Scarlet

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Libro segundo » Capítulo once

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Capítulo once

El huevo chisporroteó al deslizarse sobre la mantequilla derretida, que salpicaba suavemente la intensa yema en medio de la clara. Scarlet quitó un plumón del siguiente huevo antes de cascarlo con una mano mientras con la otra pasaba la espumadera por la sartén. Las claras desparramadas se volvieron opacas, se hincharon y adquirieron una película crujiente cerca de los bordes de la sartén.

Por lo demás, la casa estaba en silencio. Nada más volver de la pelea, había ido a comprobar cómo se encontraba su padre y lo había encontrado tirado en la cama de su abuela, medio inconsciente, con una botella de whisky que había robado de la cocina, abierta sobre la cómoda.

Scarlet había vaciado lo que quedaba en el jardín, junto con todas las botellas de alcohol que había encontrado, y luego se había pasado cuatro horas dando vueltas en la cama. No podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido la noche anterior: las quemaduras del brazo de su padre, el terror que se reflejaba en su rostro, la desesperación por hallar lo que fuera que su abuela hubiera escondido.

Y Lobo, con su tatuaje, sus miradas intensas y su tono casi convincente: «No era yo».

Apoyó la espumadera en el borde de la sartén, sacó un plato del armario y cortó una rebanada de pan duro de la barra que había en la encimera. El horizonte empezaba a iluminarse poco a poco, y el cielo despejado prometía otro día soleado, aunque el viento no había dejado de aullar en toda la noche, agitando los trigales y silbando al colarse por las chimeneas. Un gallo cacareó en el patio.

Se sirvió los huevos en el plato y, suspirando, se sentó a la mesa y empezó a engullirlos antes de que los nervios le quitaran el hambre mientras alargaba la mano libre hacia el portavisor que había dejado en la mesa y se conectaba a la red.

—Búsqueda —masculló, con la boca medio llena—. «Tatuaje o, ele, o, eme».

NO HA SIDO POSIBLE RECONOCER LA ORDEN.

Rezongando, introdujo los términos de búsqueda manualmente y dio cuenta de lo poco que le quedaba en el plato mientras aparecía un listado de enlaces: Tatuajes extremos. Diseño de tatuajes. Modelos de tatuajes virtuales. La ciencia detrás de la eliminación de tatuajes. Lo último en tecnología, ¡tatuajes prácticamente indoloros!

Probó con: TATUAJE OLOM962.

No obtuvo ningún resultado.

Cogió la rebanada de pan y arrancó un trozo con los dientes.

NÚMEROS TATUAJE ANTEBRAZO

Una serie de imágenes inundó la pantalla; brazos enclenques y fornidos, claros y oscuros, cubiertos de dibujos chillones o con símbolos diminutos en las muñecas. Treces y números romanos, fechas de nacimiento y coordenadas geográficas. El primer año de paz, «1 t. e.», se encontraba entre los más populares.

Empezaba a dolerle la mandíbula, así que dejó el resto del pan en el plato y se frotó los ojos con las palmas de las manos. «¿Tatuajes de luchadores? ¿Tatuajes de secuestradores? ¿Tatuajes de la mafia?».

¿Quién era esa gente?

Se levantó y preparó una cafetera.

—Lobo… —dijo en un susurro, mientras el agua empezaba a filtrarse.

Lo pronunció despacio, dejando que se demorara en sus labios. Para unos, una bestia salvaje, un depredador, un incordio. Para otros, un animal tímido, a menudo incomprendido por los humanos.

Seguía teniendo el estómago revuelto, incapaz de borrar aquella imagen de su mente: Lobo a punto de asesinar a su oponente delante de todos esos espectadores antes de darse a la fuga a campo traviesa, como poseído. Cuando, minutos después, oyó el aullido, en ese momento creyó que procedía de algún lobo que estaría merodeando por las granjas —no podía decirse que escasearan, sobre todo después de la ley de protección de especies promulgada hacía varios siglos—, pero ahora ya no estaba tan convencida.

«Cuando peleo me llaman Lobo».

Dejó la sartén y el plato vacío en el fregadero, y abrió el grifo del agua fría mientras contemplaba a través de la ventana el balanceo de las sombras que proyectaban los campos. La granja no tardaría en cobrar vida gracias a androides, jornaleros y abejas modificadas genéticamente para producir más miel.

Se sirvió una taza de café antes de que terminara de hacerse, le añadió un chorrito de leche fresca y regresó a la mesa.

LOBOS

La imagen de un lobo gris enseñando los colmillos y con las orejas agachadas llenó la pantalla. Unos copos de nieve se le pegaban al grueso pelaje.

Scarlet deslizó el dedo por la pantalla para pasar a la siguiente. Las que aparecían a continuación eran más bucólicas: lobos jugando con otros lobos, lobeznos durmiendo apiñados unos encima de otros, lobos majestuosos de pelaje blanco grisáceo avanzando sigilosamente por bosques otoñales… Se decidió por un enlace a una de las sociedades de conservación de especies y leyó el texto por encima. Se detuvo cuando llegó a la sección relativa a los aullidos.

