Sarah

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PARTE 10. SARAH » Capítulo 11

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Capítulo 11

Estaban todos reunidos alrededor de la mesa.

El padre de Raquel, con la ayuda de su hermano, había preparado una suculenta cena, digna de envidia de cualquier casa en Nochebuena. Los dos adultos habían llegado esa misma tarde, como si sospecharan que algo sucedía o porque hubieran sido avisados por su amigo Samuel, el policía que había arrestado a Aitor.

Las chicas se habían mantenido dentro de la casa durante todo el enfrentamiento entre Miguel y Aitor, sin perder de vista cada uno de los movimientos de la expareja de Sarah por si era necesaria su ayuda. Si no hubiera sido porque Tony se lo impidió a más de una, ellas también habrían acudido al jardín para ayudarlos. El músico, manteniendo la mente fría, decidió quedarse en el interior de la vivienda, para dar aviso a la policía de lo que sucedía, y, gracias a la prontitud de su llamada, no tardaron en llegar.

Todos estaban pendientes de Sarah…

Cada movimiento, gesto o palabra suyo era seguido con especial atención por los que estaban en la casa. Sabían que en cualquier momento se rompería, que exteriorizaría sus sentimientos y que necesitaría que estuvieran para apoyarla.

Se había mantenido firme durante el pequeño interrogatorio que Samuel le realizó, en el que explicó con detalle lo que había sucedido en la cabaña del árbol, comportándose como si no hubiera pasado nada importante, cuando había peligrado su vida… Dura, fría y sin mostrar un ápice del miedo que había sentido, subió al cuarto de baño de la planta de arriba para darse una ducha y cambiarse de ropa. Acciones normales tras lo sufrido, si no fuera porque apareció con celeridad en la planta de abajo, como si no pudiera estar sola.

Los chicos buscaron entretenerla, conversando con ella de diferentes temas, intentando alejar de su cabeza el incidente sufrido, hasta que Josep y Roger, padre y tío de Raquel, regresaron de su pequeña excursión.

Fue justo ese momento, en el que los brazos del padre de Raquel la envolvieron con ternura, cuando Sarah se derrumbó. Las lágrimas asolaron sus ojos y los temblores la recorrieron de arriba abajo. El cariño del adulto derrumbó todas sus defensas, y sus palabras de consuelo la debilitaron.

Con ayuda de Elsa, que había acudido a la casa en cuanto supo lo que había ocurrido, acabó en su dormitorio, arropada en la cama e intentando descansar de la mala experiencia vivida.

Apenas consiguió conciliar el sueño. Retazos de pesadillas muy reales la despertaban cada poco, impidiéndole descansar, y no fue hasta que sintió los dedos de Miguel acariciándola con cariño que su cuerpo se rindió.

Abrió los ojos pasada una hora escasa, pero, al contrario de lo que esperaba, se sentía en perfecto estado y mucha culpa de ello la tenía la persona que la abrazaba en la cama. Se giró sobre el colchón y se encontró con unos ojos verdes que la miraban con amor.

—¿Qué tal te encuentras?

—Bien… —Apoyó su cabeza en el cuerpo masculino—. Mejor ahora…

Las manos de Miguel le acariciaban la espalda.

—Me alegro…

Ella lo miró.

—¿Pero? —Había notado un temblor en su voz.

Él negó con la cabeza.

—Nada, no es nada…

Ella chascó la lengua contra el paladar.

—Miguel, ¿qué ocurre?

Soltó el aire que retenía y fijó su mirada en los ojos azules.

—Temí… —titubeó—. Por un segundo temí perderte…

Sarah lo abrazó con más fuerza.

—¿Sabes quién me sacó de esa cabaña?

Él arqueó una de sus cejas, confuso. Tenía entendido que nadie la había ayudado. Solo su valentía, defendiéndose con uñas y dientes, fue lo que consiguió hacerla salir corriendo de la casa de madera.

—¿Quién?

Le dio un beso en el mentón.

—Tú.

Miguel arrugó el ceño.

—¿Yo? —Ella movió la cabeza de manera afirmativa—. Pero si no estaba allí… —Tensó la mandíbula—. Y no sabes cómo me arrepiento de haberme quedado a tomar un café en vez de salir en tu busca…

Sarah siseó acallándolo y le acarició la cara.

