Sarah

Sarah


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Prólogo

—¿Crees que si no fuéramos a ese desayuno notarían nuestra ausencia? —le preguntó Sarah desde la cama mientras observaba como se vestía.

Miguel apareció por debajo del jersey y le guiñó un ojo.

—Seguro que daríamos de qué hablar. —Se acercó a ella y la abrazó—. Y, aunque quiero mucho a mis amigos, te aseguro que no te gustaría que algunas de esas chismosas te atosigaran a preguntas…

Sarah lo golpeó en el estómago y lo regañó:

—No hables así. Por lo poco que he podido conocerlas, son gente maravillosa.

Él asintió conforme.

—Lo son, pero hazme caso, no querrías que ni Lucía, ni Dulce ni Mónica…

Sarah se rio interrumpiéndolo.

—¿Piensas no mencionar a alguien?

Le robó un beso y siguió buscando lo que trataba de encontrar.

—No seas una sabionda —la reprendió divertido.

—¿Se puede saber qué buscas? —Lo observó con las manos apoyadas en sus caderas.

Miguel la miró y se encogió de hombros.

—Mi gorro, pero ha debido de esfumarse…

Sarah negó con la cabeza y apartó la colcha de la cama, apareciendo bajo ella lo que buscaba.

—Debió de acabar ahí anoche. —Lo cogió y se lo ofreció.

Este fue a quitárselo, pero en el último momento lo apartó de su camino, atrapando el aire.

—Dámelo —le exigió con una sonrisa.

Ella se alejó de él y negó con la cabeza.

—Ven y quítamelo…

Miguel gruñó.

—¿Otro de tus retos?

Ella encogió uno de sus hombros y chocó con la pared de la habitación, que le impidió retroceder más.

—Puede ser…

El joven se colocó delante de ella y la besó.

Sarah posó las manos en su trasero y lo acercó aún más a ella.

Los dos se miraron en cuanto acabó la caricia. Sus respiraciones estaban aceleradas y el latido de sus corazones resonaba por la habitación.

—¿De verdad que tenemos que ir? —preguntó ella con voz sensual.

Miguel le dio un nuevo beso y le quitó el gorro sin darle tiempo a reaccionar.

—Te prometo que buscaré cualquier excusa para irnos pronto.

Ella sonrió y agarró su mano.

—Es una promesa.

—Y ya sabes que nunca rompo mis promesas… —especificó recibiendo un movimiento afirmativo por su parte. Atrapó los abrigos de los dos y salieron de la habitación.

Descendieron las escaleras entre risas y, tras despedirse de la recepcionista, una chica mayor que ellos que ya había sustituido al hombre del turno de noche, salieron a la calle.

En cuanto sus pies tocaron la acera, detuvieron su caminar. Los cristales del Suzuki estaban rotos y las cuatro ruedas pinchadas.

Miguel se acercó hasta el vehículo y atrapó un papel blanco que estaba sujeto en el limpiaparabrisas. Miró a Sarah en cuanto leyó lo que había escrito en la nota y buscó su móvil para llamar a Martín.

—¿Qué pone? —le exigió saber la joven, acercándose a él.

Él apretujó el papel en su mano y negó con la cabeza.

—Una tontería…

Sarah lo agarró del brazo y lo miró a los ojos. Sospechaba quién habría sido el culpable del estado del coche, pero necesitaba asegurarse.

—Por favor, Miguel.

Este le acarició la mejilla y asintió, ofreciéndole la bola de papel que apretujaba.

Sarah extendió la nota y sintió como su corazón se paraba cuando leyó lo que había escrito en ella:

ES MÍA.

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