Sarah

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PARTE 10. SARAH » Capítulo 2

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Capítulo 2

En cuanto Miguel salió de la cocina, buscó con la mirada a Sarah, pero no la halló. Raquel, pendiente de sus movimientos, fue a decirle algo, pero por las conversaciones que mantenían el resto de los presentes, prefirió esperar a que la cosa se tranquilizara.

El joven estaba inquieto, preocupado y molesto. El día no marchaba como se había imaginado cuando esa mañana, al abrir los ojos, Sarah todavía estaba entre sus brazos.

La noche había sido… un sueño. Un sueño mágico que había ansiado cumplir desde que sus ojos se habían posado sobre Sarah; desde que comenzó a percatarse de que su corazón latía a mayor velocidad cuando se encontraba delante de ella; o desde que comenzó a ser recurrente ese primer pensamiento que tenía nada más sonar el despertador cada mañana de cuándo podría verla.

Pasar la noche a su lado había sido un paso importante que a ambos les había costado dar, sobre todo a ella… Para Sarah cruzar esa frontera que se había impuesto había sido muy difícil y, aunque habían compartido una noche inolvidable que Miguel guardaría siempre entre sus recuerdos más preciados, en su fuero interno había esperado que el día posterior a su encuentro pudieran ser testigos de lo que les esperaba a ambos en el futuro como pareja.

Pensar en su sonrisa, en su mirada… acompañándolo cada día, era mucho más de lo que Miguel hubiera esperado tener jamás y, cuando ambos despertaron, parecía que los dos podían alcanzar esos sueños que creían inalcanzables por la propia experiencia de sus vidas.

Pero todo no fue más que un espejismo que se evaporó como por arte de magia cuando se dieron de bruces con la realidad.

El estado de su coche, con las ruedas pinchadas y los cristales rotos, la nota… La dichosa nota…

ES MÍA.

Hizo que Miguel despertara de su sueño y que dudara por un segundo de la posibilidad de alcanzar ese «vivieron felices» que tanto se repetía en los cuentos de hadas.

El miedo los invadió provocando que actuaran por impulsos: alejándose el uno del otro.

En el mismo momento en que Miguel leyó la nota sintió como la ira se apoderaba de él. El temor a que pudiera sucederle algo a Sarah lo cegó, y la rabia lo consumió, siendo muy consciente de que, si en ese momento hubiera estado delante del causante de todo lo que estaban viviendo, se habría abalanzado sobre él sin preocuparse por su propio bienestar.

Pero no debía.

Antes de actuar debía pensar y entre sus prioridades estaba ella… Sarah.

La preocupación que experimentó hacia la joven, por quien comenzaba a sentir mucho más de lo que jamás hubiera creído poder sentir por nadie, lo descolocó.

Pensar en que pudiera sucederle algo…

Las mismas rabia e ira que se habían apoderado de él volvieron a cegarlo ante esa sola idea. Notó como sus actos se mecanizaron, convirtiéndose casi en un ser autómata que tenía un único propósito: poner a salvo a Sarah, protegerla… y, sin pensar, actuó sin tenerla en consideración, incluso distanciándose de ella.

Avisó a sus amigos para que pudieran ayudarlo a conseguir ese fin y una vez que lo tuvo resuelto, en cuanto Raquel y Dulce se la llevaron del hotel, tuvo que reprimir las ganas que sentía de salir detrás de Aitor para partirle las piernas; porque no tenía ninguna duda de que el causante de todo lo acontecido era el chuloplaya con el que se había topado en el bar donde la joven trabajaba.

La voz de Samuel, el policía amigo de la familia de Israel y Raquel, tildando de una simple gamberrada lo que habían sufrido, hizo que tensara la mandíbula y sintiera como la furia le invadía, convirtiéndolo en alguien que no quería ser y que llevaba mucho tiempo rehuyendo…, desde bien pequeño…

Se apoyó en el respaldo del sofá, quitándose el gorro de la cabeza al mismo tiempo y permitiendo que su mano se enredara entre los mechones castaños, y cerró por unos segundos los ojos, yéndose muy lejos de allí, a un tiempo que creía olvidado.

