Scarlet

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Capítulo 12

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Capítulo 12

Recogí la escala tan rápido como pude y me recosté en la rama más grande para esperar. En un periquete los hombres del sheriff irrumpieron en el claro que acabábamos de dejar. Seguir nuestro rastro unos pocos pasos los llevó a la base del roble, donde nuestras huellas resultaban ligeramente confusas. Aunque ya no podía ver lo que ocurría abajo y no era tan idiota como para arriesgarme a mirar, me pude imaginar perfectamente lo que estaban viendo: las huellas claras de dos hombres huyendo fijadas en la densa nieve virgen, y luego… uno de los dos pares desvaneciéndose.

Solo un rastro solitario continuaba, y no tardaron en darse cuenta de ello.

Se pararon a recuperar el resuello justo bajo mi escondite. Podía oírlos jadear aceleradamente mientras estaban allí debajo, buscando, intentando descubrir adónde había ido a parar el segundo par de huellas. Uno de ellos murmuró algo en francés, algo sobre la inutilidad de atrapar cualquier cosa en aquel maldito bosque. Y entonces otra voz gritó desde el camino y volvieron a ponerse en marcha. Desde mi mirador vislumbré fugazmente a tres soldados ataviados con capas oscuras, apenas visibles en aquel anochecer de invierno.

Sin lugar a dudas, se resistían a regresar ante el sheriff conlas manos vacías, y viendo un único par de pisadas alejándose, no tenían más opción que seguirlas. Así, jadeando y maldiciendo, acabaron retomando la persecución. Cuando se fueron, me instalé de un modo más seguro en la rama a esperar cualquier cosa que pudiera pasar después. La noche no era muy cálida, ni mi capa estaba muy seca; cruzando los brazos sobre el pecho para conservar el calor, recé a san Cristóbal para que no se diera el caso de que no encontraran mi cadáver helado hasta pasada la Navidad.

El crepúsculo se adensaba, convirtiéndose en noche, y el viento se hacía más cortante, empujando ráfagas cargadas de nieve. Me arropé bien con la capa, y aún no había acabado de cerrar los ojos bajo la capucha cuando oí un ruido de ramas partiéndose proveniente de los árboles cercanos, como si algo grande se estuviera moviendo entre el ramaje. Mi primer pensamiento fue que todo aquel galimatías había despertado a un oso o un gato montés que debía de estar durmiendo en la copa de un árbol. Mirando detenidamente a mi alrededor, Dios me bendiga, no vi otra cosa más que una enorme forma oscura dirigiéndose hacia mí, recorriendo la misma rama que yo había escogido para refugiarme.

Aquella cosa se acercaba.

—¡Atrás! —murmuré, tanteando bajo mi capa en busca de un cuchillo.

—Shhhhh —me respondió en un susurro—. Conseguirás que vuelvan.

—¿Bran?

—¿Quién, si no? —rio suavemente—. Santo cielo, Will, parece que estás a punto de echar volar.

—Pensaba que erais un oso —le dije.

—Sígueme —respondió, mientras daba media vuelta—. Volverán pronto y será mejor que no estemos aquí.

Tambaleándome sobre la rama, avancé tras él, deslizando cautelosamente mis inseguros pies mientras trepaba a una rama que estaba más arriba. Esta se estrechaba conforme me alejaba del tronco, pero en el lugar en que hubiera empezado a doblarse bajo nuestro peso, descubrí otra sólida rama que había sido amarrada en aquel punto para formar un puente, o algo así, a través del que se pudieran salvar los huecos entre los árboles. Este improvisado puente se extendía justo por encima del camino, uniendo a los dos robles.

¡Y eso no era todo! No menos de cuatro árboles estaban unidos de ese modo como si fuera un alocado corredor que usaran las ardillas entre las copas de los árboles. Seguimos nuestro camino a lo largo de esa extraña pasarela hasta que llegamos a otra escala de cuerda y así, finalmente, descendimos sobre un sendero completamente distinto.

—Sabías que nos perseguirían —dije en el momento en que volví a poner el pie sobre el suelo firme.

—Sí —respondió—. El Rey Cuervo pude ver todas las cosas presentes y las que están por venir.

