Scarlet

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Capítulo 6

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Capítulo 6

—Obviamente, ganaste el concurso —dice Odo, alzando su adormilada cabeza de la pluma, a la que casi se traga.

—Eso crees, ¿verdad? —contestó.

—Por supuesto —me asegura con petulancia—. De otro modo, no estarías aquí, en los calabozos del barón De Braose esperando a ser colgado por traidor y por proscrito.

El hermano Odo está de mala uva. Debe de haber rezado el Ave María del revés, esta mañana.

—Ahora, monje —le digo—, solo intenta mantener tus ojos abiertos un poco más y llegaremos al cabo de la calle y entonces verás lo bueno que eres haciendo predicciones—. Me acomodo en mi yacija de paja podrida y acerco un poco la vela a mi escriba—. Vuelve a leer la última cosa que dije. Rápido, antes de que se me olvide.

«¿Siarles? ¿Iwan? Vuestros arcos» —dice Odo, imitando toscamente mi voz.

—Oh bien. —Y continúo…

Los dos guardabosques, Iwan y Siarles, pasaron a Rhi Bran sus arcos largos y, sosteniendo uno en cada mano, me los ofreció. —Elige el que quieres usar.

—Gracias —dije—, probando primero uno y después el otro, curvándolos con todo el peso de mi cuerpo. No había ni pizca de diferencia entre ellos, pero me imaginé ganando con el arco de Siarles y elegí ese.

—¡Por aquí, todos! —gritó Bran mientras se dirigía a grandes zancadas hacia el lado más alejado del asentamiento. Llegamos al cabo de un miserable campo de cebada. Crecían en él unas pocas espigas, pero era un campo pobre y triste, siendo como era umbroso y empantanado. La gente se situó en dos filas tras nosotros, y por aquel entonces ya había más de sesenta personas: la mayoría de ellos habitantes del bosque, imaginé, y algunas mujeres y niños pequeños. El grano había sido cosechado y solo quedaban rastrojos y un monigote de paja situado en el extremo más alejado del claro a fin de mantener lejos a los pájaros. La figura estaba fijada a un poste, a unos ochenta o cien pasos del punto en el que estábamos: lo bastante como para hacer interesante la competición.

—Tres flechas. El espantapájaros será nuestra diana —explicó Bran mientras Iwan nos pasaba flechas a ambos—. Acierta, si puedes.

—Hace mucho tiempo desde la última vez que tiré… —empecé.

—Sin excusas —intervino Siarles rápidamente—. Simplemente hazlo lo mejor que puedas. No hay que avergonzarse por eso.

—No pretendía buscar excusas —respondí mientras encordaba la flecha—. Iba a decir que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que tiré y casi había olvidado lo bueno que es sentir un arco de buena madera de tejo en la mano—. Eso arrancó una risotada o dos entre los que estaban congregados a nuestro alrededor. Volviéndome hacia Rhi Bran dije—: ¿Dónde queréis que vaya esta primera flecha, mi señor?

—A la cabeza o al corazón, cualquiera de los dos valdrá —respondió Bran.

La flecha ya estaba en el aire en el instante en que esas palabras salían de su boca. Mi primer proyectil impactó en el manojo de paja que formaba la cabeza del espantapájaros con un satisfactorio ¡swish! al pasar zumbando hacia al otro extremo del campo.

Un murmullo de cortés aprobación se alzó entre la multitud.

—Veo que has empuñado el arco antes —reconoció Bran.

—Una o dos veces.

Bran cogió el arco y tiró, enviando su primer proyectil tras el mío y tan cerca del lugar en el que había impactado que casi no había diferencia. La gente aclamó a su señor con gritos fuertes y potentes.

—Mi señor —dije—, creo que también habéis empuñado el arco una vez o dos.

—¿El corazón esta vez? —sugirió, mientras recibíamos nuestras segundas flechas de manos de Iwan.

—Si los espantapájaros tienen corazón —dije, tensando el arco y apuntando—, el suyo ha latido por última vez. En esta ocasión, el proyectil trazó una ligera curva, de modo que atravesó limpiamente el centro del fantoche y se clavó en el suelo, tras él.

