Scarlet

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Libro tercero » Capítulo veintiocho

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Capítulo veintiocho

Kai se paseaba arriba y abajo por el despacho, de la mesa a la puerta y viceversa. Habían transcurrido dos días desde que Levana había lanzado su ultimátum: o encontraba a la ciborg o atacaría.

Se acababa el tiempo y cada minuto que pasaba aterraba a Kai. Llevaba más de cuarenta y ocho horas sin dormir y, a excepción de las cinco ruedas de prensa en las que todavía no había podido informar de nada, no había abandonado el despacho en todo ese tiempo.

Seguía sin haber señales de Linh Cinder.

Ni rastro del doctor Erland.

Como si se hubieran desvanecido en el aire.

—¡Aj! —Se retiró el pelo con ambas manos hasta que empezó a dolerle la cabeza—. Lunares.

El altavoz de la mesa emitió un zumbido.

—La androide real Nainsi solicita entrar.

Kai se soltó el pelo con un gruñido de desaliento. Nainsi lo había tratado bien durante ese tiempo: le llevaba cantidades ingentes de té y no decía nada cuando horas más tarde volvía a llevarse las tazas, intactas y frías. Lo animaba a comer y le recordaba cuándo era la siguiente conferencia de prensa o que había olvidado devolver las coms del gobernador general australiano. Si no fuera por el título, «androide real Nainsi», casi habría esperado que una humana cruzara la puerta cada vez que la llamaba.

Se preguntó si su padre habría sentido lo mismo respecto a sus ayudantes androides. Tal vez solo estuviera delirando.

Ahuyentando los pensamientos inútiles, rodeó la mesa.

—Sí, adelante.

La puerta se abrió, y las orugas de Nainsi rodaron sobre la alfombra, aunque no llevaba la bandeja de tentempiés que Kai esperaba.

—Majestad, una mujer que responde al nombre de Linh Adri y su hija, Linh Pearl, han solicitado entrevistarse con vos de inmediato. Linh-jie asegura que dispone de información relevante sobre la fugitiva lunar. La he animado a ponerse en contacto con el presidente Huy, pero ha insistido en hablar directamente con vos. He escaneado su chip de identidad y parece ser quien dice ser. No sabía si debía despedirla.

—Está bien, gracias, Nainsi. Hazla pasar.

Nainsi salió del despacho. Kai se miró la camisa y se abrochó el cuello, aunque decidió que poco podía hacer por las arrugas.

Un instante después, dos extrañas entraron en su despacho. La primera era una mujer de mediana edad, en cuyo pelo empezaban a apuntar las canas, y la otra era una adolescente de larga y abundante melena oscura. Kai frunció el ceño cuando ambas realizaron una profunda reverencia delante de él, aunque hasta que la chica sonrió con timidez no empezó a reprocharse el cansancio, sintiéndose como un idiota por no haber reparado antes en los nombres, cuando Nainsi las había anunciado. Linh Adri. Linh Pearl.

No eran unas completas extrañas. Había visto a la chica en un par de ocasiones, una vez en el puesto del mercado de Cinder y luego de nuevo en el baile. Era la hermanastra de Cinder.

Y la mujer.

La mujer.

Se le heló la sangre al recordarla, un recuerdo empeorado por la recatada y aniñada mirada que le dirigía en ese momento. También la había visto en el baile. Aquella mujer había estado a punto de abofetear a Cinder por atreverse a asistir.

—Majestad —dijo Nainsi, asomando detrás de ellas—. Permitidme presentaros a Linh Adri-jie y a su hija, Linh Pearl-mèi.

Ambas volvieron a hacer una reverencia.

—Sí, hola —dijo Kai—. Ustedes son…

—Yo era la tutora legal de Linh Cinder —puntualizó Adri—. Por favor, disculpad nuestra intromisión, Majestad Imperial. Soy consciente de que estáis muy ocupado.

Kai se aclaró la garganta, lamentándose de no haberse dejado el cuello desabrochado. Empezaba a estrangularlo.

