Sasha

Sasha


Capítulo 8

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—¡Sabes muy bien todo lo que he pasado luego de la perdida de mi familia! —Carlos asintió con la cabeza, mientras bebía un vaso de vino— jamás olvidare esa pesadilla —aseguró—. Gracias a la ayuda de Marcus, pude recuperarme y tratar de encaminar nuevamente mi vida y de pronto, volví a caer en un infierno del que la verdad, ya no deseo salir —sentenció y Carlos lo miró.

—Pero ¿por qué? ¿Qué mierda pasó? —preguntó y Leandro tragó saliva y continuó platicando.

—Entré a trabajar en el Colegio Militar y me enamoré como un adolescente. Conocí a una mujercita, que me movió todo lo que tenía dormido, primero me agarré una calentura padre. Me enamoré quizás más de lo que estaba de mi mujer, ella me tuvo a sus pies sin proponérselo. Bella por dentro y por fuera, arrogante, desobediente. Es una cosa de locos —acotó con voz ronca—. Resulta que un día, después de pensarlo mucho, nos vemos en mi departamento y cuando estábamos besándonos, entró una mujer que anduvo conmigo tiempo atrás y dijo que era mi mujer —les explicó y todos recostaron sus espaldas en sus sillas, suspirando y abriendo grandes sus ojos.

—¡Mierda! —gritó el colombiano.

—Y bueno nada, ella se asustó o le creyó y se fue corriendo, traté de explicarle, pero era tarde no quiso escucharme, me volví loco de ira, quise matar a esa mujer. Preparé mis bolsos, pensando en irme muy lejos, pero luego llegó Marcus y sin preguntar nada creyendo que había abusado de su hija me pegó, él tampoco creyó en mí —terminó de contar y Carlos dio un brinco en la silla y se tomó la cabeza.

—¡Hijo de puta! ¿Dime que no es la hija de Marcus? —levantó la voz sin dejar de mirarlo.

—Sí amigo, es su hija. Sasha, una criatura adorable, con solo recordarla me calienta, sé que es muy chica pero la amo. No puedo sacarla de mi mente. Su recuerdo me persigue día y noche, creo que estoy enloqueciendo —exclamó y todos imaginaron como se sentía, pues en algún momento habían sufrido por un amor inalcanzable o imposible.

Leandro se levantó para ir al baño y la mirada de todos lo acompañó, hasta entrar en él.

—Mi amigo es un gran hombre —afirmó Carlos— es un tirador especial en cualquier milicia, se arriesga a todo, no le teme a nada. En una sola palabra un loco de atar. Le gusta jugar con la muerte día a día y siempre le ha ganado, pero creo está vez se dejará vencer por ella —susurró casi en silencio.

Sasha salió afuera del edificio y marcando el número de su padre lo llamó. Él esperaba ansioso esa comunicación, había tratado de llamarla, pero ella había dejado por horas su celular cargando.

—Hola ¿papá? —preguntó con temor.

—¡Sasha! Nena no sabes cómo estamos acá, caminamos por las paredes, ¿dónde estas? ¿Y con quién? —averiguó él pensando que quizás había encontrado a Leandro.

—Estoy bien, estoy en Bagdad con Ángeles, después nos vamos a la frontera de Israel —le explicó.

A Marcus casi se le cae el teléfono, no podía creer lo que expresaba su hija, su mente pensó rápido la respuesta, con miedo por si se cortaba la comunicación.

—Te amamos hija, Benajmín pregunta por vos y tu madre que decir, me putea todos los días, echándome la culpa de tu partida y tu perro Bobby, casi no come. Se la pasa durmiendo en tu cama. Vuelve hija, por Dios te lo pido —suplicó Marcus.

A ella se le inmundó el rostro de lágrimas, no podía responder pues un nudo en la garganta se lo impedía, respiró profundamente tratando de controlar el llanto que le produjo escuchar la voz de su padre.

—¡Perdón! Perdóname, pero no me iré —le respondió entre lágrimas.