—La suerte te acompaña hoy —susurró Siarles desdeñosamente mientras un respetuoso aplauso estallaba entre los espectadores.

—Nada de eso —le dije, sonriendo—. Eso fue para que los muchachos no tengan que ir tan lejos a recuperar mi flecha.

—En ese caso, haré lo mismo —dijo Bran, y de nuevo empuñó y apuntó y disparó tan rápido que cada movimiento se encabalgó con el siguiente y parecieron uno solo. Su flecha impactó en el torso del espantapájaros y cayó al suelo, justo al lado de la mía. De nuevo, la gente ovacionó a su joven rey.

—Cabeza y corazón —dije—. Ya hemos acabado con tu hombre. ¿Qué más queda?

—La soga de la que cuelga —dijo Iwan, alargándonos las últimas flechas.

—¿La soga, pues? —preguntó Bran, arqueando una ceja.

—La soga —confirmé.

Pues bien. El día era gris y nublado, como digo, y la poca luz que había estaba declinando rápidamente. Tuve que entrecerrar los ojos para ver el nudo de la maldita soga, sobresaliendo como una pequeña protuberancia sobre la coronilla de la cabeza de paja del espantajo. No parecía más grande que el puño de una dama, y eso me dio una idea. Girándome hacia la dama de oscuros cabellos, dije:

—Mi reina, ¿bendeciréis esta flecha con un beso?

—¿Reina? —se extrañó y retrocedió unos pasos—. No soy su reina, muchas gracias.

Y dijo esto con una considerable vehemencia…

—Sí, vehemencia, Odo. —Mi escriba ha arrugado la nariz como si oliera un huevo podrido, como hace siempre que pronuncio una palabra que él no entiende—. Quiere decir, bueno, quiere decir fuego, ya sabes: pasión, ardor, ímpetu.

—Pensé que habías dicho que era la reina —objeta Odo.

—Eso es porque yo pensé que era la reina.

—Y bien, ¿lo era o no lo era? —se queja, levantando la pluma como si amenazara con parar a menos que todo sea explicado inmediatamente para su satisfacción—. Y en cualquier caso, ¿quién es ella?

—Aguarda un minuto, monje, ahora llego a eso —le digo, y continuamos…

—Esta vez tiraremos juntos —dijo Bran—. Yo cuento.

—Estoy listo. —Tensé el arco y situé la cuerda junto a mi mejilla y los ojos fijos en el blanco.

—Uno… dos… tres…

Dejé ir la flecha con el «tres» y sentí que la cuerda azotaba mi muñeca como si fuera el aguijón de una avispa. La flecha se deslizó por el aire y apenas rozó la soga. No di en el blanco. La flecha arañó el costado izquierdo del objetivo y siguió a toda velocidad hasta llegar a la maleza que había más allá del pequeño campo.

Bran, no obstante, continuó con su cuenta. «¡Cuatro!», dijo, y soltó la cuerda justo un poco después de mí; lo bastante, creo yo, para ver dónde había impactado mi proyectil. Y entonces, créelo o no, hizo lo mismo. Igual que mi flecha había rozado el lado izquierdo de la soga del espantapájaros, así la de Bran peló el lado derecho. Vio mi fallo y falló también, con el mismo margen, pienso yo. Un orgulloso arquero era yo, y no pude más que inclinarme humildemente ante su habilidad inigualable.

Volviéndose hacia mí con una alegre sonrisa, dijo:

—Lo siento, William, debería haberte dicho que la cuenta era hasta cuatro y no hasta tres. —Puso su mano en mi hombro amistosamente—. ¿Quieres volver a probar?

—Tres o cuatro, no importa —le dije y señalando al espantapájaros, añadí—: Parece que nuestro enclenque amigo ha sobrevivido a la ordalía.

—¡Las flechas, Gwion Bach! —gritó Bran, y un afanoso muchacho saltó al oír sus órdenes; otros dos rapaces lo siguieron, pisándole los talones, y los tres corrieron a recuperar las flechas.

