Sasha

Sasha


Capítulo 13

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—¡El perro la siguió! Y ella antes que la agarraran le puso el otro collar, sabiendo que él la seguiría. ¡Vamos! —dijo con los ojos grandes y el llamador en una mano, mirándolos a todos que pensaron que estaba enloqueciendo.

—¿Dónde vamos? ¡Espera! —gritó Marcus tomándolo de los hombros.

—Te digo que Bobby la siguió, solo debemos encontrar al perro —explicó Leandro.

—Leandro no sabemos dónde está, ¡cálmate! —rebatió Marcus, pero él no le hizo caso y empujándolo corrió para subir en su camioneta estacionada en la vereda. Al verlo tan nervioso, Marcus subió con él y se puso al volante, tres hombres más y dos policías los siguieron en otros autos.

Marcus manejaba el auto de Leandro, giraba la cabeza observándolo y lo veía ido, desquiciado, aturdido, pensó que había pedido la razón, pero seguía manejando, mientras un dedo retiraba una lágrima que sin querer corría por su rostro.

—Vamos Bobby ¡dime dónde estas! —gritaba Leandro sacando la cabeza por la ventanilla, llamándolo. Marcus movía la cabeza en señal de reprobación.

Los autos lo seguían atrás, sin saber bien dónde iban, hasta que a la media hora de estar manejando el policía que se encontraba en otro auto, recibió una llamada de la casa de Leandro de un superior.

—¡Tengo la señal del teléfono de la chica! —dijeron y el que manejaba se detuvo, los de atrás también y tocaron bocina para avisar a Marcus, que también lo hizo—. La señal está muy cerca de donde están ustedes, ya envié personal, sigan manejando despacio yo les aviso, ¡Apaguen las luces! —comunicó la voz.

Todos se miraron ansiosos por encontrarla y el nerviosismo se hizo sentir, subieron a sus autos y siguieron el camino despacio, atentos y expectantes. Mientras, Leandro seguía buscando a su perro. De repente al pasar por un baldío, un bulto se movió entre unos pastizales y Leandro gritó:

—¡Bobby! ¡Para! —Marcus detuvo el auto y su amigo corrió al encuentro de su perro. Se arrodilló a su lado y acarició su gran cabeza, el can lo miraba queriéndole con los ojos tristes. Lo examinó para ver dónde estba herido, mientras todos lo alumbraban con linternas. Tenía una pata lastimada y sangraba de un costado de su cuerpo, sin dudarlo Leandro lo alzó en brazos y lo depositó en el asiento trasero de su automóvil. Ahí observándolo bien, miró su collar. Tenía razón, su mujercita lo cambio, se lo sacó y encontró enroscado un papelito. Salió del auto y pidiendo que alumbraran, leyó lo que decía.

“Irak es ella S…”

 

Leandro se quedó pensando sin entender, ¿alguien de Irak la había secuestrado? ¿Quién? ¿Y la S que quiere decir? Se encontraba muy perdido.

—¡Qué mierda quiere decir! —gritó Marcus leyendo el papel.

—¡No sé! Pero seguro es gente de ese país, ¡Marcus se la van a llevar! ¡No la veremos más! —exclamó y Marcus lo sacudió para que reaccionara.

—¡El perro sabe dónde está! Seguramente te iba a buscar —adujo mirando al can.

Leandro miró a Bobby y este ladró. Lo bajó despacio del auto y comprobó que renqueaba, pero sin esperar más, volvía al lugar donde seguramente estuvo. Leandro y Marcus lo seguían caminando y el can se daba vuelta observándolos para comprobar que estaban atrás de él, los otros autos los seguían lentamente, de repente se paró y se dio vuelta. El corazón de ambos hombres comenzó a palpitar saliéndoseles del pecho, los autos pararon y apagaron los motores. El can volvió a mirar a su dueño y este llevándose el dedo índice a los labios le indicó silencio, el perro se agachó y Leandro hizo lo mismo, cuerpo a tierra recorrieron cien metros, Marcus y los demás los siguieron en la misma posición. Al llegar a un tipo de basural, el perro se detuvo tras unas bolsas, de las cuales las ratas salían corriendo al sentir movimientos.

—¡Mierda! ¡Esto es un asco! —levantó la voz un policía y todos lo hicieron callar. A unos metros observaron una casucha de madera, donde una tenue luz salía de una de sus rotas ventanas.

—Es acá, tiene que estar acá —afirmó Leandro acariciando el lomo del can, que lo miraba.

Mientras llamaban a su casa y los policías confirmaban la ubicación, en contados minutos la casucha quedo rodeada por efectivos policiales y Leandro sostenía al perro ordenándole que se quedera quieto.

—Vos por atrás, yo por el frente —comentó Marcus y los policías lo retuvieron de un brazo, obligándolo a detenerse.

—Esto es cuestión nuestra, ¡no se muevan! —ordenó un policía. Leandro se paró de inmediato junto a Marcus y los policías retrocedieron al ver que los enfrentaban.

—¡Ella es mi hija y él es el marido, no se atrevan a decirme qué hacer! —exclamó Marcus, retándolos con la mirada. Cuando los ánimos se calmaron, corrieron hacia la casucha.

Rodrigo que también los acompañó viajando en otro auto, le mandó un audio al padre, pues desde su posición tenía más visibilidad.

—Papá salió un hombre afuera. ¡No se hagan ver, lleva puesta una túnica y es muy alto! —dijo lo más bajo que pudo.

Marcus le hizo seña a Leandro que estaba en la parte de atrás apoyado en la pared, mirándolo y este se aproximó.

—¡Creo que es gente de Irak! Mi hijo dice que uno salió y lleva túnica. ¡Yo soy el culpable de todo! Por mi culpa la quieren a ella —le explicó. Leandro pasándose una mano por el rostro no podía creer lo que escuchaba, otra vez ese infierno llamado Irak, pero esta vez no se la llevaran, tendrían que hacerlo por encima de su cadáver, pensó.

