Scarlet

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Capítulo 13

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Capítulo 13

EIWAS

El camino hacia Gales parecía, de algún modo, inacabable. Aunque apenas habían pasado unos días desde que abandonara su castillo en el corazón de Inglaterra, Bernard Neufmarché, barón de Hereford y Gloucester, siempre sentía como si hubiera atravesado medio mundo cuando llegaba a las tierras de su vasallo, lord Cadwgan, en el cantref galés de Eiwas. El entorno era sombrío y extrañamente hostil, con oscuros refugios en los bosques, estanques secretos y ríos solitarios. El barón pensó en las apretadas colinas y en los recónditos valles de Gales, misteriosos y algo más que amenazadores, sobre todo en invierno.

No era solo el paisaje lo que encontraba inquietante. Desde que había vencido a Rhys ap Tewdwr, un amado rey y líder de la resistencia del sur de Gales, la tierra más allá de la Marca se había tornado, definitivamente, enemiga. Los antiguos amigos eran ahora hostiles y los antiguos enemigos implacables. Que así fuera. Si ese era el precio del progreso, estaba dispuesto a pagarlo. No obstante, ahora, el barón hacía sus giras con menor frecuencia, y donde una vez había disfrutado de tranquilas cabalgatas para visitar a sus lores vasallos, en estos días no podía poner el pie en la región si no iba acompañado de una escolta de caballeros y hombres de armas.

Así pues, estaba rodeado por una escolta fuerte y bien armada. No es que esperara problemas por parte de Cadwgan —a pesar de sus diferencias, los dos siempre se habían llevado bastante bien—, pero le habían llegado informes sobre rebeldes errantes que causaban problemas, y eso significaba que incluso los viejos amigos debían ser tratados con precaución.

—¡Evereux! —gritó el barón cuando divisaron Caer Rhodl, situado en la cima de un promontorio rocoso—. Detén a los hombres justo ahí. —Señaló un afloramiento de piedra junto al camino, a poca distancia de la empalizada de madera de la fortaleza de Cadwgan—. Tú y yo seguiremos juntos.

El alguacil transmitió a las tropas las órdenes del barón y al llegar al lugar señalado los soldados pararon y desmontaron. El barón continuó hasta la puerta de la fortaleza donde, como esperaba, fue recibido con prontitud y cortesía, si bien con cierta frialdad.

—Mi señor será informado de vuestra llegada —dijo el mayordomo—. Por favor, esperad en el salón.

—Por supuesto —respondió el barón—. Transmite mis saludos a tu señor.

La casa del rey galés no era muy grande y Neufmarché había estado allí muchas veces. Avanzó hacia el salón, donde él y su alguacil tuvieron que esperar más de lo que el barón consideraba hospitalario.

—Esto es un insulto —señaló Evereux—. ¿Queréis que vaya a buscar a ese viejo idiota y lo traiga a rastras de la nariz?

—Hemos llegado sin avisar —respondió el barón tranquilamente, aunque también percibía aquel sutil desaire—. Esperaremos.

Permanecieron en el salón, solos, cada vez más frustrados, hasta que finalmente se oyó el rumor de unos pasos arrastrándose en la entrada. Al barón le llevó unos instantes darse cuenta de que lord Cadwgan había, de hecho, aparecido. Demacrado y con las mejillas hundidas, una espantosa sombra se cernía sobre su rostro; sus ropas colgaban de lo que una vez había sido un cuerpo robusto como si estuviera colgada de un perchero; su piel lucía una palidez enfermiza que reveló al barón que su vasallo no se había aventurado al exterior desde hacía semanas o quizá incluso meses.

—Milord barón —lo saludó Cadwgan con la voz suave y lánguida propia que se usa en la habitación de un enfermo—. Me alegra que hayáis venido.

Su comportamiento parecía sugerir que imaginaba ser él quien había convocado al barón en su casa. Neufmarché pasó por alto aquella inoportuna observación, incluso ignoró la evidente decadencia del aspecto de Cadwgan.

—¡Hermoso día! —afirmó el barón, con la voz un poco forzada y excesivamente alta—. Pensé que podríamos dar un paseo por vuestras tierras.

—Por supuesto —concedió el barón—. Quizá después de que hayamos tomado un pequeño refrigerio mi hijo podría acompañaros.

—Pensé que vendríais conmigo —apuntó el barón—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que cabalgamos juntos.

—Me temo que yo no sería la mejor compañía —repuso Cadwgan—. Le diré a Garran que ensille un caballo.

No queriendo insistir más en este asunto, el barón cambió de tema.

—¿Cómo está vuestra esposa? —Al ver que el rey no conseguía captar el significado, añadió—: La reina Anora, ¿está bien?

—Sí, sí, bastante bien. —Cadwgan miró a su alrededor, como si la buscara, pensando encontrarla sentada en una de las esquinas—. ¿Queréis que vayan a buscarla?

—Esperad. No hay necesidad de molestarla ahora.

—Por supuesto, sir. —El rey galés guardó silencio, contempló al barón y luego a Evereux. Finalmente dijo—: ¿Algo más?

