Scorpions

Scorpions


Capítulo 5

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Capítulo 5

El bosque de Yirah

Todo le daba vueltas, se sentía como subida a la rueda de uno de los molinos de agua que trituraban el trigo a orillas del rio Osir. Aunque el balanceo era más parecido al de un caballo. Era incapaz de abrir los ojos, envuelta en unas poderosas náuseas y el sabor horrible, amargo y ácido a su vez, que aún sentía en su boca. La cabeza le pesaba como si llevase puesto un casco de piedra. Y sentía los pómulos hinchados por el peso de su propia sangre.

¿Por qué se sentía tan mal? Solo recordaba haber estado así una vez, aquella vez que durante la celebración del solsticio de verano bebió a escondidas un par de tragos de la copa de vino de su padre y tuvo que acostarse para que el suelo dejase de dar vueltas a sus pies.

Las náuseas regresaban con más fuerza.

¿Y por qué no estaba en su cama? ¿Qué hacía colgando boca abajo? Hizo un terrible esfuerzo por abrir los ojos. Primero uno, después el otro.

¿Árboles? ¿Un bosque? ¿Amanecía?

¡Amanecía! De pronto dio un respingo, acababa de recordarlo todo, todo.

Trató de enderezarse pero alguien sostenía sus piernas, alguien la llevaba sobre su hombro como quien cargaba un fardo. Alguien que a su espalda portaba una espada enfundada de la que tan solo podía ver la empuñadura plateada, lisa, con anchos gavilanes pero sin apenas rudimento.

¡Por las Diosas Lunares! No había sido un sueño, era prisionera de un guerrero scorpion del desierto Escarlata. Y no de un guerrero cualquiera, sino del hijo de Barack Sagán, el rey de los scorpions.

—¡Socorroooo! ¡Ayudaaaa!

—Si gritas volveré a dormirte —le advirtió con voz áspera, la misma voz grave que en las sombras de la noche le había parecido sensual y masculina. Sin duda era una ingenua.

—¡Socorroooooooo! —volvió a gritar.

—Se acabó, a dormir —proclamó su captor, dispuesto a bajarla de su hombro para volver a dejarla inconsciente.

Pero Odalyn no quería dormir, sobre todo si para ello tenía que volver a degustar aquel fluido cálido y repugnante que le había untado en la boca y del que aún conservaba rastros del sabor.

Recordarlo volvió a producirle náuseas.

—No, no por favor —pidió en un tono mucho más sosegado—. No gritaré pero bájame, voy a vomitar… Por favor, bájame —suplicó. Aún no había logrado verle la cara pero parecía muy fornido, a juzgar por la facilidad con la que la sostuvo entre sus brazos cuando cayó a través de la ventana, además de por la amplia espalda y anchos hombros de piel oscura, que entonces, bajo la luz del naciente sol podía distinguir con claridad—. Me encuentro mal, tengo náuseas —insistió ante el mutismo de su captor que continuaba caminando con paso apresurado por el bosque.

—Es por el veneno —respondió al fin.

—¿Veneno? ¿Me has envenenado?

—Tranquila, solo fueron unas gotas de mi sangre, las necesarias para aturdirte, pero si no te callas volveré a hacerlo —advirtió dando un salto entre dos gruesas piedras.

—¿De tu sangre? ¿Me has obligado a tomar tu sangre venenosa? —Trató de revolverse, pero las poderosas manos de Talik la asieron con fuerza por los muslos contra su cuerpo—. Maldito bicho endemoniado, cuando mi padre te coja te va a despellejar vivo —trató de patalear, pero la tenía bien sujeta.

—Estoy seguro de que es algo en lo que tiene bastante práctica, pero primero tiene que atraparme —aseguró pagado de sí mismo. Dando un nuevo salto, produciendo que el cuerpo de la princesa rebotase contra su espalda. Odalyn, se dobló en el vientre por el impacto y trató de revolverse de nuevo, pero era imposible.

—¡Bruto! —le increpó y comenzó a golpearle en la espalda, a darle puñetazos con toda su energía en las escápulas, en cualquier parte no cubierta por aquella especie de armadura que le cubría desde estas hasta el abdomen. Sin embargo pareciese que apalease un saco de piedras, su captor no dejaba un solo paso atrás, sin dar muestra de la menor de las molestias. Entonces trató de tirar de la empuñadura de la espada pero pesaba tanto que en aquella postura invertida jamás sería capaz de sacarla de su vaina.

Agotada reposó sobre la espalda, rendida. Talik caminaba con una soltura desmedida sobre el terreno, con una habilidad casi animal, con agilidad y velocidad muy superiores a las que lo haría cualquier elfo. Lyn suspiró apesadumbrada y de nuevo las náuseas regresaron, aquel vaivén había terminado por agitar del todo su estómago.

—Creo que voy a vomi… —Palabras mágicas. El guerrero la dejó caer, como quien se deshace de un saco de estiércol, sin la menor delicadeza.