Iwan se dirigió a examinar la soga del espantapájaros. Tiró de ella y nos la trajo donde estábamos esperando, y él y Angharad, la banfáith, examinaron la punta de la soga que Siarles, sin soltarla, sostenía entre ellos.

—A juzgar por las muescas que han dejado las flechas al pasar —anunció la anciana tras su inspección—, Iwan y yo decimos que es la de la derecha la que ha rasgado más trozo de la soga. Por tanto, declaramos vencedor a Bran.

La gente aplaudió y aclamó a su rey. Y yo, abatido de pronto al caer el significado de esas palabras sobre mí, disimulé mi decepción, puse una sonrisa en mi rostro y me preparé para partir.

—Sabes lo que eso significa —dijo Bran, tan serio como si estuviera en un funeral. Asentí.

—El concurso ha sido justo. Todo lo que quería era una vida mejor. —Alcé mis ojos hacia los suyos, esperando ver un resquicio de compasión en ellos. Pero los ojos que un momento antes habían estado vivos, llenos de luz, alegría y júbilo, estaban ahora fríos y sin vida. ¿Podía cambiar su ánimo tan rápidamente?

—Merecías algo mejor —afirmó la dama de cabello oscuro.

—No me quejo —dije.

—Es duro —observó Bran, mirando a la joven que estaba a su lado— pero en esta vida no siempre conseguimos lo que queremos o merecemos.

—Tristemente cierto, mi señor —reconocí—. ¿Quién puede saberlo mejor que Will Scarlet?

Bajé la cabeza y me preparé para aceptar mi derrota, y al hacerlo vi que no estaba mirándome a mí sino a la joven. Ella también lo contemplaba —por qué, no sé decirlo— y parecía que estaban desviándose claramente del sentido de nuestra pequeña charla.

—Pero a veces, Will —anunció el rey del bosque—, obtenemos más de lo que merecemos. —Alcé la mirada rápidamente y noté que cierta calidez había vuelto a él—. He decidido que puedes quedarte.

Lo dijo tan rápido que no di crédito a lo que había oído.

—Mi señor… ¿dijisteis que puedo quedarme?

Asintió —Siempre y cuando jures que me tomas como señor y que compartirás mi destino, para ayudar a mi grellon y al pueblo oprimido de Elfael.

—Alegremente lo haré —respondí—. Dejadme que me arrodille y prestaré mi juramento aquí y ahora.

—¿Todos habéis oído eso? —De repente, su sonrisa era abierta y acogedora. Dirigiéndose a mí, dijo—: Si tuviera cien hombres fuertes tan dispuestos como tú, los francos estarían corriendo de vuelta a sus barcos y considerándose afortunados por salvar sus miserables pellejos. —Con eso, Iwan…

—Te ruego que me perdones —dice Odo, interrumpiendo otra vez.

—¿Es que no acabaremos nunca de contarlo? —protesto, con un suspiro de resignación, aunque no me importan sus preguntas mientras pueda continuar, pues eso me da más tiempo.

—Esa palabra, «Grellon», ¿qué significa?

—Es la lengua britana, monje —le digo—. Significa grey, como un rebaño, ya sabes. Es lo que la gente de Coed Cadw… y eso significa, bueno, es un poco más difícil, significa algo así como Bosque Guardián, como si el bosque fuera una fortaleza, que en cierto modo, lo es.

Grellon —murmura Odo mientras escribe la palabra, deletreando, una a una, todas las letras—. Coed Cadw.

—Como estaba diciendo, grellon es como la gente de Rhi Bran se llama a sí misma, ¿de acuerdo? ¿Podemos avanzar? —Al ver el gesto de asentimiento del hermano Odo, continúo…

Pues bien, Iwan envió a alguien a por la espada de Bran y me hicieron arrodillar sobre los rastrojos de cebada; y mientras las primeras gotas de lluvia empezaban a caer sobre mi cabeza, juré fidelidad a un nuevo señor, el rey exiliado de Elfael. No importaba que fuera un proscrito perseguido por todos y cada uno de los normandos del territorio; no importaba que tuviera menos en sus arcas que un gaitero errante; no importaba que pudieras recorrer su reino entero, a lo largo y a lo ancho, en menos que canta un gallo y acabar antes que él. No importaba nada de esto, ni tampoco que seguirlo significara poner mi vida en riesgo uniéndome a una banda de proscritos. En mi corazón, sabía que era lo correcto, aunque solo fuera para importunar a los rudos y prepotentes normandos y todas sus bárbaras y torpes maneras.

