Sarah

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PARTE 10. SARAH » Capítulo 10

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Capítulo 10

—Aitor… —Se volvió con rapidez, al mismo tiempo que se levantaba de su asiento, sin poder creer lo que veía.

Delante de ella estaba la persona que había cambiado toda su vida, que la había destrozado, que había conseguido que no confiara en nadie y que temiera amar de nuevo.

—Hola, preciosa… ¿Cómo estás? —Traspasó la puerta y avanzó unos metros hacia ella, consiguiendo que esta tropezara al ir hacia atrás.

—Bien… —respondió a media voz, dándose cuenta de que, a pesar de estar con él en ese momento, se sentía bien consigo misma. Al contrario que él, por lo que pudo comprobar.

A primera vista, Aitor vestía impoluto, como siempre, con un pantalón blanco estrecho que dejaba visibles sus tobillos bronceados, sin calcetines a pesar de la época del año, y un jersey azul claro que le debía de haber costado mucho, a juzgar por el diseñador. Por el cuello asomaba la típica camisa, también blanca, que llevaba a juego con el estilo de ropa que vestía. Iba inmaculado, ofreciendo la imagen que quería mostrar, de hijo de papá con dinero, pero Sarah apreció que no todo era tan bonito.

El cuello de la camisa estaba desgastado, el jersey tenía pequeños agujeros y los pantalones, que en otra época habrían sido de un blanco inmaculado, en esta ocasión habían perdido el brillo e incluso mostraban manchas amarillas y marrones.

Algo raro en su dueño.

Llevaba en las manos las gafas de sol, un complemento que nunca lo abandonaba, y su cabello, brillante en otro tiempo, desbordaba suciedad por sus puntas.

El rostro de Aitor también era diferente a cuando estaba con ella… Las ojeras que se mostraban bajo sus ojos indicaban que llevaba mucho tiempo sin descansar como era debido, y la barba incipiente que necesitaba un buen aseo.

—¿Y tú? —se interesó por él, aunque no supo muy bien la razón.

Aitor se carcajeó.

—Podría irme mejor… —reconoció y avanzó un par de pasos más.

—Espera… —dudó por un segundo qué decir. Lo señaló con la mano y le ordenó—: Detente, por favor…

Él le ofreció una sádica sonrisa.

—Qué pasa, preciosa…, ¿no quieres saludarme como es debido?

No le respondió.

—¿Cómo me has encontrado?

—Fue muy sencillo. —Le guiñó un ojo—. Vigilando a ese niñato del bar…

—¿A Miguel?

Aitor se encogió de hombros.

—No sé su nombre… Solo sabía que tarde o temprano él me llevaría hasta a ti. —Le guiñó de nuevo un ojo—. Y no me equivoqué. —Dio dos pasos más hacia ella.

—Aitor, por favor… —le rogó, pero él no le hizo caso.

Se acercó hasta la butaca donde ella había estado sentada y golpeó el respaldo con las gafas, rompiéndolas con el impacto.

—Mira lo que has logrado. —Le enseñó lo que quedaba de las lentes y la miró, cambiando el rictus de su rostro.

—Aitor, creo que lo mejor es que hablemos de que…

El recién llegado tiró las gafas al suelo y las pisó.

—¿Hablar? ¿Ahora quieres hablar?

Ella movió la cabeza de manera afirmativa mientras miraba a ambos lados, buscando alguna salida.

—Sí… Nos debemos una conversación…

Aitor se rio de forma exagerada, consiguiendo que ese sonido le pusiera los pelos de punta.

—Creo recordar que te marchaste sin despedirte… —Levantó su dedo índice—. No, mejor dicho, huiste de mi lado. ¿No crees que hubiera sido mejor hablar entonces?

Sarah, que había ido andando marcha atrás, intentando distanciarse lo máximo posible de él, chocó con la pared de la cabaña.

—No me ibas a escuchar…

Aitor levantó una de sus rubias cejas sorprendido.

—¿No? —Ella negó con la cabeza intentando enfatizar en ello—. ¿Y se puede saber la razón? —Se cruzó de brazos, esperando que se explicara.

Sarah se mordió el labio inferior y sujetó aún con más fuerza la manta que la cubría como si pudiera utilizarla de escudo.

—Estabas drogado… No atendías a nada…

Aitor se limpió la nariz con la mano y fijó sus ojos rojos en ella, síntomas evidentes de que también se había metido algo hacía poco.

—Pero no debiste huir, preciosa. Ya sabes que yo controlo. —Se pasó la mano por el cabello grasiento.

Sarah rechinó los dientes al oírle decir la misma retahíla que le repetía una y otra vez cuando estaban juntos: «yo controlo».

—Aitor, necesitas ayuda…

Este se rio de nuevo y reanudó su caminar, esquivando las butacas.

—Solo necesito que regreses a mi lado, preciosa.

La joven comenzó a temblar al escucharlo.

—Esa no es la solución…

Él se colocó enfrente de ella y le acarició la mejilla, que tenía helada en ese momento.

—Contigo a mi lado las cosas volverán a ser como siempre.

Sarah negó con la cabeza.

—No, Aitor. No puede ser.

El chico tensó la mandíbula y, sin previo aviso, agarró los rizos de ella y tiró con fuerza arrancándole un grito de pánico.

—Puede ser y lo va a ser.

Ella soltó la manta y atrapó la mano con la que la tenía retenida.

—Aitor, me haces daño… Suéltame, por favor.

Él se acercó hasta su cara.

—No te vuelvo a soltar en la vida —le prometió—. Ahora nos vamos a ir y… —No logró terminar lo que fuera a decir, ya que los dientes de Sarah se anclaron en su muñeca provocando que la soltara.

