés tecleaba a toda velocidad, uno de los chicos del equipo ocupaba la silla de Jack grabando la conversación entre Calvin y los Carter, y Coleman los escoltaba a la espera de información; el detective le guiñó un ojo y gesticuló un "por fin".

—Ha colgado —dijo el agente que grababa.

—No he podido localizar la llamada —añadió con fastidio Ginés. A continuación, Coleman apretó el botón del play.

—¿Diga? —Dijo la señora Carter.

—Ha llegado el momento.

—¿Calvin? ¿Nuestro hijo está bien?

—Eso dependerá de ustedes.

—Hemos hecho todo lo que nos pidió. ¡Incluso mentimos a esos agentes entrometidos! —Sollozaba Carol.

—Lo sé —Jack y Coleman se miraron; Natalie había dado en el clavo —por eso les llamo en lugar de enviarles por correo a su hijo hecho pedacitos—. Un grito desgarrador escapó de la garganta de Carol. Su marido, Noel, le quitó el teléfono y continúo la conversación.

—Deje de torturar a mi mujer. Acabemos cuanto antes con todo este asunto. Tenemos el dinero, solo tiene que decirnos dónde está mi hijo y se lo daremos.

—Lo siento, pero es mi juego y mis reglas. Mire en el buzón, tiene correo —colgó.

—¡Mierda! No sabremos nada hasta que Carter se mueva —se lamentó Coleman—. Ginés, no quiero que apartes los ojos de esa pantalla.

—No, señor.

—Tenemos que encontrar a Nelson Carter y al granjero secuestrado, o mis gritos será lo mejor que os pasará cuando el capitán se entere de todo esto.

***

Noel soltó el aparato y corrió hasta el buzón, su mujer lo siguió de cerca, ella se detuvo en la puerta sin dejar de observar sus movimientos. Noel había ido al buzón, había rasgado el sobre y ahora leía su contenido. Retrocedió sobre sus pasos y se reunió con su mujer.

—Tengo que dejar la mochila en un cubo de basura en la zona Norte de la ciudad, allí encontraré un sobre con el lugar donde ha dejado a Nelson.

—¡Tengo miedo, Noel!

—Yo también —la abrazó y le susurró al oído—. Estoy seguro que esos agentes no dejarán que nos pase nada—Se apartó de ella, entró en la casa para cargarse a la espalda la bolsa con el dinero y antes de subir al coche, le dio las últimas indicaciones a su mujer—.Cierra todo con llave, coge la escopeta y enciérrate en la habitación del pánico. No quiero correr riesgos con ese psicópata; es solo por precaución, no te asustes. Antes de que acabe el día, volveremos a estar juntos los tres—. La besó, subió al coche e inició su viaje. Carol no perdió un segundo en cumplir las recomendaciones de su marido.

***

—¡Se mueve! —Avisó Ginés.

—¡Estupendo! —Celebró Coleman. Jack había colocado una silla junto a Ginés, ni apartaba los ojos de la pantalla ni abría la boca—. ¿Hacia dónde va? —El detective estaba impaciente.

—Se dirige a la ciudad —respondió el informático.

Tras hora y medio viendo como el punto rojo que emulaba el coche de Carter, se desplazaba por la pantalla, se detuvo; todos resoplaban y se quejaban de la tardanza.

—¡Se ha detenido! —Informó Ginés—. Está en el centro comercial.

—¿Por qué no se mueve? —Preguntó Coleman. Jack fue el que respondió.

—Ya ha soltado la bolsa con el dinero.

—¡Estupendo! Voy a dar el aviso. Los chicos irán de incógnito y se mezclarán con la gente. Jack, tú no olvides ponerte la gorra; ese tipo te ha visto y si te reconoce puede salir corriendo.

—No te preocupes.

—Ginés os informará por el pinganillo. Yo os seguiré a distancia. ¡Vamos! —Todos se pusieron en marcha.

Una vez ocuparon posiciones, Ginés guió a Jack a quien le había colocado un localizador que su PC detectaba como un punto azul.

—Jack estás cerca. Gira a la derecha, todo recto.

—¿La escalera eléctrica?

—Prueba, no tengo tanta precisión. Mi mapa se reduce al contexto.

—Allá vamos.

—Vas bien, casi lo tienes. Gira a la izquierda. Según esto, estás sobre él.

Jack no entendía nada. Estaba justo al lado de un puesto de hacer palomitas cuyo dependiente había abandonado. Ginés estaba tan seguro que optó por investigar los alrededores para confirmar la palabra del informático. La papelera estaba vacía, en la zona colindante no había rastro de ninguna mochila ni de Calvin o Carter... Decidió echar una ojeada al interior del puesto. Su cara palideció. Maniatado y amordazado, el dependiente suplicaba ayuda. Jack le quitó la mordaza.

