Sasha

Sasha


Capítulo 10

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—¡Casi muero del susto! ¿Que les dijiste? —dijo Sasha tomándole de la mano nuevamente, Leandro sonrió mirándola.

—Que quiero un un lugar a solas, con mi mujer —respondió él. Ella lo miró con ironía.

—No soy tu mujer, no cantes victoria antes de tiempo, sos un creído —acotó pegándole en el brazo.

—Ya sos mi mujer! ¡Sos mía, desobediente! —exclamó él con orgullo.

Luego que caminaron unos cien metros, vieron un tipo choza de donde provenía una luz tenue, ella se rehusaba a entrar y la empujó guiñándole un ojo.

—Acá vive Abida, entra por favor, necesito unos minutos a solas con vos —le pidió.

El lugar era chico, pero se encontraba bien aseado, sobre el piso había alfombras, en un borde una cama chica y una mesa de fierro vieja, en la cual una lámpara antigua brindaba luz y sobre otro costado, dos baúles. Los dos se sentaron en la cama, dejando sus armas cerca de ellos, el teniente la abrazó y besó su frente, mientras ella rodeaba con los brazos su cintura.

—Te traje acá solo para hablar —manifestó él levantando su mentón observándola, sintiendo aún el temor de ella por la situación que estaban viviendo.

—Ya sé todo, solo quiero irme a casa. Esto es un infierno, no quiero volver nunca más a este lugar —replicó ella.

—Y no volveremos, te lo prometo. No perteneces acá, compraremos una casa cerca de tus padres, ¿eso quieres? —preguntó Leandro con temor, pensando que ella querría volver a la casa paterna.

—Sí, eso es lo que quiero. ¡Vos no tendrías que haber vuelto a este infierno! —exclamó y esas palabras le molestaron a Leandro, pero creyó conveniente no discutir pues ese no era ni el momento ni el lugar. —Vamos con los demás acá me da miedo, quiero estar cerca de mi abuelo —afirmó levantándose, ante la mirada de él que no la comprendía, entendía su miedo, pero no su enojo. Él no había hecho nada para que ella está enojada, o eso creía.

Mientras se alejaban y bajaban lentamente la montaña, él se paró un instante observándola y ella miró hacia otro lado, retirándole la mirada, claro que estaba enojada.

—No bajaremos hasta que me digas lo que te molesta. ¡Dímelo! —ordenó Leandro.

—El abrazo que le distes a Abida, aunque ella me da pena, no debiste hacerlo. ¿Te gustaría verme abrazada a otro, aunque sea por lastima? —replicó ella con ira. Leandro no podía creer lo que ella decía, sintió ganas de darle unos chirlos en el culo, seguramente como jamás se lo dieron los padres y comprendió que ella era muy joven e inexperta. Tan distinta a Abida que había sufrido en sus cortos años, lo que Sasha no sufriría nunca en lo largo de su vida, luego recordó que se encontraba en peligro solo por culpa suya y tuvo ganas de abrazarla tanto hasta cortarle el aliento. Amaba a esa desobediente como jamás amó a nadie y solo se quedó observándola sin saber qué decirle y ella siguió caminando. De pronto de su walki se escuchó la voz desesperada de Patricio.

—¡Leandro, no vuelvan! Repito, no vuelvan —gritó el abuelo de Sasha. El cuerpo se le quedó paralizado de terror, y los nervios se apoderaron de todo su ser, apresurando los latidos de su corazón. De dos zancadas largas, tomó el brazo de su desobediente para que se detuviera. Ella lo miró mal dándose vuelta, mientras su mente trabajaba a paso veloz pensando qué hacer.

—¡Debemos volver a la cabaña! ¡Ahora! ¡Ya! —le ordenó. Ella se asustó de sus palabras y lo miró sin alcanzar lo que él ordenaba.

—¿Estás loco? Yo no volveré a esa pocilga y a mí no me das órdenes —le gritó.

Leandro en un segundo, le sacó el arma que llevaba colgada de su hombro y levantando su cuerpo sobre sus hombros maldiciendo, subió como un rayo la empinada ladera y en minutos se internaron en la montaña. Bajó el cuerpo de ella depositándolo sobre el tronco de un frondoso árbol y ante la expresión de ella entre odio y temor, tiró las armas sobre la tierra, agarró su cintura con sus dos manos y la apretó a su cuerpo.

