Sasha

Sasha


Capítulo 3

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Carla aprovechó que su marido se duchaba y comenzó a hablar con su hija, que le comentó todo lo sucedido.

—Dime la verdad, ¿el abusó de vos? —preguntó y su hija se enfureció ante ese comentario.

—¡Mamá por favor! Ya no soy una niña, solo fueron besos, solo eso. Aunque no pasó nada, porque él no quiso —replicó airada. Carla abrió su boca como un buzón, sabía que su hija decía la verdad, ella nunca mentía.

—A ver no entiendo hija, ¿por qué se fue? —inquirió Carla que conocía bien al amigo de su marido y su pasado tan triste. Seguramente huyó por lo que diría Marcus, estaba convencida.

—Está claro que mi padre lo espantó. Mamá yo lo amo, es el primer hombre que amo —dijo con lágrimas en los ojos.

Carla le acarició la mejilla moviendo su cabeza, no quería verla en ese estado, pero sabía muy bien que el amor no siempre es felicidad, a veces duele como si tuvieras una astilla en el corazón. “Si su felicidad estuviera al alcance de mi mano jamás sufriría mi niña”, pensó besando la cabeza de su hija, que apoyada en su falda lloraba por un hombre que por miedo se había alejado de su vida. Con mimo, corrió el pelo de su hermoso rostro observándola.

—Mi vida, si ese amor tiene que ser, él volverá. Ya verás cómo se encontrarán otra vez —afirmó tomándola de los hombros— si los dos se aman nada importará, ni tu padre, ni nada en este mundo los separará. Debes seguir con tus estudios si eso es lo que quieres. Sal los fines de semana con tus amigos como siempre, diviértete, vive mi hija querida. Todo en esta vida tiene solución menos la muerte, no lo olvides. Eres tan joven nena… No me gusta verte mal, ve a lavarte la cara y nos iremos a cenar afuera los cuatro, ya está por venir tu hermano, ponte linda —le ordenó Carla y su hija se levantó con su tristeza acuestas, entró en su dormitorio a ducharse y arreglarse, sin muchas ganas.

Marcus escuchaba tras la puerta entreabierta, amó a su mujer más que nunca. Los consejos que le dio a su hija le llegaron a su corazón, sabiendo que ella también sufría si su hija lo hacía. Se arrepintió de haberle pegado a Leandro, reconociendo que él y Alf eran amigos hasta la muerte. No quiso escuchar más y se sentó en el jardín, con un vaso de cerveza en la mano a pensar en lo que estaba sucediendo. Muy a su pesar, sabía que su amigo era un buen hombre. “Se llevan muchos años, mi hija aún es una niña” meditaba, pero su conciencia le gritaba que él también era mayor que su mujer. Su cabeza era un desorden total, pronto sería la terminación del primer año del Colegio Militar de Sasha, la entrega del sable y uniforme, donde jurarían la bandera frente a la Basílica de Lujan. No deseaba verla triste, por lo que se prometió a sí mismo que hablaría con Leandro.

Por otro lado, Sasha le había robado a su padre el número de teléfono de Leandro y lo llamaba todos los días, pero él nunca respondía. Fue entonces que decidió seguir con su vida, siguiendo el consejo de su madre si ese amor debía ser, ya más adelante se encontrarían.

—¿No lo encontraste? —preguntó Marcus a su amigo Alf, sentado en su oficina de Puerto Madero.

—No, parece que se lo tragó la tierra, también averigüe en Colombia y no hay noticias de él.

—Solo espero que este bien y no cometa una locura, como quiso hacer años atrás —maldijo el padre de Sasha.

—Tranquilo amigo no te amargues, ¿cómo está tu hija? —inquierió preocupado Alf.

—Bien, sigue con sus estudios, cuando llega a casa se muestra alegre, pero a mí no puede mentirme, sé que lo extraña —dijo sonriendo, tocándose su pequeña barba—. Sale con los amigos y Rodrigo la acompaña a todos lados, pero sé que la procesión va por dentro. Quizás se olvide, sabes cómo es esto del primer amor —comentó pensativo.

