Scarlet

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Libro segundo » Capítulo veintidós

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Capítulo veintidós

La noche se les echó encima antes de que se dieran cuenta. El bosque se cerraba sobre ellos, un sólido muro de sombras bajo la pálida luz de una luna menguante. Solo habían dejado atrás un cruce de vías y habían continuado hacia el norte, sin hablar. Unos raíles nuevos que se cruzaban con los suyos habían hecho renacer la esperanza en Scarlet: por fin cabía la posibilidad de toparse con otro tren. Sin embargo, las vías magnéticas permanecían en silencio. Por el momento se las apañaban con el resplandor que proyectaba el portavisor para guiarse, pero a Scarlet le preocupaba que se quedaran sin batería y sabía que tarde o temprano tendrían que parar.

Lobo había dejado de mirar atrás cada pocos minutos, y Scarlet cayó en la cuenta de que seguramente había sabido que les seguían desde el principio.

Lobo se detuvo de pronto, y a Scarlet le dio un vuelco el corazón, convencida de que su compañero había vuelto a oír lobos.

—Aquí. Esto nos servirá. —Levantó la vista hacia un tronco que había caído sobre los terraplenes de ambos lados y había creado un puente sobre las vías—. ¿Qué te parece?

Scarlet lo siguió a través de la maleza, que le llegaba a la cintura.

—Pensaba que lo de antes no lo habías dicho en serio. ¿De verdad crees que podemos saltar a un tren en marcha desde ahí?

Él asintió con la cabeza.

—¿Sin rompernos una pierna?

—Ni las piernas ni nada.

Lobo se enfrentó a la mirada dubitativa de Scarlet con un ligero aire de arrogancia. La joven se encogió de hombros.

—Lo que sea con tal de salir de este bosque.

El tronco estaba a poco más de un metro de su cabeza, pero Scarlet se encaramó a él sin dificultad, aferrándose a las raíces y a las piedras que sobresalían. De pronto oyó una especie de siseo bajo ella y se volvió para ver a Lobo con el rostro contraído en un fugaz gesto de dolor mientras trepaba detrás de ella. Scarlet contuvo la respiración, sintiéndose culpable, mientras él se limpiaba el polvo de las manos.

—Deja que le eche un vistazo —dijo, tomándolo del brazo y sosteniendo en alto el portavisor para proyectar la luz sobre la herida. La sangre todavía no había traspasado el vendaje—. Siento mucho haberte disparado.

—¿En serio?

Continuó palpando la venda y comprobó que seguía bien sujeta.

—¿Qué quieres decir?

—Sospecho que volverías a dispararme si creyeras que eso serviría para ayudar a tu abuela.

Alzó la vista hacia él, casi sorprendida de descubrir lo cerca que estaban el uno del otro.

—Lo haría —afirmó—, pero eso no significa que luego no me sintiera mal.

—Me alegro de que no siguieras mi consejo y me dispararas en la cabeza —dijo él.

La luz del portavisor se reflejó en sus dientes. Los dedos de Lobo rozaron sin querer el bolsillo de la sudadera de Scarlet, que dio un respingo. La mano desapareció al instante y Lobo entrecerró los ojos para protegerse de la brillante luz del portavisor.

—Disculpa —balbució Scarlet, dirigiendo la pantalla hacia el suelo.

Lobo la adelantó y pisó con fuerza el tronco caído para comprobar su resistencia.

—Creo que podemos fiarnos.

Scarlet creyó descubrir una extraña ironía en la elección de sus palabras.

—Lobo —dijo, comprobando cómo resonaba su voz en el vacío del bosque. Él se puso tenso, aunque no se volvió—. Cuando me dijiste que habías abandonado la manada, pensé que haría meses o incluso años de eso, pero, por lo que ha dicho Ran, me ha dado la impresión de que te acabas de ir.

Lobo se pasó una mano por el pelo al girarse hacia ella.

—¿Lobo?

—Hace tres semanas —contestó con un hilo de voz. Y añadió—: Menos de tres semanas.

Scarlet tomó aire, contuvo la respiración y lo soltó de golpe.

—Más o menos cuando desapareció mi abuela.

Lobo bajó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada.

Scarlet se estremeció.

—Me dijiste que eras un don nadie, poco más que un recadero, pero Ran ha dicho que eras un alfa. ¿No es un rango bastante alto?

Vio que el pecho de Lobo se hinchaba en una lenta y tensa inspiración.

—Y ahora me dices que te fuiste más o menos cuando secuestraron a mi abuela.

