Sarah

Sarah


PARTE 10. SARAH » Capítulo 1

Página 6 de 18

Capítulo 1

—¿Quieres un café? —le preguntó Raquel.

Sarah negó con la cabeza mientras tiraba de las mangas de su jersey sin apartar los ojos de la puerta de la cocina.

—¿Quizás un té? —Dulce insistió levantándose del sofá donde estaba sentada al lado de su invitada.

—No. No me apetece nada, de verdad —contestó con rapidez y, además, de manera algo brusca, lo que la llevó a suavizar su tono de inmediato—: Gracias.

Las dos hermanas se observaron y asintieron a la vez, transmitiéndose un mensaje sin necesidad de hablar. La pequeña se sentó de nuevo y Raquel, que seguía de pie desde la llegada de la policía, se acercó hasta la puerta que daba al jardín y fijó su mirada en el lago.

Las tres se quedaron en silencio… una vez más. Sumidas cada una en sus propios pensamientos, con temor a compartir sus miedos.

La mañana había sido una locura…

En cuanto Miguel llamó a Martín para informarle de lo que había ocurrido con su coche, todo fue un ir y venir del pueblo a la casa del lago. En el aparcamiento del hotel se reunieron con rapidez Tony, Isra, Raquel y Dulce, además de Martín, y el resto de la pandilla, si no hubieran estado trabajando, también habrían acudido a la llamada de su amigo.

Hablaron lo justo, callando más de lo que querían por deferencia a Sarah, quien, desde que leyó la nota, se había sumido en un silencio tenso, alejándose sin darse cuenta de con quien había pasado la noche.

Observaron el Suzuki y, tras leer la nota que la pareja se había encontrado en el parabrisas, todos estuvieron de acuerdo en que había que dar aviso del incidente a la policía. Además, otra de las cosas en las que coincidieron, sin pedir opinión a la camarera, es que debían alejarla del «cuerpo del delito».

La urgencia se asentó entre los jóvenes, sumada a la preocupación que tenían por cuidar de Sarah.

Las chicas tomaron las llaves del coche de Tony y, tras recoger su equipaje de la habitación del hotel, la obligaron a acompañarlas.

Las miradas cómplices y un silencio tenso fueron los eternos compañeros en los momentos que compartieron, aumentando todavía más la tensión que los envolvía cuando el resto de la pandilla apareció en la casa y al poco llegó la policía.

Todos se reunieron en la cocina de la casa de Raquel.

Sarah hizo amago de seguirlos, pero Miguel se lo impidió sin preocuparse por lo que ella opinara.

—Ya se lo explico yo —le indicó sin apenas fijarse en su mirada azul, porque, si lo hubiera hecho, habría adivinado que su dueña no estaba nada contenta de cómo estaba actuando—. Quédate con las chicas. —Movió la cabeza hacia Dulce y Raquel—. Ellas te cuidarán… —comentó y, sin más, desapareció tras la puerta blanca.

Sarah arrugó el ceño, se pasó la mano por el enrevesado cabello castaño y se sentó en el sillón que todavía ocupaba ahora. No había intercambiado ninguna palabra con sus anfitrionas, salvo las justas y necesarias; mientras, en su cabeza, un maremágnum de sensaciones se amontonaba y la preocupación que había sentido al ver el estado del coche de Miguel iba sustituyéndose por el enfado al verse apartada.

Un ruido procedente de la habitación que comenzaba a odiar atrajo su atención. Tenía la esperanza de que, al final, alguno de los que la acompañaban se diera cuenta de que ella tenía que estar allí, tenía algo que decir, que opinar, que contar… Pero no. Nadie parecía percatarse de que la culpable de la situación en la que se encontraban era solo ella.

Se levantó del sillón, atrapó el abrigo que tenía más cerca, sin importarle que no fuera el suyo, y salió por la puerta que daba al jardín sin decirles nada a las chicas.