—Esta locura es por él, ¿no? —preguntó angustiado, no sabía qué decir para convencerla de que volviera a su hogar.

—Sí es por él —confensó Sasha.

—Mira hija, yo lo iré a buscar y le pediré disculpas —dijo Marcus, ella achinó sus bellos ojos sin entender.

—¿Por qué le pedirías disculpas? —preguntó y Marcus tuvo que contarle lo que sucedió.

—Cuando me enteré de que estuviste en su departamento, fui rabioso a pedirle explicaciones pensando que te había llevado a su cama contra tu voluntad, y le pegué. No se defendió, puso la otra mejilla. Me di cuenta tarde, de que me había equivocado, pero lo arreglaré Sasha, vuelve por favor —pidió Marcus con la voz rota.

—La culpa de su partida, es solo mía. Lo tengo que encontrar, necesito verlo solo una vez más y pedirle que me perdone por no creer en él —contestó Sasha.

—Escúchame hija, se anuncia que puede haber otro atentado en Bagdad —comentó su padre.

—Si no lo encuentro acá, nos moveremos hacia la frontera de Israel —respondió Sasha por toda explicación. Marcus dejó caer su cuerpo sobre su sillón en la oficina, tapándose la cara con una mano, luego reaccionó enérgico y lleno de cólera.

—¡Quiero que vengas inmediatamente a tu casa! —le ordenó y Sasha colgó la llamada, dejándole con la palabra en la boca.

Marcus se quedó sumido en un desconcierto total, debía comunicarse rápidamente con su padre y decirle del paradero de su hija lo más rápido. Sasha por su parte, se sentó en un escalón, cerca de la puerta del edificio y buscó la noticia sobre el atentado que había leído. Casi cuarenta personas habían muerto y más de un centenar de heridos, cuando dos kamikaces se inmolaron en el centro de la plaza Al Tayaran, un lugar muy concurrido por jornaleros en busca de trabajo, esto puede hacer peligrar la cosecha de trigo y cebada, ante el temor de que se vuelva a repetir la masacre.

Cuando terminó de releer la noticia, su mente hervía con preguntas, sobre todo con la posibilidad de que Leandro ya no estuviera allí, que hubiera encontrado a alguien y se hubiera marchado. Notaba en las palabras de su padre, el amor que por ella sentía, extrañaba a su madre, a sus hermanos, a su querido perro que no comía por culpa de ella. Se sintió más perdida de lo que nunca estuvo. Vagaba por el mundo con el corazón hecho trizas, por un hombre que no sabía si la amaba realmente. Pensó que, si entraba y se acostaba, terminaría llorando, así que tomó el gorro de su bolsillo y se lo puso, a medida que comenzaba a caminar. Iría al Café Bagdad a encontrarse con su amiga, después de todo necesitaba tomar algo fuerte para levantar el ánimo, pensó a paso ligero. Solo se encontraba a unas cuadras del café, pero la calle estaba desierta y en un momento dado, el temor se apoderó de ella y apuró su paso mirando de reojo hacia todos lados.

Leandro y sus amigos ya con unas copas de más, contaban sus hazañas en otros países a lo largo de sus vidas y el colombiano, que no tenía tanta experiencia como ellos, solo escuchaba atento e intervenía de vez en cuanto en la conversación.

Sasha entró rápido al café, observó para todos lados y detuvo su vista en cuatro soldados que reían a carcajadas, Leandro se encontraba de espaldas a ella y un gorro horrible de lana  cubría su cabeza, la tenue luz del lugar no dejaba distinguir sus caras, siguió buscando a su amiga y la encontró al fondo, conversando y tomando con dos mujeres. Se dirigió hacia ahí y Ángeles al verla, como también iba un poco tomada, se paró haciéndole seña con la mano y gritó su nombre.

—¡Sasha! —exclamó contenta.

A pesar del ruido y risas reinantes en el lugar, a Leandro no le fue indiferente escuchar ese nombre. Estiró su cuello, pero no pudo ver la cara de las chicas que hablaban animadamente, ¿serian ellas quienes gritaron ese nombre? Su cuerpo y sus sentidos se alertaron, y ya no pudo seguir disfrutando de la conversación.