Se golpeó contra el suelo, pero a pesar de ello fue capaz de incorporarse quedando a cuatro patas sobre la tupida hierba y comenzó a vomitar ante la imperturbabilidad de su captor, quien tomó asiento sobre una enorme roca, observándola.

Una vez expulsó incluso la primera gota de leche proporcionada por su querida ama Naíta, comenzó a sentirse mejor. Poco a poco fue capaz de calmar su respiración, de recuperar el aliento y recomponerse, limpiándose los labios con las mangas de su vestido se volteó para mirar a su secuestrador.

Aquel que se había presentado como Talik Sagán permanecía con el cuerpo apoyado contra la rugosa corteza de un árbol. Era un macho que parecía joven, su cabello era negro y corto, estaba despeinado aunque asido con una cinta de cuero que atravesaba su frente. Sus ojos eran de un color muy particular, grises, casi plateados, como si la diosa Laris viviese dentro de ellos, Lyn jamás había visto ojos así. Pero tampoco había visto nunca unos hombros así de robustos, en los que la musculatura se marcaba como si fuesen bollos de azúcar. Como en el resto del torso de piel morena que alcanzaba a ver por encima de la armadura con la que protegía su pecho y vientre. Iba vestido con una especie de calzón de piel curtida de algún animal hasta la rodilla, con las pantorrillas al descubierto, mucho menos peludas de lo que habría imaginado en sus fantasías terroríficas. Y en sus pies calzaba unos peculiares zapatos anudados al tobillo, también formados a partir de la piel de algún animal.

No era un demonio, no tenía aspecto de demonio. Pareciese más un elfo al que hubiesen encerrado en una sucia mazmorra durante meses que un espectro. Tampoco un ser del inframundo, como relataban las leyendas.

Pero no debía olvidar que aquel scorpion representaba a toda una estirpe de seres despiadados y sanguinarios, como lo sería él mismo.

Entonces él la miró con sus ojos grises, que se clavaron en los suyos con una mirada retadora, intensa, y fría. Su mentón era cuadrado, su nariz recta y sus labios voluminosos, raciales, oscuros. En ese momento recordó las palabras de su hermana Arlet sobre los machos de labios gruesos y enrojeció avergonzada.

—¿Ves algo que te guste? —preguntó descarado consciente de la curiosidad con la que lo miraba, haciéndola sonrojar aún más.

—Más bien algo que me repugna —aseguró altiva—. Exijo que me devolváis al castillo ahora mismo.

—Estás acostumbrada a que tus órdenes se cumplan sin rechistar por lo que veo.

—Por supuesto.

—Pues por si no lo ha notado, princesa… —Su princesa, sonaba mucho más parecido a rata inmunda que a un tratamiento real— las cosas acaban de cambiar. Nos vamos.

—Necesito beber agua —exigió levantándose, caminando hacia él. Limpió de nuevo sus labios, asqueada aún con el sabor que envolvía su boca y su garganta.

—Y yo atravesar este bosque antes del anochecer —advirtió hostil, incorporándose de un salto, mostrándose ante ella en su enorme envergadura, era alto como una montaña. Ahora la princesa podía entender por qué las caídas desde sus brazos habían sido tan duras.

—Necesito agua, de verdad —insistió en un tono de voz mucho menos severo, a dos pasos de él, alzando el rostro para poder mirarle a los ojos, si continuaba mucho rato en aquella postura acabaría con dolor en el cuello.

El guerrero contempló entonces con la claridad que le permitía la luz solar los matices azulados del iris de su prisionera, de sus ojos circundados por larguísimas pestañas doradas. Maldita elfa, gruñó en su interior, malditos todos ellos.

Estaba dispuesto a dejarla pasar sed, como la habían pasado los suyos durante décadas, pero sabía que si no le proporcionaba agua sería incapaz de soportar el camino que les esperaba. Al fin y al cabo solo era una elfa, una de esos seres llenos de pura arrogancia, poderosos gracias a su magia, pero sin ella tan frágiles como una mariposa. Tomó el pequeño recipiente metálico que guardaba asido con una correa a su cinturón y se lo entregó.

—Bebe —ordenó, extrayendo el diminuto tapón de corcho.

—Es solo agua, ¿verdad? —El guerrero enarcó una de sus morenas cejas desconcertado. Por supuesto que era solo agua, acaso aquella elfa pensaba que en sus misiones viajaban provistos de licores—. Quiero decir… no le habrás echado un poco de tu sangre, de tu saliva, o…

—¿La quieres o no?

—Sí, claro que la quiero —aseguró tomándola, bebiendo del gollete—. Uff, sí, es agua… ¿Quién se fía de quien va por ahí dando a probar sus fluidos vitales? —refunfuñó terminándose de un trago el resto del recipiente, devolviéndoselo—. Gracias.

—¿Te has bebido toda el agua?

—Sí.

—¿Toda? —insistió volcando el depósito, que pareció minúsculo entre sus manos, comprobando que era cierto.