—Por favor, tomen asiento —dijo, indicándoles con un gesto la zona de descanso frente a la chimenea holográfica—. Eso es todo, Nainsi. Gracias.

Kai se acercó y escogió la silla, pues se negaba a sentarse junto a ninguna de las mujeres. Ellas, a su vez, se sentaron casi en el borde del sofá, con la espalda muy recta, como si no desearan arrugar los lazos de sus vestidos de estilo kimono, y entrelazaron las manos recatadamente sobre el regazo. El parecido entre ambas era notable y, por descontado, no tenían nada que ver con Cinder, cuya piel siempre estaba tostada por el sol, cuyo pelo era más liso y fino, y quien demostraba una discreta seguridad en sí misma incluso cuando se comportaba con timidez y balbuceaba.

Kai se contuvo antes de que se le escapara una sonrisa al recordar a Cinder, tímida y balbuceante.

—Me temo que no nos presentaron formalmente cuando nuestros caminos se cruzaron en el baile la semana pasada, Linh-jie.

—Oh, Su Majestad Imperial es muy amable. Llamadme Adri, por favor. Si queréis saber la verdad, estoy tratando de distanciarme de la pupila que lleva el apellido de mi marido. Y esta es, como estoy segura de que recordaréis, mi preciosa hija.

Kai se volvió hacia Pearl.

—Sí, nos conocimos en el mercado —comentó el joven—. Llevaba unos paquetes que deseaba que Cinder le guardara.

Se alegró de que la chica se sonrojara y esperó que recordara lo grosera que había sido ese día.

—También nos vimos en el baile, Majestad —dijo Pearl—. Charlamos sobre mi pobre hermana, la de verdad, que enfermó y falleció hace poco a causa del mismo mal que reclamó a vuestro ilustre padre.

—Sí, lo recuerdo. Mi más sentido pésame.

Lógicamente, esperó que le devolvieran las condolencias, pero no fue así. La madre estaba demasiado ocupada examinando los muebles lacados del despacho, y la hija estaba demasiado ocupada examinando a Kai con falsa timidez.

Kai empezó a tamborilear los dedos contra el brazo de la silla.

—Mi androide me ha dicho que poseen cierta información que desean compartir, ¿no es así? ¿Acerca de Linh Cinder?

—Sí, Majestad. —Adri volvió a concentrarse en él—. Gracias por recibirnos a pesar de haber solicitado la visita con tan poca antelación, pero poseo cierta información que creo que podría contribuir a la detención de mi pupila. Como ciudadana responsable, deseo hacer todo lo que esté en mi mano para colaborar en su búsqueda y ayudar en su captura antes de que pueda provocar males mayores.

—Por descontado. Sin embargo, discúlpeme, Linh-jie, pero tenía la impresión de que las autoridades competentes ya se habían puesto en contacto con ustedes durante la investigación, ¿no es cierto?

—Sí, sí, claro, ambas hemos hablado largo y tendido con unos hombres muy amables —dijo Adri—, pero desde entonces, he sabido algo nuevo.

Kai apoyó los codos en las rodillas.

—Majestad, estoy segura de que habréis oído hablar de las imágenes que se grabaron en las cuarentenas hace unas dos semanas, en las que aparece una chica atacando a dos med-droides.

Kai asintió con la cabeza.

—Por descontado. La que habló con Chang Sunto, el chico que se recuperó de la peste.

—Bueno, en ese momento no les presté mucha atención, dado que acababa de perder a mi hija pequeña, pero después de verlas de nuevo, estoy convencida de que la chica en cuestión es Cinder.

Kai frunció el entrecejo, repasando mentalmente el conocido vídeo. A la chica no se la veía con claridad en ningún momento; la imagen era granulada, temblorosa y solo la cogía de espaldas apenas unos instantes.

—¿En serio? —musitó, tratando de no mostrar demasiado interés—. ¿Qué le hace pensar eso?