—Creo que tomé demasiado —manifestó mirando a los amigos— me voy —murmuró.

—Vamos amigo, una copa más y nos vamos todos —gritaron y él, que ya se había parado, se sentó nuevamente pensativo, pero no tomó más. Llamó al camarero.

—Traígame agua por favor, lo más fría posible —le pidió y antes de que se marchara, lo tomó del brazo —¿Conoce a esas chicas del fondo? —preguntó señalándolas.

—Sí, ayer vinieron a comer, creo que son argentinas —respondió el hombre sonriendo.

Solo escuchar eso, se paró poniéndose nervioso, su corazón comenzó a galopar y aunque su intención era acercarse a ellas, sus piernas no respondían y todos lo miraron.

—¿Estás bien? —preguntó Carlos parándose.

—¡Quiero saber quiénes son esas chicas y me da miedo acercarme, Dios creo que es ella! —balbuceó. El amigo lo miro creyendo que se encontraba totalmente borracho, aunque lo conocía y sabía que su resistencia al alcohol era larga. 

—Vamos, te acompaño —manifestó Carlos, sintiendo los mismos nervios que él.

 A solo unos pasos las observó, ella estaba de espaldas con un gorro verde oscuro que le tapaba su cabello, las otras tres hablaban y reían contando historias o chistes. Él se apoyó en una pared esperando a que se diera la vuelta, miró y reconoció en seguida a su amiga Ángeles. No se animaba a presentarse frente a ella, ¿qué le diría? Había huido de ella, pero ¿qué hacía Sasha ahí? Sabía perfectamente, que Marcus jamás la hubiera dejado viajar a ese endemoniado país. Carlos lo observaba dudar y lo animó.

—Vamos ve, ¡sácate la duda! —exclamó, pero Leandro no podía despegar los pies del piso.

Si era ella, le suplicaría amor y la amaría por siempre, y si no lo era, su corazón no soportaría otro desengaño. Cabía la posibilidad de que fuera ella y le odiara, así que sin pensarlo más, iba a girarse cuando de pronto ella, se paró sacándose el gorro y su hermoso pelo cayó sobre su espalda en forma de cascada, nublando todos sus sentidos, agitándolos de tal manera que le costaba hasta respirar.

—¡Es ella! ¡Es mi desobediente! —murmuró.

Lentamente se fue acercando, mientras su amigo retrocedía para dejarlo solo, Ángeles que lo vio, se tapó la boca con una mano y Sasha se asustó por su gesto dándose la vuelta, quedando frente al hombre que había ido a buscar. Sus ojos se encontraron en una mirada intensa, penetrante, llena de dudas y preguntas, en la que se dijeron mil palabras sin hablar. Sintieron que el amor entre ellos se encontraba intacto, era tan profundo y verdadero, como esa guerra que no era de ellos y por la que estaban dispuestos a pelear.

Ninguno de los dos se animaba a dar el primer paso, hasta que él se acercó parándose a centímetros de su cuerpo y con sus dos manos, lentamente tomó su rostro acercándolo al suyo. Sus frentes se juntaron y los dos cerraron los ojos, disfrutando de ese encuentro tan esperado, entonces Leandro abrió su boca.

—¡Mi pequeña Sasha! ¡Mía, solo mía! ¿Qué haces en este infierno? ¿Por qué viniste mi vida?  —preguntó observando sus labios. Ella posó sus manos sobre su fuerte y gran pecho, sin dejar de mirarlo.

—¡Vine por vos! ¡Solo por vos! —respondió luchando contra las lágrimas que estaban prontas para inundar su rostro.

—Vamos afuera, hablemos tranquilos —le pidió Leandro abrazándola.