—Vas hacerme caso. ¿Escuchaste?  No grites —le exigió.

—¡Déjame! ¿Te volviste loco? ¿De qué mierda hablas? —reclamó ella.

—Que nos están por atacar —dijo y cuando ella iba a abrir su boca, él se la cerró con un beso lleno de amor y temor—. ¡Quédate acá, escóndete! Volveré por vos, por favor no bajes.

—Quiero ayudar —murmuró Sasha y Leandro tomando las armas del piso, le entregó la suya para luego depositar la de él sobre su hombro, corrió el pelo de su cara y acarició su mejilla sin dejar de mirarla.

—Amor no quiero que bajes. Prométeme que te quedaras —le pidió con ternura. Ella lo prometió con un movimiento de cabeza.

Leandro besó su frente y bajó nuevamente la montaña, para ayudar a los demás. Se quedó agachado en el borde de una de las tantas rocas que había en el lugar y sacando sus binoculares del bolsillo de su pantalón, comenzó a observar la casa de Khalid, enseguida diviso a Alf, Máximo y Patricio apostados en la ventana observando y decidió llamarlo.

—¡Patricio! ¡Patricio! —llamó esperando la respuesta.

—Leandro no bajen —respondió este.

—¿Dónde está Abida? —averiguó.

—Quiere irse a la montaña donde estas vos —contestó Patricio.

—Estoy con los binoculares observando la casa, a Sasha la dejé arriba —le explicó.

—Abriré la puerta para que salga, protégela a ella también —le pidió y apenas abrió la puerta el coronel, la muchacha salió corriendo y segundos después se agachó detrás de Leandro.

—Corre hacia la montaña y quédate con mi chica, no se muevan de ahí pronto iré yo —le comentó en su idioma.

Al terminar de decir eso, un camión viejo se iba acercando a la casa de Khalid con un grupo de quince hombres fuertemente armados. Leandro no sabía qué hacer, doblaban a los que había en la casa en número y en armamento. Se quedó agazapado esperando instrucciones.

—Leandro ¿ves cuantos son? —inquirió Patricio a través de la radio.

—Más que nosotros, calculo unos quince. Decime qué hacer, los tengo en la mira —acotó apuntando con su arma directo a la cabeza del que parecía dar órdenes.

—Espera, saldrá Khalid quizás si tenemos suerte se irán luego de entregarles algo de comida, no dispares. Repito, no dispares —ordenó el comandante.

Leandro se limpió con una mano el sudor. Los hombres se bajaron del camión, dando vuelta por la casa y hablando entre ellos. El iraquí abrió lentamente la puerta y les habló mientras le apuntaban con sus armas. Patricio y los demás se pusieron a la defensiva. Luego de intercambiar algunas palabras, los hombres parecían irse, pero a uno de ellos le pareció ver algo adentro y empujando al iraquí entró. Un certero disparo del coronel, fue suficiente para matar al hombre que cayó al piso, afuera el primero que recibió un tiro fue Khalid, los de adentro se pusieron en posición y los de afuera tras el camión, comenzaron a disparar.

—¡Ahora Leandro! ¡Comienza a disparar! —exigió Patricio con la voz quebrada.

Leandro ajustó la mira láser de su rifle y en minutos logró derribar a cinco agresores, de inmediato otros cinco atacantes se escabulleron alrededor de la casa y los restantes entraron. Dentro se escucharon varios disparos y el teniente se desesperó, cuando unos tiros provenientes de atrás lo inmovilizaron pensando que los atacantes también estaban ahí, pero se dio vuelta velozmente comprobando que Sasha tirada en el suelo derribaba a uno que por el borde de la casa a cuerpo tierra, se dirigía a su posición. Leandro se sonrió y los dos comenzaron a disparar a mansalva, hacia todos lados. Luego de derribar a todos los que se encontraban afuera, su desobediente se acercó a él.

—Teniente te salvé. Me debes una —afirmó orgullosa.