—¡Voy a entrar! ¡No aguanto más! —exclamó Leandro sacando su arma de la cintura.

—¡No! Lo haré yo, quizás cuando me vean querrán tomarme a mí y vos podrás sacarla de ahí —ordeno Marcus, rogando a Dios que la tuvieran ahí, pero Leandro tomándolo del brazo, lo empujó contra la pared.

—¡Ella es mí misión!  ¡Ella es la misión de mí vida y no permitiré que entres primero! ¿Entiendes? —le retó, y por primera vez en su vida, Marcus acató las órdenes de alguien, asintió con la cabeza obedeciendo.

—Entraré por atrás, vos por adelante, ¡ten cuidado solo ella importa! —pidió Marcus.

Tomaron sus posiciones mientras la policía apuntaba sus armas a la casucha, Leandro recostado sobre la vieja y descascarada pared, fue arrastrando su espalda hasta llegar a la ventana, asomó su cabeza ligeramente y vio a un hombre sentado con un revólver sobre una mesa, otro más caminaba nervioso por el reducido espacio hablando por un celular. A Sasha no se la veía. El teniente agachó su cuerpo por debajo de la ventana y se paró del otro lado, lo que vio hizo que su corazón se detuviera unos segundos, apretó los dientes empuñando su arma con ira y dolor. Su desobediente se encontraba sentada en una silla, en un rincón del mugroso lugar atada de pies y manos, su pelo revuelto y un hilo de sangre corría de sus labios. Se notaba que le habían pegado, de repente ella que sostenía su cabeza baja, la levantó y mirando a sus raptores les gritó:

—¡Hijos de puta, suéltenme! ¡Son unos cobardes! —gritaba como una posesa y el teniente abrumado por sus gritos, calculó la distancia de ambos raptores comprobando que sería difícil que su chica no saliera lastimada y susurró un insulto.

—Estoy ubicado atrás y cuatro policías también, ¿ves algo, Leandro? —preguntó Marcus por su celular muy nervioso.

—Está difícil, la tienen atada de pies y manos. Anda gritando como loca —respondió.

—Pobrecita mi hijita. ¡Los voy a matar! ¡Dame la señal y entramos! —pidió Marcus.

—Espera, estoy estudiando la situación —demandó Leandro.

—¡No! ¡Entremos ya! ¡No aguanto más! —insistió Marcus, listo para entrar junto con su hijo y los policías.

 Sasha sentada, muerta de frío y con sangre en su boca, recordaba los momentos vividos en su casa antes del secuestro, cuando hablaba con su madre.

—¿Dios que alegría hija, cuando se lo vas a decir? —averiguó Carla.

—¡Se lo diré esta noche, ¡le tengo una sorpresa! ¿Vos crees que se pondrá contento? —preguntó Sasha con temor.

—¿Contento? ¡Morirá de amor, ya lo verás! Y tu padre, ¡Dios nena, qué noticia más bonita! —replicó Carla llorando de alegría.

Mientras hablaba con la madre por celular, sintió un ruido en el patio y el ladrido de su perro la alertó, saludó sin preocuparla y cortó la comunicación.

—¡Bobby! Bobby! —gritó mientras se ponía un suéter para salir afuera, el can no respondía y corrió a su encuentro, lo halló mirando el muro, pero no se veía nada. Lo tomó del collar, y los dos entraron adentro. Al entrar lo soltó y entró al dormitorio para acomodar una ropa y preparar la sorpresa para su amor. El perro seguía ladrando y ella dándose vuelta lo retó—. ¡Basta Bobby, no hay nada! Vamos ven acá que te cambio el collar —le llamó.

El que tenia se encontraba sucio y el perro se arrimó a ella, mientras se lo cambiaba y le hablaba mirándolo, sintió ruido en la cocina, sus sentidos se pusieron en alerta, le hizo seña al can para que no hiciera ruido y este obedeció. Tomó su arma de un cajón de la cómoda y arrimándose a la puerta, vio a un hombre y enseguida reaccionó. ¡Eran iraquíes! Su mente disparó una señal de alerta y tomando un bolígrafo y un papel escribió unas palabras depositándolo en el collar del can, luego salió muy despacio descalza apuntando su arma y el perro tras ella. Solo poner un pie fuera, sintió que alguien la agarraba de atrás y en segundos la desarmaba. Se soltó como pudo y dándole un golpe en el rostro, el agresor hizo unos pasos para atrás, tiempo que ella aprovechó para ponerse en posición de defensa. Lo que no calculó ni vio, es que atrás de ella otro hombre la tomaba de los brazos reduciéndola, Bobby se abalanzó sobre el hombre y logró morderle el brazo, ella aprovechó para soltarse y darle una patada en los testículos. El atacante se inclinó hacia delante, tomándose sus partes íntimas en señal de dolor, pero al segundo se incorporó.

—¡Quieta o mato a al perro! —ordenó apuntando con su arma al animal.

—¡No lo toques! ¡Bobby suéltalo! —gritó y el can obedeció soltando el brazo del atacante y parándose al lado de su dueña—. ¿Qué es lo que quieren? ¿Dinero? ¡Se lo daré! —afirmó ella observándolos a los dos. Enseguida supo que dinero no buscaban conocía muy bien esos rasgos y comprobó lo que pensó al verlos, eran iraquíes, pero siguió expectante esperando a que hablaran.

—¡No queremos dinero! —respondió el agresor— ¡Te queremos a ti!

Cuando ella escuchó esas palabras, no pensó con claridad y empujando al que estaba enfrente salió corriendo, al segundo el que estaba atrás de ella aprovechando la confusión del can que observaba todo y empujándolo, lo dejó encerrado en el patio, el otro de dos zancadas la alcanzó reduciéndola al instante. Con una funda taparon su cabeza y de un certero puñetazo en la cara que le provocó el rompimiento del labio inferior, la sacaron de la casa arrastrando su cuerpo y subiéndola rápidamente a una camioneta que los esperaba afuera, para alejarse velozmente con rumbo desconocido. Bobby nervioso y a los ladridos, observó un vidrio en el patio que daba a una casa lindera y sin pensarlo, saltó rompiéndolo y lastimándose la pata. Sin que los captares observaran su presencia, el can los siguió hasta su escondite. Luego de aguardar y ver que nadie salía, decidió ir a buscar a Leandro, pero estaba tan lastimado que la vuelta a su hogar se hizo interminable. Y así fue cómo lo encontraron.

