Scarlet

Scarlet


Capítulo 20

Página 21 de 49

Capítulo 20

Odo no ha venido hoy, y empiezo a pensar que ha tomado mis palabras al pie de la letra. Quizá ha ido a contarle mis arrebatos a nuestro falso abad y Hugo ha decidido acabar conmigo por fin. Si Odo no viene mañana, lo enviaré a buscar y me confesaré. Puede que sea un capellán bastante simplón, pero la verdad es que no confío en nadie más en este nido de víboras para que me confiese. Odo puede hacer eso, al menos, y aunque me atosiga sin cesar, sé que me aprecia.

He oído decir a mi guardián, Gulbert —¿o es Guibert?— que ya ha pasado la temporada de lluvias y ha vuelto el sol. Son buenas noticias. Quizá mi húmeda celda se seque un poco; aunque los planes del viejo Will no prevean durar mucho en este mundo. Incluso sin mi estúpido estallido, la paciencia del abad debe de estar menguando; como su piedad. Se mire por donde se mire, nunca ha sido un compadre que esperara mucho para empezar.

Bueno, el día de mi ejecución debe de estar cerca.

Pero ¿qué es esto?

Se oye un rasgueo apagado en el corredor, más allá de mi celda…, murmullos… y luego… El lento y familiar sonido de unas pisadas.

—Buenos días, Will Scarlet —dice Odo al asomarse a la puerta—. Que Dios esté contigo. Su voz suena mucho más crispada, como si se dirigiera a un extraño malcarado.

—El día ya casi ha acabado, amigo mío —le digo para tranquilizarlo. Bueno, él es lo más parecido a un amigo que tengo en este desamparado lugar—. Yo diría buenas noches y que Dios te bendiga.

No hace movimiento alguno para abrir la puerta, sino que sigue de pie en el estrecho corredor de piedra.

—¿Vas a entrar, pues? —pregunto.

—No, pronto estará oscuro y no puedo conseguir velas.

—Ya veo.

—El abad no sabe que estoy aquí. Me ha prohibido seguir escuchándote.

—Ya se habrá cansado de mis divagaciones y desvaríos, supongo.

—Oh, no —me asegura Odo rápidamente—. Es que se ha ido y no quiere que hable contigo mientras está fuera.

—¿Se ha ido? ¿Adónde se ha ido?

—No puedo decirlo —responde Odo; pero igualmente continúa—: Hay un legado de Roma visitando algunas de las villas de estos pagos, un español, padre dominico. El abad desea que lo visite, así que ha ido a buscarlo.

—Ya veo —chasqueo la lengua y me encojo de hombros para mostrarle que no voy a entrometerme más en este asunto—. Bueno, entonces…

Odo se muerde el labio. Tiene algo más que decirme pero no acaba de decidirse. Así que tiro la caña a ver si pica.

—¿Cuánto tiempo estará fuera el abad?

—No puedo decirlo, mi señor —dice Odo, y sonrío. Aún no se ha dado cuenta de lo que ha dicho; le doy tiempo.

Se sonroja al descubrirlo.

—Will, quiero decir.

Me río de su pequeño error. Ha empezado a pensar en mí como un noble, y su superior.

—No pasa nada, monje —le digo.

—Es solo que hay unas pocas cosas que no entiendo.

—¿Solo unas pocas? —río—. Entonces eres mejor hombre que yo.

—De tu historia, quiero decir.

—No es una historia, Odo —le replico—. Es la vida de un hombre. Te estoy contando mi vida. Y ambos sabemos cómo va a acabar. A ver si te acuerdas de eso.

Me mira, con sus grandes y suaves ojos parpadeando.

—Bueno, el abad me ha dicho que ahora no hemos de continuar con nuestro relato.

—Ah, ya veo.

—Así que me voy.

—Está plantado e incómodo en el estrecho corredor.

Dice que no puede quedarse pero tampoco se va. Algo lo retiene allí.

—Bueno, quizá al abad no le importa si pasas algún tiempo persiguiendo esa comprensión que se te escapa. Es en beneficio del abad, después de todo —sugiero despreocupadamente.

De repente, Odo se ilumina.

—¿Tú crees?

—Oh, sí. ¿A quién más le importan los desvaríos de un salvaje proscrito?

—Eso es exactamente lo que estaba pensando —dice él—. No haría nada más que aclarar algunos detalles, esclarecer cualquier punto oscuro en beneficio del abad.

—En beneficio del abad, por supuesto.

Odo asiente, tomando por primera vez en su blanda vida una decisión firme.

—Bien, vendré mañana. —Luego sonríe, complacido consigo mismo, revelando en este gesto una levísima rebeldía. Se da la vuelta para irse, todavía no lo hace—. La paz de Dios esté contigo esta noche, Will.

—Y contigo —le contesto mientras se escabulle.

Quizá haya esperanza para Odo, si Dios quiere.

Aunque se divisa el final, aún hay, por supuesto, mucho que contar de esta historia, de esta vida. Cómo me llegué a ver en este aprieto, por ejemplo. Pero esto no se lo voy a contar a Odo. Aún no. La distracción puede ser mi mejor arma ahora mismo, la única arma que tengo, de hecho. Debo distraer a nuestro ambicioso abad tanto como pueda para conceder al Rey Cuervo tiempo para trabajar y conseguir su propósito. Y todo esto tiene que ver con aquel maldito anillo y aquella carta infernal.

¡Por los huesos de Job! No estaría aquí ahora si no fuera por ese estúpido y condenado tesoro. Será mi muerte, sin duda. La verdad es que me temo que será la muerte de muchos antes de que este espantoso cuento llegue a su final.

Ir a la siguiente página

Report Page