—¿Dónde está el dinero?

—No sé nada de ningún dinero. El tipo me apuntó con una pistola y me retuvo.

—¿Le dijo algo más? ¿Sabe hacia dónde se fue? —Le interrogaba mientras lo liberaba.

—No lo sé, pero me pidió que le diera algo—. El dependiente se puso de pie y de su espalda, sujeto a su cinto, sacó un sobre y se lo entregó. Jack estaba ofuscado a la vez que sorprendido. Cada vez odiaba con más fuerzas a Calvin por ir siempre un paso por delante de ellos. Jack habló por el pinganillo.

—Ginés, contacta con Noel Carter. Calvin nos la ha vuelto a jugar; y avisa a los otros.

Minutos después su equipo se reunió, Coleman se le acercó con espavientos.

—¿Qué diablos ha pasado?

—¡Lee!

—“Es hora de decir adiós”.

—Y mira, dentro estaba nuestro localizador.

—¡Qué cabrón! ¿Y ahora qué coño vamos a hacer? —Coleman estaba fuera de sí.

—¿Jack? ¿Me recibes? —la voz del pinganillo los interrumpió.

—Dime, Ginés.

—El señor Carter está a salvo. Dejó la mochila dentro de la papelera negra junto al puesto de palomitas, donde había una nota con la dirección para encontrar a su hijo. Os la mando a vuestros móviles. Poneos en marcha, ¡ya!

Jack informó a Coleman y no perdieron el tiempo; con la sirena puesta y pisando el acelerador al máximo, Coleman con nervios de acero esquivaba coches, ancianas y ciclistas mientras a Jack comenzaba a revolvérsele el estómago. A unos kilómetros del destino, apagó la sirena para no alertar de su presencia. Casi saltó del coche, tan pronto giró el contacto, y empuñó su pistola; Coleman estaba ansioso por atrapar de una vez por todas a Calvin. A unos metros de distancia, Jack reconoció el todoterreno de Carter.

—Llama a Ginés y dile que investigue este sitio— ordenó Coleman—, y quédate junto al coche; voy a investigar—. Jack no era de los que se quedaban impasibles, pero con un héroe en aquella historia tenían suficiente. Contactó de inmediato con Ginés.

—¿Qué puedes decirme de esta nave? No parece abandonada; de hecho, tiene pinta de estar activa—. Silencio, a excepción de los dedos de Ginés presionando las teclas.

—Efectivamente, no está abandonado. Sus dueños están en una convención en Paris. Es un taller de costura de dos diseñadores noveles.

—¿Cómo ha podido enterarse Calvin? —No logró controlar sus impulsos y puso voz a sus pensamientos.

—Debe ser un tipo importante o al menos con muy buenos contactos.

—He oído un ruido. Voy a buscar a Coleman—. Colgó y se puso en marcha.

***

Coleman, con la orden del juez en el bolsillo, se coló en el taller de costura. La nave tenía forma de rectángulo en vertical. Para no alertar de su presencia, evitó prender las luces y optó por apañárselas con las luces que se colaban desde las farolas de la calle y que bordeaban el recinto.

El local había sido dividido en varios segmentos, cada uno estaba dedicado a una finalidad concreta. La primera era una recepción con mostrador y un par de sillones para esperar. Coleman siguió avanzando. La segunda sección era una zona con maniquíes y una pequeña plataforma; era el lugar donde se hacían las presentaciones privadas para buscar inversores. La tercera sección estaba llena de máquinas de coser y repisas con telas de distintos colores y tejidos, además de un par de mesas para diseñar y en un rincón habían habilitado una plataforma y un espejo para tallar a las modelos. Para Coleman todo aquello no era más que un lugar lleno de tratos de costura a los que no prestaba más atención que la necesaria para descartar que hubiera alguien. Llegó a la última zona y una sonrisa se dibujó en su rostro. Era la más interesante para él, pues era un almacén de material con muchos rincones para esconderse u ocultar a la víctima. Ahora comenzaba lo divertido y estaba deseoso de entrar en acción.

Avanzaba a pequeños pasos, verificando su espalda y cualquier punto que fuera perceptible de ser usado por un posible atacante. Se encontró frente a frente con la pared y no había detectado nada sospechoso a su paso. Retrocedió e inspecciono con más detenimiento, y en el segundo pasillo a la derecha distinguió a lo lejos un bulto encorvado hacía delante. Amortiguando cada paso se aproximó lo suficiente para vislumbrar que en el suelo había otro hombre. La persona que estaba de pie se giró y golpeó con todas sus fuerzas a Coleman en la cara con una barra de medir. El detective cayó de espaldas disparándose su arma hacia el techo. Coleman se retorcía en el suelo de dolor. El agresor se disponía a rematar a su víctima cuando la voz firme de Jack lo detuvo.