—Bueno, basta de preocuparnos y dime cuando será la entrega del sable, todos los hombres quieren estar presentes —dijo cambiando de tema.

—Es mañana y estamos todos muy nerviosos, ella también. A las diez de la mañana veré a mi hija con ese uniforme que le quedará de maravilla —afirmó Marcus orgulloso.

Ángeles se había quedado a dormir para ir juntas a la entrega de sables y jura de la bandera, pero Sasha era incapaz de conciliar el sueño. Luego de cansarse de nadar, se acostaron para dormir tres horas. Con el uniforme puesto, entró a la mañana siguiente en la cocina, donde su padre servía unas tazas de café. Al verla, se le hizo un nudo en la garganta y ella sonriente se paró frente a él, salundándole como a un superior y él murió de amor, mientras a Carla se le caían las lágrimas.

En el viaje hacia la Plata, Rodrigo que llevaba en la falda al pequeño Benjamín, hacía chistes para que los nervios se distendieran, Marcus tomaba la mano de su mujer mirándola de reojo y ella se la acariciaba. Cuando llegaron, todos los hombres del equipo de su padre estaban esperándolos, vestidos con traje de gala y apenas verlos, Sasha corrió tirándose a sus brazos. Verla entre medio de esos hombres de metro noventa causaba risa y emoción, ellos no paraban de mimarla, en ese momento Marcus recordó cuando nadaba con ellos o cómo a escondidas suya, subía la soga de tres metros. Cuánto había crecido la pequeña Shasa.

El calor era apremiante y a los cadetes les transpiraban las manos, se miraban entre sí y cada uno recordaba los momentos vividos durante el primer año, pero Sasha lo único que pensaba era en él. Su teniente, al primer hombre que besó y le hizo sentir sensaciones en el cuerpo que nunca había sentido. “Mi amor…” meditó en silencio, justo cuando comenzaron a llamar al silencio. Trató de tranquilizarse y enfocarse en ese precioso momento que estaba viviendo, giró su cabeza buscando con la mirada a los hombres del equipo de su padre y ellos señalaron el escenario, Sasha volvió a girar su cabeza y se quedó de piedra, Leandro subía con una sonrisa.

—Tuvimos que rogarle porque estaba descansando antes de irse de servicio a otro país, pero decidió venir para entregar en mano los sables a su grupo —afirmó un coronel mayor, que estaba al lado de su abuelo que no dejaba de mirarla—. Señores saluden al teniente Leandro Martínez Acevedo.

—Buenos días cadetes —gritó con esa voz gruesa que conocían y respetaban. Todos respondieron al unísono.

—¡Buenos días teniente Martínez Acevedo!

Sasha lo miraba, sin entender por qué había asistido si antes huyó de su lado, se puso firme buscando su mirada que en cuestión de segundos encontró, mientras acomodaban todo, él no le sacó los ojos de encima. Para ellos no existía nadie más en esos momentos, no escucharon los murmullos, sus miradas decían lo que sus bocas callaban, Marcus y su mujer solo verlos mirarse comprendieron todo, ellos se amaban más allá de la diferencia de edad, del mundo, de todo y de todos.

—Por favor Marcus, no le digas nada —pidió Alf al ver como miraba al teniente.

—Hablaré con él, debo aclarar unos temas —comentó tragando saliva, sin dejar de observar como su hija miraba a su amigo.

—Sasha Santillán —se escuchó la voz de Leandro. Todos sus amigos y familia se pararon y aplaudieron, mientras que Claudia y Carla lloraban a moco tendido de la emoción y Marcus pasaba sus dedos por su rostro secando las lágrimas, que sin pudor salían. Los hombres gritaban y silbaban, mientras que a ella se le aflojaron las piernas al subir al escenario no solo por recibir el sable, si no por recibirlo de las manos de él, su amor, su hombre. Se paró como siempre desafiándolo con la mirada. Y él le regaló su mejor sonrisa—. Fuiste y serás mi mejor cadete, mi pequeña y desobediente Sasha —susurró observando como ella tragaba saliva y los ojos se le llenaban de lágrimas—. Llegarás muy lejos, felicidades cadete Santillán —dijo levantando la voz y entregándole el sable a la vez que sus dedos suavemente acariciaron los de ella.