—Sí —repitió desconcertada con su obstinación—. Han sido dos sorbos, no es que me haya bebido un estanque. Ahora la llenas, en cualquier arroyuelo, un río o…

—No hay arroyuelos, ni ríos a donde vamos elfa estúpida —protestó, furioso. Aún les restaba por atravesar todo el bosque de Yirah y el último arroyo de agua pura había quedado varias leguas atrás en dirección contraria, a la que no podían dirigirse porque con casi total probabilidad ya estarían buscándoles.

—Tampoco hace falta insultar, salvaje.

—¿Que me has llamado?

—Salvaje —repitió, con mucha menor decisión, así solía llamarlos su padre cuando hablaba de ellos—. Es lo que sois los scorpions, ¿no? Unos salvajes.

—¿Eso es lo que piensas? ¿Nosotros somos los salvajes? Y vosotros que nos quemáis y despellejáis, vosotros que arrancáis a los hijos de sus madres, ¿qué sois?

—¿No te da vergüenza inventar esas injurias? Los elfos no hacemos esas cosas, somos un pueblo pacífico —protestó, sin amedrentarse un ápice. Talik no daba crédito a lo que decía, creía que estaba burlándose de él.

—¿Pacífico? —preguntó con los ojos muy abiertos, como si fuese incapaz de dar crédito a lo que estaba oyendo—. Me desconcertáis princesa Odalyn, desconozco si sois una ingenua o una cínica. Aunque en este momento, quizá sea lo menos importante.

—¿Qué vas a hacer conmigo? ¿A dónde me llevas?

—Lo veréis a la llegada.

—¿Vas a matarme?

—Creo que me servís mejor viva, pero si no cerráis esa boca de una vez me lo replantearé —sentenció y pareció una amenaza veraz.

—Mi padre te recompensará si me llevas ahora mismo de vuelta, te lo aseguro, te dará tanto oro que no podéis imaginarlo…

—¿Tengo pinta de que me importe el oro? —preguntó con una inconfundible mueca de asco, haciéndola enfurecer.

—Será mejor que no te diga de qué creo que tienes pinta —sentenció cruzando ambos brazos ante el pecho y pudo ver un resplandor de rabia en sus ojos.

Antes de que pudiese decir una sola palabra más la subió al hombro de nuevo y echó a correr, tratando de liberar la furia que le habían ocasionado sus palabras.

—Sé andar —protestó mientras Talik se repetía una y otra vez las reglas de hospitalidad de su padre para con los prisioneros.

Cuando el poderoso sol descendía en pos de la noche habían cruzado la mitad del bosque de Yirah y las altísimas montañas de Raian con sus cumbres desnudas se alzaban en el horizonte. Talik había caminado durante todo el día, sin detenerse para comer, y ella había permanecido subida a su espalda. Sin quejarse, sin lamentarse, ni una sola vez. Pues si el guerrero scorpion no lo hacía tampoco ella mostraría su debilidad ante el enemigo, aún a pesar del dolor que sentía en el vientre y en los brazos por la postura forzada, además de otra molestia que empezaba a hacerse demasiado incómoda.

Rogaba a las Diosas Lunares que la comitiva que presuponía enviada en su busca se apresurase en encontrarles. Pero los elfos, lejos de las formidables murallas de sus ciudades, eran mucho más vulnerables durante la noche. En las horas de oscuridad su magia era mucho menos precisa pues se regeneraba bajo la influencia lunar. Estuviesen donde estuviesen a aquellas horas se hallarían resguardados de la oscuridad, en cualquier cueva u hondonada en la que protegerse de los animales salvajes que poblaban aquellos bosques.

—Necesito parar —pidió urgida de repente.

—No podemos parar —gruñó desabrido.

—Necesito parar, ¡y lo necesito ya!

—Silencio.

—¿Silencio? ¡O paras o me hago pis encima! —protestó muerta de vergüenza. Talik pensó en cómo podía ser tan bruto de no haber reparado en una necesidad como aquella.

Se detuvo y la bajó de su hombro, por primera vez dejándola tocar el suelo de pie, en el centro de un pequeño claro entre los árboles.

—Supongo que este lugar es tan bueno como cualquier otro. Date prisa —dijo haciéndole un gesto con el mentón para que se apresurase, aguardando de pie a un paso.

—¿No esperarás que lo haga aquí, delante de ti? —preguntó con las piernas temblando por la urgencia—. Aléjate, por favor.

—Por supuesto, para que puedas escapar.

—No me voy a escapar —proclamó dando pequeños saltitos, apremiada.

—Yo también diría eso si pensase escaparme.

—Lo prometo, lo prometo por la diosa Laris, por la diosa Soor y por todos los dioses, por favor, aléjate.

Talik la observó malhumorado y se limitó a darse la vuelta.

—¿Estás loco? No puedo hacerlo si me estás oyendo.

—Estoy a punto de darme la vuelta de nuevo así que será mejor que te des prisa.

