Sarah

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PARTE 10. SARAH » Capítulo 5

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Capítulo 5

Sarah no paraba de revolverse inquieta en la cama, por lo que estaba soñando.

Miguel le pasó la mano por el cabello y siseó en varias ocasiones, intentando tranquilizarla, pero no lo lograba.

Después de la conversación que habían mantenido, habían terminado tumbados en la cama. Con la ropa puesta, ya que no tenían intención de dormirse, sino que, cuando ella se relajara y se viera con fuerzas de estar con más gente, querían reunirse de nuevo con el resto de sus amigos. Pero, al final, el cansancio del día acabó venciéndolos.

—Sarah… —la llamó en apenas un susurro, buscando despertarla.

Unos sonidos ininteligibles se le escapaban por la boca y sus movimientos aumentaban.

—Sarah… Despierta… Es solo una pesadilla…

La joven levantó la mano de improviso y le dio un golpe en la cara con fuerza, apartándolo de su lado, al mismo tiempo que se despertaba desorientada.

—Miguel… —Lo observó, pero, debido a la oscuridad que reinaba en el cuarto, apenas vislumbró nada, por lo que acabó encendiendo la lamparita de la mesilla. Parpadeó varias veces en cuanto se hizo la luz, intentando cuadrar las imágenes que recibía—. ¿Qué ha pasado?

Él, que no paraba de pasarse la mano por el mentón, sonrió.

—Que tienes un buen gancho…

Lo miró sin saber muy bien a qué se refería hasta que en su cabeza aparecieron algunos retazos de lo que había soñado. Se tapó la boca, para mitigar el grito que soltó, y se acercó hasta él con rapidez para inspeccionar la zona donde lo había golpeado.

—Lo siento, lo siento…

Miguel se rio.

—Tranquila. No te preocupes…

Ella le ladeó la cara y observó como una marca roja comenzaba a aparecer en su barbilla.

—¿Te duele?

Negó con la cabeza sin perder la sonrisa.

—No. Estoy bien…

—¿Seguro? —Pasó sus dedos con delicadeza por la zona, percatándose de que de pronto hacía demasiado calor en la habitación.

Miró los verdes ojos que la observaban con intensidad y se mordió el labio inferior al sentir la energía de su dueño. Se separó de él y se pasó la mano por el cabello, en un intento fallido de recolocar sus indómitos rizos.

—Perdóname…

Miguel atrapó sus manos, tratando de que dejara de moverlas, y le sonrió de nuevo.

—Hazme un favor. —Ella lo miró y asintió de inmediato. Era lo menos que podía hacer—. No vuelvas a disculparte.

Sarah sintió como sus mejillas enrojecían.

—Sí, perdóname… —Sonrió al darse cuenta de que lo acababa de hacer otra vez—. Creo que he tenido un mal sueño… —Cambió de tema.

—Eso parecía. —Miguel estuvo de acuerdo.

Sus miradas estaban enredadas y el ambiente comenzaba a cargarse de energía.

Sarah rompió el contacto y observó la habitación.

—¿Nos hemos dormido?

—Ajá… —Atrapó uno de sus rizos y tiró de él para observar como regresaba al punto de origen de nuevo.

—¿Qué hora puede ser? —realizó una nueva pregunta, mientras trataba de ignorar lo que comenzaba a nacer en su interior ante las miradas y los actos de Miguel.

Este se encogió de hombros y señaló la ventana abierta. Como no entraba dentro de sus planes el quedarse dormidos, no habían bajado la persiana, por lo que podían comprobar que hacía bastante tiempo que el sol se había escondido.

—Tarde. —Ella asintió. Fue a levantarse, pero él atrapó su mano, reteniéndola—. No te vayas…

Sarah observó sus dedos unidos y lo miró.

—Puede que estén preocupados…

Una de las cejas masculinas se arqueó.

—¿Quiénes? ¿Los chicos?

Asintió.

—Tal vez nos esperan para cenar o…

Chascó la lengua contra el paladar y negó.