Los minutos pasaban, la ansiedad y el temor de todos se acrecentaba. Sasha seguía sangrando del labio y su hombre se desesperaba, jurándose a sí mismo matar a esos hijos de puta. Marcus se encontraba rojo de ira y su hijo trataba de calmarlo, los policías se miraban entre sí, sin saber qué mierda hacer. De pronto Leandro observó que uno de los captores se dirigió a otra habitación y se comunicó con su amigo.

—Marcus entremos, queda uno solo en la habitación el otro se alejó, es ahora o nunca —pronunció con voz agitada—. Si entras por atrás seguramente lo encuentras.  

—A la cuenta de tres entramos, no lo olvides, mata a todos, ¡solo importa ella! —fue la respuesta de Marcus.

—¡Así se hará! Uno, dos y tres, ¡ahora! —gritó el teniente y rompiendo la puerta de entrada entró arma en mano. Ante la confusión, con rapidez mató al raptor que se encontraba ahí.

Lo primero que hizo fue estudiar el lugar y arrimarse a Sasha, que al verlo se le llenaron los ojos de lágrimas. La desató, la levantó y abrazándola, besó su frente, sintió tiros que provenían del interior de la casucha y supo que su amigo se había ocupado de los restantes raptores, lo que nadie se imaginó, es lo que a continuación sucedió. La voz de Marcus se sintió en el espacio, él y Sasha observaron que traía a una mujer iraquí con su rostro tapado. Rodrigo y dos policías se encontraban junto a él, Leandro observó los ojos de la mujer y un presentimiento maligno, lo instó a cubrir con su cuerpo a Sasha.

—¡No te muevas de ahí por Dios! —le ordenó y miró a Marcus que entrecerró sus ojos y miró a la mujer que ni se quejaba.

—¿Quién es? —averiguó Marcus, observando como su amigo se quedó mudo sin apartar la vista de la mujer que se encontraba frente a él, el pasado volvía cortándole la respiración.

—Destapa su cara —pidió con su arma en mano apuntando a la recién llegada. Marcus lo hizo y al ver ese rostro, a Leandro se le aflojaron las piernas—. ¡Sara! —pronunció casi en un susurro.

—Sí, soy yo —respondió altanera—. ¡Qué pronto me olvidaste! Te resultó fácil rehacer tu vida —le escupió con el rostro lleno de ira contenida.

Leandro no podía pronunciar palabra, frente a él se encontraba la mujer que amó con locura, la misma que le iba a dar un hijo, mil interrogantes se anudaron en su garganta, parecía una visión de un pasado que nunca alcanzó a olvidar, no comprendía el por qué de su enojo sabiendo que él estuvo años sufriendo su ausencia. Aun así, no bajaba su arma y seguía cubriendo con su cuerpo el de su chica, que ante la aparición de esa mujer no entendía nada al igual que su padre y los restantes, que se alejaron unos metros para observarla con detenimiento. Marcus reaccionó e increpó a la mujer, que no apartaba la vista del que había sido su compañero.

—¿Vos secuestraste a mi hija? ¿Vos planeaste todo esto? —preguntó intrigado.

—¡Sí! Fui yo y tú vendrás conmigo —afirmó sin dejar de observar a Leandro— Si el te ama de verdad, no dejará que muera, ¿o sí? —comentó jocosa. Todos se miraron y fue entonces que Leandro desvió la vista a las manos de la mujer, comprobando que poseía un cinturón con explosivos en su cuerpo y el pulsador en una de sus manos. Tragó saliva y con un gesto que Marcus conocía bien, miró las manos de la mujer, ella levantó la manga de su túnica mostrando el pulsador y todos dieron un paso atrás.

—Mira hablemos…, yo volví a buscarte y me dijeron que estabas muerta, como mi hijo. ¿Qué podía hacer? ¡Sufrí todos estos años tu ausencia, hasta quise morirme! —trató de explicarle, mientras sentía las manos de Sasha apretarse a su cintura—. Luego la conocí a ella y la amo más que a mi vida. No tiene la culpa de nada, no le hagas daño, me quieres a mí, pues acá estoy —afirmó agachándose y dejando su arma en el piso. Levantó sus brazos en alto, Marcus lo miró y supo que se dejaría matar por su hija, pero él no lo permitiría.

La mujer comenzó a cambiar de expresión y ellos lo notaron, su dedo índice se cerraba sobre el pulsador y todos creyeron morir, Leandro estiró sus brazos hacia atrás y abrazó el cuerpo de su chica apretándolo a su espalda.

—Te amo con todo mi corazón, te sacaré de aquí —le susurró, sintiendo que Sasha se apretaba más.

—¡No nos dejes, no te vayas! —le suplicó ella y Leandro la miró de costado entrecerrando los ojos.

—Puedo darte una vida mejor a la que llevas, me encargaré de que no te falte nada! Lo prometo —dijo dirigiéndose a Sara y levantando sus manos. Pero Sara parecía no escuchar, de pronto su vista perdida en un punto fijo demostró su arrepentimiento, Marcus aprovechó la oportunidad y lentamente se fue acercando a ella, todos traspiraban sabiendo que, si ella apretaba ese pulsador, saldrían volando por los aires—. ¡No amigo quédate quieto! —ordenó Leandro y Marcus se detuvo.