—No pued…

—Diez… nueve… ocho… —Lyn se apresuró a agacharse tras un pequeño matorral, subiéndose la falda del vestido y bajándose las enaguas veloz—. Siete… seis… —No podía creer que estuviese haciendo pis a tres metros de un scorpion. Un scorpion que la había secuestrado y que la llevaba solo las diosas sabían dónde. Apretó apremiada por terminar y un ruido se escapó, rogó que no la hubiese oído—. Tres, dos…

—Ya —proclamó ajustándose el vestido, alejándose del matorral.

—Si no hay ninguna otra necesidad que aliviar supongo que podemos proseguir la marcha —aseguró volviéndose.

—Podemos —respondió enfadada por la violenta situación que acababa de vivir. Talik la agarró de la cintura y la subió a su hombro de nuevo y comenzó a andar.

—Aunque no estoy seguro de que sea una buena idea llevarla a cuestas en esta postura.

—Pues no lo hagas. Bájame.

—Porque yo creía que las princesas elfas no se tiraban pedos y ahora que he descubierto que es así…

—Serás desgraciado, malnacido —protestó furiosa, dándole puñetazos en los hombros—. No te atrevas a burlarte de mí —el guerrero echó a reír a carcajadas. Podía sentir cómo se agitaba entre risas mientras ella roja de ira y de vergüenza volvió a tirar de la empuñadura de su espada y rabiosa como estaba logró sacarla hasta la mitad.

De pronto Talik se detuvo, bajándola de nuevo con brusquedad.

—¿Qué haces? —requirió desde el suelo polvoriento en el que la había tirado.

—No vuelvas a tocar mi espada, ¿me oyes? —ordenó mirándola con desprecio.

—Y tú no vuelvas a burlarte de mí, desgraciado. Soy tu prisionera, no tu bufón —se defendió incorporándose, enfrentándose a él, altiva.

Talik sonrió y sin decir nada más comenzó a amontonar ramas y matorrales en el suelo. Lyn le observó en silencio. Comenzaba a percibir cómo el frío seco de las montañas se colaba en sus menudos huesos.

—¿Es que vamos a pasar la noche aquí? —El guerrero la miró un instante, si no respondía, jamás se callaría. Aquella princesa debía desayunar lengua estofada cada mañana.

—Estoy tratando de hacer fuego para calentarnos, ¿de acuerdo? —profirió arrojando con fuerza uno de los trozos de madera que sujetaba en sus manos al montón que conformaba.

—Gracias —masculló, buscando un lugar donde sentarse, apretando las rodillas contra el pecho, su suave vestido celeste de seda y tul apenas la protegía de la drástica bajada de temperaturas.

Miró hacia el horizonte, contemplando parte de las cimas desnudas por entre las copas de los árboles, en invierno solían estar cubiertas de nieve y esto dificultaba las ya de por sí complejas expediciones en terreno hostil. Las cúspides de la cordillera de las montañas de Raian delimitaban los confines del desierto Escarlata al sur, creando una línea divisoria horizontal con el reino de Siam, solo interrumpida por el paso de Somerseeq.

El paso de Somerseeq era una lengua de tierra árida paralela a la costa, única vía de comunicación terrestre, evitando el desierto, entre los reinos de Tiree y Siam. Cada vez más frecuente lugar de emboscadas en las que los comerciantes eran asaltados y sus mercancías arrasadas. Lo que provocaba que aumentasen las rutas marinas, con el consiguiente encarecimiento de los productos que comerciaban entre los reinos.

Hacía meses que Odalyn Hawatsi no podía encargar un nuevo vestido de la magnífica seda elaborada por los artesanos de Ogu, o que su padre no había podido reponer sus reservas de aguamiel de Nuuk, las tierras heladas del norte.

Desconocía en qué parte a los pies de la cordillera se encontraban, probablemente muy lejos del paso.

—¿Qué piensas hacer conmigo? —se atrevió a preguntar de nuevo. El scorpion la ignoró, agachándose junto al montículo de ramas que había formado, sobre el que depositó seca hojarasca, sacó dos pequeñas piedras del minúsculo zurrón de piel que llevaba atado a la cintura e ignorando sus palabras las golpeó entre sí, provocando brillantes chispas que prendieron el pasto seco. Sopló con fuerza, avivando las llamas—. ¿De verdad no vas a matarme?

—No voy a matarte. A menos que me des un motivo para hacerlo —aseguró y se apartó un par de pasos de las llamas que despacio cobraban fuerza. Se sentó frente a ella y recostó la espalda contra uno de los árboles, solo el fuego se interponía entre ambos—. En estos bosques hay animales salvajes mucho más peligrosos que yo. Si me obedeces tu vida no correrá peligro pues solo pretendo canjearte como prisionera por uno de los nuestros, pero si huyes puede que caigas en las fauces de un ser mucho menos misericordioso —espetó sin disimular su desprecio.

«¿Menos misericordiosos que él, de veras existían?», se preguntó Lyn en su fuero interno, apretando los labios en un mohín de disgusto, reflexionando sobre si lo que le decía era cierto o tan solo pretendía amedrentarla para evitar su huida.

