Selena

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—Tienes razón, pero la ausencia de marcas en el accidente, que no saltaran los airbags… mi instinto me decía que aquello era un montaje. Si estaba en lo cierto, Sullivan necesitaba dos cómplices: uno que le ayudara a manipular el escenario y otro que modificara las pruebas. Ginés me lo ha reenviado todo y, Jack, no cuadran. Las fichas dentales tienen la misma serie lo que quiere decir…

—No hubo comprobación de pruebas, se limitaron a reproducir copias—añadió—. Ese Sullivan lo planeó todo al milímetro.

—Coleman ha puesto la ciudad patas arriba y no descansará hasta dar con él. Hay algo más que no sabes… —se acercó a él y le susurró la inesperada noticia. Jack no podía creer lo que acababa de escuchar casi atragantándose con el desayuno; mientras su amiga le desvelaba el gran desenlace.

PARTE III La venganza tiene nombre de mujer.

Capítulo XXVIII

Greg Sullivan regresaba a su celda tras reunirse con su abogado. Caminaba decidido con una enorme sonrisa en la cara, nada podría estropear aquel día. Se lanzó sobre su cama y comenzó a escribir en su diario.

—¿Y esa carita? —Preguntó su compañero—. Ni que hubieras tenido cita—. Él, manteniendo la expresión de felicidad, sacudió la cabeza—. ¿Has tenido visita? ¿Es eso? ¡Cuéntame! ¿Cómo eran sus tetas? ¿Tenía buen culo?

—¡No es nada de eso! Mi abogado me ha asegurado que si sigo como hasta ahora, podré salir dentro de seis meses.

—¡Me alegro tío! Ojalá yo tuviera esa suerte. ¿Qué es lo primero que piensas hacer cuando salgas? Yo lo tengo claro.

—Me lo imagino—respondió sonriendo; sabía que la primera opción de su amigo era visitar un club de alterne—. ¿Has oído alguna vez eso de "la venganza es un plato que se sirve frío”?

—No, tío —su compañero era un buen tipo; pero no tenía muchas luces—. ¿Qué quiere decir?

—No importa el tiempo que pase aquí dentro, cuando salga, los que me metieron aquí lo pagarán.

—¿Vas a ir a por la buenorra de tu piba? Pero, ¿no decías era la mujer de tu vida y que estabas deseando arreglarlo con ella?

—Sí, Flaco —le llamó por su apodo; algo que nada tenía que ver con su redondeado cuerpo—. Estar aquí metido te hace pensar en muchas cosas. Me ha jodido la vida, ¿sabes? Estaba a unos peldaños de llegar a la cima del mundo y ahora, sin un puto dólar, no importará ni mis estudios en Harvard ni mi experiencia, nada. Solo tendrán en cuenta que soy un ex-convicto.

—Tío, yo soy una patata. No tengo nada, ni estudios, lo único que sé hacer es trapichear—. Flaco estaba en prisión por tráfico de drogas—. Tú eres un hombre inteligente y con recursos, aprovecha tu oportunidad y olvídate de esa zorra—. Sullivan asintió haciéndole entender que le haría caso; lo cierto era que no le apetecía que un don nadie como Flaco viniera a darle clases de moral.

Hizo una lista con las exparejas de Kelly y aprovechó la hora diaria de Internet para localizarlos e investigar sobre sus vidas; aquel pequeño e inocente regalo que le habían concedido como gratificación por ayudar a otros presos a sacarse el título de estudios básicos, iba a ser crucial en su plan de venganza. Descubrió, por los mensajes que algunas chicas le habían dejado en Facebook al profesor de natación, que a veces usaba la piscina para uso personal. Fue una suerte que el primo de Flaco trabajara en el mismo instituto como encargado de mantenimiento.

Averiguó, por un artículo publicado en una revista sobre ciencia, que el químico estaba cerca de avanzar en un experimento importante dónde se hablaba de los componentes y la peligrosidad de alterar el orden de los factores. Eso le obligó a hacerse con los escasos libros de química que encontró en la biblioteca de la cárcel. Localizar al yonki fue más complicado. Carecía de perfiles en redes sociales y sin su nombre completo no podía hacer mucho; tuvo que recurrir a su abogado con la excusa de que le debía pasta, esa que necesitaría para pagar sus honorarios. A los pocos días le trajo la dirección y una información bastante curiosa.

—Aquí tienes lo que me pediste. Su dirección actual y teléfono de contacto. Por tu bien espero que no vayas a meterte en líos, y menos con lo que me he enterado. ¿Sabes quien vive en su edificio? Esa agente del FBI que salió en la prensa amarilla por el asunto del asesino en serie—. Sullivan lo recordaba. El día de su juicio había coincidido con el asesino Mark Jones y los juzgados eran un hervidero de cámaras, flashes y micros dispuestos a no perderse ni un detalle del escándalo.

Su siguiente nombre en la lista era un camarero sin expectativas, un mediocre sin talento, al que encontró con tan solo poner el nombre del antro en el que trabajaba en Google. Tan fácil como ingresar en LinkedIn y buscar al periodista; con quién había contactado de manera anónima con la intención de convertirse en su informador y poder manipularlo a su antojo. Sullivan no pensaba dejar nada al azar.

Una vez ubicadas cada una de sus futuras víctimas, solo tenía que idear la forma de deshacerse de ellos. Necesitaba integrarse con los otros presos para conocer trucos, detalles, materiales... Cualquier cosa que lo convirtiera en un experto. Su investigación lo llevó dos veces a enfermería porque los presos habían creído que era un chivato. Por suerte, Flaco intervino y la idea de venganza animó a sus compañeros a colaborar. En seis meses se había convertido en un profesional del crimen y paseaba por las calles de Nueva York.