—Vi que venía, solo quería que se acercará más —rebatió Leandro sonriendo, sabiendo que era mentira.

—¡Si, claro como no! Miénteme que me gusta —respondió ella y él movió su cabeza, pensando que esa chica lo estaba volviendo loco. Luego Sasha rompió su coraza— Tengo miedo —le susurró.

—¡Yo voy, vos espera acá! —le dijo con voz autoritaritaria, haciéndole una caricia.

El temor de ella se acrecentó al no sentir ruidos, el solo hecho de pensar que a su abuelo pudo pasarle algo la enloqueció, se ubicó bien sobre la roca mientras que por la mira de su rifle seguía los movimientos de su hombre, que lentamente se acercaba a la casa. Este cuando llegó apretó su espalda a la pared, tratando de ver por la ventana. El silencio era absoluto. Un movimiento alertó los sentidos de Leandro que se refugió, la puerta se abrió lentamente y lo que vieron sus ojos lo dejó aterrado, tres de los atacantes salían escudándose en los cuerpos de Patricio, Alf y Máximo. Ella lo miró sin saber qué hacer. Esté le hizo señas que se agachara y siguiera apuntando a los hombres. Los hicieron arrodillar, y con una sonrisa irónica apuntaron a sus cabezas.

El corazón del teniente se detuvo en un segundo, mientras Sasha se secaba en silencio las lágrimas sin dejar de apuntar, miraba a su abuelo a los ojos atreves de la mira de su rifle y quería morir, él se encontraba en esa posición por su culpa. Leandro calculaba el disparo que iba a ejecutar, aun sabiendo que mataría a alguno de ellos, uno de sus amigos moriría. Se arrodilló en el suelo haciéndole una señal a su desobediente que temblaba errar el disparo, pues si lo hacía sería la muerte segura de los que seguían arrodillados en el piso.

De repente y de la nada el sonido ensordecedor de la hélice de un potente y enorme helicóptero, se hizo presente ante ellos. Los hombres que estaban de rodillas levantaron la mirada hacia la máquina y los agresores sin dejar de apuntar, giraron sus cabezas al infernal aparato a metros de ellos. Leandro econoció al segundo a los ocupantes y haciéndole señas a Sasha que se encontraba confundida, le pidió que bajará su arma sin dejar de observar la situación. Tres soldados francotiradores desde el helicóptero ejecutaron a los agresores en segundos. Patricio, Alf y Máximo se levantaron y sonrieron a quien luego de aterrizar el helicóptero, bajó a las carcajadas.

—¡Mi coronel! ¡Ya estás grande para esto! —dijo perdiéndose en un abrazo con Patricio.

—Loca de mierda, casi muero ¿por qué no viniste antes? —preguntó mientras ella saludaba a los restantes, Leandro salió de su escondite y ella al verlo corrió hacia él.

—¡Mi novio! —exclamó besándolo en la boca mientras él trataba de alejarse riendo—. Pero ¿qué te pasa? ¿No te gustan más las mujeres? —preguntó sonriendo. Todos desviaron las miradas hacia Sasha, que bajaba la montaña enojada al ver como lo había besado.

—¡Abuelo! —murmuró y Patricio la abrazó besándole la frente.

—Ahora nos vamos a casa mi vida, ya nos vamos —acotó sin dejar de mirarla y acariciarle las mejillas coloradas.

—Pero ¿esta belleza es la hija de mi otro novio? —rio la mujer y la ira de Sasha explotó.

—¡Mi papá no tiene novia! ¿Quién carajo sos? —gritó y Leandro fue a su encuentro. Ella luchó para deshacerse de su abrazo, el tomó su rostro entre sus manos dándole un beso de película delante de todos.

—¡Mierda! Teniente, a mí nunca me besaste así —dijo la mujer y Sasha iba a replicarle cuando su abuelo se lo impidió.

—Sasha, ella es Dennis amiga y empleada de tu padre —explicó Patricio. Sasha no quiso saludarla, solo la miró mal.