Lobo se rascó el tatuaje de manera inconsciente y siguió guardando silencio. Empezaba a hervirle la sangre, pero Scarlet esperó hasta que él por fin se decidió a mirarla. El portavisor proyectaba a sus pies un charco de luz azulada que no alcanzaba a iluminar a Lobo. En la oscuridad, apenas distinguía el vago contorno de los pómulos y la mandíbula, y el pelo, que parecía un manojo de agujas de pino que le salían de la cabeza.

—Dijiste que no sabías por qué podrían haber secuestrado a mi abuela. Pero no es cierto, ¿verdad?

—Scarlet…

—Entonces, ¿en qué no me has mentido? ¿De verdad abandonaste la Orden o todo eso no es más que una patraña para hacer que…? —Ahogó un grito y retrocedió, tambaleante. Sus pensamientos dieron un giro repentino, atropellados por dudas y preguntas—. ¿Soy yo la misión de la que hablaba Ran? ¿La que supuestamente se ha cancelado?

—No…

—¡Y después de que mi padre me advirtiera de esto! Dijo que uno de vosotros vendría a por mí, y ahí estabas tú. Hasta sabía que eras uno de ellos. Sabía que no podía confiar en ti y aun así quise creer…

—Scarlet, ¡para!

Scarlet se enrolló los cordones de la capucha en torno al puño y tiró de ellos hasta cerrar el cuello de la sudadera. Tenía el pulso acelerado, y le hervía la sangre.

Oyó que Lobo tomaba aire y vio que abría las manos bajo el haz del portavisor.

—Tienes razón, te mentí cuando te dije que no sabía por qué se habían llevado a tu abuela, pero tú no eres la misión de la que hablaba Ran.

Scarlet dirigió el portavisor hacia arriba y enfocó la cara de Lobo. Este se estremeció, pero no apartó los ojos.

—Aunque tiene algo que ver con mi abuela.

—Tiene todo que ver con tu abuela.

Scarlet se mordió el labio con fuerza, intentando contener la rabia que empezaba a dominarla.

—Lo siento, sabía que si te lo contaba no confiarías en mí. Sé que tendría que haberlo hecho, pero… no pude.

La mano del portavisor empezó a temblar.

—Cuéntamelo todo.

Se hizo un largo silencio.

Un largo y exasperante silencio.

—Pensarás que soy un ser despreciable —murmuró Lobo.

Se encorvó, tratando de hacerse pequeñito, igual que en el callejón, bajo los faros de la nave.

Scarlet apretó las manos con tanta fuerza contra sus caderas que empezaron a dolerle los huesos.

—Ran y yo estábamos en la manada que enviaron a cobrar una presa, tu abuela.

Scarlet sintió que se le helaba la sangre. «La manada que enviaron a cobrar una presa».

—Ya me había ido cuando la secuestraron —se apresuró a añadir—. En cuanto llegamos a Rieux, vi la oportunidad de escapar. Sabía que sería más fácil desaparecer allí que en la red articulada de la ciudad, así que no me lo pensé dos veces. Eso fue la mañana que se la llevaron. —Cruzó los brazos, como si intentara protegerse del odio de la chica—. Podría haberlos detenido. Era más fuerte que todos ellos, podría haber evitado que ocurriera. Podría haberla avisado, o a ti. Pero no lo hice. Simplemente salí corriendo.

A Scarlet empezaron a escocerle los ojos. Tomó aire con aspereza y le dio la espalda, inclinando la cabeza hacia atrás, volviendo el rostro hacia el oscuro firmamento para contener las lágrimas y no tener que secárselas. Esperó hasta que estuvo segura de que podía hablar antes de volverse de nuevo hacia él.

—¿Fue entonces cuando empezaste a ir a las peleas?

—Y a la taberna —dijo, asintiendo con un gesto.

—Y luego, ¿qué? ¿Te sentiste culpable y decidiste que igual me seguirías un tiempo, o que incluso me echarías una mano en la granja, como si eso pudiera compensarlo?

Lobo torció el gesto.

—Claro que no. Sabía que mezclarme contigo sería un suicidio, que acabarían dando conmigo si no me iba de Rieux, pero yo… pero tú… —Parecía frustrado por no ser capaz de encontrar las palabras adecuadas—. No pude irme.

Scarlet oyó el crujido del plástico y dejó de apretar el portavisor con tanta fuerza.

—¿Por qué se la llevaron? ¿Qué quieren de ella?

Lobo abrió la boca, pero no dijo nada.

Scarlet enarcó las cejas, tenía el pulso acelerado.

—¿Y bien?

—Quieren encontrar a la princesa Selene.

Por un momento, el zumbido de los oídos le hizo creer que no lo había oído bien.