—Estabas allí, conmigo…

—Pero…

—Gracias a lo que compartimos —posó la mano en la zona donde latía su corazón—, a los sentimientos que tienes hacia mí…, que nos unen… —Cerró los ojos por un segundo, como si necesitara tomar fuerzas para seguir hablando—. Tuve miedo de que, si no salía de allí, ya no podría verte de nuevo, que no podríamos construir ese posible futuro… —sonrió con timidez— juntos…

Miguel atrapó su cara y observó sus ojos brillantes.

—Nada de posible —la contradijo—. Desde el mismo momento en el que me propuse conquistarte, ya comenzamos juntos ese futuro…

Sarah se apartó levemente de él y lo observó asombrada.

—¿Conquistarme? —Él asintió—. ¿Pero tú te estás escuchando?

Miguel movió la cabeza de manera afirmativa con más fuerza.

—Término arriba, término abajo…

Ella se rio.

—Eres incorregible.

Miguel atrapó su boca y la besó con fervor.

—Pero me quieres.

Sarah lo observó por unos segundos, sin hablar, apreciando que su silencio lograba ponerlo nervioso.

—Antes…, cuando…

—¿Con Aitor? —mencionó él, ayudándola.

Ella asintió.

—Dijiste que era tu novia… —dudó—. ¿Eso es verdad?

Miguel pasó los dedos por sus cejas, delineó la nariz y acarició sus labios sin apartar su mirada de ella.

—¿Quieres serlo?

Sarah sintió como sus mejillas enrojecían. Que quisiera saber su opinión, que buscara su consentimiento en un hecho que podía darse ya por sabido, para ella era más importante que la propia confesión de los sentimientos de ambos.

—Quizás no sepa muy bien cómo serlo… —respondió con timidez.

Miguel apoyó su frente en la de ella sin separar sus miradas.

—Quizás debamos aprender juntos a ser una pareja, ¿te animas?

Ella sonrió y le robó un beso.

—¿Eso es un sí?

—Sí —musitó y volvieron a besarse.

En cuanto terminaron la caricia, Miguel se separó de ella, ante su sorpresa.

—No quiero romper el momento —dijo levantándose de la cama, y le ofreció su mano para ayudarla—, pero nos esperan para cenar.

Sarah asintió y se incorporó.

—Llevo mucho sin celebrar la Nochebuena.

Él tiró de ella y la besó de nuevo.

—Pues eso habrá que resolverlo, ¿no crees?

Sarah asintió y los dos salieron del dormitorio. Descendieron las escaleras y comprobaron que la mesa del salón ya estaba dispuesta.

Alrededor de ella estaban todos: Raquel junto a Tony y Dulce, su hermana; Mónica y Lucas, Israel y Lucía, Elsa y Martín, junto a Anastasia, la dueña de la tienda de antigüedades donde trabajaba su novia. El dueño de la casa salía de la cocina portando una bandeja con comida y, detrás de él, el padre de Mónica, junto a otro hombre mayor que a Sarah le presentaron como el padre de Lucas.

—¿Tenéis hambre? —se interesó el padre de Raquel en cuanto los vio aparecer.

La pareja se miró y movieron la cabeza de manera afirmativa a la vez.

—Mucho… —dijo Sarah.

—Pues que no se hable más… Os esperábamos. —Movió la cabeza señalando dos de las sillas vacías que había para que se sentaran, y ellos no dudaron en hacer lo que les decía—. Y luego los regalos…

—¿Los regalos? —preguntó la joven confusa al mismo tiempo que se sentaba al lado de Dulce.

—Claro, tonta. Hoy viene Santa… —le indicó la menor de los allí reunidos.

Sarah observó las caras de los presentes y señaló:

—Yo no he comprado nada…

Miguel le apretó la mano buscando su atención.

—No te preocupes. Ya nos has dado lo necesario.

Ella lo miró desconcertada.

—Pero no os he dado nada —lo contradijo.

—Tu amistad… —indicó Raquel atrayendo su mirada.

—Tu compañía. —Elsa le guiñó un ojo.

—Tu amor —añadió Miguel y le dio un beso, arrancando vítores de sus amigos. La miró a los ojos cuando terminó, sin importarle el sitio donde se encontraban—. Te amo, Sarah.

La chica, a pesar de sentir que su cara enrojecía, le devolvió el beso y le dijo:

—Yo también te amo.

 

FIN

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