***

Su abogado había ido a recogerlo para llevarlo al banco. El único lugar que no habían podido tocar y robarle, pues el dinero lo había escondido en una caja de seguridad numerada, personal e intransferible. Su padre, un snob prepotente y adinerado, le había retirado la palabra tan pronto había saltado la noticia de su detención; por el contrario su madre, aunque mantenía las distancias, no había roto el contacto.

—¿Y ahora qué harás? —Preguntó su abogado una vez recibido todo el dinero por sus servicios.

Sullivan lo tenía muy claro. Permanecería dos meses en un alquiler social para no levantar sospechas y luego se mudaría a uno de los apartamentos de su madre; probablemente el que estaba en Manhattan. Tenía suficiente dinero para mantenerse y llevar su plan a término; luego ya vería cómo se las apañaría para continuar su camino.

No fue hasta que hizo el traslado a Manhattan cuando se puso manos a la obra. El primer paso era hacerle saber a Kelly que el juego estaba a punto de empezar. Compró dos móviles desechables y le hizo llegar uno de ellos con una nota donde le explicaba las reglas.

"Me lo has quitado todo. Ahora te toca a ti. No llames a la policía. No se lo digas a nadie; o puede que me salte la lista y vaya directo a por ti".

Kelly tuvo que tomar asiento y beber un poco de agua para tranquilizarse. Los dientes le castañeaban como si tuvieran vida propia a causa del pánico. Después de todo por lo que había pasado, todo lo que había luchado... Su peor pesadilla se hacía corpórea. Aún no se había repuesto cuando el teléfono que había recibido, y todavía permanecía dentro de la caja, sonó. Tímidamente descolgó...

—¿Dígame?

—Hola, Kelly. Es agradable oír tu voz después de tanto tiempo—. Silencio—. No hace falta que digas nada. ¿Sabes? Es muy sugerente escuchar el sonido acelerado de tu respiración.

—¿Qué quieres?

—Steve Eddison —dijo y colgó. Kelly no entendía a qué venía todo aquello y qué tenía que ver su exnovio en la Vendetta que Greg había iniciado contra su persona; por desgracia, muy pronto hallaría las respuestas.

***

Kelly paralizada y confundida trataba de entender lo que acababa de suceder. Había dejado caer el móvil al suelo y se observaba las manos temblorosas; apretó con fuerza los puños con el propósito de que la calma se apoderara de su ser. Se dirigió al teléfono que colgaba de la pared de su cocina y contactó con sus padres.

—Mamá...

—Hola, Kelly. ¿Va todo bien? —el vibrante tono de su voz había alertado a su madre. La joven rompió en una histérica carcajada.

—¿Kelly? ¡Me estás asustando!

—¡Ese maldito hijo de puta está en la calle! —reía, gritaba, lloraba y maldecía; mutando de un estado de ánimo a otro en cuestión de segundos—. ¿Y sabes qué es lo mejor? ¡Viene a por mí!

—Kelly, por favor, tranquilízate.

—¿Tranquila? ¿Cómo quieres que esté tranquila cuando ese desgraciado que me arruinó la vida está en la calle? Ahora justo que comienzo a levantar cabeza, ¿ahora? ¿Por qué, mamá? ¿Por qué? —Kelly comenzó a llorar sin consuelo, la presión en su pecho se hacía cada vez más fuerte. Comenzó a costarle respirar hasta que su vista se nubló y perdió el conocimiento.

***

Tres días después de la primera llamada, Kelly regresó a su apartamento acompañada de sus padres; quienes se negaban a dejarla sola. Ella había evitado contarles con detalle la amenaza de Greg; pero la idea no dejaba de rondarle por la cabeza. Kelly tuvo que insistir hasta la saciedad de que estaba bien para que sus padres la dejaran sola y volvieran a California. La joven se despidió con una fingida sonrisa para no preocuparlos y cerró la puerta de su apartamento con la intención de darse una ducha y tratar de continuar con su vida ignorando a su exmarido. El timbre le cortó el paso a mitad de camino.

Regresó zarandeando la cabeza, pensando que su madre se había resistido a marcharse; por lo que abrió sin ni siquiera mirar por la mirilla ni contar con cierta precaución. No tuvo tiempo de reaccionar, Greg la empujó dentro, cerró la puerta de una patada y la sujetó contra la pared. Tapándole la boca para que no gritara, echado sobre su cuerpo, podía oler el floral perfume que emanaba de su cuello. Una descarga eléctrica se produjo en su entrepierna; hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer, y ella seguía siendo su debilidad. Tenía que centrarse para que su plan no se viniera abajo.

—Te advertí que si lo contabas a alguien, vendría a por ti. ¿De verdad pensabas que bromeaba? Ya sabes lo que soy capaz de hacer—la piel de ella se erizó ante aquellas palabras y Greg la sintió temblar bajo su cuerpo—. Voy a darte una segunda oportunidad, por los buenos tiempos. ¿Estás dispuesta a colaborar? —Kelly asintió mientras sus lágrimas se escapaban muriendo en la mano que Greg usaba para amordazarla—. Así me gusta. El juego es muy sencillo—. Con la mano que le quedaba libre comenzó a acariciarle el pelo; se acercó a ella y lamió su oreja—. ¿Sabes? Llevo mucho tiempo planeando como destruirte, como hacer que te pudras en un puto psiquiátrico; pero... ¡maldita sea, Kelly Johnson! No puedo imaginar mi vida sin ti; llámame “romántico”. No se te ocurra gritar —la advirtió antes de apartar la mano de su boca para luego besarla con pasión; ella permanecía inmóvil y asqueada, pero temía demasiado por su vida como para plantarle cara—. Sé que estás enfadada, pero en el fondo también me echas de menos. Voy a demostrarte cuánto te quiero; y cuando todo haya terminado, serás tú la que me supliques que te bese—. Greg se apartó y se dirigió a la puerta, no sin darle un último consejo—. Ni se te ocurra ir a la policía porque la próxima vez no tendrás tanta suerte.