—¿Que quieren encontrar a quién?

—A Selene, la princesa lunar.

Scarlet retrocedió. Se le pasó por la cabeza que tal vez Lobo le estuviera gastando una broma de mal gusto, pero estaba demasiado serio, demasiado angustiado.

—¿Qué?

Lobo empezó a cambiar el peso de un pie a otro, incómodo.

—Llevan años buscando a la princesa y creen que tu abuela tiene información sobre su paradero.

Scarlet frunció el entrecejo, desconcertada, convencida de que no lo había entendido bien. Segura de que Lobo se equivocaba. Sin embargo, no podía apartar los ojos de su intensa y firme mirada.

—¿Por qué iba mi abuela a…? —Sacudió la cabeza—. ¡La princesa lunar está muerta!

—Hay pruebas de que sobrevivió al incendio y de que alguien la rescató y la trajo a la Tierra —repuso Lobo—. Y, Scarlet…

—¿Qué?

—¿Estás segura de que tu abuela no sabe nada?

Se quedó con la boca abierta tanto rato que se le acabó secando la lengua.

—¡Es granjera! Ha vivido en Francia toda su vida. ¿Cómo iba a saber algo?

—Estuvo en el ejército antes de ser granjera. Y viajó mucho por entonces.

—Pero de eso hace más de veinte años. ¿Cuánto hace que la princesa lleva desaparecida? ¿Diez, quince años? Ni siquiera tiene sentido.

—No puedes descartarlo.

—¡Claro que puedo!

—¿Y si sabe algo?

Scarlet frunció el ceño, aunque su incredulidad se desvaneció ante la creciente desesperación de Lobo.

—Scarlet —insistió Lobo—, Ran ha dicho que habían suspendido la misión, puede que solo se refiriera a la búsqueda de la princesa. No consigo imaginar por qué, después de tantos años… Pero, si es cierto, podría significar que ya no necesitan a tu abuela.

Scarlet sintió que se le encogía el estómago.

—Entonces, ¿la soltarán?

Unas arrugas se dibujaron en la comisura de los labios de Lobo, y Scarlet sintió una opresión en el pecho. No hacía falta que dijera nada; sabía la respuesta.

No, no la soltarían.

Scarlet inspiró hondo, mareada, y bajó la vista hacia las vías, iluminadas por la luna.

—Si hubiera sabido… Si te hubiera conocido antes… Quiero ayudarte, Scarlet. Quiero intentar arreglarlo, pero están buscando una información que yo no tengo. Lo mejor que puede hacer tu abuela es serles de utilidad. Aunque hayan dejado de buscar a Selene, tal vez todavía haya algo que ella sepa, o algo relacionado con su pasado, lo que sea, por lo que la consideren valiosa. Por eso, si tú sabes algo, cualquier cosa, aunque te parezca irrelevante… Es tu mejor oportunidad de salvarla. Puedes hacer un trueque. Ella a cambio de la información que persiguen.

Scarlet sentía que la invadía la frustración.

—No sé qué quieren.

—Piensa. ¿Recuerdas algo fuera de lo normal? ¿Algo que tu abuela haya dicho o hecho que te resultara extraño?

—Siempre hace cosas raras.

—¿Relacionadas con los lunares? ¿O con la princesa?

—No, ella… —Se interrumpió—. Bueno, siempre se ha mostrado más comprensiva con ellos que la mayoría de la gente. No suele precipitarse a la hora de juzgar a la gente.

—¿Qué más?

—Nada. Nada más. No tiene nada que ver con los lunares.

—Hay pruebas de que eso no es cierto.

—¿Qué pruebas? ¿De qué estás hablando?

Lobo se rascó la cabeza.

—Debe de haberte contado que estuvo en Luna.

Scarlet se presionó los ojos con las palmas de las manos y tembló al inspirar.

—Estás loco. ¿Por qué iba a ir mi abuela a Luna?

—Formaba parte de la única misión diplomática que se ha enviado a Luna en los últimos cincuenta años. Era la piloto que llevaba a los representantes terrestres. La visita duró casi dos semanas, así que, de un modo u otro, tuvo que relacionarse con los lunares… —Frunció el entrecejo—. ¿Nunca te ha contado nada de esto?

—¡No! ¡No, nunca me ha contado nada! ¿Cuándo fue?

Lobo apartó la vista, y Scarlet vio que titubeaba.

—Lobo. ¿Cuándo fue eso?

El joven tragó saliva.

—Hace cuarenta años —contestó, bajando de nuevo la voz—. Nueve meses antes de que naciera tu padre.

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