Cuando el policía abandonó la vivienda, seguido por sus amigos, Raquel no tardó en acercarse a él. Posó la mano sobre su brazo y atrajo su atención:

—Está en el lago…

No hizo falta que le especificara de quién hablaba.

Los dos sabían que se trataba de Sarah.

Él asintió agradecido y, sin esperar nada más, salió al exterior en busca de la persona que se había convertido en la parte más importante de su vida.

En cuanto pisó el suelo blanco, se sorprendió por el frío que hacía. Era como si las preocupaciones en las que había estado inmerso lo hubieran alejado del tiempo y el espacio en el que se encontraba, hasta que el viento helador lo golpeó en la cara sin ninguna consideración, haciéndolo reaccionar. Se ajustó el gorro verde a la cabeza, se subió la cremallera de la cazadora hasta el cuello, buscando combatir el hielo que había en el ambiente, y siguió las pisadas que había en la nieve, como si se trataran de una ruta marcada para hallar un tesoro.

Un tesoro que no tardó en encontrar…

Al final del embarcadero, sentada en una de las dos butacas de madera, sin apartar la vista del paisaje nevado, estaba Sarah. Pero en vez de acercarse a ella de inmediato, Miguel prefirió detenerse en la mitad de la pasarela para observarla desde la distancia… en silencio…

Memorizó su silueta, su rebelde cabello que se mecía bajo el son del frío viento, y su perfil, con esa pequeña nariz respingona que se arrugaba cuando él le hacía alguna broma que no terminaba de entender, esos mofletes que, gracias a la temperatura que reinaba en el ambiente, habían adquirido un tono sonrosado, el mismo que aparecía en sus delicados labios. Esos labios que había saboreado… Recordó los besos que habían compartido, los gemidos que se habían entrelazado y lo que su cuerpo había experimentado cuando había alcanzado el clímax, y se juró que nada ni nadie le haría daño de nuevo mientras él estuviera vivo.

La amaba…

Parpadeó con rapidez y se quitó el gorro para estrujarlo entre las manos con fuerza ante ese último pensamiento. Se acababa de dar cuenta de que la amaba más que a su propia vida y que, aunque ella todavía no lo sabía, estaba convencido de que Sarah también lo quería. Lo sentía en su corazón, en cada mirada que le regalaba y en cada roce que compartían…, en los besos que se habían dado y en las caricias que se habían prodigado…

Sarah lo amaba…

Se pasó la mano por la cara y suspiró con fuerza.

—Pero no es el momento ni el lugar para confesar tus sentimientos —se dijo a sí mismo mientras se recolocaba el gorro—. Sobre todo, porque si se te ocurre sacar el tema, Miguel… —miró a la joven y sonrió—, ella lo negará. Tienes que esperar…

Sí, esperaría…

Avanzó un par de pasos, haciendo crujir los tablones de madera y atrayendo la mirada de la mujer que le había robado el corazón. Le sonrió, esperando ser correspondido, pero, para su sorpresa, se encontró con unos ojos llenos de rencor.

No había miedo, no había temor… Todo lo contrario. El enfado ardía en las pupilas azules provocando que bajara aún más la temperatura del ambiente, si es que eso era posible.

—Te vas a quedar helada —comentó intentando entablar una conversación entre ellos al darse cuenta de que Sarah no iba a hablar.

Esta arrugó el ceño y emitió un gruñido que hizo que la sonrisa masculina se ampliara aún más.

Sarah, observando su gesto, se movió en la silla de madera, dándole la espalda, sin dirigirle la palabra, y dejó la vista fija en el otro lado del lago, donde los árboles se mostraban cubiertos por la nieve que había caído por la noche.

El silencio se instaló entre ellos.

Miguel se acercó hasta el borde de la pasarela y observó el mismo paisaje que ella sin saber qué más hacer o decir para romper la tensión que se había asentado entre los dos.

Tenían la mirada fija en unas pocas aves despistadas que volaban por el cielo, ayudadas por el viento que movía al mismo tiempo las hojas de los árboles provocando la banda sonora de la naturaleza que los envolvía hasta que, sin previo aviso, Sarah se levantó e intentó alejarse de allí.