Leandro la llevó a un costado de la mano para explicarle, que Dennis era siempre así de chistosa y que nada tenía con su padre ni con él, solo era trabajo. Ella después del descargo de él, se sintió una estúpida por comportarse de esa manera con la mujer que los había salvado. Khalid había muerto por defenderlos y todos estaban apenados, Abida se quedaba con un familiar menos nuevamente. Después de enterrar al iraquí, Alf dijo unas palabras muy sentidas en la partida de ese hombre, que muy generosamente los había ayudado. Ya pronto a irse, todos miraban de reojo a la hermana de Sara que, como un pollito mojado, veía los preparativos de su partida.

—¿Qué haremos con ella? Me da lástima dejarla acá, aunque en la montaña le quedan dos familiares aún —susurró Leandro a Patricio.

—No podemos llevarla, somos muchos. Además, tiene otras costumbres, es otro tipo de vida —respondió Patricio. Las mujeres escuchaban atentas al lado de Dennis, que estaba impaciente por marcharse.

Abida confirmó la sospecha de Patricio, de querer quedarse entre su gente y todos se despidieron de ella. Leandro la llevó hacia un costado y puso en sus manos un par de billetes.

—Cuídate mucho, junto a ese dinero está mi número de teléfono, llámame cuando quieras —le dijo besando su frente, ella lo abrazó mientras se secaba una lágrima y Sasha se arrimó para darle un beso en la mejilla.

—Que sean muy felices y que Alá siempre los proteja —susurró Abida en su idioma, Leandro le tradujo lo que había dicho a su hija, que le respondió con una sonrisa sincera.

Marcus estaba impaciente por que llegaran, no veía la hora de abrazar a su hija y hablar unas palabras, con el hombre que había robado su corazón, Carla a pesar de que aún no perdonaba a su marido, se encontraba feliz al saber que su pequeña estaría junto a ella.

Dennis no quería llegar a la casa de su jefe y luego de estar unos minutos en el departamento de Patricio, este la llevó al aeroparque donde tomó un avión, rumbo a la triple frontera donde seguía dirigiendo y cuidando los negocios del hombre más temido de ese lugar, su jefe y su amor imposible. Al colombiano lo dejaron en un hotel del centro, pronto tomaría también un avión, con destino a su país.

Alf, Máximo y Patricio, cansados se dirigieron a sus hogares al igual que los demás soldados. Leandro con Sasha llegaron a la casa de ella en la camioneta de él. Leandro se detuvo frente a la puerta, con temor de enfrentarse a su amigo, ella lo miró e inclinándose, recostó su rostro sobre su pecho y él la rodeó con su brazo, besando su cabeza.

—¡Llegamos! ¿Qué pasará ahora? No quiero estar lejos de ti, te amo —le susurró Leandro con los labios apoyados en su pelo.

—Yo también te amo. ¡Hablemos con papá! —respondió Sasha y los dos bajaron aún con sus ropas de soldados y sus bolsos a cuestas.

Sasha tocó el timbre, su padre apenas abrió la puerta, la estrechó contra su pecho en un emotivo abrazo. Carla corrió a su encuentro y se abrazaron los tres, mientras Leandro observaba la escena sin entrar. Carla se dirigió hacia adentro con su hija y Marcus, enfrentó a su amigo parándose frente a él, sin dejar de mirarlo.

—Hola —pronunció Leandro.

Marcus serio, extendió su mano para saludarlo, nada más notar el contacto de la mano de Leandro, tiró de él para fundirse en un abrazo de sincero agradecimiento.

—Gracias por traer a mi bebé de vuelta, estoy en deuda contigo de por vida —le dijo Marcus.

—Gracias a vos por aceptarme, amo a esa pequeña desobediente y te juro que siempre la cuidaré —replicó Leandro sosteniéndole la mirada.

—Bueno pasemos a la cocina, comeremos algo y luego descansarán, mi padre me contó que fue a llevar a Dennis al aeroparque, la verdad es que la negra se portó —comentó y Leandro asintió con la cabeza, mientras entraban a la cocina donde Sasha y la madre ya picaban algo—pero no la nombremos por Carla —susurró Marcus.

—Servite lo que gustes, gracias por cuidar a mi hija —aseveró Carla mirando al teniente, que se sentó al lado de su chica. Sasha sin pensarlo, lo besó en los labios poniéndolo incómodo por estar frente a su padre.