Sasha asintió y le pasó un brazo por su cintura llevándola afuera del café. Las amigas, se quedaron mirándolos y los amigos, sonrieron al verlos pasar. Apenas salir. los recibió un viento frío, él le puso el gorro y mirando hacia todos lados, descubrió que en un rincón donde estaban las mesas de la terraza, había un banco rústico y hasta allí se dirigió con ella tomándola de la mano. La sentó arriba y él se quedó entre sus piernas para quedar a la misma altura, con una mano tomó su cintura y con la otra suavemente levantó su mentón, arrimó sus labios a los de ella llenándolos de besos chiquititos. No podía creer tenerla frente a él, después de haberla extrañado tanto y que ella se hubiera animado a irlo a buscar, era el acto de amor más grande que jamás esperó. No quería volver al edificio con los otros soldados, no quería dejarla ir, la apretaba a su cuerpo pasándole el calor que desprendía ante su contacto, ella apoyó su cara en su pecho dejando salir las lágrimas que tenía reprimidas.

—¡No llores mi amor! ¡Estamos juntos, eso es lo que importa! ¡Nada más! —le dijo Leandro cariñoso, secándose una lágrima que le resbalaba por el rostro.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó ella, levantando la cabeza buscando su mirada.

—Nos iremos a casa —sentenció Leandro—. Hablaré con tu padre y tendrá que entender que nos amamos. Te cuidaré y te amaré, hasta el último día de mi vida. Te amo. Pensaba en vos, soñaba con vos y cuando no creíste en mí, me rompiste el corazón —declaró mirándola a los ojos. Sasha escondió la cara en su pecho y el besó su cabeza, agradeciendo a Dios haberse encontrado.

—Justo hoy, hablé con mi papá —dijo ella de improviso— me pidió que volviera a casa, que esto era un infierno —le explicó ella.

—Tiene razón, voy a hablar ahora mismo con él nena —replicó él enderezándose. Hablaría con Marcus, defendería y lucharía por ese amor, como lo tendría que haber hecho antes. Sacó su celular, marcó y esperó paciente.

—¿Leandro? ¿Dónde mierda estás amigo? Mi gente te iba a buscar y desapareciste de Mosul —inquirió Marcus. Leandro se quedó mudo al escuchar esas palabras, pues parecía que su amigo no estaba enojado con él.

—Marcus estoy en Bagdad con tu hija, nos encontramos hace un momento. Antes de que empieces a gritar, me importa una mierda lo que vos opines, me casaré con ella apenas lleguemos a casa. Si te gusta bien y si no amigo mío, lo lamento mucho —soltó de carrerilla.

Marcus tuvo que sentarse, pues le había pedido a Dios que se encontraran, porque sabía que él la protegería. Sonrió y mentalmente agradeció que sus súplicas hubiesen sido atendidas. Su hija ya no estaba sola.

—Seré el padrino de la boda o te arrancaré la cabeza —respondió entre el llanto y la risa. A Leandro el alma le volvió al cuerpo, tener la aprobación era más de lo que más deseaba—. ¿Está a tu lado? La ciudad es un polvorín. Tenemos código rojo. Deben irse de ahí cuanto antes. Mi padre y mis hombres llegaron a Mosul buscándola allí, pero cuando recién me habló, les avisé que estaba en Bagdad. Tardarán de seis a ocho horas en llegar, pues solo hay una carretera accesible, apenas estén os buscarán. Por favor amigo, cuídala. Es la luz de mis ojos —le pidió con la voz rota.

—Tranquilo, me conoces. Creo que no sería conveniente dejarla ir al edificio donde fue asignada y están todos los soldados. Estamos cerca de un café que permanece intacto, averiguaré si tienen piezas disponibles y te paso la ubicación —replicó serio Leandro.

Cuando cortó la comunicación, Leandro miró a su desobediente a los ojos y no pudo por menos que abrazarla para sentir que estaba allí con él.

—Sasha nena, escúchame —dijo hablándole en el oído, mientras acariciaba su cintura— tu padre recomienda quedarnos en otro lugar está noche y tiene razón, quiero que entres y te quedes esperándome iré a por tu bolso y el mío. Mañana llegan tu abuelo y sus hombres y nos iremos con ellos —le explicó.