—Es difícil asegurar que se trata de ella solo por el vídeo, pero resulta que ese día pedí que rastrearan el chip de identidad de Cinder, ya que hacía tiempo que se comportaba de manera sospechosa. Sé que ese día estuvo cerca de las cuarentenas. Antes solo creía que intentaba saltarse sus tareas domésticas, pero ahora sé que la pequeña aberración tenía un propósito mucho más siniestro en mente.

Kai enarcó las cejas.

—¿«Aberración»?

Adri se sonrojó levemente.

—Y eso siendo generosa con ella, Majestad. ¿Sabe que ni siquiera puede llorar?

Kai se recostó en la silla. Al cabo de un momento, descubrió que, en lugar de sentirse asqueado, como era evidente que Adri esperaba, lo picaba la curiosidad.

—¿En serio? ¿Es eso normal en los… los ciborgs?

—No tengo ni idea, Majestad. Es la primera, y espero que la última, que tengo la desgracia de conocer. Ni siquiera entiendo cómo podemos crear esos ciborgs. Son criaturas peligrosas y altivas que van pavoneándose por ahí como si creyeran que son mejores que los demás. Como si merecieran un trato especial por sus… excentricidades. No son más que una sangría para nuestra trabajadora sociedad.

Kai se aclaró la garganta, cada vez más incómodo por culpa del picor que le producía el cuello de la camisa.

—Ya veo. Antes ha mencionado algo sobre unas pruebas de que Cinder estuvo cerca de las cuarentenas, ¿verdad? Y… ¿de que hizo algo siniestro?

—Sí, Majestad. Si fuerais tan amable de consultar mi página de identificación, veréis que he subido un vídeo bastante incriminatorio.

Kai se desenganchó el portavisor del cinturón pensando en las imágenes de las cuarentenas y buscó la página de Adri. El vídeo aparecía en primer lugar, una imagen de baja calidad con el símbolo de los androides de las fuerzas de seguridad de la Comunidad.

—¿Qué es esto?

—Como ese día Cinder no respondía a mis coms, y estaba convencida de que pretendía huir del país, ejercí mi derecho a solicitar que la detuvieran utilizando la fuerza en caso de ser necesario. Es la grabación de cuando la encontraron.

Conteniendo la respiración, Kai inició el vídeo. Estaba tomado desde arriba, desde un levitador, y mostraba una calle polvorienta rodeada de almacenes abandonados. De pronto, allí estaba Cinder, jadeante y furiosa. La joven agitó un puño cerrado ante el androide.

—¡No lo he robado! ¡Pertenece a su familia y nadie más!

La cámara tembló cuando el levitador aterrizó y el androide se acercó a ella.

Con el entrecejo fruncido, Cinder retrocedió medio paso.

—No he hecho nada malo. Ese med-droide me ha atacado. Ha sido en defensa propia.

Kai observó con atención, con los hombros agarrotados, cómo el androide recitaba una monótona perorata sobre los derechos de la tutora legal de Cinder y la Ley de Protección Ciborg, hasta que esta finalmente accedía a acompañarlos y el vídeo finalizaba.

Kai solo tardó cuatro segundos en repasar mentalmente la grabación de la chica que atacaba al med-droide de la cuarentena y encajar las piezas sueltas del rompecabezas mientras apretaba con más fuerza el portavisor. Se sintió como un idiota, por enésima vez esa semana.

Tenía sentido que se tratara de Cinder. Por supuesto que se trataba de Cinder. Él le había dado el antídoto al doctor Erland apenas unas horas antes, delante de ella. A su vez, Erland debía de habérselo dado a ella, y ella, a continuación, se lo había dado a Chang Sunto. Y aunque las cámaras no habían sido capaces de recogerla con claridad, la coleta medio deshecha y los holgados pantalones cargo cuadraban a la perfección.

Tragó saliva, apagó el portavisor y volvió a colgárselo del cinturón.

—¿A qué se refería cuando ha dicho que ella no había robado nada? ¿Qué es lo que solo pertenece a la familia?

Adri apretó los labios hasta formar una fina línea y unas pequeñas arruguitas se dibujaron sobre su labio superior.