Sara reaccionó y sin decir nada sacó un arma de su túnica apuntándo a Leandro al verlo Sasha salió de detrás de él cubriéndolo con su delgado cuerpo, sin darle tiempo a nadie. Sara disparó y el tiro se alojó en el pecho de Sasha. Los gritos se sintieron en el espacio y Marcus sin dudarlo apuntó con su arma a la cabeza de Sara, que en un segundo cayó muerta al piso. Enseguida apartó su mano del pulsador y con mucho cuidado sacó su cinturón lleno de explosivos, después Leandro alzó en brazos a su chica y corrió fuera, todos hicieron lo mismo y subiéndola en la camioneta se dirigieron al hospital.

—¡Por Dios nena reacciona! ¡No me hagas esto! Sasha amor, no te duermas. ¡Mírame! —gritaba Leandro desesperado y Marcus que manejaba la camioneta, no alcanzaba a ver bien porque las lágrimas cubrían su rostro, sin poder detenerlas.   

Rodrigo que iba a su lado, le tocaba el hombro tratando de calmarlo. La policía iba delante de ellos con las sirenas y tocando la bocina, para que los autos se hicieran a un lado. Al llegar al hospital la llevaron a urgencias, a ellos no los dejaron pasar y se quedaron en una sala esperando el informe del médico. Marcus se encontraba como loco, parecía un animal enjaulado caminando de un lado a otro, de pronto llego Carla y al verla se fundieron en un abrazo interminable llorando los dos.

—¡Es mi culpa, es mi culpa! —repetía una y otra vez Marcus abrazado a su mujer— Nunca debí llevarla conmigo, dejaré este negocio de mierda, lo prometo —exclamó.

Leandro sentado en un sillón, agachó la cabeza y sin vergüenza tomándose el rostro con las dos manos lloró como un niño, se moriría si le pasaba algo a ella. Varios de los hombres que el padre de Sasha entrenaba, se hicieron presentes para acompañarlos, todos sentían un gran cariño por esa niña a la que vieron crecer. Carla luego de secarse las lágrimas, instó a su marido a sentarse al lado de su amigo y se arrodilló a los pies de ambos, dándole mucha ternura verlos tan grandes, llorando como niños. Carla secó unas lágrimas de su cara y les reveló algo que ellos aún no sabían.

—¡Deben hablar con el médico, ya! ¡Mi hija te va a dar un hijo! —comentó tratando de componer una sonrisa, Leandro se levantó y de inmediato comenzó a golpear la puerta para que lo atendieran, un médico salió enseguida.

—Mi mujer, la que recibió un disparo está embarazada —le dijo y este lo miró serio.

—¿Por qué no lo dijeron antes? —preguntó molesto.

—¡Porque no lo sabíamos! —bramó fuera de sí. Rodrigo se acercó para tratar de calmarlo.

El médico tocó su hombro, comprendiendo su dolor y entró nuevamente, para atender a Sasha, que luchaba por su vida y la de su hijo. Las horas no pasaban más, nadie se movía del lado de esa familia que rezaba pidiéndole a Dios que los salvara.

—Todo va a estar bien, ya verán —trataba de animarlos Rodrigo.

—Después de esto dejaré el negocio, me dedicaré a las plantaciones de frutos secos —comentó Marcus y Leandro esbozó un amago de sonrisa.

—Nos iremos a vivir allá todos, criaré a mi hijo en un ambiente sano y sin peligro —afirmó Leandro.

Hacían conjeturas que no sabían si podrían llegar a cumplir. Los nervios los consumían por dentro, los hombres se la pasaban tomando café. Luego de dos horas, un médico salió y al verle el rostro, supieron que todo estaba mal.  Se levantaron rodeándolo y él mirándolos a los ojos, expresó lo que sucedió.

—Lamentablemente, su mujer entró en coma luego de la operación que tuvimos que hacerle, para extraerle la bala de su cuerpo —les explicó. Leandro y Marcus se abrazaron, sin poder seguir escuchando lo que decía. Alf y Patricio que ya habían llegado, los llevaron afuera, mientras Carla y Rodrigo prestaron atención al médico.

—Pero ¿se puede recuperar? —preguntó Rodrigo con la voz rota.

—No se sabe, solo resta rezar y esperar —terminó de decir. Carla se abrazó a Rodrigo, que la sostuvo dándole ánimo.

—Ella es fuerte, no llores. Sé que se recuperará —le susurró al oído tratando de que se sentara.

Las horas pasaron y les permitieron verla, la primera que pasó fue Carla que luego de estar cinco minutos a su lado, salió hecha un mar de lágrimas, luego entró Marcus, detrás Rodrigo y por último Leandro, que amó a esa pequeña desobediente desde el primer día, no podía creer verla en ese estado, conectada a aparatos. Maldijo en silencio a Sara y quiso matarla nuevamente, se inclinó en su cama, con la yema de sus dedos suavemente acarició sus mejillas, su cabeza, su frente y se inclinó sobre su oído.

—Te estoy esperando, bueno los estoy esperando mi pequeña desobediente. Vuelve a mí y no me dejes, si lo haces moriré de amor —susurró al borde del llanto.

Estuvieron dos días en el hospital, ni Marcus ni Leandro se retiraron del lugar, Carla se fue a su casa a ver a Benjamín, que había quedado al cuidado de su amiga Claudia, los hombres se turnaban para no dejarlos solos. Alf su amigo fiel, tampoco se movió de ahí, Patricio iba y venía encargándose del negocio junto a Rodrigo. A las ocho de la noche del tercer día, Leandro más muerto que vivo entró en la habitación, se inclinó como siempre sobre la cama para acariciarla y hablarle de todos los proyectos, besó su frente y acarició su pelo. Antes de marcharse, se acercó a su oído y le susurró:

—Te amo. Te amo tanto, por favor nena, vuelve a mí —decía mientras un manto de lágrimas cubría su rostro. Volvió a besarla y apretó suavemente su mano, sintió que los dedos de Sasha acariciaron su mano y él abrió grandes sus ojos, ¿era real lo que sintió? Volvió a tomar su mano y ella otra vez apretó. Salió rápidamente llamando a los gritos a los médicos y Marcus al escucharlo, casi se muere pensando lo peor. Los médicos entraron corriendo, pidiéndole que se retirara.