Pero no pudo dar ni dos pasos.

La mano de Miguel se estrechó alrededor de su muñeca, deteniéndola, y sus miradas se encontraron.

—Suéltame —le exigió a media voz.

—Explícame qué sucede…

Ella negó con la cabeza.

—Nada.

Él sonrió de nuevo.

—¿Seguro?

Sarah movió la cabeza de manera afirmativa e intentó zafarse del agarre, pero le fue imposible.

—¿Me dejas? —Movió la mano al mismo tiempo que su cabeza, pasando del lugar donde la tenía sujeta a sus ojos.

Miguel imitó sus movimientos hasta que, pasados lo que fueron bastantes minutos, soltó uno a uno sus dedos y se alejó levantando las manos hacia arriba.

—Sí, perdona…

Sarah asintió y comenzó a andar sin mirar hacia atrás.

—¿Otra vez huyendo? —le preguntó de pronto deteniéndola.

Ella se giró con los puños cerrados a ambos lados de su cuerpo y lo enfrentó:

—No huyo…

Miguel la señaló con la mano de arriba abajo.

—¿Y esto qué es?

Sarah apretó con más fuerza sus dedos.

—Tengo frío…

Las carcajadas la interrumpieron.

—¿Ahora? —Escondió las manos en los bolsillos de la cazadora y se le acercó—. ¿Ahora tienes frío? —Ella asintió—. Y antes… —Movió la cabeza hacia el lugar donde había estado sentada—. ¿Antes, no?

Se encogió de hombros.

—Ha sido de repente…

—Claro… —La observó de lado, calibrando su estado—. Lo entiendo.

Sarah achicó la mirada.

—¿Qué es lo que entiendes?

Miguel se encogió de hombros imitando sus gestos anteriores.

—Que tengas frío…

Ella rechinó los dientes, se apartó el cabello que le caía sobre la cara y dejó caer la mano de inmediato sin fuerzas.

—¡¿Qué pretendes?! —le exigió.

Él dio una patada a una pequeña piedra que había sobre la pasarela de madera haciéndola caer al agua helada.

—No sé a qué te refieres.

Sarah arrugó el ceño y emitió un sonido de impotencia.

—Me estás sacando de mis casillas. —Golpeó con fuerza el suelo y le dio la espalda con intención de marcharse, pero Miguel volvió a atrapar su muñeca, tiró de ella y la hizo chocar con su cuerpo.

Sus miradas se enfrentaron.

La joven sintió como si le faltara el aire y el latido de su corazón, que había comenzado a descontrolarse, retumbaba en sus oídos. Agachó la cabeza, cohibida por la fuerza que los verdes ojos le transmitían, pero le fue imposible huir de nuevo.

La mano de Miguel se posó sobre su barbilla y la obligó, sin apenas utilizar la fuerza, a levantar el rostro para poder mirar de nuevo sus azules iris. Descendió su mirada hasta los labios femeninos, esos que sufrían en ese momento la tortura de los dientes, y, sin pretenderlo, dejó que su pulgar los acariciara con lentitud… Con demasiada lentitud…

Un gemido se escapó del interior de Sarah, un gemido que provocó que la boca masculina se abalanzara sobre la de ella con un hambre voraz, obligándola a abrir los labios y permitiendo que sus lenguas se fundieran en una caricia que los dos ansiaban, pero que se habían negado hasta entonces.

Miguel pasó sus manos entre los salvajes rizos.

Sarah apoyó sus manos en la cintura de su vaquero.

Los dos acortando las distancias. Los dos juntando sus cuerpos.

El joven atrapó su labio inferior, pasó al superior con ferviente devoción y, cuando ambos se sintieron saciados…, aunque solo a medias, ya que sentían que sus cuerpos todavía clamaban por un mayor contacto, se separaron.

Miguel apoyó su frente en la de ella.

Sarah, que tenía los ojos cerrados, intentaba recuperar el aire que le había robado.

Él estaba pendiente de cada uno de los gestos de su cara.

Ella disfrutaba de su aroma.