—Espera... —logró decir Kelly obligándolo a detenerse de espaldas en el umbral de la puerta —¿Qué tiene que ver Steve en todo esto? —Él rio evitando girarse.

—Has vivido toda tu vida rodeada de cretinos que no han sabido apreciarte. Voy a demostrarte que nadie te ha querido ni te querrá como yo; pero Kelly... ¿Cuántas muertes hacen falta para que dejes de resistirte a volver junto a mí? —inició el paso cerrando sin girarse, dejándola sola y hundida en su miseria.

Capítulo XXIX

Coleman llegó al hospital. El señor Carter lo abordó en el pasillo visiblemente disgustado.

—Tiene que oír, urgentemente, lo que tiene que decir el chico —informó sin rodeos y ambos entraron en la habitación.

Nelson Carter permanecía recostado con la cabeza gacha y el ceño fruncido. Tenía mal aspecto, aunque era obvio que las horas de descanso y el gotero que llevaba sujeto al brazo, le habían animado a recuperar la cordura y confesarse con su padre.

—Tienes que contarle todo lo que me has dicho a mí, o... —el hombre alzó la mano amenazante. Coleman intervino.

—Bueno, no creo que sea necesario recurrir a la violencia. ¿Qué es lo que debo saber?

—Es sobre Greg Sullivan y Kelly Johson —aclaró el padre.

—Todo lo que puedas decirnos para atrapar a ese asesino, será de gran ayuda —animó Coleman. Nelson se resignó, no le quedaba otra alternativa que decir la verdad.

—Hace unos meses contactó conmigo Greg. Gracias a la ayuda de su abogado había sabido de mi existencia y me había localizado.

—¿Te dijo el nombre del abogado? —Coleman había sacado su libreta y tomaba notas.

—Perkings... Brian Perkings.

—Continúa... al grano—ordenó su padre.

—Greg no trabajó solo, le ayudaron Perking y Nathan Wallas —Coleman entrecerró los ojos, ¿de qué le sonaba ese nombre?

—Y... —era obvio que el señor Carter no iba a dejar correr el asunto.

—No me secuestró, le ayudé porque me dijo que era lo mejor para Kelly. Y aunque mi padre no lo entienda... ¡la amo! ¡Y si tuviera que volver hacerlo lo haría! —añadió histérico.

—¡Estás loco! ¡Han muerto personas inocentes! —reprendió su padre; ambos entraron en una acalorada discusión a la que Coleman no tenía intención de unirse. Él se afanaba en repasar sus notas para descubrir la identidad del tal Nathan Wallas y allí junto a las palabras “pruebas” y “autopsia” lo descubrió.

—¡Hijo de puta! —gritó, haciendo que los Carter dejaran su trifulca. Coleman alzó su dedo índice acusador—. Vas a contármelo todo, así que desembucha. ¿Qué tenéis que ver el forense Wallas, tú y ese abogado en todo esto? ¡Y rapidito! —Coleman tomó su teléfono dando orden de que los llevaran a comisaria para interrogarlos. Luego obligó a Nelson a que le informara.

***

Greg y Nelson se había reunido en un banco de los jardines del centro donde estaba ingresado. No tenía tiempo de circunloquios; necesitaba que ese loco aceptara a ayudarlo.

—Mira, Nelson, sé que estás enamorado de Kelly; y que habrás oído cosas horribles de mí, pero estás muy equivocado. Kelly está enferma y necesita mi ayuda. Solo si viajamos a Canadá podrá curarse —Greg había tejido una serie de mentiras para hacerlo colaborar con él y cargarle toda la culpa, si su plan no salía tal y como lo había ideado. Gracias a Perkings había sabido de su existencia y de dónde localizarlo.

—Kelly nunca me mentiría.

—Claro que no lo haría, si estuviera en su plenas facultades. Ella nunca superó lo que sucedió entre nosotros. Me culpa a mí, pero no tuve nada que ver.

—Si tan inocente eres, ¿por qué te metieron en prisión?

—Por desfalco. Me quedé con dinero de la empresa y me pillaron. Toda esa historia que ella te contó es falsa. ¿Me has visto bien? —dijo señalando su traje gris de Gucci y sus impolutos zapatos de Armani—. ¿De verdad me consideras tan estúpido? —Nelson lo miraba confundido. Las patrañas de Greg habían calado en la débil mente de aquel tipo.

—Si decidiera ayudar a Kelly, ¿qué se supone que tendría que hacer? —se atrevió a preguntar. Greg vio su triunfo cerca.

—Tendrás que preparar un escenario, nada serio. Y llegado el momento, cuidar de Kelly mientras no podamos viajar a Canadá. Además del dinero.

—No sé...

—A tus padres les sobra el dinero. Nadie saldrá herido. Fingiremos tu secuestro y luego podrás marcharte. Piensa en Kelly, Nelson —apeló a su corazón.

—¿Te interesa Kelly?

—No; pero necesita mi ayuda y haré lo que haga falta por ella—la rotundidad de sus palabras acabaron por convencer a Nelson.