—¡Quieto! —Le ordenó apuntándole con la pistola y alumbrando al mismo tiempo con la linterna—. ¿Noel? —Quiso asegurarse al ver sus facciones.

—¡Gracias a Dios que eres tú! ¡Aquí tienes a tu hombre! —dijo señalando a Coleman que continuaba tirado sujetándose la nariz. Jack guardó la pistola. Y se acercó, ayudando a su amigo a levantarse.

—Has cometido un error. Es el agente Coleman de homicidios—. Noel palideció.

—Lo siento —tartamudeó.

—¿Habéis comprobado que no haya nadie? —Quiso asegurarse Jack antes de relajarse por completo. Los dos hombres asintieron. Él respiró aliviado—. ¿Y tu hijo?

—Está aquí tumbado, pero parece que lo ha drogado. Está somnoliento y le cuesta reaccionar.

—Lo importante es que ya está a salvo. Llamaré a una ambulancia para que se encargue de los dos —dijo señalando a Nelson y a Coleman—. ¿Te dio alguna otra indicación Calvin o te dijo algo que pueda ayudarnos a saber qué piensa hacer ahora?

—La nota solo decía que tenía que venir aquí para que la partida llegara a su fin.

—Está bien, vayamos hacia la entrada. Coleman, ¿puedes ir solo? —Sin contestar, inició el camino con las manos taponando la herida. Él ayudó a Noel a cargar a Nelson hasta el coche.

Al menos habían recuperado una vida. Ahora solo quedaba descubrir las intenciones de Calvin ante de que abandonara el país y hallar al agricultor; algo le decía que encontrando a uno, encontrarían al otro.

Capítulo XXVI

Jack regresó a casa de Natalie y la encontró tirada en el suelo observando las fotos del caso; Phil había accedido a que se quedara con las llaves de repuesto hasta que Jack encontrara un nuevo apartamento, con el permiso de Natalie. Jack la besó en la frente y la puso al día de todo lo sucedido.

—¿Habéis encontrado alguna pista? ¿Cómo está Coleman? ¿Habéis conseguido sacarle algo a Nelson Carter? —Natalie le bombardeaba con preguntas sentada en el suelo con las piernas cruzadas, mientras Jack desde el sofá trataba de darle respuestas.

—Tras marcharse la ambulancia con Coleman y el hijo de los Carter, el equipo de la policía investigó la zona. Encontraron dos mantas, comida y algunos objetos de aseo; además de una barba falsa. Nelson estaba drogado, así que la doctora nos ha pedido que no lo molestemos hasta que su cuerpo haya procesado y eliminado todos los narcóticos.

—¿Qué usó?

—Una mezcla de tranquilizantes y ansiolíticos.

—¿Y Coleman?

—Es un tipo duro. Por suerte, Carter no le rompió la nariz; pero tendrá que llevar un protector durante unos días—. Natalie se quedó muy callada y pensativa, su mente estaba hilando nuevas conjeturas y posibilidades con la nueva información obtenida; ni siquiera se percató que Jack la había dejado para darse una ducha.

Natalie se puso de pie y revisó de nuevo las pruebas. Nada que destacar a excepción de un número de teléfono garabateado en una de las esquinas de uno de los informes. Sin pensarlo dos veces, tomó su móvil y marcó. Un tono, dos tonos, tres tonos, cuatro tonos... La sangre se le heló al oír tras la puerta de su apartamento la melodía de un móvil. Natalie sentía los latidos de su corazón martilleando sus oídos. Dio unos pasos y quedándose muy cerca de la puerta, colgó, la música paró y de nuevo le dio al botón de rellamada. La melodía volvió a inundar el pasillo. Natalie no cejaba en su empeño, recuperó su posición sentada en el suelo, sin apartar la vista de la puerta. En el pasillo alguien aguardaba, le asustaba pensar lo que pretendía. La inesperada visita coló por debajo de la entrada una nueva nota.

Natalie no había dejado de contactar con ese número, la música los había acompañado en todo momento, la canción estándar de una compañía cualquiera que comenzó a disiparse en dirección al ascensor. La agente detuvo la llamada y aferrada a su móvil, se mantuvo completamente paralizada con la mirada fija en el papel que asomaba por la abertura. La voz de Jack cantando en la ducha la hizo reaccionar, no quería preocuparlo ni que pretendiera apartarla de la investigación. Se levantó, tomó el papel y lo desdobló.