—¡Por san Pedro y san Pablo sobre una mula, Bran! —solté, con un grito sofocado—. Entonces debes de haber visto al sheriff y…

—Haya paz, Will —dijo, riéndose de su broma—. Puede que de vez en cuando Angharad quizá esté bendecida con ese don, pero yo no.

—¿No? —inquirí, no del todo seguro.

—Escúchate —dijo—. No hace falta tener una segunda visión para saber que si alzas las armas contra una compañía de caballeros normandos, pronto estarás corriendo para salvar tu vida.

—Es verdad —reconocí, sintiéndome estúpido por haber picado tan fácilmente—. Eso es un hecho, está claro. Con todo, fue inteligente y un buen golpe de suerte que te persiguieran por el camino que querías.

—No del todo —afirmó, empezando a ponerse en marcha—. Les guie. De un modo u otro, no importa. Hemos estado trabajando todo el verano preparando esos trucos. Hay escaleras y pasarelas repartidas por todo el bosque, y especialmente a lo largo del Camino del Rey.

—Pasarelas —repetí, paladeando la palabra. Me apresuré tras él.

—Escalas y ramas y cosas así —explicó—. Resulta más fácil escaparse si puedes moverte de árbol a árbol.

—Estoy de acuerdo. Pero ¿los normandos nunca os ven?

—Los francos solo ven el mundo desde el lomo de un caballo —declaró Bran—. Raramente desmontan, incluso en el bosque cerrado, y casi nunca miran arriba. —Negó con la cabeza otra vez—. Debería haberte dicho todo esto, pero he de confesar que no lo hice para ver la cara que ponías la primera vez que los usáramos.

Esta revelación hizo que me detuviera —Espero haberos proporcionado una buena diversión, milord —dije con una punzada de resquemor en la voz—. Me encanta asombrar a mis superiores.

—Oh, no te lo tomes así, Will. Nadie ha salido herido.

—Pensé que erais un oso, lo pensé.

Se rio.

—Vamos, Iwan y Siarles estarán preguntándose qué ha sido de nosotros. —Se apresuró a lo largo del oscuro sendero, e hice todo lo que pude para seguirle el paso. Sus largas piernas lo llevaban a grandes trancos; y su vista, incluso en la oscuridad, lo conducía, sin error alguno, por el camino que ya no se veía. Me esforcé por no perderlo, siguiendo sus huellas, intentando evitar las ramas y brotes que azotaban mi rostro. Al cabo de un rato, Bran aminoró el paso; allí los árboles estaban más juntos, el bosque era más denso y la nieve del camino menos espesa. Avanzamos con mucha más facilidad hasta que llegamos a un lugar alejado del camino por el que habíamos venido y del punto donde habíamos visto por última vez a los hombres del sheriff.

Bran se detuvo y alzó la mano para darme el alto. Dudó, y entonces oí la voz de Iwan murmurando algo, y Bran se apartó del sendero y se deslizó hacia un pequeño y acogedor claro que había sido abierto en el denso sotobosque que estaba junto al camino. Un fuego ardía, brillante, en el centro de aquella marquesina, y junto a Iwan y Siarles había cinco miembros de la grellon apiñados junto a las llamas. Todos ellos se levantaron cuando Bran atravesó la maleza y le dieron la bienvenida. Nos hicieron sitio al lado del fuego, pero antes de que Bran se sentara, habló personalmente con cada uno de ellos, diciéndoles cuán complacido estaba por los logros de aquel día.

Además de los tres hombres había dos mujeres de Cél Craidd. Habían preparado pasteles de cebada y un poco de cerveza caliente para ayudar a quitarnos el frío de los huesos, así que mientras Bran hablaba con los otros, me senté y pronto mis ateridos dedos sostuvieron una humeante jarra.

—Nos estábamos empezando a preocupar —dijo Siarles, situándose a mi lado—. Debería de haber sabido que habría problemas.

—Un poco —confesé—. Apareció el sheriff y se le metió en la cabeza que algunos de sus hombres podrían perseguirnos un rato por el bosque.

—¿El sheriff? ¿Estás seguro?

—Oh sí, el mismísimo sheriff. Lo desafié e intentó convencerme de que me entregara para que me ahorcara. —Bebí un trago de mi cerveza caliente—. Aunque era tentador, decliné la oferta y le hice una por mi cuenta. Decoré su hermosa capa con puntas de flecha.

Siarles me contempló bajo la luz de las llamas con una mirada próxima al aprecio.