—Acostúmbrate amigo, ella es así —aseguró Marcus y Leandro sonrió, animándose a tomarle la mano.

Mientras su chica se duchaba, llegaba el paseador de perros con su perro Bobby, apenas abrieron la puerta de calle, él supo que su dueña había llegado. Sin hacerle caso a nadie, corrió a su dormitorio y comenzó a saltar a su alrededor, mientras ella trataba de calmarlo.

—¿Te portaste bien? ¡Mi perro consentido! Te amo Bobby —le decía ella acariciándolo, tratando de vestirse.

Cuando salió, vio a su padre y a Leandro hablando sentados en el jardín, se notaba que hablaban temas que no querían que escuchara, porque lo hacían en voz baja.

—¿Qué hacen mis hombres? —averiguó pasando sus manos por sus hombros, a Leandro el cansancio se le notaba, y se paró para irse.

—¿Dónde vas? Báñate, que Carla ya está preparando la cena y vendrán los muchachos —dijo Marcus.

—Me iré a mi departamento, no tengo ropa limpia —confesó nervioso.

—Mi papá te presta ¡dale! Quédate, después dormiremos en mi habitación —replicó Sasha y Leandro miró hacia otro lado. Ella hablaba como si nada y él se moría de vergüenza.

—Vamos amigo! ¡No me vas a decir suegro, porque te mato! No se hable más, vamos que te daré ropa, mañana será otro día y veremos qué van a hacer —comentó sonriendo Marcus.

Mientras Leandro se duchaba, Sasha jugaba con su perro en su cama, al verlo salir con una toalla alrededor de su cintura y otra en sus manos secándose el pelo, creyó morir de amor. Amaba a ese hombre, sus brazos fibrosos, su gran torso con varias heridas y esos rasgos tan varoniles desataron en ella un vendaval de emociones, él sabiendo lo que provocó en ella, se sonrió y le hizo una seña para que sacara al perro de la habitación y ella obedeció al instante.  Leandro se acercó a ella y extendiendo su mano, la instó a ir a su lado, ella retiró la pequeña toalla que cubría su cintura y bajando la mano tanteó su bulto, ante un pequeño gruñido de él pues ya su lengua ardiente, hurgaba en la boca de ella.

—Dios mío, ¡cuánto te amo! —le susurró él, mientras acariciaba con sus manos, sus pequeños y erectos pechos. Luego se retiró unos centímetros, para instalar que bajaran a cenar.

—Quiero mi postre ahora —respondió Sasha, mordiéndole el labio inferior y disparando así todos sus bajos instintos.

—Vamos a cenar, no seas desobediente. La noche es larga y este hombre te dará, todo lo que tiene guardado para vos —le replicó Leandro, apartándose de ella para comenzar a vestirse.

Luego de una cena acogedora donde nadie preguntó nada sobre su relación, todos se fueron a descansar. Y aunque los dos estaban locos por hacer el amor, estaban tan cansados que luego de unos cuantos besos subidos de tono, sin quererlo se durmieron. Cuando él se despertó estaba más cansado que el día anterior, pasó los dedos por sus ojos y girando la cabeza, observó a su mujercita durmiendo con los labios entreabiertos. Se quedó un momento mirándola imaginando una vida junto a ella, pasó un dedo por su mejilla palpando su piel tan suave, acomodó lentamente su pelo y besó suavemente su mejilla. ¿Podría hacerla feliz? La veía tan joven, él le doblaba la edad y se mordió el labio inferior, pensando que quizás ella podría ayudarlo a espantar todos los demonios que aún vivian en él. Se iba a levantar, pero decidió quedarse unos minutos más, mirarla era un bálsamo para su corazón partido, enseguida le vino a la mente Sara y se inquietó, su alma necesitaba una paz que sabía sería difícil de encontrar. Se levantó de mal humor, poniéndose la ropa que su amigo le había entregado la noche anterior. Apenas abrió la puerta, Bobby entró acostándose al lado de su amor, lo que le provocó una sonrisa. Se sentía ruido en la cocina y unas voces que hablaban. Entró despacio y encontró a su amigo y a Patricio, hablando de lo ocurrido. Saludó y se sentó enfrente de ellos. Patricio se levantó y le sirvió una taza de café, que tomó enseguida entre sus manos.