—Gracias teniente Martínez Acevedo —saludó ella con el corazón en un puño.

Cuando todo terminó, las familias y amigos se mezclaron con los cadetes abrazándolos y felicitándolos, ella vio venir caminando a su padre y se perdió en un abrazo llorando en sus brazos y él supo al instante que no lloraba de emoción, sino de dolor.

—Estamos todos muy orgullosos de vos —dijo mirando a sus hombres que se acercaban.

En el revuelo de saludos y aprovechando el gentío, Marcus desapareció, Alf que siempre estaba atento a su amigo lo siguió a la distancia, sabía muy bien donde se dirigiría.

Marcus preguntó a un cadete por el teniente Leandro, y este confirmo que lo había visto caminando hacia el estacionamiento, fue todo lo rápido que pudo, y llegó cuando se estaba subiendo a su camioneta, Leandro al verlo, bajó y lo esepró con el rostro desencajado y triste.

—¿Por qué huyes como un cobarde, si no lo eres? —exclamó Marcus parándose frente a él.

—¿Quieres pegarme otra vez? ¡Hazlo! Me lo merezco, me odio por traicionarte, por enamorarme justo de tu hija —declaró Leandro.

—Primero quiero pedirte perdón porque no debí golpearte y segundo, no sé si amas a mi hija como dices o si solo es una calentura —expresó Marcus.

Esas palabras desataron la furia de Leandro, que saltó como leche hervida enfrentándolo como jamás lo había hecho. Alf se aproximó un poco a ellos, creyendo que la conversación terminaría mal. Leandro se paró frente a Marcus, cara a cara.

—Porque soy un hombre que ha conocido el amor, ¿o no recuerdas que yo también tuve mi familia? Porque amo a esa pequeña desobediente desde el primer día que la vi, porque por ella me dejaría morir. Ella es lo que más deseo en este mundo, es en quien pienso todas las noches antes de dormir y es su recuerdo el que me saluda cada mañana. Por más que he intentado olvidarla, ¡no he podido! No puedo arrancarla ni de mis pensamientos ni de mi corazón. Si eso no es amor, dime que lo es —gritó con los ojos nublándose de lágrimas y apretando la mandíbula. Marcus y Alf, se quedaron mudos y él siguió hablando con vehemencia—. Pero puedes estar tranquilo, que no le arruinaré la vida. Me iré y no volveré jamás. Solo quise verla por última vez —declaró roto de dolor.

—¿Y si hablas con ella? —preguntó Alf al ver que a Marcus le faltaban las palabras y sobraban las emociones.

—¡No! Tiene un gran futuro, encontrará a alguien de su edad que la amará más que yo —aseveró con tristeza, al tiempo que abría la puerta de su camioneta. Marcus lo tomó del brazo, lo miró y recordó las de su mujer.

—Nunca está dicha la última palabra, si el amor que sienten es verdadero, permanecerá y después de un tiempo lo podrán hablar —sentenció.

—No amigo, me voy, no quiero arrastrarla a mi mundo. Ella vale oro y yo no la merezco —señaló Leandro.

Y sin más, subió raudo a su camioneta arrancando y perdiéndose entre los autos que salían del estacionamiento, Marcus miró a Alf y supieron que ese hombre amaba a Sasha más que a su vida misma, pero nada podían hacer, él había decidido no ser parte de la de la ella. Mientras caminaban los dos callados, se encontraron con su familia y amigos y solo mirarlo a la cara, su hija supo que había hablado con él.

—¿Lo viste? ¿Hablaste con él? —preguntó delante de todos. Marcus abrazándola, susurró a su oído.