Oh, pero era más que eso. En mi alma, sentía que era lo correcto. Me parecía incluso, mientras repetía las palabras que atarían mi vida y mi destino al suyo, que había llegado por fin a casa. Y cuando tocó mi hombro con su espada y me hizo poner de pie, los ojos se me arrasaron de lágrimas. Aunque no había visto nunca antes ni a él ni el asentamiento del bosque, y no sabía nada de las gentes que se apiñaban a su alrededor, me sentí como si hubiera sido recibido por mi propio clan y mi propia familia. Y nada de lo que ha ocurrido desde entonces, en todas nuestras aventuras y desventuras, me ha hecho cambiar de opinión.

La lluvia empezó a arreciar y todos volvimos al poblado.

—Tu destreza es encomiable, William —dijo Bran mientras regresábamos juntos.

—Es casi tan bueno como tú —dijo la dama, situándose junto a él—. Debes admitirlo, Bran, tu hombre, William, es tan bueno con el arco como tú.

—Solo Will, si os place —dije entonces—. A mis ojos, William Rufus ha malmetido nuestro nombre común.

—¡Rufus! —Bran se echó a reír—. Nunca antes había oído que lo llamaran así.

—Pues es muy común en Inglaterra —respondí—. A menudo, el segundo hijo de Guillermo el Conquistador, ese majadero que ahora reina sobre todos nosotros, es llamado Rufus a sus espaldas por su llameante mata de pelo rojo y por su ardiente temperamento. Su despreciable hermano, el duque Robert, es llamado Curthose a causa de su afición a las túnicas cortas.

Pensar en aquellos nobles inútiles me hizo sentir apenado por Thane Aelred, quien como todos los hombres justos de su clase, había arriesgado mucho por Robert, el legítimo heredero al trono. ¡Ay! Robby Shortshift resultó ser tan poco fiable como una veleta, siempre moviéndose para aquí o para allá según marcara el más ligero soplo de viento favorable procedente de una u otra comarca. Aquel pobre cabeza hueca nunca pudo tomar una decisión y nunca se comprometió del todo con ninguna causa, ni se mantuvo firme una vez decidió. Era un ligero gorrión, pero se imaginaba que era un águila dorada. La pena de todo esto es que llevó a la ruina a muchos hombres buenos.

Sí, esa fue la única vez que llevó a alguien a alguna parte.

Por supuesto, William el Rojo se aferró al trono que había robado a su hermano, y se sirvió de la confusión creada por la sucesión —confusión que él mismo había causado, la verdad— para asirlo aún con más fuerza. Tras apoderarse de la real fábrica de moneda, se hizo coronar rey, se sentó en el trono y decretó que lo que en realidad había sido poco más que una disputa familiar en verdad había sido una sublevación, y todos los que habían apoyado a su triste hermano Robert fueron declarados traidores peligrosos. Se confiscaron tierras, se perdieron muchas vidas. Buenos hombres fueron desterrados y sus fincas agregadas a la Corona. Solo un pequeño grupo de afortunados aristos se salvaron de la quema.

—Hablando de nombres, ahora que os he dado el mío… —dije, volviéndome hacia la dama.

—Esta es lady Mérian —intervino Bran—. Ella es nuestra… —vaciló.

—Rehén —puntualizó ella rápidamente. Por el modo en que pronunció la palabra, con tanto desprecio, pude deducir que había un asunto espinoso entre ellos.

—Invitada —corrigió Bran con prontitud—. Parece que vamos a disfrutar del placer de su compañía algún tiempo más.

—Fija un rescate por mí —dijo fríamente—. O libérame y tu problema se acabará, mi señor.

Él ignoró la pulla.

—Lady Mérian es la hija del rey Cadwgan, de Eiwas, el cantref vecino, al sur.