—Cuenta conmigo.

Capítulo XXX

Brian Perkings esperaba en la sala de interrogatorios, con su carísimo traje de chaqueta y su actitud sobrada de sí mismo. Como buen abogado, sabía que existían dos posibilidades, que tuvieran algo de lo que acusarle para poder retenerlo o que sólo fuera un farol. Fuera como fuese, tenía muy claro que se marcharía a casa en unas horas. En cuanto vio entrar al agente Coleman, se colocó la chaqueta y se irguió en la silla.

—Buenos días. Usted debe ser el detective que lleva el caso. No han querido darme más detalles de los necesarios—dio la bienvenida con una enorme sonrisa y una actitud conciliadora. Coleman no estaba para zalamerías; tomó asiento frente a él y colocó sobre la mesa la carpeta del informe.

—¿Le han explicado por qué está aquí? —quiso saber el detective con cara de pocos amigos.

—Sus agentes me han comentado que quería hacerme unas preguntas sobre Greg Sullivan; pero he de recordarle que la confidencialidad abogado-cliente me ampara —añadió mostrando todos sus dientes.

—Ya que, por su profesión, sabe cómo funciona esto... —le pasó una orden judicial—. Por favor, lea en voz alta; pero lo esencial... —la sonrisa prepotente del abogado se había borrado de su cara al leer la primera línea. Coleman estaba siendo más mezquino de lo que habitualmente solía actuar; la actitud de Perkings y el hartazgo que acumulaba a causa de aquel caso le habían agriado el carácter.

—Brian Perking... se le acusa de cooperación y cómplice en las muertes de... —El abogado detuvo la lectura y levantó la vista hacia el detective, con el rostro desencajado—. Esto debe ser un error. Corrijo. Esto es un error—afirmó haciendo hincapié en el verbo.

—Nelson Carter le ha puesto en el punto de mira. El doctor Wallas espera paciente en la sala contigua—. Coleman hizo una pausa antes de continuar—. Los dos sabemos que Wallas no cargará con las culpas de nadie. Tan pronto como me reúna con él, lo soltará todo. Dos testimonios contra el suyo.

—Parece que está disfrutando de todo esto—recriminó el abogado.

—Para nada, señor Perkings. ¡Quiero respuestas y las quiero ya! —bramó imperativo—.Y déjese de jueguecitos de abogados. Sabe que si no habla, va a acabar salpicado. Los dos estaremos de acuerdo en que no es bueno para el negocio, así que...

—Está bien. No pienso dejar que toda esa mierda me caiga encima. Yo no he matado a nadie, ni siquiera he participado. Me limité a facilitar ciertas informaciones a cambio de generosas contribuciones para mi bufete.

—No tengo todo el día, así que al grano.

***

Desde que acompañara a Sullivan al banco para cobrar sus honorarios, Perkings no había sabido nada de él; le inquietaba que pudiera cometer alguna estupidez que lo llevara de nuevo a prisión. No era una cuestión de simpatía hacia el pobre desgraciado, temía que pudiera repercutirle a él después de todo lo que había luchado para que lo hicieran socio de aquel maldito bufete. Contemplando las vistas desde su lujoso despacho, aquel rincón de Nueva York le parecía una joya para los sentidos. Se sentía grande desde la vigésima planta del edificio MacArthur, cerca de la quinta avenida. El timbre de su mesa lo sacó de sus ensoñaciones.

—Dime, Patrice. ¿Pensé que había quedado claro que no quería que me pasaras ninguna llamada? —Recriminó malhumorado.

—Sí, lo sé. Pero… pero… —tartamudeaba la joven. Perkings resopló resignado. Había sido un error acostarse con ella. Desde aquella noche sobre la fotocopiadora, la eficiente Patrice se había convertido en una mema quinceañera que no daba pie con bola. Lo peor de todo era que no podía despedirla, pues seguramente lo acusaría de haberla acosado sexualmente.

—No importa. Pásame a quien sea —determinó por su salud mental. Un minuto después Greg Sullivan estaba al otro lado—. Vaya, Sullivan, pensé que te habías olvidado de mí —dijo el abogado a modo de saludo.

—He estado ocupado poniendo en orden algunos asuntos pendientes. Iré al grano, sé que eres un hombre ocupado. Te llamo para ofrecerte un negocio.

—¿Te has metido en algún lío y necesitas que vuelva a defenderte? ¿No le habrás hecho algo a esa chica?

—Tranquilo, no le he puesto un dedo encima a Kelly. No soy tan estúpido. No necesito a Perkings el abogado, quiero información.

—¿Qué tipo de información? Sabes que no puedo revelarte nada sobre mis clientes.

—Nada tiene que ver con tus clientes. Sé que tienes investigadores. Pagaré bien y con un poco de suerte, el bufete Perkings y asociados pueda ser una realidad.

—¿Cómo sabes…? —Se aclaró la garganta—. Quiero decir… ¿de dónde has sacado esa idea?

—Soy un buen observador y sé escuchar; no tengo tiempo para tonterías. Te envío un email con lo que necesito—. Le colgó sin más. El abogado se sentó frente al ordenador y allí estaba la petición y la desorbitada cifra que pensaba pagarle. Tragó saliva, paseó los dedos sobre el teclado dudando qué responder y, finalmente, dio una respuesta. “Lo tendrás todo en un par de días”.

***

—¿Qué le pedía exactamente? —interrogó Coleman.

—Quería que investigara qué había sido de Kelly en su ausencia. Decidí encargarme yo mismo del asunto para evitar más intervenciones de las necesarias. Hice algunas llamadas, visité a un par de conocidos, y en cuestión de días lo sabía todo de Kelly Johnson.

