Sarah

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PARTE 10. SARAH » Capítulo 4

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Capítulo 4

Estaban todos alrededor de la mesa, acababan de terminar de comer y debatían sobre lo que debían o no hacer.

—De momento, vosotros dos os quedáis en casa. —Raquel señaló con el dedo a Miguel y a Sarah.

—Sí, y si no, pueden venirse a la nuestra —indicó Mónica mirando a su hermano Israel.

—Como nuestro padre y el tío estarán fuera un par de días, hay sitio suficiente en ambas —confirmó este.

—¿Y se han ido con este frío a hacer senderismo? —preguntó Elsa confusa, sentada al lado de Martín, su pareja, al mismo tiempo que este le atrapaba la mano.

Lucas dejó la cafetera que había cogido de la cocina encima de la mesa y respondió:

—Por esta zona hay rutas preciosas para visitar en esta época del año.

—Sí —afirmó Dulce—, aunque los avisé de que debían estar localizables a cualquier hora del día por si tenían algún problema.

Tony se rio y revolvió el cabello de la joven tras sentarse al lado de Raquel.

—Bien hecho, cuñadita…

Todos se rieron ante el término usado, menos Sarah, que insistió con lo que ella creía que era lo correcto:

—Ya os he dicho que no hace falta que…

—No le hagáis ni caso —la interrumpió Miguel—, el frío la ha dejado en shock.

Ella le pellizcó el brazo y se levantó de la mesa, alejándose de su lado.

—¡Tú sí que estás en shock! —Miró a todos los allí reunidos, que la observaban intentando controlar las carcajadas, y se pasó la mano por la cara mientras suspiraba—. Chicos, de verdad. Lo mejor es que me vaya. No quiero que por mi culpa…

—¡Qué tontería! —soltó Lucía.

—Ni pienses en ello —le indicó Lucas.

—Pues va a ser verdad que está en shock —le comentó Israel a Miguel a media voz, intentando que Sarah no lo escuchara.

Elsa se acercó a ella y la tomó de las manos.

—Por así decirlo, te acabamos de conocer. —Sarah sonrió ante la verdad de su comentario—. Pero Miguel te quiere y eso, para nosotros, es más que suficiente. Ya eres parte importante de esta loca pandilla…

—Oye, lo de loca no sé si me gusta —se quejó Mónica sonriente.

—Y si tienes algún problema —continuó Elsa, ignorando a la prima de Raquel—, nosotros tenemos el mismo problema. Si necesitas ayuda, nosotros te ayudaremos; y si eres feliz, nosotros seremos felices…

—¿Habéis visto qué lista es mi novia? —gritó Martín haciendo que el resto rieran, al mismo tiempo que Elsa se sonrojaba por sus palabras.

Dulce se acercó a las dos chicas y pasó un brazo por debajo del de Sarah.

—Y ahora, como seguro que estarás algo cohibida y que necesitarás un poco de tiempo para asimilar esta ola de amistad y cariño —le guiñó un ojo—, te enseño el dormitorio donde vas a pasar la noche.

Sarah no pudo evitar sonreír y asintió sin añadir nada más. Siguió a la hermana de Raquel escaleras arriba, mientras en el salón volvían a conversar.

—A todo esto, ¿y Jaime? —preguntó Israel extrañado por no ver a su amigo por allí.

—En el hospital —aclaró Tony.

—¡¿En el hospital?! —soltó Lucía—. Pero ¿está bien?

—Sí, sí…, tranquilos. —Raquel calmó a sus amigos—. Ha acompañado a Danielle para una revisión de rutina.

—Nada preocupante —añadió Lucas como médico.

—Esos dos últimamente están muy juntos, ¿no? —comentó Mónica en tono confidencial.

Los chicos se miraron y suspiraron.

Las chicas se reunieron entre ellas y comenzaron a chismorrear sobre la buena pareja que hacían Jaime y la francesa.

