Scarlet

Scarlet


Los turbulentos tiempos de William Scatlocke

Página 48 de 49

Los turbulentos tiempos de William Scatlocke

En nuestro tiempo, en el que las fronteras se modifican y las alianzas cambian, hay migraciones y desplazamientos forzados, recelos y enfrentamientos religiosos, no es difícil imaginar el conflicto de Will Scatlocke, que debido a la situación política del siglo XI, se vio convertido, de un día para otro, en un refugiado sin hogar. Un día era un miembro respetado de una sociedad unida, antigua como las colinas y tan arraigada como los robledos que la rodeaban… y al siguiente era un vagabundo errante en busca de una comunidad y de la protección de un líder fuerte. Entonces, como ahora, un modo de vida tradicional podía verse destrozado en cuestión de días, roto tan brutalmente que la reparación no era posible, sino que había que buscar algo completamente distinto.

Para Will y sus compatriotas, la devastación y la destrucción normanda no acabó cuando el desventurado rey Harold de Inglaterra murió en el campo de batalla de Hastings, en el otoño de 1066. Ese fue solo el principio de lo que sería un cataclismo que perduraría durante varias generaciones y lo cambiaría todo. Bajo el reinado de Guillermo el Conquistador y su pelirrojo hijo, William II (William el Rojo o Rufus, como se le solía llamar) las estructuras que durante siglos habían sustentado la vida de la población, en gran parte sajona, de Inglaterra fueron asaltadas sin piedad. El intrincado sistema que ataba a señor y vasallo en una cadena fuertemente entrelazada de mutua lealtad, apoyo y protección que los sajones habían perfeccionado, se rompió, llevando a la nación, hasta entonces bien ordenada, a sumirse en la confusión. Los nuevos gobernantes del reino trajeron nuevas y extrañas leyes a aquella tierra. Una de las más odiadas fue la conocida como Ley del Bosque: un conjunto de códigos legales bastante cuestionables que se decretaron únicamente para el beneficio del monarca y sus amiguetes, y que no se limitaba a los «bosques», tal y como nosotros entendemos la palabra (áreas de vegetación densa) sino que abarcaba grandes extensiones de prados, marisma y páramo. Pueblos enteros fueron devastados y quemados hasta los cimientos, a veces porque el asentamiento ocupaba la tierra del rey o porque los miembros de su corte lo habían identificado como un excelente terreno para la caza. Otras veces la destrucción se infligía como castigo por una infracción —como la rebelión o la traición— del señor local. En todos los casos, las nuevas tierras se confiscaban y se declaraban posesión real y como un coto especial que pertenecía al rey, quien solía entregar estos vastos terrenos al gobierno y la protección de un administrador de la Corona (shire reeve o sheriff), su representante personal en la escena. Semejantes derechos sobre lo que antes habían sido tierras comunes y el medio de vida de muchos —en las que se podía cazar, reunirse, apacentar, cortar leña y otros muchos usos— supuso un sismo en el orden social establecido.

De repente, era un crimen muy serio entrar en las tierras reales, y la desventurada víctima a la que se encontrara dentro del recinto regio se arriesgaba a perder una mano o un ojo en el mejor de los casos, y en el peor, a ser ahorcada.

Así llegaron los normandos, cayendo sobre la tierra como una manada de lobos sobre un pacífico rebaño. Aunque no había cometido ningún crimen, Will —y otros tantos como él— se vieron expulsados de sus hogares por los autoritarios señores feudales que desplazaron a sus amos y se quedaron con sus tierras, dejando a la gente llana —granjeros, artesanos, campesinos— dependiendo de sus escasos medios. Y si hoy en día no es extraño oír que el hombre que está llevándote en el taxi era un cardiólogo en su país de origen, o que la señora que limpia las oficinas era una profesora universitaria antes de que tuviera que abandonar su tierra natal…, tampoco era extraño en los tiempos de Will Scarlet encontrarse con vagabundos, ladrones y proscritos que habían sido anteriormente miembros respetados de sus comunidades tradicionales y ahora reducidos a nada por los invasores. Y a pesar de los rigores de la Ley del Bosque, muchos vieron en la espesura un refugio, en su ardiente esperanza de encontrar comida y refugio en la maleza.