—Ibais a llamar a vuestro hijo, creo —respondió Neufmarché.

—¿Iba a hacerlo? Muy bien, así lo haré si queréis verle.

Sin mediar palabra, el rey dio media vuelta y se fue, caminando lentamente.

—Este hombre está enfermo —señaló el alguacil—: O eso, o está senil.

—Obviamente —replicó el barón—. Pero ha sido un aliado útil y lo trataremos con respeto.

—Como digáis —acató Evereux—. De todos modos, no estaría mal pensar en la sucesión. ¿El hijo es leal?

—Bastante leal —respondió el barón—. Es un junco joven y flexible, podemos doblegarlo a nuestra voluntad.

Poco después, el joven príncipe se unió a ellos y con gélida cortesía accedió a cabalgar con el barón en una gira por Eiwas. El barón habló cordialmente de esto y aquello mientras cabalgaban; a cambio, solo recibió el mínimo que la educación exige. Al llegar a un riachuelo, en el fondo del valle, el barón paró en seco a su montura.

—Sabéis que no necesitamos ser enemigos —dijo—. Por lo que he visto hoy, con vuestro padre, me parece que pronto estaréis jurándome pleitesía. Seamos amigos desde el principio.

Garran dio media vuelta y retrocedió al otro lado del río.

—¿Qué queréis de mí, Neufmarché? ¿No es bastante poseer nuestras tierras? ¿Queréis también poseer nuestras almas?

—Contén tu lengua, mi señor príncipe —gruñó Evereux—. Mal acomoda a un futuro rey hablar a su señor feudal de un modo tan grosero.

El príncipe abrió la boca como si fuera a rebatir esa observación, pero lo pensó mejor y, en vez de eso, se quedó mirando fijamente al alguacil.

—Vuestro padre no está bien —dijo simplemente el barón—. ¿Habéis mandado llamar a un médico?

Garran frunció el ceño y miró hacia otro lado.

—Uno de los que tenemos.

—Os enviaré el mío —se ofreció el barón.

—Os lo agradezco, mi señor —respondió secamente el príncipe—. Pero no servirá de nada. Se consume por Mérian.

—Mérian —susurró el barón, como si estuviera buscando entre sus recuerdos el rostro que acompañaba a ese nombre. Oh, pero no había pasado ni un solo día desde su primer encuentro hasta ahora en el que no pensara en ella con agudos y persistentes reproches.

La hermosa Mérian, arrebatada de sus mismísimos brazos. Cómo desearía desdecir la orden que había sellado su destino. Un intento torpe y mal aconsejado de capturar al renegado galés, Bran ap Brychan, había acabado con el joven diablo tomando a la dama como rehén para conseguir escapar del campamento del barón. Neufmarché la había perdido junto con cualquier oportunidad que hubiera podido tener de que la joven lo amara.

Considerando el pensativo silencio del barón de un modo bien distinto, el príncipe Garran continuó:

—El rey cree que está muerta. Y supongo que lo está, o a estas alturas sabríamos algo de ella.

—¿No sabéis nada? ¿Nadie ha exigido un rescate? ¿Nada? —preguntó el barón. Sus propios esfuerzos para encontrarla habían carecido de éxito alguno.

—Ni una palabra —confirmó Garran—. Siempre supimos que Bran era un canalla, pero esto no tiene sentido. Si solo quería dinero podía haberlo conseguido hace mucho tiempo. Mi padre hubiera accedido a cualquier petición, tal y como él sabe perfectamente. —El joven negó con la cabeza—. Supongo que mi padre tiene razón. Debe de estar muerta. Solo espero que Bran ap Brychan sea también pasto de los gusanos.

Tras el secuestro de Mérian, el barón, muy apenado, había informado del incidente a la familia de Mérian, echándole toda la culpa a Bran y sin mencionar el considerable papel que él había jugado en todo el asunto. Todo lo que sabían era lo que el barón les había dicho entonces: que un hombre, al que se creía Bran ap Brychan, había llegado al campamento pidiendo hablar con el barón, que estaba en un consejo con sus vasallos ingleses. Cuando las demandas de Bran fueron denegadas, se había violentado y atacado a los caballeros del barón, que habían rechazado su ataque. Para evitar que lo mataran, el cobarde rebelde había capturado a la joven y se la había llevado; los caballeros del barón los habían alcanzado, y hubo una refriega en la que varios caballeros perdieron la vida. Lo más seguro era que los fugitivos hubieran sido heridos en la escaramuza, pero se desconocía su fortuna, pues habían huido hacia las colinas llevándose a lady Mérian con ellos.

—Su pérdida ha hecho que el corazón de mi padre enferme —concluyó Garran sombríamente—. Creo que no superará el invierno.

—Entonces —dijo el barón con un tono de genuina simpatía aflorando en su voz—, sugiero que empecemos a hacer planes para vuestra sucesión al trono de vuestro padre. ¿Creéis que habrá alguna oposición?

Garran negó con la cabeza.

—No hay nadie más.

—Bien —respondió Neufmarché, lleno de satisfacción—. Ahora debemos preocuparnos por el futuro de Eiwas y de su gente.

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