Sarah

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PARTE 10. SARAH » Capítulo 3

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Capítulo 3

—¿Qué propones?

Le guiñó un ojo y la abrazó.

—Déjame a mí… —Emitió un sonido de dolor al recibir un nuevo golpe en el estómago—. Y ahora…, ¿a qué ha venido esto?

Sarah se cruzó de brazos y se acercó de nuevo a las butacas de madera, alejándose de él.

Miguel observó su recta espalda y elevó los ojos al cielo como si buscara la solución por allá arriba. Se pasó la mano por la zona dolorida, de forma algo exagerada por si podía buscar el arrepentimiento de ella, pero cuando se puso a su altura, Sarah no le prestaba ninguna atención.

—Está bien… Perdona —se disculpó acuclillándose delante de ella, intentando que lo mirara.

La joven tardó en enfrentar sus ojos. Dejó fija su mirada en el lago hasta que decidió que ya era hora de dejar de hacerlo sufrir.

—¿Por qué? —lo interrogó mordiéndose el interior del moflete, intentando retener la sonrisa que luchaba por salir a la superficie, al ver la cara de perdido que tenía.

Él miró a ambos lados como si buscara la respuesta correcta, pero, al no encontrarla, se dejó caer de culo sobre la húmeda madera.

—No tengo ni idea… —Sarah no pudo evitar carcajearse, recibiendo un guiño por su parte—. Pero si sirve para verte así…

Ella le golpeó levemente el hombro.

—No sé si hablas en serio o en broma…

Miguel atrapó sus manos y las besó.

—En esta vida las cosas hay que tomárselas con algo de humor si queremos que no nos arrastren, pero… —la miró a los ojos—, sinceramente… —besó de nuevo sus manos y le sonrió—, ando más perdido que Marco buscando a su madre.

Sarah arrugó el entrecejo.

—¿Marco? ¿Qué Marco?

Le apartó unos pocos rizos de la cara y sonrió divertido.

—Una serie de dibujos muy antigua que… —Observó como lo miraba sin comprender y decidió cambiar de tema—: No es importante. —Se levantó e intentó limpiarse el trasero con poco éxito. Tiró de ella, obligándola a levantarse y, tras ocupar su sitio, la acomodó encima de él.

—Oye, que estaba muy cómoda…

—Pero seguro que así estás mejor. —Le dio un beso descolocándola—. Y ahora, ¿me explicas qué es lo que me he perdido?

Sarah observó sus movimientos: cómo se acomodaba en la silla y tiraba de ella, para evitar que volviera a huir, sin saber que eso ya no entraba dentro de sus planes. Le quitó el gorro y pasó la mano por su largo cabello, mientras sentía su mirada sobre ella.

—Vuelves a dejarme de lado…

—Yo no…

Ella levantó su dedo índice y lo posó sobre su boca silenciándolo.

—Si no me dejas explicarme, volveremos al punto de partida.

Miguel asintió.

—Está bien. Continúa…

—No podéis… —Miró hacia el lugar donde se encontraba la casa de Raquel y que desde su posición no se veía—. No podéis decidir qué es mejor para mí o qué debo hacer a partir de ahora, sin tenerme en cuenta.

—Eso no es exactamente lo que ha ocurrido.

Sarah torció el morro y lo señaló con el dedo, empujándolo hasta que su espalda estuvo bien posada sobre la silla.

—¿No me habéis mandado a la casa? ¿No os habéis encerrado en la cocina? Vosotros…, los hombres… —Se levantó y puso los brazos en jarras—. Los machitos que debéis cuidar de las pobres indefensas…

Miguel sonrió al escucharla.

—¿Los machitos? —preguntó divertido—. ¿Quiénes éramos los machitos?

Ella señaló con la mano la casa y luego a él.

—Adivina…

La miró entre divertido y obnubilado por su belleza, que se mostraba con mayor esplendor por el enfado. Tomó su mano y tiró de ella, provocando que cayera encima de su cuerpo. Atrapó su cara, apartó los rizos que le habían caído sobre ella y, sin poder evitarlo, le robó un nuevo beso que no tardó en ser correspondido.