Y si eso no era bastante en lo concerniente a la parte seglar, el reino espiritual estaba sufriendo su propio choque de culturas. Aunque los asuntos de la Iglesia eran propiedad de una élite educada y de la aristocracia, los problemas en la cima de la escala social afectaban a quienes estaban situados en escalones inferiores, y muy severamente. A los que vivimos en países «cristianos» y hace ya mucho tiempo que somos poscristianos, quizá nos cueste apreciar la pasión levantada por los cambios introducidos en la Iglesia por los invasores normandos. Pero solo hace falta que miremos a la confusión resultante del conflicto entre poderes religiosos en ciertas partes del mundo para apreciar cuán violentas pueden llegar a ser estas luchas. La devastación y el derramamiento de sangre son claramente visibles para todos, y difícilmente es necesario mencionarlo a cualquiera que vea la CNN o Al Jazeera. Pero vale pena señalar que en mundo medieval, en el que la enfermedad y la muerte eran lúgubres y constantes compañeras y la tumba un pronóstico muy probable, ya se padeciera dolor de muelas o la peste, la Iglesia, con su promesa de salvación eterna, era la única esperanza y el último santuario para aquellos que vivían bajo sus alas protectoras; virtualmente, todos los hombres, mujeres y niños que vivían en aquel entonces.

Así, si unos cambios relativamente menores —como reemplazar a los amigables clérigos sajones, que hablaban en inglés, por sus camaradas normandos, más autoritarios— fueron capaces de causar estragos espirituales y temporales a los nativos, ¿qué no ocurriría con los grandes retos del momento, como la aparición de dos papas? Esta coyuntura en particular ocurrió durante el reinado de William II, y las olas de aquella conmoción se extendieron a lo largo y ancho de Europa. El papa Clemente en Roma, y el papa Urbano, en Francia, se disputaron la supremacía de la Santa, Católica y Apostólica Iglesia, y excomulgaron a los partidarios de las facciones opuestas. Reyes y príncipes, duques y barones, cardenales y arzobispos, todos eligieron su bando y se alinearon bajo el estandarte de su candidato favorito. El resultado de las decisiones tomadas por los nobles y poderosos en el enrarecido aire de las cortes probó ser desastroso para aquellos que estaban a un nivel más bajo en la medida en que la contienda descendía hacia la violencia física: las casas fueron saqueadas, los comercios incendiados, las calles estallaron en revueltas entre facciones rivales, y muchas vidas se perdieron.

Pero no todo fue oscuro y tormentoso, y aquí y allá unos pequeños y débiles rayos de luz asomaron. Pues aunque la Iglesia estaba dominada por los ricos y los poderosos, hombres con conexiones aristocráticas cuyo compromiso con los principios fundamentales del cristianismo no siempre eran evidentes, también existió un elemento contracultural que se encontraba en gente como fray Tuck, humildes siervos de la fe que se abstuvieron de la riqueza, vivieron de pequeñas donaciones y ayudaron a abrir el camino para el posterior, ampliamente popular y enormemente necesario movimiento franciscano.

Will Scatlocke fue, pues, un hombre de su tiempo. Habiéndosele negado su tradicional modo de vida, con poco o nada que perder, lo apostó todo uniéndose a Bran y su clan de proscritos, que luchaban por los derechos y la justicia de los que no tenían poder para protegerse de los abusos de unos invasores voraces. En el último libro de la Trilogía del Rey Cuervo, fray Tuck —ese sencillo fraile mendicante— tendrá el protagonismo en el conflicto cada vez más intenso entre los intereses galeses y los normandos, que alcanzará su emocionante conclusión.

Ha sido gratificante oír a mis lectores decir que están ansiosos por leer el tercer volumen y que quieren saber cuándo aparecerá la próxima entrega. En general, cuesta bastante más escribir un libro que leerlo —lo que siempre es un problema—, y en este punto debo pediros que seáis indulgentes, pues la redacción y la publicación de Tuck, el tercer volumen de la trilogía, se verá retrasada a causa de una seria enfermedad. Gracias a la recuperación de mi salud y mis fuerzas, ya estoy trabajando en la conclusión de la serie, y os agradezco vuestra paciencia y comprensión.

Ir a la siguiente página

Report Page