Muy a su pesar obedeció, con el alma en un puño.

—¿Qué pasó? —preguntó Marcus expectante.

—¡Movió la mano amigo! ¡Movió la mano! ¡Sé que nos escucha! —exclamó abrazándolo.

—¡Gracias Dios! —gritó Marcus, mientras el médico salía a hablar con ellos con una sonrisa dibujada en sus labios. Todos se arrimaron para escucharlo.

—Está pronta a despertar, ya dio los primeros síntomas —anunció y todos respiraron.

—¿Y mi hijo doctor? —demandó con miedo Leandro.

—Está bien, es un guerrero como la madre —afirmó volviendo a sonreir.

Marcus, Leandro, Carla y Rodrigo, se aproximaron a la capilla del hospital, se arrodillaron ante la Virgen y ahí con lágrimas, agradecieron por la recuperación de su amada Sasha y por la llegada de ese niño, que desde ya comenzaron a amar. Marcus abrazó a su amigo y moqueando los dos, salieron de la capilla sonriendo. Entonces Marcus se giró hacia Leandro y lo miró.

—¡Lo dije en serio! —afirmó y todos se lo quedaron esperando que continuara.

—¿Qué dijiste hermano? Ya no recuerdo —respondió Leandro.

—Me dedicaré a tus negocios —sentenció y Leandro sonrió moviendo su cabeza, no creía que eso fuera posible, pero calló.

—¡Estoy contento por vos, te vendrá bien un poco de paz! Cuando los Sasha y el bebé se encuentren bien, nos mudamos. Buscaré unas buenas tierras para que puedas comprar, ¿qué te parece? —propuso.

—¡Ya las compré y te aseguro que page una fortuna! —contestó y todos se le quedaron con los ojos abiertos—. No me miren así, Carla dijimos que lo haríamos, ¿lo recuerdas?

—Pero no me dijiste que ya habías comprado. ¿A Rodrigo y a tu papá sí? —preguntó Carla, sintiendo que su marido siempre hacía lo que quería.

—Sí, el abuelo y yo nos ocuparemos de todo, cuando el negocio de allá florezca nos uniremos a ustedes —comentó Rodrigo sonriendo, Carla no daba crédito a sus palabras, ya tenían todo planeado.

Después de una semana Sasha se recuperó, aunque el medico recomendó reposo ella al mes ya estaba haciendo ejercicios.

—Amor, ¿dónde estas? ¡Nena! —gritó Leandro entrando en casa y sacándose la campera, colgándola en el perchero.

Caminoó seguro dónde sabía que la encontraría, la miró de lejos y sonrió, su desobediente caminaba en la cinta tarareando una canción, faltaba un mes para la llegada de su hija. La miró de atrás, observó su pelo atado en una colita, su espalda, sus cachas y sin querer su cuerpo la necesitó, aun así, con esa panza, ella lo seguía calentando como el primer día. Se acercó despacio, estiró los dedos apagando la máquina, Sasha se dio vuelta y él sin dejar de mirarla, cubrió su cintura con sus brazos.

—¡Te amo! Te amo tanto, que solo verte me calientas —le sususrró llevando la mano de ella a su bulto, que ya palpitaba ante su pequeño contacto.

—¡Estoy gorda y fea! —acotó su mujer haciendo puchero. Él largó una larga carcajada.

—¡Estás hermosa! Es más, creo que enseguida encargaremos otro bebé, porque el embarazo me calienta mucho —comentó pasando sus dos grandes manos por sus pechos. Ella buscó sus labios perdiéndose en un beso lleno de pasión.

Y llegó el momento, su desobediente daría a luz a su hija, la cual se llamaría Milagros. Ya la noche anterior se encontraba descompuesta y Leandro se odiaba por los dolores que ella sentía, culpándose de ellos. Cada media hora llamaba al médico, el cual ya se encontraba loco con sus llamadas.

—Ya le dije que aún falta, quizás mañana nazca su hija —respondió la última vez enojado.

—Yo quiero que le dé algo para los dolores, ¿me escucha? ¿Para qué le pago? —gritó enfurecido. De pronto escuchó el grito de su mujer y soltando el celular sobre el sillón, corrió al dormitorio donde ella había roto bolsa, la encontró parada al lado de la cama con los pies llenos de agua. Abrió grandes sus ojos y casi se muere, no podía moverse y Sasha le gritaba. Volvió corriendo al living y llamó a Carla, que a los cinco minutos se hizo presente junto a Marcus.

Leandro corría de un lado a otro sin saber qué debía hacer, Carla ayudó a su hija a higienizarse y Marcus corrió a poner su camioneta en marcha, mientras Leandro agarraba el bolso con las pertenencias de su futura hija.

—No se vuelvan locos, vamos rápido, pero no volando ¿escuchaste Marcus? —ordenó Carla, mirándolos los dos que se encontraban idos, muy nerviosos. Mientras Sasha se retorcía de dolor, Leandro puteaba del médico y se peleaba con Marcus.

—¡Médico de mierda, le dije que le dolía! Espera que lo agarre —bramaba.

—¡Te dije que buscaras otro médico, es tu culpa! ¡Pobre mi nena! —le recriminaba Marcus, mirando por el espejo a su hija.

—¡Basta! No se peleen más, ¡apúrate y cállense la boca los dos! —levantó la voz Carla y Sasha aun con dolores, esos dos le causaban gracia.

En el viaje al hospital, Leandro se comunicó con el medico explicándole la situación y él afirmó, que los esperaría en la entrada y así lo hizo. La subió en una camilla, la ingresó. A la media hora todos los amigos se encontraban junto a ellos, el médico no salía y todos se mordían los codos, Carla y Ángeles se reían y los hombres se enojaban. Pasaron dos horas sin noticias de la futura mamá y la verdad, que Carla comenzó a preocuparse. Cuando se acercó para hablar con Marcus, el medico salió haciéndoles seña con una mano, todos corrieron a su lado.