"¿Cuántas muertes hacen falta para que dejes el juego?"

Su móvil sonó robándole un grito. Era Coleman.

—Hola, Davis. Ha ocurrido algo.

—Sí, Jack me ha contado lo sucedido. Siento lo de tu nariz.

—Gracias, pero hay otro asunto. El periodista ha muerto.

—¿Cómo es posible?

—Alguien aprovechó que el marido dormía para deshacerse de él; le rajó la garganta como al camarero. Una pareja de agentes los visitó al rato de marcharnos. Nos habían dado el aviso de que un enfermero ajeno al hospital lo había visitado y torturado para saber qué nos había contado. Las cámaras han detectado a un hombre con una calada gorra azul. Nuestro asesino no parece muy contento. Si hay novedades, te aviso—. Silencio—¿Estás ahí?

—Sí. Está bien. Hasta mañana.

—Buenas noches.

Natalie estaba conmocionada por todo lo que había sucedido en esa escasa media hora. Se acercó a la mesa atestada de informes, repasó fotos, releyó algunas de sus notas... Divagaciones sobre posibles teorías. Se llevó las manos a la boca para no gritar, tenía la respuesta, la había encontrado entre las fotos. Una imagen que se repetía en todas, casi difusa y oculta, que pasaba desapercibida sino te centras en localizarla; sabía lo que había pasado y algo en su interior le decía que la única forma de atraparlo estaba en sus manos. Corrió hacia su móvil que había dejado en el suelo junto al sofá. Y escribió todo lo rápido que pudo. Cogió su chaqueta, su arma y su placa.

—¿Natalie? ¿Te apetece cenar algo? —Gritó Jack desde el baño, sobresaltándola y haciendo que su móvil cayera de sus manos rodando bajo el sofá. No tenía tiempo de recuperarlo, sin descubrirse. Lo dejó tirado y salió a toda prisa de su casa.

—¿Natalie? ¡Me ha parecido oír la puerta! —Jack apareció en el salón únicamente cubierto con una toalla que tapaba su entrepierna—. ¿Natalie? —Abrió la puerta y se asomó al pasillo. Enfadado volvió dentro y buscó su teléfono para llamarla. La melodía lo llevó a localizarlo. Revisó las últimas llamadas y llamó a Coleman.

—¿Ocurre algo Davis?

—Soy Jack. ¿Has hablado con Natalie?

—Sí, hace unos minutos para decirle que nuestro tipo se ha cargado al periodista.

—¡No puedo creerlo!

—Ha repetido viejos patrones, pero ¿por qué no te lo cuenta Davis?

—Ha salido corriendo y se ha dejado el teléfono. ¿Ha quedado contigo o sabes dónde ha podido ir?

—No. Le dije que la llamaría mañana.

—Si aparece por allí, dile que me llame.

—Descuida—. Colgaron.

Jack no estaba dispuesto a quedarse esperando, mucho menos cuando un psicópata sediento de sangre había amenazado a su amiga en varias ocasiones y continuaba activo cuando debería estar huyendo para no regresar. Revisó el resto de llamadas y los mensajes. Se le heló la sangre cuando leyó el mensaje que Natalie había escrito.

“Sé quién eres. Acabemos con esto. Te espero en la vieja central en media hora”.

Jack salió corriendo a la habitación dejando caer la toalla. No tenía tiempo que perder si quería evitar que Natalie corriera peligro.

***

La agente aparcó el coche a unos metros de distancia de la vieja central eléctrica para no exponerse a la vista del asesino. Rodeó la zona y con sigilo inspeccionó la zona. Los cristales estaban muy sucios para ver el interior y si se acercaba demasiado su figura a contraluz podía alertar al individuo. Agazapada, se aproximó a una de las ventanas rotas y con sumo cuidado, se inclinó para ver el interior. En medio de la sala, un hombre de espaldas a ella con una calada gorra azul esperaba vigilando la puerta. Recordó el bidón colocado estratégicamente y optó por arriesgarse a colarse por arriba y acceder por la plataforma de metal. Amortiguando cada movimiento, repitió los pasos que había dado tiempo atrás y se recostó sobre la plataforma, oculta tras una de las columnas que sujetaba el techo. “¿Y ahora qué?”, se dijo mientras sacaba su pistola. Rebuscó su teléfono y recordó que lo había olvidado bajo el sofá. No había llegado hasta allí para no hacer nada al respecto. Encañonó su arma y gritó.

—¡Por tu bien, será mejor que no te muevas! —Recibió una risa como respuesta.