—Esa es mi cazadora —mencionó Dulce acercándose a su hermana, que observaba a la joven que acababa de irse de la casa.

—Creo que ahora eso no es importante…

—No, tienes razón —convino atrapando el brazo de Raquel y observando a Sarah—. ¿Crees que está asustada? Yo lo estaría.

Raquel asintió con la cabeza.

—Muy asustada, pero no lo reconocerá nunca y… —miró la puerta de la cocina— no me gustaría estar en la piel de Miguel cuando hable con ella.

Dulce elevó una ceja.

—¿Por qué dices eso?

Su hermana tiró de una de sus trenzas, se sentó en el sofá y golpeó el cojín que había al lado de ella para que su hermana la siguiera.

—Porque el enfado ha sustituido al miedo…

—No te entiendo —indicó algo confusa.

Raquel empujó el hombro de su hermana y le sonrió.

—Se nota que eres la pequeña…

Dulce le enseñó la lengua.

—Porque me saques un año, no quiere decir que tengas el título de la sabiduría.

La mayor se rio.

—No, pero en tema de hombres puede que sepa mucho más que tú —le rebatió—. Te recuerdo que yo tengo novio…

—Y yo te recuerdo —repitió con una gran sonrisa— que tuve mucho que ver para que eso sucediera.

Raquel le dio un beso en la mejilla.

—Y te estaré eternamente agradecida.

Dulce le correspondió el gesto y le guiñó un ojo cómplice.

—Ya te lo haré pagar con el tiempo.

La mayor se rio de nuevo, siendo acompañada de inmediato por la otra, justo cuando la puerta de la cocina se abría.

—Me alegra ver que, a pesar de lo sucedido, se siguen escuchando risas en esta casa —señaló al entrar un hombre mayor vestido con uniforme que precedía a Israel.

—Perdón, perdón…

—Nosotras no queríamos…

El policía negó con la cabeza y sonrió.

—Nada de disculparse, niñas —las reprendió—. La vida no se detiene por cuatro neumáticos pinchados.

Raquel asintió y su hermana la imitó.

—Entonces, Samuel, ¿nos mantendrás informados? —preguntó Israel.

El policía se volvió ya cerca de la puerta de la casa y asintió mientras se guardaba la libreta en la que había tomado nota de todo lo que los chicos le habían contado.

—Sí, no os preocupéis. Avisaré al resto de los compañeros y vigilarán por si aparece la persona que me habéis descrito. —Miró a Miguel, que salía de la cocina con la cabeza gacha—. Seguro que es una gamberrada —insistió como si fuera un discurso que llevaba tiempo repitiéndoles—. No os preocupéis —reiteró y abrió la puerta.

—Gracias por haber venido tan rápido —indicó Martín yendo tras Israel y el policía.

—Es mi trabajo. —Se llevó dos dedos hasta la sien y les guiñó un ojo a las chicas—. Dadle recuerdos a vuestro padre…

—En cuanto regrese de la escapada que ha hecho con el tío Roger —comentó Dulce.

El policía se carcajeó.

—Vaya par de dos… Si me lo llegan a contar, me habría apuntado con ellos a esa ruta de senderismo.

Raquel y Dulce observaron al mismo tiempo la barriga del policía y desviaron con rapidez la atención hacia la televisión con la pantalla apagada.

Tony negó con la cabeza sin poder evitar sonreír al percatarse de los actos de las dos chicas, e intercambió miradas con su amigo Martín, quien tosió para disimular una carcajada.

Israel, al darse cuenta de toda la escena, pasó el brazo por los hombros del policía animándolo a salir de la casa.

—Le diré a mi padre que la próxima vez cuenten contigo.

Samuel asintió, descendió las escaleras y se acercó hasta el coche patrulla que había enfrente.

—De acuerdo. —Abrió la puerta del vehículo y, antes de desaparecer en su interior, le ordenó—: Avisadme si ocurre algo fuera de lo normal…

—Sí, lo haremos de inmediato —señaló Martín.