¿Cómo se atrevía a hablarle con semejante menosprecio? Entendía que sus pueblos eran enemigos, pero, parecía que tuviese algo personal en contra de ella, reflexionaba tirando de las largas mangas acampanadas del finísimo traje tan poco apropiado para un viaje a las montañas. Por suerte empezó a percibir el calor que emitía el fuego.

Un animal gruñó en la distancia, fue un sonido gutural y ronco que la hizo encogerse, sin embargo Talik pareció no concederle la menor importancia, concentrado en revisar las ataduras laterales de su coraza.

—¿Es que tiene miedo, princesa? —preguntó casi en una burla.

—Tendría que ser de piedra para no tenerlo en manos de uno de los enemigos de mi reino.

—Tendría que ser de piedra algo más que vuestro corazón, queréis decir, ¿verdad? —Su mirada desafiante la enervaba.

—¿Me conocéis de algo para saber de qué está hecho mi corazón?

—Es un corazón élfico, no necesito saber más —escupió después de mencionar a su pueblo, provocándola.

—Oh, pero qué guerrero tan valiente, amedrentando y secuestrando a una princesa, ¿por qué no habéis osado secuestrar al capitán de la Guardia Real? —se burló—. Vuestro padre debe estar muy orgulloso.

—No oses mencionar a mi padre, mi paciencia tiene un límite y estás a punto de sobrepasarlo —la amenazó—. Y te recuerdo que no entré a secuestrarte, fuiste tú quien se tiró a mis brazos.

—Me caí de una ventana. No lo digas de ese modo.

—No lo digo de ningún modo. Es la realidad. Y por supuesto que acabaré con el capitán de la Guardia Real, a su debido tiempo. Es más, disfrutaré mucho en tu honor cuando le rebane el cuello con mis propias manos —Lyn se estremeció al pensar en Sirah. Maldito salvaje.

—Jamás he conocido a nadie tan insolente y fanfarrón, en toda mi vida —ladró enfadada. El scorpion se limitó a echar a reír entre dientes.

—Es lo que tiene vivir en una jaula de oro rodeada de aduladores, que nunca conocerás a nadie de verdad. —Sentenció. Aquellas palabras se le clavaron en el pecho como una lanza, ¿sería cierto? Estaba acostumbrada a recibir halagos vanos, a percibir cómo la gente se enderezaba a su paso y le sonreía. Pero, ¿sería cierto que no conocía a nadie de verdad? ¿Qué todos fingían en su presencia? Ella era amiga de sus doncellas, ¿se puede ser amiga de quien tiene miedo a tu padre? A Sirah, ella le conocía de verdad, le conocía enfadado y contento, le conocía malhumorado y divertido. Y a Arlet, a ella también la conocía de verdad… ¿A nadie más?

—No sabes nada de mi vida ni de mí. No tienes derecho a juzgarme por como crees que soy.

—¿Acaso no me has juzgado tú desde que te dije quién era? ¿No me has llamado salvaje?

—Sí, lo he hecho. Pero lo hice por tu actitud, no por…

—¿Por mi actitud? —dudó enderezándose contra el tronco en el que estaba apoyado, sin poder contener una mueca de dolor.

—No es que hayas sido demasiado amable conmigo.

—¿Amable? —dudó incapaz de dar crédito a lo que estaba oyendo—. Es que no tengo que ser amable, ¡por las Diosas Lunares, te he secuestrado! No sé si conoces a alguien que haya sido capturado alguna vez, pero sus palabras no suelen ser: mi captor era de lo más amable… mientras me torturaba me preguntaba en todo momento cómo me sentía.

—¿Vas a torturarme?

—¡No! —respondió demasiado rápido—. Al menos por ahora —corrigió. No tenía intención de hacerlo pero ella no debía saberlo.

—Vaya, es un consuelo saber que por ahora, no voy a ser torturada.

—Vuelvo a repetir, y será la última vez, que mi intención es canjearos por uno de los míos, princesa. Aunque me estoy sintiendo tentado a coseros los labios hasta entonces —espetó áspero como el papel de lija.

Lyn cruzó ambos brazos sobre el pecho y tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse en silencio y no soltarle algún exabrupto.

Ella no tenía la menor noticia de que su padre acostumbrase a retener prisioneros ya fuese en el castillo o en algún lugar de la ciudadela.

Puede que en las mazmorras, ella nunca había bajado a las mazmorras, no le estaba permitido. En una ocasión descendió hasta la entrada, hasta la planta previa al sótano del castillo en busca de Sirah para pedirle que la acompañase a montar a caballo y se topó con que la Guardia Real no le permitió el paso por órdenes expresas de su padre. Era la primera vez que la Guardia Real le impedía el acceso a algún rincón del castillo y se sintió muy molesta.