—Bran me retiene contra mi voluntad —añadió ella—. Y se niega a poner precio a mi liberación aunque sabe que mi padre pagaría oro y plata, y sabe Dios que estas gentes bien podrían usarla.

—Oh, nos las arreglamos —respondió Bran amigablemente.

—Perdonad mi curiosidad —dije, metiendo el dedo en la llaga—, pero si su padre está tan solo, en el cantref vecino, ¿por qué no envía una hueste para llevársela por la fuerza? —Levanté la mano hacia la pequeña e improvisada villa a la que estábamos entrando justo entonces—. Quiero decir, con lo formidable que es esta fortaleza, no costaría mucho tomarla.

—Mi padre no sabe dónde estoy —me informó Mérian—. Y en cualquier caso, es culpa del barón. No estaría aquí si no hubiera intentado matar a Bran.

—¿El barón De Braose? —pregunté.

—No. —Negó con la cabeza agitando sus largos rizos—. El barón Neufmarché: es el señor de mi padre. Bran me tomó como prisionera cuando el barón lo traicionó.

—Es algo complicado —terció Bran con una sonrisa compungida.

—No —lo contradijo Mérian—, es la simplicidad misma. Todo lo que has de hacer es enviar un mensaje a mi padre y la plata será tuya.

—Cuando sea la hora, Mérian, lo haré. Puedes estar segura. Lo haré.

—Eso es lo que siempre dices —lo cortó—. Siempre dice eso. Ha pasado un año más, y todavía está diciéndolo —dijo, dirigiéndose a mí.

Por el modo en que hablaban cualquiera hubiera pensado que estaban casados y que aireaban un rencor alimentado por largos años de convivencia. Había cierta hostilidad en ello, y, en cambio, percibí cierta compostura e incluso una especie de antiguo respeto. Habían tenido esta discusión tan a menudo, supongo, que la ira se había disipado hacía tiempo y les había quedado el calor del afecto genuino.

—Perdonadme por la pregunta, pero ¿por qué estaba intentando mataros el barón, milord?

—Porque quiere Elfael —dijo Iwan, apareciendo tras de mí—. Ningún usurpador franco podrá estar seguro en el trono mientras Bran esté vivo.

—Elfael es un buen lugar en el que situarse si estás intentando conquistar todo Cymru —explicó Bran—. Puede que Elfael sea pequeño, pero es un botín que tanto De Braose como Neufmarché quieren poseer. De Braose es quien lo tiene ahora, pero eso podría cambiar.

—Sí —dijo Iwan con firmeza—. Pronto cambiará.

En esto, empecé a ver la razón de la desesperada necesidad que los había llevado a esconderse. Lo mismo que había ocurrido en Inglaterra sucedía en Gales. Los galeses se enfrentaban ahora a lo que los sajones de Inglaterra habían sufrido una generación atrás; la diferencia era que ahora los normandos eran bastante más numerosos, estaban mejor pertrechados, más afianzados en el territorio y eran más poderosos que antes. Incansables, industriosos y tan decididos como uno pueda imaginar, los señores normandos habían metido sus largos y codiciosos dedos en todos los rincones y recovecos de la isla de los Poderosos. Son implacables, buscando y apoderándose constantemente de aquello que quieren y, con la misma frecuencia, destruyendo el resto. Y ahora habían puesto su atención en las tierras de más allá de la Marca.

No habría dado un higo por las oportunidades de Gales de sobrevivir al ataque. Inglaterra, con toda su fuerza, con su multitudinario ejército y el valiente rey Harry guiando a los mejores guerreros que la tierra ha visto, no pudo resistir la terrible maquinaria de guerra normanda. ¿Qué esperanza podía albergar la pequeña y orgullosa Gales?

Pues bien. Insensato como soy, había unido mi destino al suyo, cambiando la libertad del camino y la vida errante de alguien que trabaja en toda clase de cosas por una muerte cierta en una lucha que nunca podríamos ganar.

Bueno, así es Will Scarlet: gafado de principio a fin. Oh, pero no derrames lágrimas por él; mientras duró, disfrutó de lo lindo.

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