 

*  *  *

 

—¿Estás bien? —le preguntó Miguel desde la puerta de la habitación.

En cuanto comprobó que Dulce regresaba al salón, tuvo que reprimir las ganas de salir corriendo escaleras arriba para comprobar que la camarera se encontraba bien. Si no hubiera sido porque Raquel le hizo un gesto pidiéndole que esperara, indicándole que Sarah necesitaba tiempo para estar sola…, no lo habría dudado.

Se puso otro café…, ya no sabía cuántos llevaba, y esperó paciente. Cosa que no evitó que no prestara atención a nada de lo que sus amigos hablaban. Sus pensamientos estaban más pendientes de la joven que estaba en la planta superior, de sus temores… Temor por lo que pudiera sucederle a Sarah, pero también miedo por lo que pudiera decidir y que esa decisión la llevara lejos de su lado.

Por eso, en cuanto sus amigos comenzaron a levantarse de la mesa, algunos con la idea de echar una partida a la Play, y otros de intentar ponerse al día sobre lo que acontecía en sus vidas, Miguel salió disparado escaleras arriba.

Se encontró la habitación a oscuras. Nadie había encendido la luz de la lámpara y, si alguien había pensado en ello, hacía tiempo que la única habitante del cuarto había preferido apagarla. Había la claridad justa que proporcionaban los débiles rayos del sol que se colaban entre las rendijas de las persianas. Sarah estaba sentada en la cama, con gesto cansado, sumida en sus propias cavilaciones, lo que provocó que, cuando Miguel le hizo una pregunta, diera un salto asustada. Se llevó una mano hasta el lugar donde latía su corazón algo desbocado y miró al recién llegado con brillo en sus ojos.

Había estado llorando…

El joven se acercó de inmediato a ella.

—Eeeh… Que soy yo… —Atrapó la mano que tenía junto al corazón y le dio un beso en los nudillos.

—No… no pasa nada. Es solo que no te esperaba…

Miguel asintió, no muy convencido, y le apartó un rizo de la cara, acariciando al mismo tiempo su mejilla.

—¿Estás bien? —repitió la misma pregunta que había provocado que se alterara.

Sara movió la cabeza de manera afirmativa levemente, recibiendo una sonrisa condescendiente por parte de él.

Ambos sabían que mentía.

Observó sus manos unidas y fijó su atención en esos ojos verdes que la miraban con preocupación. Pasados unos segundos, no pudo más que confesar la verdad.

—Lo voy llevando…

—Normal —convino en un susurro—. Pero aquí estamos para lo que necesites… Estoy aquí.

—No estoy acostumbrada a… —señaló a media voz.

Él le acarició de nuevo la cara sin apartar sus ojos de ella.

—¿A qué?

Miró la habitación en la que estaban, un sencillo cuarto donde una cama de matrimonio, un armario y una mesilla con su lamparita eran los únicos muebles que la ocupaban, y devolvió la atención a Miguel.

—Sentir que alguien se preocupa por mí… —dudó—. Tus amigos… —sonrió— son increíbles. Apenas me conocen de unos días y siento que su cariño es genuino, que me han otorgado su amistad sin ofrecerles nada a cambio, a pesar de lo que está sucediendo.

El joven se sentó a su lado y la obligó a mirarlo.

—No es difícil que eso ocurra…

—¿El qué?

La tomó de la cara y se acercó a ella, dejando escasos milímetros de separación entre sus labios.

—Que te cojan aprecio, que se encariñen contigo, que te quieran…

Ella agachó su mirada, algo cortada por sus palabras.

—No me lo merezco…

Le levantó la cara y deslizó sus dedos con delicadeza por las cejas cobrizas, pasó por el puente de su respingona nariz y por la frontera de sus labios.

—Te mereces eso y mucho más, Sarah. Eres un pequeño puercoespín que solo lanza sus púas cuando se siente amenazado. Pero mientras eso no ocurre, eres un ser bello, dulce y delicado al que todos quieren mimar.