Después el rey Garum le explicó que lo hacían para protegerla de las imágenes que sus ojos inocentes podrían haber percibido de aquel lugar, una respuesta que la había convencido. Los elfos eran un pueblo tranquilo, poco dado a la conflictividad, según tenía entendido, ya que ella tan solo se relacionaba con la nobleza y el clero residentes dentro de las inmensas murallas del castillo. Por lo tanto los robos y demás delincuencia eran muy infrecuentes, en contadas ocasiones debía el rey Garum impartir justicia entre sus siervos, siendo estos encarcelados en las mazmorras.

Era eso lo que su padre pretendía evitar que contemplase, la degeneración psíquica y física de aquellos elfos a los que ni siquiera la magia sanadora ingente a su especie era capaz de curar después de años de cautiverio.

Ahora sabía que también encarcelaban guerreros scorpion, al menos a uno, por el que pretendía canjearla si las palabras de Talik Sagán eran ciertas. Estaba segura de que su padre lo haría sin la menor duda, y si el jefe de aquellos salvajes era sincero en sus intenciones, entonces, no tenía por qué preocuparse.

Talik era hostil, desabrido y un completo maleducado, además de que necesitaba un baño y un cepillado de pelo con urgencia, pero no sabía porqué pero no le producía terror, respeto sí, pero no miedo, o no todo el miedo que debería producirle.

Quizá estaba comenzando a volverse loca por efecto del veneno, las náuseas regresaban con solo recordarlo, pues no hallaba otra explicación a su falta de miedo. De hecho le había salvado la vida al atraparla entre sus brazos cuando cayó al vacío a través de aquella ventana.

Pensó en su padre, en la Guardia Real, habrían pasado todo el día buscándola. Debían estar desesperados, desconociendo por completo cuál había sido su suerte. Con disimulo rasgó un pedazo de su frágil vestido y lo dejó caer al suelo, tratando de ofrecerles una pista.

Sirah, era el mejor rastreador de cuantos existían, el más poderoso mago y el mejor soldado de todos los tiempos según palabras de su propio padre. Sus habilidades fueron descubiertas cuando era apenas un niño, el hijo menor de unos humildes campesinos. Sus vecinos le descubrieron jugando con la magia, elevando gallinas en el aire. Los rumores llegaron al castillo y fue reclutado para adiestrarle en la Guardia Real. Recibió clases como uno más entre los hijos de lo nobles del castillo, formándose y preparándose para el que debía ser su lugar, el máximo mandatario de la Guardia.

Ambos habían compartido juegos a escondidas de su ama, acompañándose el uno al otro al contar ambos con edades similares y la práctica ausencia de ambos padres. El rey siempre andaba ocupado con los asuntos inherentes a su cargo y Sirah había sido apartado de los suyos por el bien del reino. Odalyn lo sentía como a una especie de hermano mayor.

También él debía estar muy preocupado por su suerte, responsabilizándose por no haber previsto que sería tan insensata de atravesar aquella recóndita ventana tratando de contrariarle.

Casi podía verle enrojecido de ira y preocupación, buscándola desesperado, primero por toda la ciudadela, piedra bajo piedra, y después por los alrededores del bosque de Yirah. Temiendo por su sino, con la voz grave del rey Garum gritando sobre su nuca que era culpa suya.

Aquel era otro motivo para su preocupación, que el rey responsabilizase a Sirah de su secuestro. El capitán no podía prever que ella caería por aquella ventana con la suerte, o la desgracia, de que justo bajo esta se hallase escondido el guerrero scorpion al que andaban buscando. ¿Quién podría haberlo imaginado?

Un guerrero alto como un torreón, incluso más alto que el propio Sirah, mucho más que su padre y cuanto elfo había conocido hasta el momento. Un guerrero de piel tostada por el sol, serpenteada de negros trazos de tinta en el pecho y antebrazos, así como los ojos, pintados de negro en los que resplandecía la blanca esclerótica y el particular iris gris.

¿Serían aquellas pinturas de guerra? Pensó observándole, en silencio. El fuego dibujaba doradas siluetas sobre su rostro, sobre su amplio cuello, sobre su mentón… Estaba desprendiéndose de la coraza que le protegía, desconocía con qué intención. Obviamente Talik no había realizado una incursión de recreo, si cualquiera de los soldados del castillo le hubiese descubierto le habrían atravesado en dos con su magia o con las flechas de sus arcos.

Desde luego tenía que admitir que era valiente, o quizá solo un descerebrado.

Pero, ¿qué le habría llevado hasta allí?

Parecía inteligente para arriesgarse de ese modo. Desde luego no era el animal sin conocimiento que describían las leyendas. ¿Qué habría ido a buscar al castillo? Podría haber robado casi cualquier cosa en la aldea sin arriesgarse a entrar en el castillo.

¿O es que su intención había sido secuestrarla desde el principio?

Si alguno de los soldados de la Guardia Real le hubiese descubierto habría caído, como lo habían hecho otros guerreros antes, centenares. Guerreros que no tenían cara, ni nombre y por los que nunca había sentido la menor emoción al conocer sus bajas cuando los soldados alardeaban de ellas ante su padre, porque les consideraba sucias alimañas.