—¿Así fue como descubrieron la existencia de Nelson Carter?

—Sí.

—¿Y después? ¿Le pareció poco dinero y decidió ayudar a Sullivan con los asesinatos?

—¿Está loco? ¿Por quién me toma? Me limité a dar información y a poner en contacto a Sullivan con Wallas. Terminado mi parte, cobré mi dinero y le dije a Sullivan que me eliminara de sus contactos para siempre.

-—Supongamos que le creo. Tengo dos preguntas más. Una, qué reacción tuvo Sullivan cuando corto lazos. Y dos, cómo encaja Wallas en esta historia.

—A lo primero le diré que se limitó a asegurarme que jamás volveríamos a vernos porque una vez llevado su plan se iría muy lejos. Y lo segundo…

—Espere, ¿Sullivan le habló de su plan de matar?

—¡No! Claro que no. Antes de darle los informes con todo los datos de su interés, le hice confesar qué pretendía hacer con ello. Fue claro: recuperar a su mujer.

—¿Y le creyó sabiendo de lo que era capaz?

—Sí, le creí. Llámame “soñador”, pero creo en las segundas oportunidades—. Coleman se levantó de su silla y comenzó a pasearse por la sala desesperado.

—¿Al menos le dijo dónde pensaba viajar?

—Algún país sin acuerdo de extradición con Estados Unidos—Coleman resopló, eso le dejaba unas 70 o 75 posibilidades. Retomó la conversación.

—Aun no me ha dicho lo de Wallas.

—Bueno, eso será mejor que se lo cuente él. Por la confidencialidad, ya sabe… —añadió jocoso—. Creo que he colaborado todo lo que he podido así que, por favor, si quieren algo más tendrán que hablarlo con mi abogado—. Perkings se acomodó con los brazos cruzados sobre su pecho y no volvió a pronunciar palabra.

Capítulo XXXI

Wallas repicaba con los dedos en la mesa impaciente y recibió a Coleman con un suspiro de alivio que pronto transformó en reproche.

—Usted debe ser el detective Coleman —auguró sin darle oportunidad a abrir la boca; llevaba tanto tiempo esperando que la desesperación había hilado en su mente un monólogo que pensaba escupir—. No entiendo por qué me han hecho venir hasta aquí, tengo mucho trabajo pendiente que no se hará solo—. El agente tomó asiento frente a él y escuchó con calma todo lo que aquel anciano tenía que decir—. He sido considerado y profesional enviando cada informe, atendiendo a cada agente… y me hacen venir, corrijo, me obligan a venir para responder a nuevas preguntas. Encontrar respuestas es su trabajo; el mío es hablar por los muertos y ya les he dicho todo lo que podía—. Wallas guardó silencio y ambos se mantuvieron la mirada—. ¿Y bien? —Instó el forense. Coleman carraspeó antes de hablar; más por teatralizar que por necesidad.

—¿Ya ha terminado? —Preguntó con desdén. Wallas asintió—. Estoy de acuerdo en todo lo que ha dicho. Tiene razón, mi trabajo es encontrar respuestas; pero sobre la información que nos ha facilitado hay un pequeño matiz que lo cambia todo.

—¿A qué se refiere? —Quiso saber el detenido confundido.

—Es cierto que nos ha contado todo lo que podía, pero no todo lo que sabe.

—¡Eso es absurdo!

—Sabemos todo el asunto que se trae entre manos con Greg Sullivan y Brian Perkings.

—No sé que creen saber o qué sarta de patrañas les habrán dicho, pero sé lo suficiente de este trabajo para comprender que si no tienen orden judicial es que no tienen nada sólido contra mí.

—¿Sabe? Es un hombre reconocido en su campo.

—Adularme no le servirá para que me inculpe de algo que de lo que no soy responsable.

—Nada más lejos de mi intención. Me consta de cuánto nos ha ayudado su labor, esa es la razón de que haya querido tener una deferencia hacia usted y permitirle confesar por propia voluntad.

—¿Sabe?— dijo imitándole—. Es un hombre inteligente, al menos lo parece. Por eso sabrá que no se puede confesar un delito que no se ha cometido—. Coleman golpeó la mesa con el puño.

—Déjese de juegos. Sabemos que manipuló las pruebas y que Kelly Johnson no está muerta, Perkings le ha vendido y es cuestión de tiempo que atrapemos a Sullivan. ¿Prefiere seguir con esta absurda guerra dialéctica o va a hablar de una puta vez?— Coleman no apartaba su mirada inquisidora del forense, a quien el cariz agresivo en que se tornaba la situación unido a las afirmaciones del detective, comenzaban a mermar su moral. El detective detectó un ápice de debilidad y supo que solo haciendo de poli malo, lograría su cometido.

Como su padre le había dicho en una ocasión “si las palabras no funcionan, reparte algunos golpes”; aunque el no pensaba llegar tan lejos, esas eran cosas de la vieja escuela, pero estaba seguro de que le funcionaría. Se levantó de su asiento, posó su trasero en la mesa, colocándose justo al lado de Wallas; apoyó la mano en el hombro del forense…

—Haré lo que haga falta —amenazó, ejerciendo más presión sobre el hombro a medida que hablaba.

—Me hace daño —respondió en su susurro el sospechoso—. Gritaré y lo suspenderán—. Coleman sonreía con cinismo, al tiempo que con la mano que le quedaba libre le retorcía la muñeca al pobre hombre con sutileza—¡Socorro! —Gritó. Coleman lo soltó de inmediato, pero su espectáculo no había hecho más que empezar. Se apartó de Wallas, maldiciendo e insultando, tomó su silla y la lanzó contra una de las paredes. A continuación, golpeó con ambos puños la mesa adornando la dantesca escena con un rugido a centímetros de la nariz del forense, quien lo observaba ojiplático y aturdido.