Ella se mordió el labio inferior nerviosa.

—¿Y lanzo púas?

Miguel sonrió.

—Y no sabes cómo pinchan cuando sacas ese tono mordaz tuyo.

A pesar de ver un brillo divertido en sus verdes pupilas, se sintió arrepentida.

—Perdona…

Él siseó.

—¿Por qué? ¿Por ser como eres?

Ella asintió primero con rapidez para negar a continuación.

—No, yo no soy así…, no era así. Creo… —Se levantó de la cama y se acercó hasta la ventana. El ruido de la persiana al subirla se escuchó por toda la habitación.

Miguel la observó desde la cama y se quitó el gorro para poder pasarse los dedos por el cabello.

—Sarah… —la llamó, pero ella no se giró para mirarlo. Tenía la vista fija en el paisaje nevado, mientras se abrazaba a sí misma, como si buscara ofrecerse el calor que necesitaba su cuerpo y que la había abandonado.

El chico acabó acercándose a ella. La rodeó con sus brazos y miró hacia la misma blanca estampa que ella observaba desde la ventana, dándole tiempo para explicarse.

El silencio los envolvió, un silencio que, lejos de distanciarlos, los unió todavía más.

—No sé ni quién soy… —dijo ella de pronto—. Estar con Aitor fue… duro —comentó, quebrándose su voz—. No me di cuenta de que iba cambiando, que mi personalidad cambiaba a su lado, hasta que ya perdí la esencia de mí misma. Me asusté… —Su cuerpo tembló y Miguel la abrazó con más fuerza—. Con los primeros golpes, lo justifiqué… Yo era la culpable, yo debía comportarme, yo no debía provocarle…

El joven tensó la mandíbula y rezó por encontrarse de nuevo cara a cara con ese cabrón. Esta vez no le pillaría por sorpresa.

—Una noche en la que estábamos con unos amigos… —titubeó—, unos amigos suyos…, yo ya había perdido todos mis amigos… —Se calló como si recordara algo, para continuar con la conversación—. Se estaban metiendo de todo… Drogas, alcohol… Todo lo que tuvieran a mano… Y… —Se calló de nuevo.

—No hace falta que lo cuentes… —le dijo al ver que le costaba hablar.

Ella negó con la cabeza y tragó la saliva que sentía atorada en la garganta.

—Uno de sus amigos comenzó a golpear a su novia hasta dejarla inconsciente mientras el resto miraba o le jaleaban… Aitor era de estos últimos. Fue horrible… —Volvió a temblar al recordar el momento exacto.

Miguel la giró hasta tenerla de frente y atrapó su cara. Le dio un dulce beso en la boca y la miró a los ojos.

—Ya pasó…

La chica movió la cabeza de manera afirmativa al mismo tiempo que sentía como una pequeña lágrima se deslizaba por su mejilla.

—Me vi a mí… Podría haber sido esa chica… Podría…

Él siseó acallándola y la cobijó entre sus brazos.

Sarah apoyó la cabeza en su hombro y se dejó hacer. El calor que emanaba del cuerpo masculino era como un bálsamo tranquilizador que necesitaba en ese momento.

Las manos de Miguel subían y bajaban por su espalda mientras su dueño tenía fija la mirada en el exterior y daba las gracias a que hubiera podido escapar de ese infierno.

—Ya estás a salvo… —le susurró y, por primera vez desde que Sarah había salido corriendo de ese piso, sintió que podía ser verdad.

—Gracias…

Miguel se apartó brevemente de ella para buscar su mirada.

—No tienes nada que agradecer…

Ella asintió contradiciéndolo.

—Gracias por estar aquí, por escucharme, por estar a mi lado…

Le acarició la cara, limpiando el rastro de las lágrimas.

—No quiero estar en ningún otro lugar que no sea este…, ahora y siempre.

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