Sin embargo, ahora que había visto a uno de ellos, ahora que le había puesto rostro, se alegraba de que no hubiese resultado muerto en aquella incursión.

¿Pero porqué? Si el que estaba sentado frente a ella, pasando una mano por las costillas marcadas en la piel cetrina era su enemigo.

Talik no pudo evitar emitir un leve lamento. Como llevaba horas sospechando no solo había sido alcanzado en el brazo por una de aquellas malditas flechas élficas. Otra de ellas había golpeado el punto de unión lateral de ambas partes de su coraza, el único punto débil de esta, produciéndole una herida en las costillas bajo la axila izquierda que tras el roce con el rígido material durante la larga caminata se había convertido en una dolorosa llaga abierta de casi cuatro dedos de diámetro.

Y cómo dolía la condenada.

Estaba acostumbrado al dolor, a las heridas producidas por las armas durante las batallas libradas, que habían sido muchas a su edad. Como estaba acostumbrado al dolor de las quemaduras mágicas. Pero las heridas producidas por aquellas flechas eran poco habituales, habían sido envenenadas con magia, estaba seguro, y era el veneno el que estaba quemándole la carne bajo la piel, no había otra explicación para el porqué no hubiesen comenzado a cicatrizar al ritmo veloz que era habitual.

Odalyn le observaba en silencio, distinguiendo, gracias a luz del fuego, las heridas que tornaban violáceas bajo la axila y en el brazo izquierdos. El rasguño había adquirido el mismo color y parecía infectado.

Había sido envenenado con magia, no había duda.

Sintió por un instante la tentación de acercarse y preguntarle cómo se sentía, pero le habría respondido con un nuevo desaire, así que para qué provocarlo.

Entonces Talik sacó un puñado de hojas alargadas y finas de su zurrón de piel y comenzó a machacarlas entre los dedos.

Eran hojas de aeliptus, el particular aroma balsámico que desprendían se lo hizo saber. Las hojas de aquel árbol alto y espigado favorecían la cicatrización de heridas, tanto ella como su hermana Arlet lo habían estudiado durante horas con el maestre Ilfirin, su físico. Y es que una buena regente debía conocer todo tipo de curas, ungüentos y pociones, para poder unirlas a su poder innato para la magia sanadora en caso necesario. Además de otras muchas particularidades como los dialectos particulares de los cinco reinos y la historia de la creación de Cire por las dos diosas mayores, las Diosas Lunares.

—Es un error —dijo, en voz baja, pero él pudo oírla, buscándola de inmediato con sus ojos plateados—. El aeliptus solo te producirá más dolor, más escozor, pero no sanará tu herida, estás envenenado con magia y solo la magia puede curarte —anunció, segura de lo que decía—. Yo puedo curarte, si a cambio me dejas marchar.

Estaba segura de que podía hacerlo, a pesar de que resultaría difícil y agotador. Reconocía aquella marca violácea de bordes desgarrados, era debida a la impregnación de la punta de la flecha en polvos de terracota. Había toneles y toneles en el almacén junto a la cocina que fueron hechizados por el propio Sirah. Otorgándoles un poder ácido incalculable que desharía sus tejidos despacio hasta acabar con él. Sirah se sentía muy orgulloso de aquel poderoso hechizo.

El muchacho apartó los ojos de ella, apretando los labios con rabia y desoyéndola aplicó las hojas de aeliptus, anudando después apresurado la coraza sobre el pecho.

—Ni sueñes que voy a liberarte, así este veneno me corroa las entrañas no lo haré —espetó furibundo. Y haciendo un alarde de fuerza se incorporó, caminando un par de pasos hacia ella decidido, deteniéndose justo ante el fuego. Pero entonces el dolor debió de ser insoportable y se dobló por la mitad, ahogando un lamento entre los labios e introduciendo una mano bajo la coraza se deshizo del emplaste que había colocado tan solo unos segundos antes, arrojándolo a las llamas.

Ella evitó mirarle, evitó clavar en sus ojos pintados de negro la frase que le quemaba los labios; Te lo advertí.

Entonces Talik volvió a tomar algo de su zurrón. Utilizando una afilada daga que portaba al cinto lo seccionó por la mitad y le arrojó un pedazo. Odalyn lo atrapó, como acto reflejo. Se trataba de algún pedazo de raíz gruesa y seca, de corteza oscura y rugosa salpicada de pequeños brotes. El interior, accesible por el extremo seccionado, era blanquecino y más suave al tacto.

—¿Qué es esto?

—Vuestra cena alteza, raíz de Abezno —afirmó, tomando la otra mitad y llevándosela a los labios la mordió con energía.

—¿Tengo que comerme esto? ¿No vas a cazar algo para mí?

—Oh, se me olvidaba que custodio a una princesa, a una exquisita y delicada princesa elfa. ¿Acaso la cena no es de su agrado, su excelentísima majestad? —requirió con ironía y rabia tintando la voz, doblándose, arremolinando la mano en una sobreactuada actitud servil.