—Sarah… —la llamó en apenas un susurro.

Esta emitió un leve sonido, pero no habló.

—¿Sigues enfadada?

La joven abrió los ojos de golpe, recordando el motivo que los había llevado hasta esa situación, y tensó la mandíbula. Lo miró de arriba abajo y, sin previo aviso, lo golpeó en el estómago, provocando que se doblara sobre sí mismo, emitiendo al mismo tiempo un gemido de dolor.

—Algo menos…

Miguel la miró desde su posición y sonrió con pesar.

—Me alegro de haberte ayudado… —Se estiró todo lo largo que era mientras se pasaba la mano por el estómago.

Sarah se cruzó de brazos y le ofreció una media sonrisa.

—Si no me hubieras provocado, esto no hubiera sucedido.

Una de sus cejas se arqueó.

—¿Yo? ¿Qué he provocado?

La joven elevó los brazos al cielo y los dejó caer con rapidez.

—¿De verdad que no sabes por qué estoy así?

Miguel negó con cara inocente y ella expulsó el aire que retenía en su interior, rendida al mismo tiempo.

—Me habéis dejado al margen de todo esto… —Lo miró a los ojos—. Me has apartado… —Se pasó la mano por los rizos—. Todo es por mi culpa y me habéis dejado…

Miguel siseó acallándola, atrapó su mano y se acercó a su lado.

—Primero… —agarró su barbilla y le levantó la cara para mirarla a los ojos, esos en los que comenzaban a aparecer lágrimas no derramadas—, nada de esto es culpa tuya…

—Pero…

Chascó con la lengua el paladar y negó con la cabeza mientras le acariciaba con uno de sus dedos la mejilla.

—Nada —repitió—. Lo que ha ocurrido es obra de un demente…

—Pero ese demente ha venido tras de mí por mi culpa… —Se separó de él y miró la quietud del lago—. Mira tu coche, Miguel.

La abrazó por detrás transmitiéndole todo su calor y apoyó la barbilla en su hombro.

—No te preocupes por el coche. Se puede arreglar o incluso comprar otro.

Sarah apoyó su cuerpo sobre él, dejando que por unos segundos todo el peso que acarreaba sobre sus hombros descansara en otra persona, y enredó sus dedos.

—Esa no es la cuestión —rumió.

Miguel observó como descendían unas pocas hojas por el curso del agua mientras el olor de su perfume de flores silvestres lo traspasaba.

—No, esa no es la cuestión. —Le dio un beso en el cuello y la obligó a mirarlo—. El tema es que ese chuloplaya

Sarah se rio por primera vez desde que había comenzado ese día.

—¿Chuloplaya?

Encogió un hombro quitando importancia al nombre despectivo.

—Creo que le pega bastante, ¿no crees? —Sarah movió la cabeza de manera afirmativa sin perder la sonrisa, atrayendo las manos de Miguel, que posó a ambos lados de su cara—. Jamás he visto una sonrisa como la tuya. Es luz, belleza en movimiento… No dejes que nunca nadie la ensombrezca.

La joven tragó como pudo al escuchar esas palabras. ¿Cómo podía pasar del enfado a la risa o a impregnar tanta pasión en sus palabras?

Fijó los ojos en su mirada, ese verde lago donde se sentía segura, y, sin pensarlo mucho, le dio un rápido beso.

Miguel elevó una de sus cejas sorprendido.

—¿Y eso a qué ha venido?

Ella se encogió de hombros.

—Me apetecía.

La risa masculina los envolvió.

—Pues tienes permiso para que te apetezca siempre que quieras.

Sarah se rio.

—No seas tonto…

Miguel le apartó uno de sus rizos y acarició su mejilla, cambiando el tono jovial que habían compartido por uno más serio.

—Nunca he hablado más en serio en mi vida.

Los ojos azules se centraron en los verdes, observando como su tonalidad se iba oscureciendo.

—Miguel, yo…

Este llevó su dedo índice hasta la boca silenciándola.

—Ahora, no. —Ella asintió—. Primero lo importante…

—¿El chuloplaya?

Miguel sonrió y confirmó:

—El chuloplaya.

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