—Hace rato que se fueron —explicó—. Escuché el motor de los coches y luego como Dulce y Raquel se asomaban por la puerta para comprobar si estábamos bien —miró el lugar del que hablaba, encontrándosela cerrada, cuando ellos la habían dejado abierta—, para luego marcharse a sus propias habitaciones.

—¿Y nos han visto así? —Los señaló con el dedo y luego la cama.

Miguel se rio.

—Claro —señaló lo evidente—. Y se han escandalizado por vernos acostados… en la misma cama… —Miguel se acercó hasta ella haciendo crujir los muelles del colchón—, juntos… —le pasó un dedo por la mejilla sonrojada—, pero vestidos…

Sarah lo observó y comprobó la chanza que mostraba su rostro. Le golpeó el hombro y le sacó la lengua.

—No seas tonto…

Él le agarró de la mano y, para su sorpresa, tiró de ella, tumbándola sobre la cama. La miró desde su posición y le acarició la mejilla de nuevo, delineando cada una de sus marcas de expresión.

—Quizás la que está escandalizada eres tú…

—Te recuerdo que ya hemos compartido mucho más que una siesta.

Le apartó los rizos de la cara y siguió acariciándola con delicadeza, consiguiendo que miles de escalofríos recorrieran su cuerpo.

—Pero no es lo mismo…

Sarah se carcajeó.

—Claro que no es lo mismo dormir que follar.

Miguel achicó los ojos al escucharla y gruñó, deteniendo sus caricias. No le gustaba que calificara de esa manera lo que habían compartido la pasada noche.

—No, no es lo mismo —comentó con lentitud para seguidamente añadir—: Dormir que follar… o que hacer el amor.

Ella retuvo su respiración. Fijó su mirada en los ojos verdes y observó el cambio de tono de color de sus iris.

—Miguel, yo…

Este siseó acallándola al mismo tiempo que retomaba sus caricias.

—Follar es una liberación de la tensión sexual entre dos personas que se sienten atraídas… —explicó sin apartar los ojos de ella—. En cambio, cuando una pareja hace el amor, da rienda suelta a la tensión existente entre ellos dos, pero, además, comparten sentimientos que tienen hacia esa persona, el cariño, la pasión que sienten, y buscan con las caricias, los besos… —pasó sus dedos por sus labios—, que ella alcance las estrellas…

Sarah se rio con timidez.

—¿Las estrellas?

Miguel tiró de uno de sus rizos y asintió.

—Las estrellas, pequeña. El firmamento que hay sobre nuestras cabezas y que solo unos pocos lograrán conquistar con la persona amada.

La mirada azul la taladraba…

El corazón le latía desbocado…

El aire le faltaba…

—¿Y la diferencia con dormir? —se interesó intentando romper la tensión que reinaba en el ambiente.

Miguel le ofreció una sonrisa cómplice.

—Se comparte mucha más intimidad durmiendo con la persona amada —dijo dando énfasis a sus palabras— que realizando el acto de amor.

Ella arrugó el ceño.

—¿Y eso?

Pasó sus dedos por la zona donde las arrugas acababan de aparecer y le guiñó un ojo.

—La confianza… —Se tumbó a su lado, fijando la mirada en el blanco techo de la habitación—. Compartir cama cuando estás expuesto… Cuando duermes estás indefenso, no puedes defenderte y, en algunas ocasiones, despertar puede ser una pesadilla… —Se calló de repente como si estuviera hablando desde la propia experiencia—. Es por eso por lo que dormir con alguien es la prueba de mayor generosidad que una persona puede dar. Le estás ofreciendo tu vida, le estás diciendo que confías en ella, que la quieres… Una prueba de amor.

Sarah giró la cara para mirarlo y se encontró con su perfil perfecto.

—Entonces…

Él se movió en la cama y la observó.

—¿Entonces?

—Nosotros ya hemos practicado dos de los actos que has explicado…

Miguel sonrió y asintió.

—Así es.