—Lo siento —se disculpó nada más terminar la caricia sin apartar sus ojos de los de ella—. Pensé que debía sacarte de allí, que… —Pasó el dedo por su mejilla—. Que debía ponerte a salvo, lejos de todo aquello…

Ella observó su verde mirada, en la que la verdad se mezclaba con la preocupación de su dueño.

—Puedo entenderlo, pero… —se levantó brevemente y se sentó de lado sobre sus piernas— ¿no crees que cuando vino el policía habría estado bien que estuviera yo también en la cocina? —Le hincó el dedo en el estómago—. ¿Con vosotros?

Él emitió un leve quejido.

—Creí que con la información que pudiera ofrecerle yo a Samuel era suficiente. —Atrapó su cara con ambas manos y buscó que lo mirara—. Si hubiera sido necesario que vinieras, para resolver alguna duda, habría ido a por ti…, a pesar de no estar de acuerdo.

Sarah lo observó confusa.

—¿Por qué? Puede que algo de lo vivido con Aitor, de mi experiencia, les sea de utilidad…

—No quería que recordaras —confesó—. Pensé que, si podía impedir que tuvieras que explicarles lo que viviste, evitar que lo sufrieras… —suspiró y le ofreció una triste sonrisa— estarías mejor. —Llevó uno de sus mechones detrás de la oreja con delicadeza—. Intenté… —Suspiró de nuevo y se encogió de hombros dejando caer su cabeza sin fuerzas—. Perdóname…

Sarah buscó de inmediato su mirada, posando la mano en su recia mejilla, y le regaló una sonrisa conciliadora.

—Está bien… Quizás me he pasado un poco con el enfado…

Él elevó la comisura de sus labios al escucharla.

—¿Un poco?

Ella correspondió a su sonrisa.

—No tientes a la suerte…

Miguel se carcajeó y ella no pudo evitar reírse también.

—Te prometo que a partir de ahora no daré un paso sin indicártelo. —Ella asintió conforme—. Aunque…

—¿Aunque?

—Quiero que conste en acta que todo, y digo todo… —levantó el dedo índice al mismo tiempo que elevaba el tono de su voz para dar más énfasis a esa palabra—, lo he hecho porque me preocupo por ti —señaló casi en un susurro melodioso, como si temiera decirlo en alto.

Sarah observó su rostro y pudo casi jurar que las mejillas del joven habían enrojecido levemente ante ese anuncio.

—Gracias…

La miró confuso.

—¿Por qué?

—Por estar a mi lado, por preocuparte, por… —Buscó las palabras exactas que su corazón sabía, pero que a ella le daba miedo pronunciar—: Por todo —dijo finalmente, aunque ambos sabían que se callaba más de lo que escondía.

—No tienes que agradecer nada. Lo hago porque quiero.

Ella asintió.

—Por eso mismo, porque quieres estar aquí, conmigo, a pesar de lo que ha sucedido y lo que puede suceder…

Miguel arrugó el entrecejo al escucharla.

—¿A qué te refieres?

Ella negó e intentó levantarse, pero las manos masculinas se anclaron a su cadera impidiéndole moverse.

—A nada…

—Sarah… —la llamó atrapando su barbilla, obligándola a mirarle—, ¿qué ocurre?

Los ojos azules comenzaron a cubrirse de lágrimas.

—Es la misma historia de siempre… —Sorbió por la nariz y se limpió con la manga de la cazadora el agua salada que le corría por las mejillas—. En cuanto me marche, todo parará.

La agarró de la cara con más fuerza de la que quería.

—¿Marcharte? Sarah, ¿qué es lo de siempre?

Miró a ambos lados, como si estuviera buscando algo o a alguien.

—Aitor…

—¿Qué pasa con Aitor?

Ella soltó el aire de su interior y cerró los ojos mientras sentía como sus lágrimas eran limpiadas por Miguel.

—Cuando aparece… —titubeó—, no me deja tranquila. Debo volver a huir, alejarme del lugar que me ha acogido, de las personas que he conocido. —Abrió los ojos de golpe y lo miró—. Para que no les suceda nada malo.

—¿Ya ha ocurrido más veces? —se interesó pasados unos minutos.

Sarah movió la cabeza de manera afirmativa.

—Hacía mucho… —Apoyó la cabeza en el pecho de él—. Pero me ha vuelto a encontrar.

Miguel le acarició el cabello y se sumieron en el silencio.

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