—Imaginaba que intentarías algo así, pero no que serías tan estúpida.

—¡Déjate de cuentos! Mis compañeros están de camino. Se acabó el juego. ¡Quiero respuestas!

—Y yo quiero recuperar mi vida.

—Tú, solo, eres responsable de lo que te ha pasado.

—¡Por favor! No me vengas con esas mierdas. He tenido que soportar a demasiados loqueros cómo para dejarme engañar.

—Si querías deshacerte de ella, ¿por qué no acabar con Kelly desde el primer momento? ¿Por qué tuviste que llevarte por delante a todos esos inocentes?

—Dime una cosa—desvió el tema—. ¿Cómo supiste que Kelly era inocente? ¿Cómo supiste que era yo? —Hizo el amago de girarse y Natalie apretó el gatillo rompiendo un cristal.

—¡Ese era de aviso!

—Está bien. Pero contéstame—. Natalie necesitaba ganar tiempo, así que accedió.

—Al principio, me dejé llevar por lo evidente. Si ella estaba en cada escenario del crimen y huía de mí, debía ser responsable. Entonces, me di cuenta de algo. Una mujer como ella no podía reducir al conserje, ni tenía sentido que tras marcharse del edificio, regresara y montara ese show de apagar las luces. Tampoco me cuadraba que vomitara en el escenario de un crimen; los asesinos en el momento que cometen un asesinato no tienen conciencia ni escrúpulos, a no ser que se vean obligados a matar. Otro detalle, es que ella era más bajita que el camarero; no hubiera podido abordarlo por detrás, como se hizo. Contactó conmigo, ¿lo sabías? —Él sacudió la cabeza negando—. Me pidió ayuda, pero no tuvo oportunidad de decirme tu nombre.

—Sigues sin decirme, ¿cómo supiste que era yo?

—Tranquilo, todavía hay más—. Él volvió a reír; parecía que su ego se crecía oyendo de la boca de Natalie cada pesquisa—. El mural de fotos del hotel; tenía la misma estructura que los que usamos nosotros. No era un mural de trofeos o para elegir una víctima, era un panel para atrapar al culpable.

—Para ser tan inteligente has tardado mucho en descubrirme —añadió con sarcasmo.

—¿Quieres saber qué fue lo que realmente disipó mis dudas sobre ella?

—Tú sabrás.

—Que era una mujer maltratada. Solo el 1% de las mujeres que han sufrido agresiones por sus parejas reproduce conductas violentas.

—Si crees que usando ese tema me ablandarás, ¡olvídalo! —Natalie lo ignoró y siguió con su monólogo.

—No supe que eras tú hasta que me confirmaron que la barba, como sospechábamos, que habías usado para que el periodista no te descubriera, era falsa. Entonces vi tu foto entre mis documentos. Los mismos ojos pequeños, la misma nariz respingona, los mismos labios finos… pero sin barba. Una chispa se encendió en mi cerebro y te vi, con tu gorra azul oculto entre las fotos de Kelly. Ella trataba de cazarte, porque tú no solo le habías avisado que la hundirías y que le harías pagar, borrando a los hombres de su vida; los habías espiado para conocer sus movimientos y rutinas, ajeno a que ella te había estado espiando a ti. Te conocía más de lo que creías. Por cierto… debió ser muy duro.

—No sé a qué te refieres.

—A dejarte caer contra el suelo hasta herirte la cara—. Él desvió el tema; dio un paso y Natalie volvió disparar.

—¡Te he dicho que no te muevas! —Él la ignoró y dio otro paso; la conversación había llegado a un punto que él no deseaba debatir. Natalie se incorporó haciendo temblar la raquítica plataforma que comenzó a perder el equilibrio. La agente no podía hacer nada para evitar el eminente desastre, cerró los ojos y esperó el impacto contra el suelo. Sin poder moverse, una risa que se alejaba puso fin a aquel encuentro mientras unas palabras martilleaban en su cabeza: “Estás tan equivocada”.

***

Varios coches de policía llegaron a la central, precedidos por Jack y Coleman. Jack saltó del auto, ojeó por una ventana y vio como los restos metálicos sepultaban a Natalie. Miró a su alrededor y, entre los desperdicios que adornaban la zona, encontró una barra de hierro que usó para despejar a golpes la ventana y colarse en la central para socorrer a su amiga.

—¡Natalie! —Llamaba al tiempo que apartaba los escombros. Luego, la sujetó por debajo de los brazos y la arrastró, unos metros, para verificar su estado—. Natalie, ¡despierta! —Le tomó el pulso y, aunque débil, era estable. Comprobó su respiración y lo hacía con normalidad. Golpeó con sus dedos, dando pequeños toquecitos, en sus mejillas para que volviera en sí. Coleman que se había unido a ellos tras tirar la puerta abajo con sus hombres, le refrescó la nuca con un poco de agua. Natalie comenzó a reaccionar.