LOS LOBOS AÚLLAN PARA LLAMAR LA ATENCIÓN DE SU MANADA O ENVIAR ADVERTENCIAS TERRITORIALES. LOS LOBOS SOLITARIOS QUE HAN ACABADO SEPARADOS DE SU MANADA AÚLLAN PARA ENCONTRAR A SUS COMPAÑEROS. A MENUDO, EL MACHO ALFA ES EL AULLADOR MÁS AGRESIVO. ES FÁCIL IDENTIFICAR DICHA AGRESIVIDAD EN SUS AULLIDOS, MÁS GRAVES Y SECOS, ANTE LA PROXIMIDAD DE UN EXTRAÑO.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Scarlet de tal manera que acabó salpicando la mesa con el café. Maldiciendo, se levantó en busca de un trapo para limpiarlo, molesta por haberse dejado impresionar por el inofensivo artículo. ¿De verdad creía que el luchador chiflado había intentado comunicarse con su «manada»?

Arrojó el trapo al fregadero y cogió el portavisor para acabar de leer la reseña antes de pinchar en un nuevo enlace sobre la jerarquía dentro de la manada.

LOS LOBOS VIAJAN EN MANADAS, GRUPOS QUE OSCILAN ENTRE LOS SEIS Y LOS QUINCE INDIVIDUOS, CON UNA JERARQUÍA ESTABLECIDA. EN LO ALTO DE LA ESTRUCTURA SOCIAL SE ENCUENTRAN EL MACHO Y LA HEMBRA ALFA, LA PAREJA DOMINANTE. A PESAR DE QUE SUELEN SER LOS ÚNICOS LOBOS DE LA MANADA QUE PROCREAN Y ENGENDRAN UNA CAMADA, EL RESTO COLABORA EN LA ALIMENTACIÓN Y LA CRIANZA DE LOS CACHORROS.

LOS MACHOS ALCANZAN EL ESTATUS DE ALFA MEDIANTE PELEAS RITUALES EN LAS QUE UN LOBO RETA A OTRO PARA PROVOCAR UN ENFRENTAMIENTO QUE DETERMINARÁ LA SUPERIORIDAD DEL VENCEDOR. EL MACHO DOMINANTE SE GANA EL RESPETO DE LOS DEMÁS TRAS VARIAS VICTORIAS CONSECUTIVAS QUE, EN ÚLTIMA INSTANCIA, DETERMINARÁN EL LIDERAZGO DE LA MANADA.

EN EL SIGUIENTE ESCALAFÓN JERÁRQUICO SE ENCUENTRAN LOS LOBOS BETA, QUE SUELEN CAZAR Y PROPORCIONAR PROTECCIÓN A LOS CACHORROS.

EL LOBO OMEGA ES EL DE MENOR RANGO. LOS OMEGAS, A MENUDO UTILIZADOS COMO CABEZA DE TURCO, EN OCASIONES SON OBJETO DEL MALTRATO DE LOS DEMÁS, LO QUE PUEDE CONDUCIR A QUE EL OMEGA QUEDE RELEGADO A LOS LÍMITES TERRITORIALES DE LA MANADA Y, DE VEZ EN CUANDO, A QUE LA ABANDONE POR COMPLETO.

Unos cloqueos excitados sobresaltaron a Scarlet, que dejó el portavisor en la encimera y miró por la ventana. El estómago le dio un vuelco.

La sombra alargada de un hombre se proyectaba sobre el patio, por el que correteaban las gallinas, alejándose a toda prisa en dirección al gallinero.

Como si la sintiera, Lobo volvió la cabeza en su dirección y vio a Scarlet en la ventana.

La chica se dio la vuelta y echó a correr hacia al vestíbulo para hacerse con la escopeta que su abuela guardaba en el hueco de la escalera, intentando frenar el pánico que empezaba a invadirla.

Lobo no se había movido de su sitio cuando Scarlet abrió la puerta de golpe. Las gallinas ya se habían familiarizado con el extraño y picoteaban el suelo alrededor de sus pies, en busca de granos.

Scarlet se acomodó la escopeta y le quitó el seguro.

Si a Lobo le sorprendió, no lo demostró.

—¿Qué quieres? —le gritó, asustando a las gallinas, que se apartaron de él.

La luz que se proyectaba desde el interior de la casa se derramó sobre la grava y envolvió a Scarlet, cuya sombra se alargó hasta casi tocar los pies de Lobo.

La mirada perturbada de este había desaparecido, y las magulladuras del rostro apenas eran visibles. Parecía tranquilo y muy poco intimidado por la escopeta, aunque no se movió de donde estaba.

Al cabo de un largo silencio, alzó las manos a ambos lados de la cabeza, abiertas.

—Lo siento. He vuelto a asustarte.

Como si deseara enmendarlo, retrocedió. Dos, tres pasos.