—La señorita Milagros, llegó a este mundo pesando tres kilos cuatrocientos —comenzó a decir y todos se abrazaron contentos—. Espero que no saque el carácter del padre —comentó en modo de chiste, pero Leandro frunció la frente—. Adelante el padre, su hija y mujer lo esperan —afirmó y el flamante papá, entró en la habitación muy emocionado.

Cuando la vio a su mujercita teniendo en brazos a su hijita murió de amor, no alcanzaban las palabras para decir lo que sentía en ese momento. Se inclinó y besó la frente de su mujer que se encontraba cansada, luego ella destapó a su beba y él no podía apartar los ojos de ella. Era una hermosura, apenas una suave y clara pelusa sobre su cabecita, indicaba que sería blanca como la madre. Con temor la levantó en brazos y sintió la plenitud en todo su ser. Esa hija era un sol. “Será hermosa como la madre y desobediente también, sé que tendré varios dolores de cabeza, pero valdrá la pena” pensó.

—¡Mi hija! Mi tan deseado bebé —susurró besando su frente.

El tiempo fue pasando y antes de que Milagros cumpliera un añito de vida, Sasha junto a Leandro, Carla, Marcus y Benajamín se mudaron, dejando a cargo del negocio a Rodrigo, quien ya viva con Ángeles, y a Patricio. Alf que también había decidido mudarse con Claudia y su hija cerca de sus amigos, lo haría luego de concluir unos trámites.

—Bueno, ¡allá vamos Mendoza!  —pronunció Leandro girando la cabeza mirando a su beba, sentada en su sillita en el asiento trasero de su camioneta. Irían con el auto, pues ya habían enviado todas sus pertenencias. Los demás lo harían en avión.

Aunque su mujer había visto fotos de la vieja casona, jamás imaginó que sería tan bella, tan solo verla quedó encantada, era enorme. Para llegar debían recorrer setecientos metros, entonces pudieron observar un gran jardín rodeándola, la casona se notaba que era antigua, totalmente restaurada y contaba con dos plantas. De las ventanas de arriba, se veía la gran extensión de tierra y las plantaciones de frutos secos. Sasha no terminaba de apreciar la casa mientras Leandro alzó a su pequeña, observándola a los ojos que eran del mismo color que los de su amor, eran tan claros que impresionaban.

—¡Serás una mujer muy bella mi vida! —decía mirándola y ella le regalaba esa sonrisa, que lo hacía sentir el dueño del mundo.

La casa poseía cuatro habitaciones todas con sus baños privados, desde el cuarto matrimonial se podía observar un lago artificial que el teniente había mandado a construir, estuvo en todos los detalles, hasta los más mínimos, deseaba que su mujer y su hija se sintiesen felices y seguras en su nueva casa. Muy cerca de ellos, Marcus había adquirido su campo, que contaba con una casa de cinco habitaciones y miles de plantaciones que solo mirarlas, le daban temor pues no sabía cómo manejarlas, pero Leandro consiguió un experto en el tema que lo fue guiando y su producción al año fue muy rentable, lo que le provocó mucha felicidad.

Cuando a su casa o la de Leandro llegaban sus amigos de Buenos Aires, su padre Patricio, Rodrigo y Ángeles y su gran amigo Alf con Claudia y su hija, se organizaban grandes asados que eran hechos por baquianos de esa ciudad, donde todos se reunían al lado del gran fogón. Leandro le había comprado a su hija un potrillo pura sangre, para que lo aprendiera a montar y contrató gente para ese fin, pensó que quizás Milagros de ya tres años, tendría miedo al ver al animal, pero, al contrario, ella reía y pedía que la subieran a su lomo. Milagros se había convertido en un ser lleno de luz, una personita que pocas veces lloraba e inundaba con su alegría la vida de todos los que la amaban.

Pronto sería el cumpleaños de su abuelo, que la amaba con locura y no pasaba un día sin ir a verla, muchas veces vivía más en casa de sus abuelos que en la propia. Leandro había organizado un gran agasajo, sin que Marcus lo supiera.

—¿A vos te parece? Dicen que tienen mucho trabajo, ¡desgraciados! ¡No van a venir a mi cumpleaños! —rezongaba Marcus tomando una cerveza con su amigo, sentado en el quincho de este.

—Bueno amigo ¿qué vas a hacer? La otra semana vendrán, ¡no te preocupes! —respondía Leandro serio.

Todo estaba preparado para festejar el cumpleaños de Marcus, cuando llegó el día señalado, el primero en ir a felicitarlo fue su pequeño Benjamín, que ya era todo un hombrecito.

 —¡Feliz cumpleaños papi! —gritó saltando sobre la cama del padre y despertándolo, poniendo en sus piernas su regalo. Marcus abrió grandes sus ojos y lo abrazó, tirándolo en la misma haciéndole cosquillas, lo observó reírse y se enorgulleció de ese niño, siempre tan bueno y tan obediente.

—Carla, ¿Sasha aún no llamó? —averiguaba sorprendido, el llamado que más esperaba era el de su amada hija.

—Creo que iban al centro, luego te llamará —acotó encogiéndose de hombros, sin darle mayor importancia.

—¡Claro ahora que tiene al loco ese y a la nena, ya no se acuerda del padre! ¡Está bien! —pronunció enojado levantándose y la mujer, que marchaba hacia la cocina, se tapaba la boca para no reírse.

La casona de Leandro se vistió de fiesta, adornada hasta los últimos detalles, Sasha y él se habían levantado a las seis, para tener todo listo para el homenajeado. Los amigos habían llegado la noche anterior, al igual que Patricio, Rodrigo y Ángeles. A las once de la mañana ya casi todo estaba listo, Sasha lo fue a buscar y con el pretexto de que tenía una sorpresa, antes de entrar a su campo, le vendó los ojos, aunque él se resistía y Benjamín se reía a carcajadas.

—Vamos papi, no me hagas esto no arruines la sorpresa —le pidió Sasha poniendo su mejor sonrisa, Marcus la miró y obedeció.