—¿Cómo dormiste? —preguntó Marcus.

—Bien, todavía estoy cansado, tu hija duerme —comentó mientras Marcus le entregaba un diario para que observara las noticias, lo miró dejando la taza sobre la mesa y comenzó a leer mientras arrugaba la frente.

“El presidente de los Estados Unidos Donald Trump, dirigió anoche una operación militar en Siria, por supuestos ataques de armas químicas contra la población rebelde de Duma”

—¡Esto no terminará nunca! Yo nunca más piso ese maldito lugar. Basta para mí —exclamó dejando el diario sobre la mesa y bebiendo un trago de su café.

—Hablemos Leandro, ¿qué piensan hacer? ¿Dónde van a vivir? Sabes que acá hay lugar —inquirió Marcus. Él sonrió de costado, pues no sabía qué hacer, estaba deseando hablar con su desobediente a ver qué pensaba, lo aterraba la idea de vivir separados, pero no podía obligarla.

—No lo sé —afirmó bajando la vista— haré lo que ella desee —comentó. Y en ese momento entro Sasha en la cocina en piyama y su perro atrás, besó en los labios a su hombre y luego en la mejilla a su padre y su abuelo.

—Vamos a vivir al departamento de Leandro. Luego buscaremos una casa cerca de esta —dijo mirando a su padre, mientra bebía el café que su abuelo le había servido—. ¿Qué te parece? —indagó observando a Leandro que sonreía y en respuesta a su pregunta, él paseó sus dedos por su mejilla.

—Lo que vos quieras mi amor —contestó Leandro y Marcus observó, el amor con el que su amigo miraba a su hija y se sintió plenamente feliz por los dos.

—Bueno mejor, así estaremos juntos —exclamó el padre y el abuelo se rio, sabía que su hijo era un gran padre y también deseaba tenerla cerca.

Sashaa se mudó al departamento Leandro, que no se decidía en qué trabajar. Marcus le pidió que trabajara con él adiestrando a los hombres, para las misiones que siempre hacían, pero él ya no quería saber nada, ni de soldados ni entrenamientos, estaba aburrido y cansado de esa vida. Colgó su traje de soldado. olvidándose de él y Sasha aprovechaba, para tenerlo cerca todo el día. Disfrutaban de los días y las noches amándose sin piedad, recuperando el tiempo perdido. Iban a ver casas y a todos lados llevaban a su fiel amigo y compañero Bobby. Algunos fines de semana Ángeles, Félix y Milo iban a visitarla y su hombre se mordía los codos, porque este último siempre le había caído mal y cuando ella le contó que un día se le tiró, desato en él un vendaval de celos que pese a querer controlar, era imposible lograrlo. Mientras ellos se divertían jugando a las cartas o viendo una película, él aprovechaba para encerrarse en un cuarto del cual había hecho su oficina y ahí en silencio, repasaba su vida mentalmente.

A las tres o cuatro horas, su chica despedía a los amigos y él salía de su refugio. Pero ese día no se iban y se sintió harto y de muy mal humor, abrió la puerta dirigiéndose a la cocina a comer algo y apenas puso un pie en el espacio, observó como Milo tomaba a su chica del brazo y sin su consentimiento, la besaba en la boca. Se quedó con los pies pegados al piso sin poder reaccionar, pero ella inmediatamente, lo empujó dándole una cachetada y sin pensarlo, de tres zancadas Leandro tomó al chico del cuello con una sola mano levantándolo en el aire, Milo gritaba y el resto quedaron mudos al ver la situación.

—¡Bájalo Leandro! —sintió el grito desesperado de su mujercita, al ver que Milo abría grandes los ojos sin poder respirar. Su hombre ni la miró y lo soltó, clavándole su mejor mirada asesina.

—¡Si te veo a diez cuadras cerca de mi mujer, empieza a rezar, porque no te imaginas de lo que soy capaz! ¿Escuchaste? —le gritó apuntándolo con el dedo—. ¡Y ahora fuera de mi casa todos! —exclamó airado. Sasha no podía creer cómo echaba a sus amigos.