—¿Mi abuelo? —preguntó Sasha.

—Sí mi vida. Mañana si Dios quiere, escaparemos de esta ciudad, ahora vamos no perdamos tiempo —le pidió.

Cuando iban a entrar de nuevo en el café cogidos de la mano, Carlos salía a buscarlo y en su rostro vio preocupación.

—Mi amor, él es Carlos amigo de tu padre y mío —los presentó y ella como si lo conociera desde siempre, lo besó en la mejilla.

—Espérame adentro, no salgas por favor —demandó mientras asomaba la cabeza y con un movimiento de mano, llamaba al colombiano que al verlo enseguida se paró, yendo a su encuentro. Antes que ella pusiera un pie dentro del café, la miró y bajándose a su altura la besó en los labios.

Sasha entré y Leandro se reunió con sus amigos, antes de explicarles nada, le preguntó a Carlos qué pasaba.

—Amigo, ¡que cara! ¿Qué pasó? —averiguó sin dejar de mirarlo.

—Recién dijeron en las noticias, que mañana se espera un gran atentado en la ciudad salí para decírtelo —le contó.

—Yo recién hablé con Marcus, me dijo lo mismo. Su padre viene para acá con un equipo, llegarán de madrugada. Yo me iré con ella, si quieren venir los llevamos —les explicó.

—Yo no iré, mañana me voy a la frontera de Israel, como te dije, te agradezco amigo, pero aún no iré a casa —respondió el colombiano. Leandro miró a Carlos esperando su respuesta.

—Yo voy con ustedes si salimos vivos, porque presiento lo peor —manifestó serio.

—Colombiano ¿puedes quedarte con las chicas? Iré a buscar nuestras cosas —le preguntó.

—Sí vayan tranquilos, ¿dónde se quedarán está noche? —inquirió.

—Preguntaré acá, si no veré que hacer. Algo me dice que mañana atacaran el edificio donde están los soldados, será el primer lugar que querrán destruir —afirmó.

Carlos y Leandro se dirigieron a retirar sus pertenencias, al querer entrar en el edificio donde las mujeres se hospedaban se les complicó. Un soldado parado en la puerta no les dejaba pasar, pues ellos estaban en el edificio de al lado. La cara de Leandro se transformó demostrando su disconformidad, miró a Carlos y pensaron que era hora de demostrar sus habilidades. El soldado al ver su reacción se arrepintió de sus palabras, pero un segundo antes de que comenzara la pelea, se escuchó una voz detrás de ellos.

—Yo si soy de acá y mi novio vino a retirar mi bolso —dijo Sasha con firmeza.

Su desobediente y Ángeles, entraron sin que el soldado pudiera decir nada. La mirada de asesino de los dos hombres, le hizo retroceder desapareciendo en un segundo. Leandro puteaba al comprobar que una vez más, ella hacía lo que quería como en el Colegio Militar. A los pocos minutos salieron las chicas, fueron al edificio de al lado a por las cosas de ellos y luego caminaron serios, dirigiéndose de nuevo al Café Bagdad.

—¿Estás enojado? —preguntó Sasha y Carlos sintió ganas de reír, pero ante una mirada de Leandro se contuvo.

—Te dije que me esperaras adentro. ¿Vos aún no entiendes que estamos en peligro? —replicó Leandro enojado. Sasha se adelantó sin responderle.

—¡Sasha, ven acá! —gritó, pero ella no le obedeció. Él movió su cabeza y antes de entrar en el Café, dejó los bolsos en el piso abrazándola. Ángeles y el amigo entraron sonriéndose—. Amor no te enojes. Te amo —le pidió Leandro apretándola contra su cuerpo.

—Yo también, pero sabes que las órdenes no van bien conmigo —respondió Sasha dándose vuelta y colgándose a su cuello, Le mordió el labio inferior, lo que lo hizo calentar sobre manera, pero reaccionó al instante pues era una locura quedarse parado ahí en el medio de la noche, se apartó de ella enseguida, instándola a entrar con una miradita cómplice.