—Se fue, no va a volver —le dijo tragando saliva. Saya enredó sus brazos en su padre, que desde niña la había alejado de todo peligro y sollozó amargamente, mientras todos se alejaban—. La vida es así mi niña, debes ser fuerte y seguir tu camino, tu familia y amigos nunca te abandonaran —expresó tomando su rostro entre sus manos y besando su frente, tragando la amargura de ella. Cuando de amor se trataba sabía muy bien que ella lloraría más de mil veces, sin que él pudiera hacer nada y se maldijo por ello.

Sasha siguió los consejos de su padre, en cada ejercicio desafiaba sus propios límites, siempre queriendo dar más de lo que podía, el nuevo teniente, aunque sabía que debía cuidarla, le exigía como a todos los cadetes, sabiendo que ella era la mejor. Aguantó que los superiores le gritaran en la cara cuando algo salía mal, trató de vencer el sueño o sentir los pies hinchados de tanto estar parada, las carreras cuerpo a tierra donde los bichos y astillas se incrustaban en las manos y el rostro, sentía dolores en lugares que ni sabía que existían. Tuvo hambre, sueño y un cansancio profundo y cuando desobedecía o respondía sin respeto a los superiores, tuvo que quedarse de guardia de castigo o simplemente a limpiar, mientras ella puteaba por lo bajo el teniente sonreía. Pero jamás, a pesar de todo, pensó en renunciar, sabía lo que quería y lo lograría. Cuando se quedaba internada en el Colegio Militar castigada, una idea rondaba por su cabeza, al terminar la carrera militar y recibirse, iría a buscar a Leandro. Lo encontraría estuviera donde estuviera, y se lo repetía cada noche como si de un mantra se tratara.

Un fin de semana que Sasha decidió ir a bailar con sus amigos, sus padres se pusieron contentos, hacía meses que la veían triste. Sus amigos le indicaron un nuevo boliche, ella esa noche quería olvidarse del mundo y solo pasarla bien, Milo que ya la miraba con otros ojos la invitó a bailar.

—Estás hermosa —susurró en su oído atrayéndola hacia su cuerpo, pero ella enseguida lo puso en su lugar, alejándose de él sin dejar de bailar.

—No te equivoques, vos solo serás siempre mi amigo —afirmó mirándolo directamente a los ojos.

—¿Aún piensas en él? —preguntó molesto.

—Ese tema no lo hablaré con vos —replicó airada, y desde ese momento su relación de amistad, se fracturó.

Cuando se cansaron de bailar se subieron al auto y acercaron a Ángeles hasta un taxi, quería estar en su casa pues al otro día era el cumpleaños de su madre. Rodrigo luego de esperar que su hermana entrara por el garaje de su casa se fue, tenía una cita que no podía rehuir.

Apenas poner un pie en el mismo, Shasa presintió que no estaba sola, comenzó a traspirar y la adrenalina se esparció por su cuerpo, en solo un segundo, mientras a pasos agigantados trataba de llegar a la puerta que la llevaría al jardín, de golpe la luz se apagó, tragó saliva y lentamente sacó su celular, encendiendo la linterna a la vez que alguien la tomaba desde atrás arrinconándola contra la pared, tirando al suelo el celular. Trató de zafarse y lo logró, aunque no duró mucho, el adversario era más fuerte y la doblegó nuevamente poniéndola de cara a la pared. Respiró profundo y recordó el combate cuerpo a cuerpo, cerró los ojos, levantó su pie derecho y de un solo golpe, hundió su zapato en los testículos del atacante, él se quejó, pero no dejó de sostener con un brazo su cintura mientras pasaba el otro por su garganta, apretándola a su gran cuerpo.

—¿Qué buscas? ¿Dinero? Te lo daré, suéltame y lo tendrás —pronunció en un grito ahogado.

—Te busco a vos, sos la cura para todos mis males —susurró la voz de un hombre en su oído, para después lamer su cuello, de repente aflojó su brazo del cuello de ella y lentamente pasó su gran mano por sus pechos, acariciándolos. Ella sonrió relajando su cuerpo y muy despacio se dio la vuelta encontrándose con él. Su amor, su hombre, su teniente volvía a su vida.