—¡Confiese! ¡Desgraciado! ¡Haré que se pudra en la cárcel! —Las venas del cuello se le habían hinchado, los ojos se le habían enrojecido y el protector de la nariz solo contribuía a otorgarle cierto aire de asesino de película de terror.

Wallas con el rostro blanquecino, apretaba sus manos entre sí, tratando de controlar el temblor que dominaba todo su cuerpo. Coleman, no conforme, se dirigió a la pared que estaba frente Wallas con intención de quedar de espaldas y que este no viera cómo antes de fingir golpearse la cabeza repetidas veces contra el muro, colocaba la mano para no lastimarse.

—¡Quiero una respuesta! —Vociferó dando zancadas para saltar encima del forense y levantarlo de su asiento por el cuello de la camisa. Wallas rompió a llorar.

—Por favor, no me haga daño, hablaré, por favor —sollozaba. Coleman lo soltó casi de un empujón. Se restregó las palmas de sus manos por la cara, recuperó su silla que aguardaba bocabajo en un rincón y ocupó su lugar. Wallas observaba sus movimientos esforzándose en recomponerse. Coleman apoyó un codo sobre la mesa y se tapó la vista colocando su manos en la sien, con la otra mano sacó del bolsillo una grabadora que encendió y puso sobre la mesa. Sin mirarlo, le ordenó que empezará a contar todo lo que sabía, cómo se había metido en aquel lío y si sabía dónde estaba Sullivan. Wallas se sorbió los mocos y limpió las lágrimas con la manga de su camisa.

—Está bien, pero prométame que no me hará daño —suplicó. Coleman manteniendo su pose, golpeó una vez más la mesa haciendo que Wallas se irguiera de un respingo en la silla. El hombre tragó saliva e inició su confesión.

***

Wallas trabajaba en un nuevo cadáver; un profesor de natación se había ahogado en la piscina del instituto. A otros le parecería irónico e incluso cómico para aquellos amantes del humor negro, pero él se tomaba demasiado en serio la muerte como para bromear. Su estricto sistema de trabajo lo había convertido en una de los médicos forenses más importantes del país; y si sus planes salían bien, en tres años podría retirarse en la cima de su carrera.

—Doctor Wallas —interrumpió su ayudante despertando su mal humor.

—¿Qué es tan importante? ¿No ve que estoy en medio de una autopsia? ¿Tan estúpido es que no es capaz de retener en su mente, después de varios meses, mi protocolo de actuación? —Recriminó furibundo. El ayudante no podía permitirse que el forense se deshiciera de él, pues Wallas era una persona influyente y supondría una mancha en su currículo difícil de solventar.

—Lo conozco, señor. Pero es muy importante. El director Tyson está reunido con el señor Kingston y…

—¿Y? Conoces las reglas y si no quieres pasar lo que queda de semana haciendo guardia, será mejor que regreses a mi oficina y termines con los informes.

—Doctor Wallas, no lo entiende, yo no quería, pero ya sabe cómo grita Tyson. Vale, esta bien, quizás yo prestaba atención, sobre todo cuando oí su nombre… y ese Kingston tampoco es que sea muy discreto. Si todos saben que se tira a la jefa de cirugía, es porque él se ha encargado de airearlo…

—¡Mike! —Gritó su nombre para obligarlo a cesar ese torrente de palabras que no les llevaban a ningún sitio.—Debería preocuparse más por su trabajo que por las vidas ajenas si quiere una evaluación positiva.

—Pero doctor… Estoy seguro que si me deja explicarle…

—Los informes le esperan señor.

—Pero…

—Los informes.

—Sí, señor—. El ayudante sabía que era como hablar con un muro y que era inútil tratar de hacerlo entrar en razón. Nadie podía entrar en la morgue si había un cuerpo sobre la mesa, ni recibir llamadas ni interrupciones. Una de sus muchas excentricidades que le habían ocasionado algunos enfrentamientos con compañeros y detectives. El ayudante obedeció, obligándose a posponer su conversación al final de la autopsia.

Una vez solo, Wallas soltó sus herramientas de trabajo sobre la bandeja. El ayudante era un chico listo, jamás hubiera accedido a trabajar con él de no considerarlo así. Si había incumplido las normas, era porque se trataba de algo importante. Y si su nombre estaba mezclado en una conversación entre su jefe y la persona responsable de los fondos del hospital, no podía ser por nada bueno. Se saltó por primera vez en 30 años sus propias reglas, se quitó los guantes sin concluir la autopsia y salió en busca del ayudante. Justo cruzaba el pasillo en dirección a su despacho cuando Tyson lo abordó.

—Doctor Wallas, me dirigía en su busca. ¿Podemos hablar en su despacho?

—Por supuesto —respondió más efusivo de lo que hubiera preferido. El ayudante palideció cuando los vio aparecer. Wallas no prestó atención y se limitó a echarlo de la habitación con muy poco tacto. Ambos tomaron asiento y Tyson inició la conversación.

—No me andaré con rodeos Wallas. Hace unos minutos me he reunido con el señor Kingston y no traía buenas noticias. Nuestros principales inversores son europeos y, como sabrá por la prensa internacional, está la cosa complicada por allí. Eso unido a la oscilación del precio del crudo…— Wallas lo observaba atento con una ceja enarcada—. Tiene razón Wallas, me estoy yendo por las ramas. Kingston me ha dado un ultimátum, necesitamos reducir costes y levantar la fama de este hospital con los profesionales más famosos del momento. Eso supone, entre otras cosas, hacer algunos cambios en su área.