El colombiano, ya había reservado las únicas dos habitaciones que quedaban en el café, lo que Leandro agradeció. Se arrimó donde el dueño estaba y pagándole, este le entregó las llaves de las mismas. El problema venía en que Ángeles tendría que dormir con Carlos, que también se encontró sorprendido por la chica.

—Si quieres duermo con ella —comentó Sasha mirando a Leandro, que no veía la hora de estar a solas con ella.

—No te hagas problema, yo dormiré en la cama y Carlos se las arreglará —respondió Ángeles sonriendo y Carlos asintió.

Saludaron al colombiano, para ir a buscar sus habitaciones. Las mujeres se miraron sonriendo antes de entrar. La habitación era sencilla pero limpia, una cama matrimonial en el centro, dos mesas de luz a los costados, con sus respectivos veladores y en un rincón una mesa de madera con dos sillas. Para ellos era como estar en un hotel de cinco estrellas. La mirada de ambos hablaba sin pronunciar palabra alguna, sus cuerpos se deseaban, sus bocas se comían aún sin tocarse, las manos les sudaban y el corazón de ambos comenzó a latir desbocado. Por dentro sabían lo que vendría a continuación, nada y ni nadie lo iba a evitar está vez, esa noche sus cuerpos se amarían, para conciliar un amor postergado a través del tiempo. Esa noche sus cuerpos y sus almas, entrarían en esa nube de amor de los que se aman de verdad. Los dos desearon retomar el momento que vivieron en el departamento de Leandro. Querían su ncohe de amor.

Al otro día Leandro fue el primero que despertó, estiró su cuerpo en la cama y recordando el momento vivido con su pequeña desobediente, el rostro se le iluminó de alegría, se sentía tan feliz que no lo podía creer. Se recostó sobre un brazo y se pasó media hora observándola, tapó su cuerpo desnudo con la sábana y una manta, pasó la yema de un dedo por su rostro, para asegurarse de que lo que estaba viviendo, era realidad y no un sueño.

—Te amo, jamás dejaré de sentir lo que mi cansado corazón siente por vos. Te sacaré de este infierno cueste lo que cueste, no puedo quererte más de lo que te quiero, amor mío —susurró y al mirarla bien, observó que los hermosos labios de ella esbozaban una pequeña sonrisa y el rio con ganas—. ¿Me escuchaste? —preguntó haciéndole cosquillas, cuando ella con sus dedos se refregaba los ojos arrimándose a su enorme cuerpo.

—Sí, te escuché, pero te faltó decir algo —manifestó. Leandro pasó un brazo por su cintura apretándola y besó su frente, luego levantó su mentón con el dedo índice mirándola serio.

—Nos casaremos y tendremos tres hijitos, que serán hermosos como su mamá. ¿Eso era lo que faltaba? —inquirió acomodándose sobre su cuerpo, lamiéndole el labio inferior.

—Sí, eso quiero. Serán hermosos y enormes como el padre, y tantos como vos quieras —exclamó estirando sus dedos para tocar su pene, que ya estaba listo.

Cuando estaba a punto de volverse a amar, sintieron que llamaban a la puerta, él se bajó lentamente de su cuerpo sin dejar de besarla, se levantó y en seguida se puso el bóxer, tomó su arma y le indicó a ella que se tapara, mientras abría lentamente la puerta. Carlos lo miró sonriendo y le hizo una seña para que cerrara la puerta y fuera con él. Leandro nervioso miró a Sasha, que se acomodó para seguir durmiendo, cerró despacio y acompañó al amigo que se había parado en una ventana que daba a un patio interno, él hizo lo mismo ya preocupado y Carlos levantó levemente la cortina y los dos observaron.

—¡Mierda! ¿Quiénes son? —averiguó

—No sé, me levanté y ya estaban ahí. No me gusta amigo, creo que están esperando algo —comentó Carlos y Leandro lo miró.

—¿Vos decís que vienen por nosotros? —preguntó Leandro.

