Sarah

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PARTE 10. SARAH » Capítulo 9

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Capítulo 9

Sarah salió de la casa en busca de la soledad que necesitaba y no había encontrado en la cocina cuando dejó durmiendo a Miguel en la habitación.

En realidad, no tenía ninguna queja por haberse encontrado a las chicas… Había sido una agradable sorpresa, a pesar de que al principio se había sentido insegura y algo tímida. La espontaneidad de ellas, sobre todo de Dulce al no cortarse nada a la hora de hablar, había sido al principio apabullante, pero, poco a poco, había terminado agradeciendo la complicidad que le ofrecían gracias a su reciente amistad.

La sensación de sentirse querida, de poder confiar en alguien… logró hacerle bajar sus barreras, esas que llevaba levantando desde que comenzó su relación con Aitor, para disfrutar de la compañía y de la charla amistosa. Además, el tema central de la conversación giraba en torno a Miguel, por lo que su curiosidad por conocerlo un poco más consiguió alejar de ella cualquier resquicio de dudas que pudiera haber tenido.

Cuando se tomó el segundo café y acabó de comer las tortitas que Raquel le había puesto para desayunar, se despidió de ellas.

—Si me disculpáis…

—Vuelves con Miguel, ¿eh? —le soltó Dulce arrancándole una sonrisa.

—No, es mejor dejarlo dormir. Estaba cansado…

—Normal…

—¡Dulce! —su hermana la regañó.

Sarah posó su mano en el brazo de Raquel y negó con la cabeza.

—No pasa nada. —Se rio—. Voy a salir a tomar un poco el aire.

—¿Así? —se interesó Lucía señalándola con el dedo.

De pronto, esta se dio cuenta de que no llevaba la ropa adecuada para dar un paseo por la nieve.

—Es verdad, pero… ¿hará mucho frío?

Mónica miró por la ventana de la cocina.

—Esta noche ha caído una buena nevada.

Sarah se llevó la mano hasta el cabello y suspiró.

—Pues quizás tenga que cambiar de planes. No quiero subir al dormitorio y despertar a Miguel…

—Espera… —le indicó Raquel saliendo de la cocina con rapidez y regresando al poco con una manta entre las manos—. Toma. —La envolvió con la tela, que le llegaba hasta los pies, y le dijo—: Si quieres pasar tiempo a solas, en el jardín hay una pequeña cabaña. Puedes encender la estufa y, aunque no calienta mucho, estarás más cómoda que fuera.

Sarah asintió agradecida y se despidió de ellas.

En cuanto salió de la casa un escalofrío la recorrió de arriba abajo. Se arrebujó dentro de la manta y descendió las escaleras que la llevaban hasta el jardín. Los pies, embutidos en unas botas bajas que le había dejado Dulce, se le hundieron en la nieve provocando que trastabillara unos pocos metros y logró estabilizarse con no poco cuidado, evitando que su trasero acabara en el frío suelo.

Observó el lago que se veía al fondo y respiró con intensidad, maravillada por el paisaje. Ante sus ojos tenía una bella estampa navideña, de esas que parecían existir solo en las películas, y que le recordaba las fechas en las que se encontraban. Esa noche celebrarían la cena de Nochebuena, el padre de Raquel y su tío, el padre de Mónica e Israel, regresarían para estar todos juntos, en familia, y al día siguiente…

—Navidad —dijo en voz alta con una gran sonrisa en su rostro.

Miró el cielo despejado, de un azul casi perfecto, y giró sobre sus pies, extendiendo los brazos como si quisiera abarcar toda la felicidad que reinaba en el ambiente.

No podía creer la ilusión que sentía por celebrar esos días. Hacía mucho tiempo que no recordaba que apenas disfrutaba de esas festividades, pero ahora…

Ahora era diferente.

Desde que había llegado a ese pueblo, desde que Miguel le había presentado a sus amigos, sentía que la vida no estaba formada solo por desdichas y tristezas. Había reído más en esos días de lo que podía recordar, había compartido conversaciones y cotilleos… No recordaba lo que era esa complicidad hasta que entró a formar parte del círculo de amistades del joven que le había robado el corazón.

—Miguel…

Se llevó una mano a la zona donde el músculo latía y cerró los ojos intentando escuchar con nitidez su latido.

—Te has enamorado, Sarah —señaló lo evidente. Lo mismo que le había confesado a Miguel esa noche, los sentimientos que tenía hacia él y que, por extraño que pareciera, todavía le costaba asimilar—. Lo amas…

La brisa balanceó sus rizos y un ruido lejano procedente de los árboles que rodeaban la vivienda la devolvió al presente. Miró el lugar de donde provenía el sonido, esperando ver aparecer a alguien conocido, pero no encontró a nadie. Se estaba acostumbrando a que en cualquier momento alguien de la pandilla apareciera de repente para bromear, hablar o solo compartir su tiempo con ella, y sabía con seguridad que cuando esos días de fiesta llegaran a su fin, lo iba a echar de menos.

Atrapó la manta con más fuerza y el frío helador que no había sentido desde que salió empezó a colarse entre sus huesos. De pronto, la pequeña cabaña que había en el árbol delante de ella parecía de lo más tentadora.

Subió los empinados escalones con cuidado, ya que estaban cubiertos de nieve, y llegó hasta la pequeña tarima por la que se accedía al interior de la construcción de color verde. En su camino esquivó varias macetas con tierra, que debían esconder las plantas que saldrían en primavera, y algunas ramas secas enrolladas en la barandilla que debían de pertenecer a una enredadera.

Cruzó la puerta ovalada de la cabaña y observó dos butacas negras que destacaban en mitad de la estancia, y al lado, una pequeña cómoda blanca y una estufa del mismo color a la que se acercó con rapidez para encenderla.

La cabaña estaba helada, pero su decoración, el silencio amigable y la necesidad de tener tiempo para ella sola eran lo único que necesitaba.

Ese lugar era maravilloso, como una pequeña casita de hadas donde la luz del sol atravesaba con libertad los huecos que había en la madera, impregnando el interior de un halo casi místico. El tintineo de unas campanillas, procedente de los atrapasueños de diferentes tamaños y los carrillones de viento de bronce colgados del techo, ayudaba a que ese aire de fábula aumentara. Un sonido envolvente que, junto a la tranquilidad del espacio, consiguió relajarla.

Movió la estufa hasta colocarla enfrente de una de las butacas y se sentó, estirando sus manos en busca del calor que necesitaba, mientras pensaba en todo lo vivido hasta ese momento, pero sobre todo en Miguel.

En su sonrisa, en sus caricias, en sus besos… En sus palabras…

—También te ama, Sarah —se dijo a sí misma—. También te quiere y…

Apoyó la cabeza entre sus manos, escondiendo la sonrisa soñadora que volvía a aparecer en su rostro, y golpeó el suelo de madera con los pies.

—Quizás podamos construir un futuro… juntos.

No podía creerlo. Solo de pensar en ello le daba pánico, como si estuviera en el borde de un desfiladero, a gran altura, con miedo a dar el salto.

—Juntos… —repitió en un susurro.

De pronto, un ruido detrás de ella la sobresaltó. Tensó todos sus músculos y sintió como su corazón latía acelerado. Estaba acostumbrada a estar siempre en guardia, alerta… Se giró en su asiento, pero no vio nada extraño y soltó el aire que retenía al darse cuenta de donde estaba. Volvió a su posición original y negó con la cabeza reprendiéndose a sí misma.

—Sarah. Tranquila. Aitor no se atrevería a venir hasta aquí…

—Ay, Sarita, Sarita… Creía que me conocías mejor.

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