Leandro luego de hablar con Marcus, comprendió que no podía vivir más sin ella y en un arranque de locura total decidió volver a su encuentro, su corazón y su cuerpo necesitaban de esa criatura que después de años, lo había vuelto a la vida. Lucharía por ese amor, aun en contra de sus propias convicciones.

—¿Me extrañaste, mi desobediente Sasha? —preguntó tomando con sus dedos el rostro de ella y cubriéndolo de besos ardientes.

—¡Volviste! No vuelvas a dejarme nunca más, ¡te amo! —respondió Sasha regalándole sus labios llenos de lágrimas saladas.

—¿Qué haré con vos? No quiero dejarte —dijo Leandro. Ella lo miró y supo que no se quedaría.

—Me iré contigo —expresó ella sin dudarlo.

—No permitiré que lo hagas, debes terminar tu carrera y luego veremos qué pasa. No dejaré que arruines tu futuro por alguien que aún no sabes si amas —susurró sin dejar de observarla.

—¿Cómo me decís eso? ¡Yo te amo! —afirmó arrimando sus labios a los de él que le mordió su labio inferior y apretando sus dedos en su cintura, provocó que ella gimiera y su bulto despertara al instante.

—¿Cuánto me amas? —preguntó Leandro provocándola.

—¡Hasta el infinito y más allá!  —respondió Sasha, tratando de esbozar una tímida sonrisa.

El se separó de ella, tratando de entender por qué esa desobediente le provocaba tanta ternura y lo calentaba tanto, por qué solo verla se había enamorado perdidamente de esa niña, a la cual le doblaba la edad. Tenía que pensar por los dos, no permitiría nunca córtarle la carrera, jamás podría hacer eso.

—Quiero que te recibas y luego…—empezó a decirle, pero ella no lo dejó terminar de hablar.

—Cuando lo haga, quiero que vengas a buscarme.

—Lo haré, te lo prometo, pero hasta entonces no te tocaré más de lo que lo estoy haciendo —aseguró Leandro sonriendo y provocando en ella el desconcierto.

—¿Entonces no me amas? —inquirió. Los ojos del teniente la comieron con la mirada.

—Tendría que estar loco para no hacerlo, ¡y aún no lo estoy!, pero quiero que seas mi mujer con todas las letras y no me acostaré contigo antes —comentó Leandro.

—Pero sí te acostarás con otras, no me creas tan idiota como para pensar que ya no lo estás haciendo —le espetó ella y Leandro la envolvió entre sus brazos mimándola, quería estar seguro de que el amor que ella sentía, era auténtico y no un espejismo.

—Sasha, debes terminar tus estudios. No es justo que los dejes, luego de sacrificarte tanto —la conminó él, pero la tensión sexual entre ellos era irresistible, indomable, difícil de soportar. Ella se colgó de su cintura con sus piernas y tomándole la nuca comió su boca, sin dejarle hablar.

—No es justo que me hagas esto —trataba de decirle él, mientras sus manos desesperadas, tomaban sus cachas estrujándolas y su lengua inquieta y ardiente, recorría la cavidad de la boca de esa mujer, que con caricias y sin experiencia lo estaba enloqueciendo—. Para, para mi vida, por favor —repetía él mientras ella bajándose de su cintura, trataba de abrir la bragueta de su pantalón—. Mañana te espero a las dos de tarde en esta dirección —le pidió Leandro, mientras sacaba una tarjeta de su pantalón poniéndola en su mano, Sasha lo miró pasando sus dedos por ese rostro que tanto amaba, no podía creer que se encontraría con él a solas—. Aún no le digas nada a tu familia, hablaremos y veremos —concluyó él.

—Iré y hablaremos —respondió ella guardando la tarjeta.

Leandro sujetó su cintura atrayéndola hacia su cuerpo y buscando sus labios, le dio un beso enredado con nostalgia, luego mil besos chiquititos recorrieron el rostro de Sasha y en un descuido, se alejó tan rápido como había llegado, dejándola temblando y como en una nube.

El problema era salir al otro día sola, nunca lo hacía. ¿Qué diría en su casa? ¿Qué mentira se le ocurriría? No le gustaba engañar, pero entonces pensó en sus amigos. Apenas entró en su habitación llamó a su amiga, a pesar de la hora que era, debía planear todo con antelación nada debía salir mal.