—¿Tengo que deshacerme de Mike?

—¿De quién?

—Mi ayudante.

—No, Mike seguirá como hasta ahora.

—¿Entonces? ¿Reducirán el espacio? ¿Contaré con menos cámaras frigoríficas? ¡Hable! —Instó casi alzando la voz. Tyson carraspeó disgustado, Wallas se disculpó y finalmente, recibió la información como un jarro de agua fría.

—Tenemos que sustituirlo por John Malcolm—. Wallas se atragantó con su propia saliva al oír el nombre; por él había perdido el premio a mejor forense del año, su columna en una prestigiosa revista médica y ahora su trabajo. Lo peor de todo, es que las deudas no serian tan comprensivas como él. Después de 30 años de trabajo, esfuerzo y sacrifico, iba a acabar arruinado y en la calle. Tyson había estado divagando sobre las razones, consecuencias y beneficios de los cambios; pero él ausente, no había oído nada.

—¿Lo comprende, Wallas? —El forense se puso en pie.

—Por supuesto— añadió con el mismo exceso de entusiasmo de hacía un rato—. Debo continuar con las autopsias —recordó, saliendo por la puerta y concluyendo con la conversación. Debía haber una forma de salir de aquella pesadilla, sacó su móvil con la intención de llamar a su abogado, pero tuvo que posponerlo.

—¿Doctor Wallas? Mi nombre es Natalie Davis quisiera hablarle de Steve Eddison.

—Espere en mi despacho. Nadie entrará en la morgue, mientras sea mía—Natalie obedeció, de sobra era conocido el talante que se gastaba aquel tipo.

Wallas debía haber algo importante antes de atender a nadie. Tomó su teléfono y llamó a Perkings; necesitaba ayuda para demandar al hospital o buscar alguna otra alternativa para salvar su jubilación. En cuanto oyó, el saludo de la secretaria de Perkings la abordó de inmediato.

—Necesito hablar con el señor Perkings, es urgente.

—¿Me puede decir su nombre para dirigirme a usted?

—Soy Nathan Wallas.

—Señor Wallas…

—Doctor…

—Doctor Wallas, el señor Perkings...

—Mire, señorita, no quiero excusas. Si las dos neuronas, espero que tenga, le funcionan lo suficiente para entender lo que digo, quiero que deje de mirarse las uñas o preocuparse por enseñar escote para que me pase, en seguida, con Perkings. Haga lo que tenga que hacer que si con su inteligencia de primate ha conseguido un trabajo en ese bufete, seguro sabrá cómo localizarlo.

—Al habla Perking —sustituyó a su secretaria en el aparato—. ¿Qué sucede, Wallas? Justo he llegado a mi despacho de una reunión y me encuentro a la buena de Patrice a punto de romper a llorar.

—Tienes que ayudarme. ¡Es muy importante! No puedo creer que esto me esté pasando —el forense estaba fuera de sí, su respiración acelerada y las palabras que salían a trompicones de su boca evidenciaban que la situación le sobrepasaba.

—¿En qué lío te has metido? No respondas. Nos vemos en una hora en el 97, 5º Avenida de Park Slope; la esquina del Park Place.

—¿En Brooklyn?

—Sí, se llama Gorilla Coffee; no tiene pérdida.

—Está bien, allí estaré.

Una hora y cuarto después, Perkings lo esperaba sentado en uno de los bancos rojos que adornaban la coqueta cafetería con dos cafés para llevar. Wallas tomó asiento a su lado y aceptó la bebida caliente.

—Cuéntame, qué es eso que tanto te preocupa.

—Van a despedirme—. Perkings se sintió defraudado, había esperado una historia rocambolesca de la que poder sacar alguna tajada interesante.

***

—Sólo debe responderme a dos preguntas más —explicó Coleman—. ¿A qué se debían sus deudas? ¿Dónde está Kelly Johnson? —Las lágrimas bañaban las mejillas de Wallas.

—Mi mujer vivió una larga y horrible enfermedad que me llevó a invertir todo mi dinero y esfuerzos en intentar evitar lo inevitable. Hace dos años la perdí a ella y la mayor parte de mi patrimonio.

—Lo siento mucho— era la primera vez en todo el interrogatorio que Coleman mostraba un atisbo de humanidad; duró poco—. Dígame... ¿Dónde está Kelly Johnson? —Preguntó incidiendo en cada sílaba.

—No estoy seguro... —titubeó el forense. Coleman le tendió un trozo de papel y un bolígrafo.

—La dirección exacta, por favor—. Wallas asintió y comenzó a escribir.

Capítulo XXXII

Sullivan se afanaba en cargar el coche con todo lo necesario para el viaje; sabía que era cuestión de tiempo que la policía averiguara que había contado con ayuda. Tenía el dinero de los Carter con el que viajaría para esconderse unas semanas hasta que dejaran de buscarlo y, cuando todo estuviera en calma, trasladarse a Marruecos o cualquier otro país sin tratados bilaterales con los Estados Unidos relativos a extradición. Se aseguró que nadie reparaba en él y regresó al sótano, un lugar con suelo de cemento y paredes inacabadas. Wallas, tras una cuantiosa gratificación, le había permitido ocultarse en su casa tras ser descubiertos en la fábrica de ropa. Bajó los escalones tan excitado como nervioso y disfrutó de la imagen de Kelly tumbada en el suelo y dándole la espalda, permanecía adormecida; deseó con todas sus fuerzas arrebatarle la ropa y saborear cada resquicio de su piel. Kelly se revolvió en el suelo, se incorporó de inmediato y se apretó todo lo que pudo contra la pared y las cuerdas que la retenían le permitieron. Sullivan se limpió la comisura de los labios y postergó sus deseos de poseerla.