La chica salió corriendo, intentando alejarse lo máximo posible de él, pero Aitor la atrapó de la cintura y la tiró al suelo. Su cuerpo se golpeó contra una de las butacas, arrancándole un quejido de dolor.

Aitor se acercó a ella con lentitud, observando como se encogía sobre sí misma, abrazándose. Se arrodilló a su lado en cuanto estuvo a su altura, y le atrapó la cara, obligándola a mirarlo.

—¡¿Qué crees que estás haciendo?! ¡¿Qué pretendes?! —gritó golpeando su cabeza contra el suelo.

—Aitor, por favor… —le imploró llorando.

Él observó las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas y de pronto sintió una pizca de remordimiento. Comenzó a limpiarle la cara con cariño, con un afecto aterrador, mientras siseaba intentando tranquilizarla.

—¿Has visto lo que me haces? —susurró—. Es por tu culpa…

Sarah cerró con fuerza los ojos mientras sentía sus caricias.

—Por favor… —rogó sin apenas voz.

Él la besó a la fuerza y apoyó su frente en la de ella.

—No te resistas, preciosa. Debemos marcharnos y estar juntos…

Sarah negó con la cabeza.

—Aitor, no estás bien… No…

El chico le enfrentó la mirada al mismo tiempo que le apretaba la cara.

—No repitas eso…

—Aitor, por favor. Me haces daño…

Él parpadeó y la soltó de repente, sentándose en el suelo.

—Perdona, perdona…

Sarah lo miró confusa por un segundo, pero con rapidez se incorporó y comenzó a alejarse de su lado.

El chico no tardó en darse cuenta de lo que ocurría y fue tras ella. Atrapó su pierna, intentando tirarla de nuevo al suelo, pero en esta ocasión Sarah supo reaccionar, se volvió como pudo y le dio una patada en la cara, para salir corriendo de la cabaña.

Aitor la siguió con el rostro bañado en sangre por el impacto.

—¡Sarah! —gritó su nombre en cuanto llegó a las escaleras.

Ella, que corría en dirección a la casa de Raquel, ni se giró para mirarlo.

—¡Socorro! ¡Miguel! —exclamó pidiendo auxilio—. ¡Miguel!

El joven no tardó en aparecer, seguido por Martín e Israel.

—Sarah…, ¿qué ocurre? —la interrogó preocupado al ver su estado. Descendió las escaleras que separaban la casa principal del jardín y la cobijó entre sus brazos.

—Aitor… —fue todo lo que logró decir antes de que apareciera el culpable de todo.

—¡Suéltala! —le exigió el mencionado.

Miguel arrugó el ceño en cuanto lo vio. Llevó a la chica hacia su espalda, para protegerla, y sintió como sus amigos se colocaban a ambos lados de ellos.

—Jamás —lo increpó.

El rubio se acercó a ellos mientras abría y cerraba los puños.

—Te he dicho que la sueltes. Sarah es mía…

El joven de pelo largo tensó su mandíbula.

—Sarah no es de nadie —le rebatió.

El exnovio de la chica se carcajeó.

—Será mejor que me la devuelvas…

—¡¿Devolvértela?! ¿Tú te estás oyendo? —espetó—. Ella se queda aquí y si el día de mañana quiere marcharse, será libre de ir adonde le plazca…

Aitor miró a la joven, que lo observaba por encima del hombro del chico que hablaba.

—Sarah, no me hagas perder más el tiempo o si no…

—¿O si no qué? —Miguel se le enfrentó—. ¿Volverás a pegarle?

El rubio lo miró con asco.

—Eso no te concierne…

El otro avanzó un par de pasos, hasta situarse a pocos centímetros de él.

—Ahora sí… —respondió con brusquedad—. Y te juro que me estoy conteniendo para no darte la paliza que te mereces.

Aitor se pasó la mano por el cabello y le sonrió de forma prepotente.

—¿Y a qué esperas? Creo recordar que la última vez besaste el suelo.

Miguel gruñó.

—Eso fue solo suerte…

El exnovio de Sarah se carcajeó.

—¿Suerte? No lo creo…

—Miguel, por favor… —le imploró la joven.

Este la observó, comprobando el miedo y el dolor que se había asentado en sus azules ojos, y por un segundo quiso dejarse llevar por la venganza.

Miró de arriba abajo al ser despreciable que tenía delante de él y negó con la cabeza.

—No mereces la pena…

Martín e Israel asintieron conformes por su decisión.

Sarah lo abrazó por la espalda y suspiró.

—Gracias…

Aitor se carcajeó de nuevo.

—Ahora lo entiendo todo…

Miguel arrugó el entrecejo.

—¿El qué?

El rubio señaló a la pareja con la mano.

—Que eres un calzonazos…

Miguel abrió los ojos de par en par.

—¿En serio?

—Eres una nena que sigue las órdenes de una puta…

Miguel lo golpeó en la nariz, tirándolo al suelo, para sorpresa de sus amigos y de Sarah. Se acercó a él y puso un pie sobre su estómago, impidiéndole moverse.

—Vuelve a insultar a mi novia y te acordarás de este calzonazos.

Aitor se revolvió intentando zafarse, pero no lo lograba.

—¡Suéltame!

Miguel se agachó para enfrentar sus miradas.

—Estamos empatados… —Lo soltó y lo dejó en el suelo, con Martín e Israel sin perderlo de vista. Se acercó a Sarah y la abrazó con fuerza—. Ya está, ya está… No volverá a hacerte daño —le prometió mientras escuchaban acercarse las sirenas de la policía. Raquel y las demás debían de haberlos avisado.

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