—¿Natalie? ¿Cómo te encuentras? ¿Te duele algo? —Jack la hostigó con preguntas. Ella con los ojos entreabiertos lo miraba; ese era el Jack que siempre había conocido y no el tipo malhumorado con el que había tenido que batallar en los últimos años.

—Tenéis que atraparlo. No creo que se quede en Nueva York sabiendo que tenemos su nombre—. Coleman y Jack se miraron—. ¿En serio? —Preguntó con un hilo de voz—. Coleman, espero que cumplas tu promesa. Greg Sullivan.

—Pero… ¿cómo es posible? Hablamos con él, le atacaron... —Natalie hizo un esfuerzo por incorporarse. Jack la ayudó a levantarse y ella se apoyó en él para mantenerse en pie.

—Eso, pregúntaselo a él cuando lo atrapes. Yo me voy a casa a darme una ducha y a dormir—. Natalie comenzó a andar ayudada por Jack.

—Jefe, ¿qué hacemos? —Preguntó uno de los agentes.

—Da orden de busca y captura a Greg Sullivan por la muerte de Kelly Johnson y todas las víctimas del caso Selena.

—¿Llamamos al FBI?

—No. He hecho una promesa y se ha ganado que la cumpla. Atrapemos primero a ese asesino.

Capítulo XXVII

Coleman introdujo en su boca dos analgésicos e ingirió con ayuda de un poco de agua que tomó de una pequeña botella de plástico. A penas hacía unas horas que se había metido en la cama cuando recibió una llamada para que se pusiera de nuevo en marcha. Su reloj de pulsera marcaba las seis menos cuarto de la mañana.

Apoyado en el capó de su coche, esperaba que dos miembros de su equipo revisaran el maletero de un auto cuya matrícula se correspondía con la del agricultor. Había sido una noche dura, pero al menos el día comenzaba con noticias; sería cuestión de minutos el saber cuál sería el resultado.

—Jefe, ¡venga rápido! —Le gritaron. Coleman se aproximó. La pareja de agentes le impedían ver murmurando sobre el contenido.

—¡Apartaos! —ordenó; su nariz amoratada había contribuido a agriar su carácter. En el interior del maletero un hombre colocado en posición fetal con vaqueros y camisa de cuadros les daba la espalda—. ¿Está vivo? —Preguntó. Los dos hombres se encogieron de hombros. Coleman estiró la mano para comprobar el pulso en su cuello, pero al rozar con su brazo el hombro del secuestrado, éste se giró bruscamente tratando de estrangularlo; la pronta intervención de su equipo, impidió que volvieran a agredirle por segunda vez en menos de 24 horas.

—¡Tranquilícese! Somos de la policía.

—¿Policía? ¡Gracias a Dios! —El hombre se santiguó y permitió que los agentes le ayudaran a salir.

—¿Sabría decirme cuánto tiempo lleva aquí? —El agricultor le enseñó el reloj de su muñeca.

—El coche se detuvo hace una media hora.

—¿Pudo ver su rostro?

—Por supuesto. Cuando hablamos la primera vez se escondía tras una gorra, pero la última vez ni siquiera se molestó en ponérsela. — Coleman le enseñó la foto de Greg Sullivan.

—¿Es este el hombre que le secuestró?

—Sí, señor. Ese mismo.

—¿Tiene alguna idea de donde ha podido dirigirse? —El hombre negó y permitió a sus agentes que le tomaran declaración y que lo llevaran al hospital como marcaba el procedimiento.

Coleman, con los brazos en jarra, caminó unos pasos, oteó el horizonte y pateó una piedra haciéndola despegar del suelo hasta golpear una superficie metálica. El detective se acercó y reconoció la vieja vía de trenes.

—¡Eh, tú! —Le gritó a la primera persona que vio—. ¿A cuánto estamos de la nueva estación de ferrocarriles?

—A unos diez o quince minutos andando, señor.

—¡Vamos! Sullivan puede que este todavía allí.

—¿Quién, señor?

—¡Calvin! ¡El asesino! —Explicó maldiciendo por tener que soportar en aquellas circunstancias a un novato. Su teléfono le interrumpió—. ¿Qué? —gritó al interlocutor.

—Jefe, Nelson Carter acaba de despertar. Su padre ha insistido que en se reúna con ellos en el hospital lo antes posible —explicó Ginés.