—¿Ángeles? Hola amiga, ¿estabas durmiendo?  —preguntó sonriente.

—Hola amiga, ¿estás bien? Sí hasta que me despertaste. ¿Pasa algo? —inquirió preocupada.

—Perdón, pero debo contarte algo —le dijo y comenzó a explicarle lo sucedido y entre las dos idearon un plan.

Apenas había podido dormir unas horas, estaba eufórica y muy nerviosa. Se levantó, se duchó y luego de cambiarse, se dirigió a la cocina dónde sus padres y Benjamín se encontraban desayunando, solo verla entrar su padre le regaló una sonrisa.

—Se levantó mi hija, buenos días hermosa —exclamó, mientras ella saludaba a todos con un beso en la mejilla.

—¿Como estuvo la salida? Ángeles se fue a su casa ¿no? Era el cumpleaños de su madre comentaste. ¿Se va directa al Colegio? —preguntó la madre mirándola y sirviéndole café a su padre que la observaba.

—Bien mamá, como siempre. Ángeles vendrá a las dos para irnos al cine y luego a cenar algo, de ahí nos iremos al Colegio Militar —contestó Sasha. Rodrigo que entraba justo por la puerta, la escuchó.

—¡Qué bueno, yo también quiero ir al cine! Hace mucho que no voy —comentó.

Sasha mientras él saludaba a todos, lo miró queriéndolo matar y él al percatarse de su mentira, sonrió.

—Es salida de chicas, lo siento no puedes ir —respondió comiendo una medialuna.

 —¿Seguro que no estás saliendo con Milo? Umm esto me suena a trampa —apuntó y ella que no sabía mentir, se puso toda colorada pero su madre la salvó.

—Basta déjenla en paz. Si sale está bien, es un buen chico, me gusta —comentó Carla mirando al padre que dudaba que fuera él.

—¿Ves lo que lograste con tus comentarios? —dijo observando a Rodrigo que tomaba unos sorbos de su café—. No salgo con nadie, cuando lo haga les diré. Solo queremos salir las dos solas.

Se acercaba la hora y Ángeles no llegaba, ella se moría pensando que no podría ir a encontrarse con Leandro, apenas sonó el timbre de su casa salió corriendo abrir, ante la atenta mirada de su hermano que sentado en el jardín la vio correr. Mientras conversaban en la habitación, ella se cambiaba a mil por hora pues ya se les hacía tarde, de pronto la madre tocó a su puerta y Ángeles abrió.

—Hola Carla, ya nos vamos estamos apuradas —dijo Ángeles, pero la mirada de Carla solo busco a su hija. Al verla con vestido y tacones, comprendió que su hija estaba enamorada y no precisamente del amigo, se cruzó de brazos observándola sonriente.

—Mamá no es Milo, debo hablar con él, ya te contaré. Por favor, no digas nada —suplicó, la madre movió su cabeza asintiendo y acercándose a ella la abrazó.

—Imagino quién es, solo ten cuidado —respondió con ternura.

Apenas poner un pie fuera del cuarto, vieron a Marcus y Rodrigo que la observaban con la boca abierta, estaba hermosa.

—Bueno que la pasen bien, llámame cuando entres al Colegio, ¿escuchaste? —ordenó el padre besándola en la mejilla.

Cargaron los bolsos en el baúl del auto que su padre hacía meses le había comprado y tocando la bocina, puso primera alejándose. Marcus se giró a su mujer y le pidió, agarrándola de la cintura, trató de sonsacarle información. Carla le sonrió y salió corriendo en dirección a la cocina. Rodrigo aprovechó para despedirse de sus padres con la excusa de que había quedado. Apenas salió de la casa puso en el GPS de su auto el cine más cercano que se encontraba a poca distancia, aunque imaginaba que su hermana no iría justo ahí. Al llegar no vio nada y comenzó a dar vueltas, estaba empecinado en saber con quién se vería ella y porqué tanto misterio.

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