—¿Dónde está Nelson? ¿Qué has hecho con él? —quiso saber preocupada de que le hubiera hecho daño.

—Tranquila, está con su familia; ya conseguí lo que necesitaba de él—. Se acercó a ella con una sonrisa seductora que solo consiguió asustarla más. Rozó su mejilla y se apretó a ella para deshacerse de las cuerdas.

—¿Me liberas? —preguntó Kelly tartamudeando mientras acariciaba sus muñecas para tratar de aliviar la presión a la que habían estado sometidas.

—Nos vamos de aquí como ya te expliqué.

—Por favor, Greg, esto es una locura que se te ha ido de las manos; vendrán a por ti. Déjame que me marche, tú puedes irte a cualquier parte; prometo no decirles nada.

—Eso te gustaría, ¿verdad? ¿Deshacerte de mí? —la abofeteó, pero en esta ocasión no se quedó quieta. Kelly respondió con una patada en la espinilla obligándolo a retraerse; ella aprovechó para tratar de huir hacia las escaleras. Greg no le dio oportunidad, la agarró del tobillo y la arrastró por el suelo—. ¿Nunca vas a aprender? —Sullivan se subió sobre ella a horcajadas para inmovilizarla bajo su cuerpo. Desabrochó su camisa y acarició sus senos mientras el gimoteo de Kelly se hacía cada vez más ensordecedor. Sullivan se detuvo—. No hay tiempo para esto, pero que te quede claro algo: todo esto es porque te quiero—. Se incorporó y le ordenó que se abrochara. Luego sacó su pistola de la chaqueta y la apuntó—. Ni se te ocurra gritar o hacer alguna tontería. Vamos, el coche ya está listo para partir.

***

Los coches de policía rodeaban la parcela. Según Wallas, ese era el último sitio de parada de Sullivan antes de iniciar su viaje de huida. Coleman dio las oportunas indicaciones y un grupo de agentes asaltó la vivienda para asegurarse de que nadie saliera herido. Coleman acompañaba de cerca cada paso, con su pistola en alto y su chaleco antibalas. “¡Limpio!” dijo uno de los agentes; y la expresión se repitió hasta que todos convinieron que el asesino había escapado. Revisaron cada rincón en busca de huellas e indicios, mientras Coleman descendió al sótano. Las cuerdas amontonadas en un rincón junto a un vaso de agua y un plato de comida dejaban en evidencia que había tenido retenida a Kelly. El detective tomó el plato y el vaso para añadirlo a las pruebas, y algo llamó su atención; dejó los útiles en el suelo y se puso de rodillas. Bajo el plato, en el frío cemento, unas letras garabateadas dejaban claro el destino de la pareja. Revisó el tenedor que descansaba sobre las sobras de pasta y comprobó que en las púas había restos de cemento. Se puso de pie de inmediato y tomó su teléfono.

—Avisa a la policía de carretera y que controlen las salidas hacia Canadá; nuestro tipo piensa cruzar la frontera.

***

Kelly había obedecido y había ocupado el asiento del copiloto con total normalidad. Llevaban algo más de una hora de viaje durante la cual había permanecido completamente en silencio. No estaba dispuesta a compartir su vida con un asesino, pero él seguía ejerciendo sobre ella un extraño poder que la anulaba por completo. Sullivan había optado por tomar vías secundarias por temor a que la policía les pillara en la autopista; lo que supondría un largo viaje de más de ocho horas. Necesitaba estirar las piernas, tomar algo e ir al baño; pero todo lo que les rodeaba era carretera y plantaciones.

—Necesito ir al baño —soltó sin más.

—¿No puedes aguantarte? Nos queda todavía mucho camino de viaje...

—Necesito ir al baño —se limitó a repetir. Él asintió con una sonrisa, estaba de buen humor, incluso parecía ser aquel joven y atento que conoció hacía tanto tiempo; un escalofrío recorrió su espalda cuando Kelly recordó todo el daño que le había hecho a ella y todas las muertes que había dejado a su paso. Dirigió la mirada a la ventanilla para que él no la viera llorar.

Sullivan detuvo el auto junto a una plantación de maíz. Ella bajó del coche sin decir nada y se escondió de cuclillas entre las mazorcas; mientras orinaba, continuaba pensando en cómo había sido su vida y cómo sería si Greg conseguía su propósito de abandonar Estados Unidos. No se percató que ya había acabado, seguía con la mente fija en sus pensamientos... huir.

Huir sería tan fácil. Correr entre aquellas mazorcas y esconderse hasta que él desistiera o pudiera pedir socorro a alguien. ¿A quién? Se encontraba en medio de la nada. Debía correr, sí. No podía consentir que el miedo la paralizara. Saldría corriendo y lucharía hasta el final; nada podía ser peor que condenar su existencia a la compañía de un despiadado criminal. Una mano en su hombro la devolvió a la realidad.

—¿Ya has terminado? ¿Te encuentras bien? —quiso saber Greg. Kelly observó a su alrededor y asintió subiéndose los pantalones.

—Será mejor que nos pongamos en camino cuanto antes —dijo dándole un beso en la mejilla a su marido, cogiéndolo completamente por sorpresa, ajeno a que Kelly había tomado una decisión que determinaría el desenlace de aquella historia.

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