—No, por supuesto que no lo es. Esto es una porquería que me niego a probar siguiera.

—Pues es el alimento principal de mi pueblo desde hace más de un siglo —advirtió, dándole otro mordisco, masticando aquel pedazo duro y rasposo con energía.

—¿Y yo que culpa tengo de que os guste comer esta asquerosidad? —Por un momento la fugaz idea de arrojarle aquella abominación a la cara cruzó por su mente, pero por suerte la descartó al instante. Sus palabras en cambio parecieron enfurecerle, apretó los puños y los dientes con fuerza desmedida, un músculo palpitó en su mandíbula.

—Princesa Hawatsi, ¿de verdad sois tan ignorante como aparentáis? ¿O acaso tan solo sois una necia? —requirió dando de nuevo los pasos que les separaban. Odalyn se incorporó, temiendo que fuese a agredirla por la furia que desprendían sus ojos grises—. ¿Acaso pensáis que nos gusta comer raíces y alimañas del desierto? ¿Acaso creéis que no preferiríamos alimentarnos con la caza de grandes animales? ¿Qué no nos gustaría deleitarnos con el agua de los manantiales de las montañas de Raian en lugar de la sucia agua de los pozos en los que nos obligáis a escondernos? Sois nieta de uno de los mayores asesinos que ha existido en Cire, hija de uno de los reyes más despiadados y sanguinarios que habitan estas tierras…

—¡Mientes! —gritó en su propia cara, a un paso de esta, de sus ojos pintados—. Vosotros sois los asesinos, los que matáis por diversión, mi padre tan solo trata de proteger a su reino. Sois… sois unos monstruos —afirmó mirándole, dedicándole una mirada de furor que le hizo saber que realmente desconocía de quién era hija.

—No lo sabes, no tienes ni idea —aseguró sobrecogido, arrugando el entrecejo. Sorprendiéndola, desconcertándola con su actitud.

Se apartó de ella, rehuyendo sus ojos, percibiendo cómo aquellos iris puros, cristalinos, habían golpeado con fuerza en su interior. Sintió un pinchazo en el corazón que achacó al veneno élfico, pero que le obligó a apartarse de aquella mirada fundente y descarnada, la mirada inocente de su enemiga.

—¿Qué es lo que no sé? Dímelo, vamos, dímelo —exigió, pero este se volteó, ofreciéndole la espalda, su espalda de transportador de troncos—. Dímelo, dilo de una vez —exigió Lyn agarrándole del brazo con energía, tratando de obligarle a voltearse. Sin intención alcanzó su brazo lastimado, presionándole cerca de la herida y el guerrero se dobló de dolor—. Lo siento, de veras, lo lamento.

Talik fue consciente entonces de que las lesiones eran mucho más graves de lo habitual y de que hacía ya demasiadas lunas desde su último baño en la laguna Coon y quizá ese fuese el motivo de su lenta sanación.

Una vez cada seis lunas rojas los miembros de la tribu acudían a la lejana laguna Coon a bañarse en sus aguas purificadoras, era ese baño ritual el que les proporcionaba la capacidad de sanar sus heridas con una velocidad sobrenatural y confería a su piel una extraordinaria resistencia frente a nuevas lesiones.

Él estaba acostumbrado al dolor, tanto como a la noche infinita y oscura de las cuevas en las que se protegían del fortísimo sol del desierto, solo tolerable hasta antes de mediodía y a última hora de la tarde. Se tomó un segundo para enderezarse y tratar de fingir que estaba bien.

—Condúceme hasta el valle de Siam, por favor, y te curaré —rogó Odalyn—. Puedo hacerlo, sino morirás.

—No os apartéis del fuego, princesa. Cazaré algo para vos —dijo ignorando sus palabras, después de aquella mirada le urgía apartarse de ella lo antes posible—. Pero si osáis escapar, si no os atrapa alguno de los muchos caainots que recorren estos bosques durante la noche y os devora, os encontraré yo mismo y os daré muerte, al instante.

Lyn volvió a agazaparse, tomando asiento junto al fuego mientras su captor se hacía con la espada que había dejado en el suelo, atándola de nuevo a su espalda dentro de la funda de cuero labrado.

Cuando desapareció en un rápido movimiento entre la maleza sintió la tentación de escapar. Pero un nuevo gruñido, gutural, hondo, como salido de una cueva cruzó el aire de la noche, haciéndola estremecer. No llegaría muy lejos corriendo en medio de aquella oscuridad, sin la menor idea de en qué dirección se hallaba Siam. Con el riesgo de ser atacada por uno de aquellos caainots, una especie de lobos de las montañas, o capturada y finiquitada por el propio Talik.

Quien además le había asegurado que no le haría el menor daño si su padre aceptaba canjearla por uno de sus prisioneros, algo de lo que no albergaba la menor duda. Así que lo más razonable era quedarse quieta, esperar a que regresase con su cena e intentar dejar de desafiarle, por difícil que se lo pusiese con sus mentiras.

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