Scorpions

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Capítulo 23

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Capítulo 23

El llanto de la ciudad

Las campanas del Torreón Gris repicaban frenéticas, una y otra vez, meciendo el aire, invadiéndolo con su triste melodía de duelo. Una melodía que recorrió calles y callejuelas, plazas y fuentes, desde el castillo hasta el último rincón de la ciudadela, alcanzando la aldea que se extendía a sus pies para que nadie, en absoluto, pudiese olvidar que todo Siam estaba de luto.

Miles de flores blancas adornaban cada rincón del largo paseo por el que desfilaría el coche de caballos que transportaba el ataúd dorado, tan brillante que deslumbraba a quien osase mirarlo demasiado rato.

La comitiva partió desde el castillo, los lentos pasos del cortejo fúnebre seguían la carroza mientras todo un pueblo lloraba a su paso formando un largo pasillo a ambos lados de este. Elfos de todas las edades lloraban como chiquillos con el corazón roto de dolor.

Al final, justo ante la puerta del templo, aguardaba su llegada un concurrido grupo de guerreros scorpion quienes ansiaban mostrarle su respeto por primera y última vez. Los guerreros hincaron una rodilla al suelo y agacharon el rostro ante el paso del ataúd a hombros de una docena de soldados de la Guardia Real.

Tras el féretro caminaba sin fuerzas un alma rota en mil pedazos, cuyos ojos no podían dejar de llorar. Odalyn Hawatsi no podía hacerse a la idea de que hubiese perdido a su padre para siempre. Su hermana Arlet, vestida de riguroso blanco en señal de luto, la sostenía con fuerza, y ella a su vez, se apoyaba en el brazo de su serat.

Talik la observaba compungido, cada una de sus lágrimas le dolían como llagas lacerantes. Habría sido capaz de cualquier cosa por menguar su dolor, cualquiera menos la que ella hubiese necesitado, recuperar a su padre. Y sin embargo no podía evitar sentir un profundo alivio cuando pensaba en que gracias al sacrificio del rey no la había perdido a ella.

Cuando la vida de Lyn se extinguió entre sus brazos, herida de muerte por Enar Farae, se preguntó cómo podría vivir sin ella. ¿Cómo podría soportar un solo día en la certeza de que jamás volvería a ver a su compañera de vida?

Sintió que el corazón le estallaba en mitad del pecho mientras Sirah Inala y el propio rey Garum arrebataban a la princesa de sus brazos y la extendían sobre la mesa. Tomó su mano y se aferró con fuerza a esta, nada ni nadie le obligaría a soltarla.

Handa y Kainah le miraron con compasión. Ellos sabían lo que significaba perder a su serat, el vacío irremplazable que se instauraría en su alma para siempre.

Pero de pronto una luz tan poderosa como el sol iluminó la habitación. Cada elfo presente en la sala había posado su mano sobre la frágil piel de Odalyn, desde los pies a la cabeza, incluidos Rune Ryus, el general Taradean y cada uno de sus soldados.

Cuando el estallido de magia llenó la habitación, cegó a todos, por completo, provocando que cada uno de los elfos saliese disparado contra una de las paredes del torreón. Agotados, extenuados, exhaustos.

Pero habían logrado su objetivo, Lyn abrió los ojos, la enorme herida en su abdomen había cicatrizado.

Sin embargo el rey Garum no se movía. Permanecía tirado en el suelo, sin vida.

Talik recordó las palabras de su amada justo antes de desvanecerse: Una vida necesita una vida. Y el rey Garum había entregado la suya para salvar a su hija.

La princesa caminó hasta él a duras penas, sosteniéndose del hombro de Talik y ambos descubrieron que estaba muerto.

Su necesidad de salvarla le había llevado a emplear incluso su energía vital. Había elegido la vida de Odalyn por encima de la suya propia. Los presentes se arrodillaron en señal de respeto reconociendo la magnitud de su sacrificio.

Todo el pueblo de Siam lloró la pérdida de su rey. Como la lloraron los cinco reinos elfos que proclamaron cinco días de luto en su honor.

Arlet sostuvo con fuerza su mano, su hermana pareciese haber madurado una década desde la última vez que la vio. Lyn le sonrió con dolor, ambas detenidas ante el féretro mientras el sumo sacerdote pronunciaba el salmo a las diosas. Pero entonces los ojos de Arlet buscaron a alguien entre la multitud y Lyn los siguió, descubriendo que miraban a Sirah. El capitán de la Guardia Real permanecía impertérrito ataviado con su uniforme rojo, inmóvil, con el rostro serio, a un lado. Arlet le observaba con auténtica devoción.

Lyn sintió cómo Talik apretaba su mano y le miró, conteniendo una sonrisa, también él había apreciado el interés de la joven princesa en el capitán.

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