La camioneta avanzaba despacio por la entrada, bordeada de una fila interminable de eucaliptos, Carla la manejaba y la hija sostenía un pañuelo sobre los ojos del padre para que no espiara. Llegaron frente a la casona de Leandro y solo ahí, le permitió ver. Marcus comprobó que todos sus amigos aplaudían al verlo llegar, Rodrigo, Patricio e incluso Dennis estaba allí, lo que le sorprendió, puesto que su mujer celaba de ella. La miró de reojo y Carla se arrimó su boca sobre su oído.

—Aunque permití que viniera, no te quiero muy cerca de ella. ¿Entendiste? —susurró, Marcus la besó en los labios y asintió con un movimiento de su cabeza.

Saludó a todos y al ver sobre un borde dos de sus helicópteros sonrió, hacía tiempo que no manejaba uno, todos vieron la intención de él de subirse y se rieron.

—Marcus, ahora no, primero vamos a almorzar —le dijo Carla y abrazándola, se dirigió donde todo estaba preparado.

Tenían para degustar empanadas fritas, asado, lechón y cordero echo a la estaca y gran variedad de ensaladas. El almuerzo se desarrolló entre risas, cuentos y anécdotas de todos, ya que se conocían de muchos años atrás.

—Los muchachos quieren darme los regalos, vamos al departamento del fondo. Ahora venimos —afirmó el cumpleañero y su mujer movió la cabeza en señal de reprobación, sabiendo que sus regalos eran las últimas armas que compraron para abastecer el negocio de Buenos Aires.

—¿Cómo estás Dennis? —preguntó Sasha y los ojos las mujeres, se depositaron en ella esperando la respuesta.

—Bien, tengo que agradecerte Carla por haberme invitado —comentó y está la miro y sonrió.

—¡Siempre fuiste una mujer inquietante! Pero una buena mujer, lo que pasó quedó en el pasado —pronunció la mujer de Marcus. Aunque las dos sabían que Carla la celaría siempre y Dennis, lo amaría siempre.

—Claro que sí —afirmó Dennis mirando hacia otro lado. Carla supo que aún extrañaba a su marido en la cama, su mirada embobada contemplándolo durante el almuerzo la había delatado, pero no era el momento ni el lugar, para hacer una escena. La había invitado por pedido del coronel. ¡Jamás podría ser su amiga!

El sol se fue ocultando y el viento frío se hizo sentir, todos se resguardaron en el amplio comedor de la casa, la mesa se cubrió de masas finas, masas secas y café. Milagros se había dormido en la falda de su madre y Leandro, se acercó retirándola de sus brazos y llevándola a su dormitorio, sus labios depositaron mil besos en su frente antes de acostarla.

—Te amo tanto mi vida —susurró sobre su carita tapándola. Parecía mentira que su desobediente le hubiera dado una hija. Pensó todo lo que tuvieron pasar, hasta llegar a ese momento de dicha y agradeció a Dios. Su mujercita lo miraba desde la puerta y se fue acercando lentamente a su lado, sin dejar de contemplarlo.

—¿No es hermosa? —le preguntó bajito al oído. Él se volvió buscando sus labios.

—¡Hermosa es poco!  Es mi sueño hecho realidad, ¡gracias por hacer que mi corazón vuelva a vivir! —le respondió besándola en los labios y abrazándola, aspiró su perfume.

Leandro sintió en ese momento que comenzaba a vivir nuevamente, ya nada faltaba en su vida, estaba completo. Sasha ya no quería estar en el adiestramiento de los soldados, ya nada importaba tanto, como la familia que habían formado. Y mientras él pasaba las manos por el cuerpo de ella con apremio, se sintieron unos tiros que los sobresaltó, su mujer iba a correr hacia fuera, pero el tomó su brazo deteniéndola.

—Te quedas acá, junto a Mili. ¡No te muevas!  —le ordenó y caminó rápido, saliendo de la habitación.

Tomó su arma, que siempre se encontraba lista para su uso de adentro de un cajón y salió. Tan solo poner un pie en el gran comedor, observó que los hombres armados iban con la cara tapada. Estaban reduciendo a algunos de los visitantes, buscó con la vista a Marcus y a Alf, pero no los encontró, enseguida supo que alcanzaron a esconderse. Las mujeres temblaban en un rincón y los delincuentes apuntando con sus armas exigían dinero, Leandro volvió rápido a la habitación y comentó a su mujer lo que estaba sucediendo.

—Entra con la nena en la otra pieza y no salgas hasta que te venga a buscar, entraron hombres armados —le pidió y Sasha agarró a su hija dormida en brazos, encerrándose en una habitación pequeña.

El celular de Leandro comenzó a vibrar, al mirar la pantalla descubrió que era Marcus.

Leandro escucha, trata de salir por atrás. Estamos buscando las armas —le susurró.

—Marcus están las mujeres —rebatió y de repente se le vino a la mente Dennis—. Espera ya sé lo que haremos, no cortes —le dijo y se asomó. Justo cuando Dennis lo observó detrás del marco de la puerta, él le hizo las señas que ella muy bien conocía y asintió con su cabeza.

Los delincuentes solo atinaban a exigir dinero a los presentes y a Leandro, había algo que no le cerraba. Dennis dio un paso al frente, ella siempre se encontraba armada, pero al notarlos nerviosos no quiso exhibir su arma pensando en las mujeres y chicos presente, ellos la miraron y con mucho aplomo, les habló.

—Si me siguen al quincho, ahí tenemos dinero —les dijo y los malvivientes se miraron desconfiando. Ella solo quería alejarlos de la casa.

—¡Si mientes te matamos! —exclamó uno de ellos.

—No miento, tomen el dinero que hay y vayansen antes que llegue la policía, cuando entraron sonó una alarma interna y seguramente están pronto a llegar —afirmó.