—Ok. Manda una patrulla a vigilar la estación de trenes, yo voy a ver qué nueva bomba informativa me estalla en la cara—respondió y colgó. Su humor empeoraba por minutos.

***

Natalie despertó confundida; desconocía cómo había llegado a su cama. Su último recuerdo, tras su accidente en la vieja central, era el de subir al coche con Jack. Trató de incorporarse y su cuerpo dolorido y entumecido la hizo recostarse de nuevo y observar que aún llevaba la ropa del día anterior y los restos de suciedad de su caída desde las alturas. Como si de una horrible resaca se tratara, Natalie se arrastró al baño sin despertar a Jack que continuaba dormido en su improvisada cama en el salón.

Natalie llenó la bañera. Se había desecho de la ropa casi tirando de ella y amontonándola en cualquier hueco vacío del suelo. Con calma, se introdujo en el agua caliente que su cuerpo recibió destensando sus músculos. Se acomodó apoyando la cabeza en el borde y con los ojos cerrados inspiró el aroma a manzana verde del set de spa en casa que Olivia le había regalado por Navidad. Necesitaba desconectar de todo lo sucedido en las últimas semanas; dejar que Coleman encerrara a ese despreciable psicópata; disfrutar de la compañía de Jack y reponer fuerzas para su vuelta al trabajo, donde tendría que sufrir de nuevo al ojo del halcón (su insoportable jefe). Abrió los ojos de par en par, le era imposible dejar la mente en blanco. Inspiró con todas sus fuerzas, contuvo la respiración y se sumergió en el agua caliente para evadirse; pero las preguntas la rodeaban. ¿Por qué Greg Sullivan había usado el nombre de Calvin? ¿Cómo había conseguido ir un paso por delante? ¿A dónde tenía intenciones de huir? ¿Cómo había sabido de la existencia de Carter y las rutinas de las víctimas? ¿La muerte de Kelly había sido un accidente o parte del plan de Sullivan?

Cada incógnita le oprimía el pecho hundiéndola bajo el agua e impidiéndole respirar; emergió de manera impetuosa tratando de recuperar el aliento. No podía retirarse, todavía no podía ponerle el punto y final a aquella historia. Salió de la bañera, se cubrió con una toalla y cruzó el salón hacia su zona de trabajo ante los ojos atónitos de Jack que acababa de abandonar los brazos de Morfeo.

—¿Qué sucede, Nat? —Quiso saber; pero Natalie estaba muy lejos de allí y él la dejó trabajar observándola desde el sofá divertido con cada nuevo movimiento.

Natalie ordenó los informes que permanecían esparcidos sobre la mesa todo lo rápido que podía. A continuación, descolgó todas las fotos y post-it de las paredes; dejando la zona de trabajo como un lienzo en blanco, listo para dar comienzo de nuevo. Cogió su block de notas y sus post-it e inició un nuevo mural.

Jack entrecerraba los ojos, tratando que al enfocar, el disparate que tenía lugar frente a él, adquiriera sentido.

Natalie asignó un post-it a cada víctima y uno a cada forma de morir. Acto seguido, designó notas para recrear cada movimiento de Sullivan. Una vez la pared estuvo oculta bajo numerosas tarjetas adhesivas, apartó unos centímetros la mesa, tomó una silla y se colocó frente a él con los ojos cerrados mientras murmuraba una retahíla de palabras que Jack no lograba distinguir y que lo llevó a incorporarse y acercarse a su amiga. A un palmo de distancia, agudizó su oído para intentar captar algo.

—Soy Greg Sullivan. Lo he perdido todo. Mi mujer es culpable. Necesito venganza— repetía una y otra vez como un mantra. Jack aguardó unos diez minutos hasta que se atrevió a intervenir.

—¿Nat? —Llamó colocando su mano en el hombro de ella. Como un acto reflejo, Natalie abrió los ojos de par en par, y de un salto se puso en pie para dirigirse a su amigo. Cogió su teléfono, hizo algunas llamadas, no sin antes sufrir la ira de algún interlocutor ofendido por las horas intempestivas que Natalie había elegido para contactar. Escribió anotaciones, revisó su portátil, ojeó alguna foto… y tras casi una hora de espera en la que Jack se había acurrucado en el sofá, Natalie lo incluyó finalmente en sus indagaciones.

—Necesito que hagas unas llamadas por mí mientras me visto —y sin darle más datos, garabateó en una hoja de papel lo que necesitaba y se la ofreció a Jack, alejándose corriendo hacia su habitación. Él volteó los ojos, suspiró con resignación y se puso manos a la obra. Minutos después, Natalie se reunió con Jack.

—¿Has conseguido lo que necesito? —Preguntó ansiosa.