Ella también movió la cabeza de manera afirmativa y dejó anclada su mirada en su boca. Pasó la lengua por sus labios involuntariamente al mismo tiempo que un leve gemido llegó hasta sus oídos. Elevó su mirada y observó como los ojos de él no se apartaban de sus labios.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

Miguel carraspeó y asintió.

—Las que quieras…

Sarah le apartó los mechones que le caían por la frente y dejó que sus dedos le acariciaran la cara en un gesto deliberado.

—¿Para ti cuál es la más importante?

El chico arrugó el entrecejo confuso.

—¿De qué?

Le sonrió con picardía.

—¿Dormir, hacer el amor o follar?

Miguel parpadeó ante la pregunta.

—Uf… —Se llevó la mano a la cabeza y la miró a los ojos, hallando un brillo divertido en sus pupilas azules. Se acababa de dar cuenta de que estaba jugando con él, pero lo que Sarah no sabía es que él también podía jugar a lo mismo—. ¿De verdad quieres que te responda?

Ella se mordió el labio y asintió sin apartar la mirada de su cara.

—Tengo curiosidad.

Le pasó un dedo por las cejas para descender a continuación hasta su boca, provocando que ella contuviera su respiración por unos segundos.

—¿Sabes que la curiosidad mató al gato?

Sarah sacó la punta de la lengua y lamió levemente su dedo.

—Me gusta jugar con fuego… —Los dos se miraron con pasión, pero de pronto ella rompió el contacto visual y se incorporó en la cama—. Pero quizás no quieras decírmelo…

Miguel gruñó, se levantó con rapidez y la tumbó sobre el lecho de nuevo, colocándose sobre ella para evitar que escapara.

—No he dicho que no quiera jugar…

Sarah se carcajeó.

—No sabía que estábamos jugando.

Él se acercó a su cuello y dejó que su lengua saboreara su piel, provocando que la respiración de la joven se acelerara.

—¿Quieres saber la respuesta?

Sarah movió la cabeza de manera afirmativa sin decir nada, mientras sentía como su lengua volvía a acariciarla.

—Me gusta estar contigo —confesó enfrentando su mirada—. Me gusta dormir a tu lado, escuchar tu respiración pausada, aguantar tus golpes…

Ella llevó su mano a la zona que había sufrido por su pesadilla.

—Lo siento…

Miguel atrapó su mano y le dio un beso en la palma, para a continuación regalarle una tierna sonrisa.

—Recuerda: no más disculpas.

Ella asintió y esperó a que continuara hablando, pero al ver que solo la observaba, lo animó a proseguir:

—¿Ya? ¿No vas a hablar más?

Miguel se rio y asintió con la cabeza. Se acercó hasta su oreja y la sorprendió mordiéndole el lóbulo, provocando que multitud de escalofríos la recorrieran de arriba abajo.

—No me gusta follar contigo… —le indicó en un susurro—. Lo que me gusta es hacerte el amor con lentitud. Acariciarte con mis manos, con mi lengua… Robarte esos besos que tanto te cuesta dar, aunque estés deseando regalármelos. —Dejó que su lengua se deslizara por su mandíbula hasta arañarle la barbilla con los dientes y la miró a los ojos—. Me gusta estar dentro de ti, sentir como te mueves buscando tu placer mientras intentas saciarme. Me fascina notar como me acoges en tu interior, me ofreces tu calor y, cuando ambos alcanzamos el clímax, saber que he llegado a las estrellas junto a ti…, a tu lado.

Sarah sintió de pronto la garganta seca, abrumada por sus palabras.

—Entonces… —repitió.

—¿Entonces? —la imitó divertido.

Le apartó el cabello que caía sobre su frente con suma delicadeza sin desviar su mirada de la de él.

—¿Cómo ves que hagamos un viaje por el firmamento?

—¿Ahora?

Asintió.

—Ahora.

Miguel miró a ambos lados, como si intentara buscar la respuesta correcta, y devolvió la atención a la joven.

—Creo que es una buena idea —indicó y selló sus palabras con un beso.

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