—¿Lo mataste, pues?

—Le apunté, pero no llegué a dispararle.

—Maldita sea, ¿por qué no?

—El Rey Cuervo me lo impidió —respondí—. Apareció justo cuando estaba a punto de soltar la flecha, y hemos estado huyendo desde entonces. Y ahora que lo pienso, ¿por qué nadie me habló de las escalas y las pasarelas?

Siarles sonrió al oírme —Oh eso. Bueno, eso es un secreto que nos gusta mantener entre nosotros siempre que sea posible. La vida de un hombre puede depender de él.

—Como la mía esta misma noche. Me hubiera alegrado infinitamente saber que no estaba a punto de acabar mis días con una lanza normanda clavada en la espalda.

—Bueno, pues ahora ya lo sabes.

—Sí, ahora lo sé —reconocí—. Os agradeceré que uno de estos días me mostréis el resto de caminos que han sido preparados de este modo y qué árboles.

—Robles —respondió Siarles, cogiéndome la jarra y bebiendo un sorbo.

—Robles —repetí, volviendo a hacerme con la jarra.

—Siempre son robles —confirmó Iwan—. Busca hiedra trepadora. En cuanto a los caminos, te los mostraremos la próxima vez que salgamos. Pero, por ahora, tardaremos un poco. Dejaremos que el camino se enfríe.

—Ya está bastante frío ahora —dije, arreando un buen trago—. Si la nieve continúa cayendo así, por la mañana no habrá quien pueda decir que por aquí ha pasado alguien, en absoluto.

Iwan asintió y de golpe se levantó.

—Nóinina —llamó—. Una capa seca aquí, para nuestro hombre.

Una de las mujeres se apartó del fuego y sacó un hatillo de un cesto de mimbre que habían traído. Rodeó el círculo que formábamos junto al fuego hasta llegar donde yo estaba sentado, desató el hatillo y sacó una capa limpia y seca.

—Oooh —murmuró gentilmente—. Deja que te quite esa cosa mojada antes de que te de algo.

Inclinándose sobre mí, desató hábilmente las lazadas y me quitó la prenda mojada. El aire helado impactó en mis ropas empapadas y empecé a tiritar. Extendió la capa seca sobre mis hombros y empezó a frotarme la espalda con las manos para que entrara en calor.

—Bueno —dijo ella—, pronto estarás seco y caliente.

—Muchas gracias —declaré, estirando el cuello para verla mejor. Era la mujer que había llegado a Cél Craidd tras haber sido rescatada de los francos. Resulta que había ayudado a construir una cabaña para ella y su hijita.

—Nóinina, ¿verdad? —Aunque sabía con toda seguridad que ese era su nombre.

—Sí, soy yo. —Me regaló una bonita sonrisa y me di cuenta de que era una mujer verdaderamente encantadora. No sé si fue por el calor del fuego tras un largo y frío día, o quizá fue por alguna otra razón, pero justo entonces sentí cierto calorcillo brotando en mi interior—: A ti te llaman Will.

—Ese soy yo.

Se acercó, mirándome, mientras yo estaba sentado con mi jarra sobre las rodillas.

—Ayudé a construir la cabaña para ti y la pequeñina —dije.

—Lo sé —volvió a sonreír y se levantó—. Por eso voy a darte un pastel de cebada.

Regresó poco después, con un jarro de cerveza caliente y un pastel de cebada recién sacado del fuego.

—Tómate esto y veremos si ahora entras en calor.

—Ya me siento mejor —le dije—. Mucho mejor.

No duró mucho. Tan pronto como tomamos un bocado y bebimos nuestras copas, Iwan apagó el fuego y nos fuimos. Ah, pero aún nos quedaba una larga y lenta caminata bajo la nieve, que caía intensamente, de vuelta a nuestro pueblo. Intentamos andar sobre las pisadas de los otros en la medida de lo posible, para no remover demasiado la nieve, pero era tedioso y difícil. Estábamos muy cansados cuando alcanzamos Cél Craidd y la noche ya estaba bien avanzada. Aun así, nuestras gentes habían preparado un enorme y crepitante fuego y nos estaban esperando con comida y bebida caliente. Nos recibieron con una gran ovación cuando los primeros salieron del seto y se deslizaron por el talud.