—No ha sido fácil, pero me han asegurado que van a enviarte toda la información a tu email. No entiendo...

—No seas impaciente. Si se confirman mis sospechas, te lo contaré todo con lujo de detalles; sino asumiré con resignación tus burlas.

—Hummm —se quejó él—. Es mucho más divertido cuando te enojas —bromeó. Natalie se había sentado delante de la pantalla de su portátil con su correo abierto, y sin apartar la vista, presionaba compulsivamente la tecla F5 para actualizar.

—Por mucho que insistas, no llegará antes —aconsejó Jack.

—Lo sé, pero me relaja—. Presionaba sin cesar—. ¡Tengo correo! —Gritó entusiasmada. Con el pulso acelerado, se dispuso a leerlo.

"Buenos días, agente Davis. Para su suerte, Coleman nos tiene a todos sin dormir hasta resolver el caso y ya me encuentro en la oficina. Le adjunto los informes que necesita. Le agradecería que le recordara a Jack que me gustan los de chocolate y los rellenos de crema; él lo entenderá. Atentamente. Un saludo, Ginés".

Natalie interrogó a Jack con la mirada.

—Le prometí dos cajas de donuts a cambio de los informes. ¿Y bien? ¿Puedo saber ya qué sucede? —Natalie lo silenció alzando su dedo índice y leyendo, ayudándose con el cursor del ratón, para que sus ansias por saber no la llevaran a saltarse algún renglón.

Jack desesperado, la abandonó dispuesto a hacer un poco de café; intuía que aquel no iba a ser un día menos movidito a los anteriores.

Terminó su lectura, dedicándole una media sonrisa a Jack. Se levantó de su asiento, tecleó en su móvil, envió un mensaje; Jack no había apartado sus ojos de ella. Justo iba a exigirle una explicación cuando Coleman la contactó por teléfono.

—Hola, Coleman. ¿Has visto mis mensajes? ¡Qué buena noticia! Eso lo confirma todo. Nos faltan solo dos piezas para cerrar este caso. Exacto… No te preocupes, si encontramos alguna pista volveré a llamarte—. Colgó y, en lugar de informar a Jack que comenzaba a importunarle la actitud reservada de su amiga, se dirigió a él dándole un beso en la mejilla.

—Nos hemos ganado una buena taza de café y unas tortitas, mientras te muestro lo increíble que soy —con paso danzarín fue a la cocina y se puso a preparar el desayuno.

—¿Por dónde empiezo? —preguntó por el hueco en la pared que unía comedor y cocina—. Ah, sí. Coleman ha interrogado a Carter, ha detenido al topo que colaboraba con Sullivan y ha intercambiado unas palabras muy interesantes con su abogado. Todo confirma mis hipótesis.

—¡Natalie quieres explicarte de una vez! —bramó Jack al tiempo que hacía un hueco en la mesa para poder disfrutar del desayuno.

—Supongo que ahora debo explicarte cómo he sabido quienes son los cómplices.

—¿Estás bromeando?

—Siéntate y escucha... —Obedeció su propio consejo e inició su discurso degustando las tortitas recién hechas.—Siempre hemos tratado este caso de manera errónea. Primero, centrándonos en Kelly como sospechosa. Luego, haciendo que todo el caso girara entorno a Calvin. Hemos perdido la perspectiva desde el minuto uno.

—¿Por eso has redecorado tu sala?

—Así es. Además de la información sobre los crímenes, he hecho una línea temporal colocando a Kelly y Sullivan en cada crimen para tratar de conocer todas las incógnitas que aún estaban sin resolver. Nuestras últimas conjeturas, nos llevaban a que Sullivan mataba y Kelly le seguía para detenerlo. Kelly podría haber matado, pero ¿qué nos hacía disculparla?

—El vómito. Contactó contigo. Murió en un accidente de coche. Las fotos del mural de su habitación de hotel. Había sido una mujer maltratada. La declaración de sus padres.

—Sí, señor. ¿Y qué nos hacía culpar a Sullivan?

—Sus antecedentes. Su aparición en las fotos. Su clara confesión de anoche…

—Exacto. Pero hay un punto donde la culpabilidad de ambos sospechosos se desdibuja...

—Natalie, deja de recrearte y cuéntame todo.

—¡Está bien! Era divertido, por una vez, demostrarte que no siempre era cuestión de suerte el resolver un caso. Hay un punto en el que la línea temporal no cuadra. Justo cuando Kelly muere. Sullivan estaba declarando cuando murió, no podía ser responsable del accidente pero...

—Todo apunta a un exceso de velocidad, nadie manipuló el auto.

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