Uno le hizo seña con la mano y ella comenzó a caminar delante de ellos, los delincuentes eran cuatro, tres la siguieron y el que tenía más miedo, se quedó con la gente en el comedor. Leandro que observó todo, comunicó a Marcus que se dirigían al quincho tres, él se ocuparía del restante. El nerviosismo en las mujeres se evidenciaba a cada segundo, Carla y Claudia nunca fueron arriesgadas, al contrario, ellas eran temerosas, estaban sobre un rincón con los chicos tras ellas. Dos soldados que entraron por la parte de atrás de la casa, se escabulleron al comedor y en un abrir y cerrar de ojos, redujeron al individuo que quedaba y todos respiraron.

—Trae una cuerda Carla —gritó Leandro. Ataron al muchacho y corrieron con sus armas al quincho.

Allí la situación era diferente, aunque los hombres se ocultaron detrás de bolsas repletas de frutos secos sabían que alguien resultaría herido, los delincuentes entraron con desconfianza llevando a Dennis de escudo humano.

—¡Dinos donde está el dinero! ¡Ya! —gritó uno de ellos.

—Sobre aquel costado, dentro de una bolsa —repuso ella llevándolos a otro rincón, dándole tiempo a los hombres, para que los sorprendan por atrás.

Apenas llegar al lugar donde Dennis mostró, los hombres salieron de atrás y de varios disparos redujeron a dos, el que estaba cerca de ella repentinamente la tomó del cuello y no se animaron a disparar. Parados frente a frente, se miraron estudiándose. Marcus conocía esa mirada que daba miedo, Leandro entró sigilosamente al lugar apuntando con su arma al que tenía a Dennis, que de los nervios sonreía. Luego de estudiarlo por minutos, se arrimó lentamente al amigo susurrándole.

—¡Hijo de puta! Es el hermano de Sara —gritó Leandro y Marcus giró la cabeza observándolo.

—¡Desgraciado! ¡Te vino a buscar hasta acá! —exclamó Marcus.

—¡Suéltala! Ella no tiene nada que ver, viniste por mí. ¡Acá me tienes! —dijo el teniente levantando la voz desafiándolo, y colocando su arma sobre unas cajas. Marcus no podía creer lo que hacía.

Sasha que no pudo con su genio, dejando a su hijita durmiendo, tomó su rifle y agachándose llegó donde los hombres estaban, recostó su espalda sobre una pared y buscando el ángulo perfecto a través del vidrio de una ventana, apuntó directo a la cabeza del agresor que sostenía del cuello a Dennis y su arma seguía apuntando su cabeza. Dennis que sabía que la rescatarían solo miraba buscando quien intentaría algo. Su vista observó algo, que fugazmente se movía sobre la ventana, trató de fijar la vista y solo pudo ver el láser de un arma de gran calibre más arriba de su cabeza, el problema fue que el hombre también lo había descubierto.

—Dile al que está afuera que tire el arma, porque el degüello acá mismo —sentenció el agresor dejando su arma y sacando un cuchillo de la manga de su camisa. Todos miraron hacia afuera y Sasha no se inmutó, siguió apuntándole.

—Amor tira el arma —gritó Leandro, luego de comprobar que era ella la que apuntaba—. ¡Hazme caso! ¡La matará Sasha! —bramó con furia sin mirarla. Marcus caminó despacio para atrás queriendo salir del lugar y desarmar a su hija, pero ella no le dio tiempo. Apuntó al centro de la frente del agresor y sin pensarlo dos veces apretó el gatillo, en segundos el hombre cayó al piso y con él la negra herida en el cuello. No era de temer, pero la sangre enseguida salió como chorros de agua. bañando su cuerpo. Todos corrieron a socorrerla, mientras Sasha entraba tranquilamente bajando su arma, con su rostro contraído.

—Hija ¿te has vuelto loca? ¡La podría haber matado! —le reprochó Marcus. Sasha lo miró como jamás lo hizo.

—¡Lo tenía en la mira! ¡No se me iba a escapar! —respondió.

Con el cuerpo de Dennis en brazos unos amigos, la subieron al helicóptero y la trasladaron al hospital. Leandro sabía que su mujercita estaba nerviosa y acercándose, le retiró el arma de las manos abrazándola con fuerza.

—Ya pasó mi amor, ya está. Vamos a dentro —le pidió. Marcus se quedó parado, el cumpleaños se interrumpió y todos se marcharon con el sabor amargo de lo que había sucedido. Cuando Carla ya se encontraba en la camioneta, Marcus se paró al lado de su hija mirándola a los ojos.

—¿Porque lo hiciste? —preguntó.  

—¡No quiero verla más en mi casa, jamás! —respondió con ira—. Esa mujer te desea —le espetó.

—Hija yo amo a tu madre, jamás la dejaré, ¿entiendes eso? —afirmó levantándole el mentón con el dedo índice—. Nena, para mí no hay nada más importante que mi familia, nunca lo olvides. Los amo a todos, nunca más la verás y yo tampoco, ahora ve adentro con tu marido y tu hija —le explicó.

Dennis se curó del corte superficial, Marcus habló con su padre y nunca más fue invitada a ninguna reunión familiar. Ella siguió un año más con el negocio de la triple frontera y después se retiró. Marcus no quiso despedirse de la que había sido su amiga, su compañera de negocios y su amante, solo extendió un cheque con una cifra millonaria y una escueta esquela, que su padre se encargó de entregar en mano, antes de que se fuera. Jamás volvieron a tener noticias de ella.

Patricio, Rodrigo y Ángeles, llevaban adelante el negocio familiar en Buenos Aires, Alf con su mujer y su hija se mudaron a Mendoza, para estar cerca de sus amigos. Marcus y Leandro llegaron a ser los mayores productores de frutos secos del país. Carla y Claudia seguían con su marca de ropa, y aunque hacía tiempo que era reconocida internacionalmente, era una de las marcas mas vendidas.

Una tarde que Leandro cansado llegó a su casa, encontró a su hijita nadando con su madre en la piscina, se deshizo de la ropa de trabajo y poniéndose un short se acercó a ellas.

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