—¿Vos que piensas? Quiero creer que no, pero me están poniendo nervioso. Mejor nos vamos pronto de acá —comentó Carlos. Leandro volvió a mirar y observó que había al menos tres hombres armados.

—Nos vamos, ya debe estar por llegar el coronel, no nos arriesgaremos, dile a Ángeles que se prepare. Espérame cerca de las mesas —ordenó.

Entró rápido a la habitación y vio a su mujercita parada desnuda mirando por la ventana que daba a la calle.

—¡Córrete de la ventana! —sonó fuerte su voz, luego la suavizó— Amor ve a vestirte, nos vamos —le dijo Leandro, pero ella no se corrió llamándole.

—¡Mira! —le indicó. Un grupo de cinco hombres se encontraba en el frente del Café con armas.

—¡Dios! Vístete rápido, están por todos lados. Debemos salir de acá lo antes posible —afirmó.

Ya vestidos y con sus bolsos sobre el hombro, los dos salieron raudamente de la habitación tomados de la mano. Cuando llegaron donde habían cenado la noche anterior, se encontraba Carlos, Ángeles y el colombiano, lo que le llamó la atención.

—¿Qué haces acá? ¿Cómo entraste? —preguntó Leandro, el colombiano sonrió.

—Por la puerta, se encontraba sin llave —respondió chistoso.

—¿No viste los hombres que están en la entrada armados? —inquirió de nuevo

—Sí, pensé que eran soldados, ni los miré —contestó. Carlos no dijo nada solo lo miró, Leandro estaba ocupado pensando cómo saldrían de ese lugar. El dueño del bar que justo llegaba con unas bolsas, se acercó a ellos.

—Miren ¿esos hombres están buscándolos a ustedes? Si es así, no estoy dispuesto a que me rompan todo, los sacaré de acá —dijo en su idioma. Leandro y Carlos que sabían ese idioma a la perfección, respondieron que se lo agradecían, las mujeres se quedaron anonadadas de lo bien que hablaban el idioma, pero el colombiano se puso nervioso y Carlos lo notó.

Todos lo siguieron y el hombre los llevó por un pasillo que apenas se veía y todos se pusieron nerviosos. ¿Quién les aseguraba que este hombre no los entregaría? Sasha apretó fuerte la mano de su hombre y él la miró. Al final del pasillo había una puerta que daba a otra calle, el hombre abrió, asomando su cabeza.

—¡Fuera! ¡Rápido! A dos cuadras hay un edificio en ruinas, que Alá los proteja —terminó diciendo y aunque el hombre no quiso agarrar un manojo de billetes que Carlos pretendía darle, se lo metió en el bolsillo de su delantal a la fuerza.

Corrieron sin mirar atrás los cinco, como almas que se las lleva el viento, solo pararon para entrar en el edificio que les indicó el hombre.

—Colombiano quédate con las chicas —ordenó Leandro—. Carlos registra los perímetros, yo trataré de llegar arriba —concluyó.

Todos hicieron lo que había mandando, Leandro trató de llegar al tejado, pero no se veía nada, cuando estaba por retirarse, llegó Carlos con cara preocupada. Leandro lo miró y esperó a que hablara.

—No me gusta tu amigo, ¿por qué lo dejaron pasar, en el café? ¿Quién te asegura que él no sea uno de ellos? —comentó mirando a todos lados. Leandro se rio.

—¡Estás loco! Es verdad que mucho no lo conozco, pero él es un cobarde amigo, está muerto de miedo. ¡Cálmate! Saldremos de esto —adujo tocándolo en el hombro.

Los dos bajaron como pudieron y aunque no lo creía, el teniente prestaría especial atención al colombiano.

—¿Por qué volvió si no iba a ir con nosotros? —siguió preguntando Carlos.

—¡Basta, termínala! ¡Lo vigilaremos, cálmate! ¡Pondrás nerviosas a las chicas! —le espetó Leandro.

Cuando llegaron donde se encontraban las mujeres, el colombiano estaba a unos metros de ellas observando por un agujero de la pared sin hablar, las chicas se encontraban atentas a cualquier ruido.

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