—De algo que, efectivamente, solo le pertenece a la familia, a quienes hubieran tratado a la fallecida con el debido respeto. Y, para obtenerlo, Cinder mutiló lo que había sido para mí lo más precioso.

—¿Que ella qué?

—Estoy convencida de que robó el chip de identidad de mi hija pocos minutos después de su muerte. —Adri se llevó una mano a la banda de seda que le rodeaba el abdomen—. Se me revuelve el estómago solo de pensarlo, pero tendría que haberlo esperado. Cinder siempre sintió celos de mis hijas y les guardaba mucho rencor. A pesar de que nunca hubiera imaginado que podía llegar a caer tan bajo, ahora que sé de lo que es capaz, nada me sorprende. Merece que la encuentren y la castiguen por lo que ha hecho.

Kai retrocedió, tratando de alejarse del veneno que impregnaba aquellas palabras, incapaz de relacionar las acusaciones de aquella mujer con sus propios recuerdos de Cinder. Pensó en cuando se habían encontrado en el ascensor, o en la sincera tristeza que delataban sus ojos cuando hablaba de su hermana enferma. En que le había pedido que le reservara un baile por si sobrevivía milagrosamente.

¿O acaso los recuerdos que tenía de Cinder no eran más que engaños lunares? En realidad, ¿qué sabía de ella?

—¿Está segura?

—Los informes dicen que el arma que se utilizó contra los androides era un bisturí, y todo ocurrió poco después de que recibiera la com en la que se me informaba de que mi hija… mi hija… —Le tembló la barbilla, y los nudillos se le pusieron blancos—. La verdad es que me la imagino perfectamente capaz de maquinar algo tan retorcido e inhumano como querer suplantar la identidad de Peony. —Torció el gesto—. Me entran escalofríos solo de pensarlo, pero sería algo muy típico de ella.

—¿Y cree que todavía podría tener ese chip de identidad?

—Eso, Majestad, no puedo asegurarlo, pero es una posibilidad.

Kai asintió brevemente y se puso en pie. Adri y Pearl se lo quedaron mirando, boquiabiertas, mudas, antes de apresurarse a imitarlo.

—Muchas gracias por informarme de todo, Linh-jie. Daré la orden de localizar el chip de identidad de su hija de inmediato. Si todavía lo conserva, la encontraremos.

Mientras hablaba, se descubrió rezando a las estrellas para que Linh Adri estuviera equivocada, para que Cinder no se lo hubiera llevado. Aunque no era más que un deseo estúpido, inmaduro. Debía dar con ella y solo le quedaba un día. No quería saber lo que haría Levana si fracasaba.

—Gracias, Majestad —dijo Adri—. Solo pretendo asegurarme de que la memoria de mi hija no se vea mancillada porque un día fui lo bastante generosa para aceptar a ese ser despreciable en mi familia.

—Gracias —repitió Kai, sin saber qué le agradecía, pero le pareció lo más apropiado—. Si tenemos alguna otra pregunta, haré que alguien se ponga en contacto con ustedes.

—Sí, por supuesto, Majestad —respondió Adri, con una reverencia—. Solo deseo hacer todo lo posible por mi país y ver cómo llevan a esa criatura horrible ante la justicia.

Kai ladeó la cabeza.

—Se da cuenta de que la reina Levana tiene intención de ejecutarla una vez que la encontremos, ¿verdad?

Adri entrelazó las manos con elegancia.

—Estoy convencida de que las leyes existen por algo, Majestad.

Kai frunció los labios, se apartó de la zona de descanso y las acompañó hasta la puerta.

Tras una nueva ronda de reverencias, Pearl salió de la habitación agitando las pestañas ante Kai hasta que no pudo estirar más el cuello. Sin embargo, Adri se detuvo en la puerta y realizó una última inclinación de cabeza.

—Ha sido un honor, Majestad.

Kai se lo agradeció con una sonrisa tirante.

—Me preguntaba si, y no es que sea importante, solo por pura curiosidad, en el caso de que esto conduzca a un avance en la investigación… ¿podría esperar algún tipo de recompensa por la ayuda prestada?

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