—Ángeles quédate por favor —le pidió Leandro a la muchacha mirándola, pero esta se sintió intimidada por la situación. Tomó su abrigo, su cartera y saludando a su amiga se marchó. Al quedar solos las recriminaciones de ambos, no se hicieron esperar.

—¿Cómo te atreves a echar a mis amigos? Claro es tu casa no la mía —reclamó ella.

—Por favor, no quise decir eso. Sabes que todo lo mío es tuyo. ¿Que tenía que hacer? ¿Dejar que ese pendejo siga buscándote frente a mis narices? ¿Eso querías? —cuestionó Leandro.

—¡Claro que no! Pero lo hubieras echado solo a él, no a todos —exclamó ella dándose vuelta.

Leandro respiró profundamente y lentamente se acercó a ella, abrazándola desde atrás cubriendo su cuerpo con sus brazos, mientras sus labios susurraban en su oído.

—Vamos no te enojes, solo hice lo correcto, te amo y no quiero que nadie te toque —le explicó cariñoso. Ella se dio vuelta y apoyó sus manos en su gran y duro pecho, mirándolo.

—¡Lo sé! Solo que Ángeles y Félix son buenos, no… —él posó uno de sus dedos sobre sus labios, haciéndola callar.

—No quiero pelear por ese pendejo —afirmó mientras su legua juguetona, lamía el lóbulo de la oreja de ella y su bulto se refregaba por su cuerpo.

—Ámame —susurró ella entregada.

—Dime lo que te gusta. ¿Quieres esto? —le dijo él con voz ronca, mientras subía su vestido, preparándola para hundirse en su sexo.

—¡Sí! ¡Tómame! —gritó ella húmeda como estaba.

En un segundo la dejó desnuda y alzándola en brazos se dirigió al dormitorio, ya en esa cama comenzó a dar rienda suelta a ese fuego que tenía dentro y que ella tan solo tocarlo despertaba. Sus dedos largos comenzaron a acariciar sus hombros lentamente mientras bajaban y se instalaban en su cintura, las caderas de él iniciaron un vaivén donde los grititos de Sasha y sus gruñidos llenaban el espacio.

—¡Te amo! ¡Estoy loco por vos! Dime que vos sientes lo mismo —le pidió Leandro, mientras el sudor por la excitación que sentía, caía por su rostro.

—Yo también te amo, mi celoso —exclamó ella en el instante que las piernas se le aflojaban y llegaba a un gran orgasmo, que hizo temblar todo su cuerpo. Leandro se sonrió satisfecho y apurando sus movimientos logró terminar juntos. Se quedó unos minutos dentro de su sexo, durante los cuales despidió hasta la última gota de su semen.

Luego ella se dio vuelta quedando de espaldas a él y los dedos de Leandro comenzaron lentamente acariciar sus cachas, Sasha giró su cabeza y sus labios se perdieron en un beso interminable, un beso mojado de sudor y lleno de amor. Eran dos seres conociéndose, mimándose, dos amantes que no se cansaban de desearse y de amarse, a toda hora.

La vida de ellos seguía entre ruedas, amarse era lo que más les agradaba, pasaban horas hablando, conociéndose y contándose sus secretos, las madrugadas los encontraba recostados en el gran sillón, riendo o platicando temas sin importancia. Varias horas al día se la pasaban jugando con el perro, Leandro le había enseñado a buscarlos a los dos y Bobby muy inteligente, solo oliendo una de sus ropas los encontraba y ellos se mataban de risa. Otras veces hundían en su collar de cuero un papel escrito con mensajes de amor y el pobre se volvía loco llevándolos.

—Sasha, me voy a la oficina de tu padre, ¿escuchaste amor? —susurró una mañana, pero ella estaba completamente dormida.

Leandro ya se encontraba vestido con un pantalón de jean y una camisa negra, como ella ni se movía, se agachó despacio, besó su frente y tapándola se marchó. Antes de salir de la habitación, se dio vuelta observándola, amaba con todo su corazón a esa pequeña desobediente, ella lo había devuelto a la vida y ya no podría vivir sin ella, meditó sonriendo mientras salía.

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