El policía miró al hermano de Mónica con seriedad.

—Israel… —lo llamó cambiando el tono de voz—. No quiero heroicidades. —Arrugó el ceño—. Otra vez —mencionó, recordando lo que el joven había hecho por culpa de lo que le ocurrió a Lucía, su actual pareja.

El joven rubio se llevó la mano hasta la frente y se puso recto.

—Sí, señor. No volverá a suceder, pero… —dejó caer el brazo y le sonrió— técnicamente fue él el que…

El policía negó con la cabeza y movió el dedo índice de su mano derecha de lado a lado, mientras se metía en el interior del coche patrulla.

—No quiero héroes —insistió arrancando el motor del vehículo. Asomó la cabeza por la ventanilla abierta y miró a los chicos que estaban reunidos en el porche—. Los héroes también pueden salir heridos e, incluso… —No terminó la frase. Dio marcha atrás y movió la mano, despidiéndose de ellos.

Martín, Tony e Israel se miraron entre ellos cuando el coche desapareció de su vista.

—¿Quién va a vigilar a Miguel? —preguntó Isra a los otros dos.

Martín y Tony intercambiaron miradas.

—No creo que haga falta…

El primero se rio, interrumpiendo al músico.

—Ha estado muy callado en la cocina. No hablaba a no ser que el poli le preguntara…

Tony suspiró y se llevó la mano hasta el cabello.

—Pero no será capaz de hacer una locura.

—Yo tampoco lo creía hasta que ves como la persona que amas puede sufrir o serte arrebatada —explicó Israel con seriedad, hablando desde su propia experiencia.

Martín asintió y los señaló a los tres.

—Todos. Todos lo vigilaremos…

—Y a Sarah —añadió Tony.

Los otros dos chicos asintieron conformes.

—Hay que avisar al resto de la pandilla —indicó Israel—. Así seremos más ojos, por si las moscas…

—Hablaré con Raquel y esta noche preparamos una cena para ver cómo lo hacemos —señaló Tony entrando de nuevo en la casa.

—Llamo a mi hermana para que avise a Lucas… —comentó Israel sacando su móvil del bolsillo del vaquero.

—¿Dónde está Miguel? —preguntó Martín en cuanto entró en la casa.

Los chicos, que iban pendientes de quién avisaba a quién, observaron a Raquel y Dulce, que en ese momento miraban por la puerta acristalada que llevaba al jardín.

—Allí —respondió la pequeña de las dos hermanas, señalando con el dedo.

Los tres chicos se acercaron hasta ellas y miraron a Miguel, quien atravesaba el campo cubierto de nieve, en dirección al lago.

—Voy con él…

Raquel atrapó el brazo de Martín deteniéndolo.

—Deben estar solos.

El chico miró a la novia de Tony.

—¿Quién?

—Sarah y Miguel —respondió Dulce como si fuera la cosa más evidente.

—Pero…

La hermana menor agarró el brazo de Martín y tiró de él hacia el sofá.

—¿Ves como la edad no tiene nada que ver con saber sobre temas de amor? —indicó de forma irónica mirando a Raquel.

Los chicos las observaron extrañados sin saber de qué hablaban.

Raquel se rio y atrapó el brazo de Tony, no sin antes darle un beso.

—¿Tomamos un café mientras avisamos al resto?

Israel se carcajeó y se dirigió a la cocina.

—Creo haber visto tarta de manzana…

—Hecha por papá —comentó Dulce por encima del hombro, atrapando el mando de la televisión—. ¿Queréis ver algo en especial?

Martín los observó y suspiró dándose por vencido. Ni entendía ni comprendía lo que estaba sucediendo, pero si Raquel y Dulce insistían en que su amigo necesitaba tiempo, se lo iba a dar. En cuanto estuvieran todos juntos, habría que decidir qué harían con respecto a la «gamberrada», como el policía había llamado al problema que tenían entre manos.

Ir a la siguiente página

Report Page