Bueno, nuestra tribulaciones se olvidaron bien pronto, y todos nos reunimos alrededor del fuego para celebrar nuestra victoria. Aún había que hacer un par de cosas; los bueyes y las carretas estaban a resguardo por aquella noche, pero habría que descargar los remolques y los bueyes necesitarían atención antes de que pasara otro día.

Nuestro trabajo estaba lejos de estar acabado. Aun así, las preocupaciones de mañana podían dejarse un poco de lado; esta noche íbamos a celebrarlo.

Los ánimos eran alegres. Habíamos luchado contra los francos y les habíamos asestado un golpe que tardarían en olvidar. Tan pronto como ocupamos nuestros sitios junto al fuego, nos encontramos con copas en las manos y brochetas de carne para asar. Hicimos el primero de muchos brindis a la salud de todos y me sorprendí al encontrarme de nuevo junto a la viuda.

—Hola de nuevo, Nóinina —dije con mi torpe lengua medio sajona, intentando reproducir el acento que ella le había dado—. Una buena noche que acaba bien a pesar de la nieve.

—Llámame Nóin —dijo, y señalando mi jarra con un ligero movimiento de su cabeza preguntó—: ¿Tu jarra es lo bastante grande para dos?

—Lo bastante grande —respondí, y se la pasé.

Se la acercó a los labios y bebió con avidez, limpiándose la boca con el dorso de la mano mientras me devolvía la jarra.

—¡Ah!, ahora sí es como debería ser: una cerveza buena y fuerte, con un delicioso sabor. —Se acercó y, con los labios curvados en dulce mohín, añadió—: Justo como nuestro hombre, que tenemos aquí.

¡Madre mía! Hacía mucho tiempo desde la última vez que una mujer me había hablado así, con tal sensualidad en la voz. El corazón casi se me salió por la garganta y tuve que mirarla otra vez para estar seguro de que estaba hablando del viejo Will Scarlet. Me hizo un guiño, sonriéndome, y supe que mi fortuna acababa de mejorar sin explicación ninguna.

—No te vayas —dijo, y, de un salto, se puso en pie.

—Te guardaré un sitio aquí mismo —le afirmé.

Volvió con otra jarra y dos brochetas más de carne para asarlas en el fuego. Nos volvimos a aposentar para compartir un bocado y una copa y ver caer la nieve mientras la carne se asaba. ¡Dulces barbas de san Pedro! Las llamas que calentaban mi rostro no eran nada comparadas con la calidez de aquella joven que estaba a mi lado. Una inesperada felicidad me embargó, y a mi corazón le salieron alas y alzó el vuelo en un cielo de invierno tachonado de estrellas.

Estaba a punto de preguntarle cómo había acabado en el bosque, cuando lord Bran alzó su jarra y pidió a los que rodeábamos el fuego que guardáramos silencio.

—Brindo a la salud del Rey Cuervo y su poderosas grellon, que esta noche han arrancado una pluma de la cola de ese viejo ganso de De Braose!

—¡Por el Rey Cuervo y su grellon! —coreamos todos a grito pelado, alzando nuestras jarras.

Cuando acabamos de beber y rellenamos nuestras jarras, Bran volvió a proclamar:

—¡Brindo a la salud de los hombres cuyo valor y fortaleza han hecho que el sheriff y sus tropas estén rechinando los dientes de rabia esta noche!

Saludamos aquel brindis y bebimos del mismo modo, engullendo un buen trago al pensar en el sheriff y en el conde, resentidos por el golpe que les habíamos asestado.

—Ahora escuchad —gritó Bran cuando acabamos—. Este brindis es por nuestro buen Will Scarlet, a quien no le importó ponerse en peligro y libró a un pobre hombre de las garras del sheriff. Gracias a Will, la familia de ese hombre comerá esta noche, y él estará con ellos. —Levantando la jarra añadió—: ¡Por Will, un hombre tan arrojado como el Rey Cuervo!

El grito se extendió y todos alzaron sus jarras por mí. Ah, fue una gran cosa ser aclamado de ese modo. Y justo para hacer ese momento aún más memorable, mientras el rey y toda su gente bebían a mi salud, sentí que Nóin deslizaba su mano en la mía y me daba un apretón. Solo ligeramente, creo, pero sentí el hormigueo hasta en los dedos de mis pies.

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