Sarah

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PARTE 10. SARAH » Capítulo 8

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Capítulo 8

Sarah se había vestido con lo primero que encontró en la habitación. No quería despertar a Miguel, que había terminado durmiéndose tras su último encuentro, así que decidió que no pasaba nada si se ponía su jersey. No sabía dónde había acabado su ropa, por lo que, a pesar de que le quedaba bastante grande, creyó que era lo mejor.

Abrió la puerta con sigilo y salió al pasillo con cuidado de no hacer ruido. Todavía era muy temprano y no quería que el resto de los habitantes de la casa la escucharan.

Descendió las escaleras y se dirigió a la cocina. Tenía bastante hambre, ya que ni Miguel ni ella habían probado bocado desde la comida; y sabía que, además de comer algo, necesitaba un café bien cargado para meditar en todo lo que le estaba sucediendo.

No le vendría nada mal estar un rato sola para pensar en la confesión del joven con el que había compartido cama.

«Miguel me ama», se dijo para sí misma, sintiendo como una gran sonrisa soñadora nacía en su rostro.

Empujó la puerta batiente que daba paso a la cocina y se paró de golpe cuando se la encontró llena de gente.

—Hola —la saludó Dulce.

—¿Qué tal la noche? —le preguntó Lucía.

—Me gusta tu modelito. —Mónica la señaló con el dedo de arriba abajo.

—Ya vale, chicas. —Raquel se acercó a ella, que se había quedado inmóvil en la entrada como una estatua, y le pasó el brazo por los hombros, animándola a adentrarse en la habitación—. ¿Te apetece un café? —le preguntó dejándola sentada en uno de los taburetes que rodeaban la mesa central.

Sarah solo movió la cabeza de manera afirmativa mientras sentía como las otras tres chicas no le quitaban el ojo de encima. Se pasó inconscientemente la mano por sus rizos, en un vano intento de domesticar su cabello, y tiró del suéter para tratar de esconder un poco sus piernas.

Raquel no tardó en poner una taza de café delante de ella y un plato con un par de tortitas con sirope de caramelo.

—No sé si prefieres chocolate…

Ella negó de inmediato.

—No, así está bien. Gracias. —Tomó el tenedor y partió un poco para llevárselo a la boca. Saboreó el dulce manjar y con rapidez atrapó la taza de líquido negro, para esconderse detrás de ella.

El silencio se asentó en la habitación. Ninguna hablaba, y eso la estaba poniendo de los nervios.

—Chicas, yo… Si he interrumpido algo… —Se levantó de su asiento con el café entre las manos—. Quizás sea mejor que me marche y…

—¡No! —gritaron Dulce y Lucía al mismo tiempo.

Mónica no pudo evitar reírse ante el espectáculo y Raquel solo suspiró.

—Sarah, siéntate. No pasa nada. —Se acomodó a su lado y movió la cabeza instándola a que la imitara—. Es solo que hablábamos de ti…

—Y de Miguel —puntualizó su hermana.

—Y de Miguel —repitió Raquel—, y como erais los protagonistas de nuestro cotilleo, nos has dejado sin conversación.

Sarah miró a las cuatro chicas que la observaban con un halo de timidez y sinvergüencería al mismo tiempo, y no pudo evitar reírse.

—Sois muy peligrosas… —Las señaló con el dedo una a una.

Lucía negó con la cabeza, al mismo tiempo que Mónica le ofrecía una sonrisa amistosa y le decía:

—Nos preocupamos por nuestros amigos.

—Me alegra mucho que Miguel os tenga como amigas…

Raquel atrapó su mano y la miró.

—Y a ti también.

Sarah sintió como las lágrimas llenaban sus ojos, observó a cada una de las personas que había en la cocina y le devolvió la atención a la dueña de la casa:

—Gracias… No estoy acostumbrada…

Dulce se abalanzó sobre ella, sorprendiéndola con un abrazo, y le dio un beso en la mejilla.

—No tienes que darlas, pequeña. —Le guiñó un ojo travieso al mismo tiempo que esta sentía como su cara enrojecía.

Mónica golpeó el brazo de su prima y la regañó:

—Dulce…

La más joven de todas se encogió de hombros.

—Lo siento… Se me ha escapado. —Ocupó su anterior asiento sin perder la sonrisa traviesa que tenía. Se notaba que no sentía para nada su despiste.

Sarah miró a Mónica, que bebía de su café, como si con ella no fuera la cosa, y observó a Raquel, que tenía la vista fija en su hermana.

—Yo… No sé… —tartamudeó sin saber muy bien qué decir o hacer. Lo que menos esperaba era que lo que había ocurrido en el dormitorio entre ella y Miguel pudiera ser de dominio público.

De pronto, Lucía comenzó a reírse atrayendo las miradas del resto.

—Chica, no te preocupes —le soltó—. Un buen polvo es bien recibido…

—O dos, o tres…

—¡Dulce! —la llamó Raquel, negando con la cabeza al mismo tiempo—. Ya vale…

Sarah agarró uno de sus rizos y comenzó a jugar con él.

—¿Tanto se nos ha escuchado?

—Un poquito… —anunció Raquel.

—Bueno… Más bien un muchito… —la corrigió Dulce.

La recién llegada suspiró y se llevó las manos a la cara.

—Qué vergüenza…

Mónica se le acercó y la abrazó.

—Sarah, no pasa nada. Como dice Lucía —dijo mirando a su amiga—, un buen polvo quita todos los males…

Ella la observó por entre los dedos.

—Pero…

—Nada de peros —la cortó Dulce—, aquí lo que importa es saber si Miguel es bueno en la cama…

—Dulce… —la reprendió Raquel, que, como respuesta, vio como su hermana le sacaba la lengua.

Sarah dejó caer las manos sobre la mesa y observó como ocho pares de ojos estaban pendientes de ella.

—Más que bueno… Increíble —confesó al fin, emitiendo una leve risilla.

Lucía palmeó en el aire ante la respuesta.

—Lo sabía.

—Te lo dije. —Mónica señaló a su prima.

—Para tener energía para dar guerra toda la noche, sí que debe de ser increíble —comentó Dulce, haciendo que todas se rieran a la vez.

Raquel se levantó de su silla y tomó la taza vacía de café de Sarah.

—¿Quieres otra?

La joven de rizos asintió feliz, mientras se confesaba a sí misma que le encantaba compartir estos momentos con el resto de las chicas. Hacía mucho tiempo que no se reía ni bromeaba con un grupo de amigos…, hacía mucho que no tenía amigos…, y acababa de darse cuenta de que lo echaba de menos.

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