—Tienes un don —contestó Scarlet, impasible—. No bajes las manos.

Lobo encogió los dedos para indicar que lo había entendido.

La chica se separó de la puerta y avanzó lentamente, aunque se detuvo en cuanto notó que los guijarros de grava se le clavaban en los pies desnudos. Tenía los nervios a flor de piel, pues temía que Lobo hiciera un movimiento inesperado en cualquier momento, aunque seguía tan inmóvil como la casa de piedra que se alzaba a su propia espalda.

—Ya he llamado a la policía —mintió, pensando en el portavisor que había dejado en la encimera de la cocina.

La luz se reflejó momentáneamente en los ojos de Lobo, y Scarlet de pronto recordó que su padre dormía en la planta de arriba. ¿Era demasiado esperar que las voces lo sacaran de su modorra?

—¿Cómo has llegado hasta aquí?

—Andando. Bueno, en realidad, corriendo —contestó él, con las manos todavía en alto. El viento le agitaba el cabello desordenado—. ¿Quieres que me vaya?

La pregunta la cogió desprevenida.

—Quiero que me digas qué estás haciendo aquí. Si crees que te tengo miedo…

—No es mi intención asustarte.

Scarlet le dirigió una mirada cargada de odio y echó un vistazo al cañón de la escopeta para asegurarse de que todavía lo tenía a tiro.

—Quería hablar de lo que dijiste en la pelea. De lo del tatuaje… y lo que le ocurrió a tu abuela. Y a tu padre.

Scarlet apretó los dientes.

—¿Cómo has averiguado dónde vivo?

Lobo frunció el ceño, como si le desconcertara la pregunta.

—Tu nave lleva el nombre de la granja en los laterales, así que lo he buscado. No he venido a hacerte daño. Solo creí que necesitabas ayuda.

—¿Ayuda? —Se le encendieron las mejillas—. ¿Del psicópata que torturó a mi padre y secuestró a mi abuela?

—No fui yo —insistió, manteniendo la calma—. Hay más tatuajes como el mío. Fue otro.

—¿De verdad? ¿Es que pertenecéis a una secta o algo parecido?

El cuerpo emplumado de una de las gallinas se arrimó a la pierna de Scarlet, y esta dio un respingo que estuvo a punto de hacerle desviar el cañón de su objetivo.

—Algo parecido —contestó él, encogiéndose de hombros. La grava crujió bajo uno de sus pies.

—¡No te acerques! —gritó Scarlet. Las gallinas cloquearon y se alejaron tranquilamente—. Dispararé, ya lo sabes.

—Lo sé. —De pronto se señaló la sien, como si se apiadara de ella—. Harías bien en apuntar a la cabeza. Por lo general, el disparo es letal. O, si te tiembla el pulso, al pecho, que es un blanco más fácil.

—Tu cabeza parece bastante grande desde aquí.

Lobo se echó a reír, un gesto que lo transformó por completo. Relajó la postura, y su expresión se suavizó.

Un gruñido teñido de indignación resonó en la garganta de Scarlet. Aquel hombre no tenía derecho a reír, no cuando su abuela seguía ahí fuera, en alguna parte.

Lobo bajó los brazos y los cruzó sobre el pecho, y antes de que a Scarlet le diera tiempo a ordenarle que volviera a subirlos, empezó a hablar.

—Anoche esperaba impresionarte, pero parece que me ha salido el tiro por la culata.

—No suelo dejarme impresionar por hombres con problemas de autocontrol que secuestran a mi abuela, me siguen y…

—Yo no he secuestrado a tu abuela —la interrumpió con sequedad, utilizando un tono áspero por primera vez, y desvió la mirada hacia las gallinas que paseaban tranquilamente cerca de la puerta—. Pero si es cierto que lo ha hecho alguien con un tatuaje como el mío, tal vez podría ayudarte a averiguar de quién se trata.

—¿Por qué debería creerte?

Lobo se tomó la pregunta en serio y estuvo meditando la respuesta largo rato.

—No sé qué más puedo decir aparte de lo que te conté anoche. Llevo casi dos semanas en Rieux, me conocen en la taberna y me conocen en las peleas. Si tu padre me viera, no sabría quién soy. Ni tu abuela tampoco. —Cambió de postura, como si estar quieto tanto rato empezara a ponerlo nervioso—. Quiero ayudarte.

Scarlet frunció el entrecejo y lo miró con recelo, sin dejar de apuntarlo. Si mentía, entonces se trataba de uno de los hombres que se habían llevado a su abuela. Era cruel. Era malvado. Se merecía una bala entre los ojos.

Pero era lo único que tenía.

—Me dirás todo lo que sabes. Todo. —Apartó el dedo del gatillo y bajó el cañón, que acabó dirigiendo a los muslos de Lobo. Un blanco no letal—. Y tendrás las manos donde yo pueda verlas en todo momento. Que te deje entrar en esta casa no significa que me fíe de ti.

—Por supuesto. —Asintió, completamente conforme—. Yo tampoco me fiaría de mí.

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