Samantha

Samantha


Capítulo 16

Página 17 de 23

Capítulo 16

 

 

El avión consigue aterrizar sin ningún percance después de los treinta minutos de turbulencias que hemos sufrido, y tras una hora en el Aeropuerto Internacional de Recife-Guararapes, salimos al fin con nuestro coche para poner rumbo a la dirección que nos ha facilitado Aaron.

Recorremos la preciosa costa de Pernambuco, que presenta poca actividad a las diez de la mañana, y al cabo de un buen rato llegamos a una especie de bahía alejada del resto de la civilización. No tiene valla que marque los límites, pero sí hay árboles por todas partes que dificultan que la casa se vea desde lejos. Me pregunto cuánto habrá tenido que desembolsar Harvey de su bolsillo para adquirir esta propiedad.

Rodeamos la fuente con arbustos que hay justo en la entrada, y dos hombres armados vienen a recibirnos. No me sorprende que sea tan precavido, después de todo su padre murió cosido a balas en el dormitorio donde dormía. Recuerdo perfectamente ese día. La noticia llegó a mi padre a través de una llamada, y nos trasladamos lo antes posible a Rusia, que era donde vivían hace apenas un año. Desde entonces Harvey no ha vuelto a cruzarse en mi camino, aunque ya llevábamos un tiempo sin vernos antes de que ocurriera esa tragedia.

Helena le explica quiénes somos como puede a los guardias que no tienen mucha idea de inglés, pero no sé cómo, logran entenderla y nos dejan aparcar el vehículo cerca de la puerta de entrada. Se han apiadado de mi cojera temporal cuando les he mostrado el bastón.

Bajamos, e Ian se dispone a sacar el equipaje cuando uno de los tipos lo detiene. Para entrar en la casa primero deben pasar un control de seguridad, y cuando añade que las armas también debemos dejarlas fuera, decido protestar.

—Ni hablar —replico en un perfecto brasileño—. Decidle a Harvey que ellos están aquí para protegerme y necesitan todo lo que llevan encima. Si no podemos entrar así, nos iremos a un hotel.

Los hombres se miran el uno al otro, y tras unos segundos uno de ellos sale en busca de su jefe.

—Si sabes hablar brasileño, ¿por qué me has dejado hacer el ridículo? —me increpa Helena asombrada.

—Porque ha sido divertido —argumento dedicándole una sonrisa de la que Ian se contagia.

Esperamos durante cinco minutos bajo la escalera que lleva a la puerta principal, y comienzo a cansarme de estar de pie. El bastón es cómodo para andar, pero no para estar apoyada en él cual estatua.

Harvey al fin aparece. Es alto, guapo, moreno y por sus venas corre sangre francesa, aunque ha pasado ya un tiempo desde que perdió el acento. Tanto su padre, su hermana, y él, abandonaron Francia junto con todo lo que les unía a esta, e intentaron borrar todo rastro de su pasado allí. Gajes del oficio.

—Mira quién se ha dignado a hacerme una visita. La mujer cuya belleza solo es superable por los problemas que crea —proclama haciéndome un barrido con la mirada de pies a cabeza.

Respiro profundamente y cuento hasta diez buscando la paciencia que siempre me falta con este hombre, y cuando logro encontrarla, suelto todo el aire a modo de suspiro.

—El lobo siempre será el malo si solo escuchamos a Caperucita —lo acuso mandando directamente a la mierda mi paciencia. No pretendía continuar por ahí, pero es lo que mi boca ha elegido decir.

—Siempre con el arma cargada y dispuesta a disparar —insinúa tras digerir mi respuesta.

—Y aun sabiendo eso insistes en provocarme.

El idiota sonríe de oreja a oreja, y después de darme otro buen repaso de arriba abajo, nos invita a entrar sin obligarnos a desprendernos de las armas.

Nos enseña por encima la casa de dos plantas y la ubicación de nuestras habitaciones, y para concluir la ruta turística, nos muestra el enorme jardín con piscina que da a la playa. Pero lo que más llama la atención es que no hay rastro de casa alguna por los alrededores.

—Veo que sigue sin gustarte la idea de tener vecinos

—Nathan no es el único obsesionado con la seguridad —alega con una sonrisa.

—Aún te queda mucho para llegar a su nivel —garantizo totalmente segura de ello.

—Dame tiempo —sugiere dejando escapar una carcajada—. Hablando de tiempo… ¿Cuánto hace que no nos vemos? —inquiere dirigiendo su mirada al bastón.

—Por la poca evolución de tu madurez deduzco que poco —le reprocho tras darle un codazo.

Se queja en voz baja por el golpe, pero rápidamente recupera la compostura y se retira para dejarnos a nuestro aire. Tiene que poner al corriente al cocinero sobre la cantidad de comensales que se sentarán a la mesa para el almuerzo. Mi estómago aún está cerrado, ya que la diferencia horaria es de cuatro horas y en Las Vegas aún estaría dando vueltas en la cama, y para colmo mi apetito disminuye cuando Harvey menciona que su hermana llega de un viaje justo para unirse a nosotros a la hora de comer. Es demasiado femenina, y su vestimenta siempre es provocativa, dejando poco margen a la imaginación. Es alta y morena, como Harvey, y también es guapa, pero en su cerebro hace tiempo que se extinguieron las neuronas. La odiaba desde antes de acostarme con su hermano, y cuando se enteró, mi relación con ella fue a peor.

Helena se retira, y cuando me percato de su ausencia, el Adonis, con el que me he quedado a solas frente al hermoso mar, se sitúa frente a mí.

—Si tu seguridad estuviera por entera en mis manos como lo está en las de tu padre, nada me parecería suficiente para protegerte —afirma dejando entre nosotros un paso de distancia—. Y sinceramente creo que serías la anciana más sexi del mundo, incluso con canas y arrugas —adiciona antes de darme un beso en la frente y dejarme a solas con la inestabilidad que me causa su contacto, y también con un cabreo enorme al comprobar lo que provoca en mí con un simple beso como ese.

Una vez que consigo reaccionar, miro a todos lados para ver si alguien lo ha presenciado, pero no diviso nada por lo que tenga que alterarme.

             

Se aproxima la hora del almuerzo, y aunque mis ganas de comer siguen siendo nulas, opto por hacerles compañía y así evitar que alguno de los asistentes hable de más. Por otro lado, la presencia de Leah también me inquieta de sobremanera.

Nos reunimos en el gran salón cuando nos dan el aviso de que está todo listo, y al cruzar el umbral de la puerta a la primera que diviso es a la hermana de Harvey que me tiende sus brazos abiertos. Camino hasta ella aferrándome al bastón por si necesito hacer uso de él, y me abraza transmitiéndome todo su odio. Ganas no me faltan de desenfundar mi nueva arma y cortarla en rodajitas, pero me contengo pensando en la prosperidad del negocio.

En cuanto termina su farsa conmigo se dirige a Helena a la que le ofrece su mano a modo de saludo, y finalmente acaba presentándose a Ian antes de zamparle dos besos. Tiene gracia que no haya tenido ningún reparo en saludar al Adonis de esa forma cuando con Helena ha mantenido un perímetro de distancia insultante.

—¿Qué le pasa a esta? —protesta la experta en armas en un susurro molesta por el desprecio de Leah.

—Que su belleza solo es superable por su estupidez —declaro intentando imitar la voz de Harvey.

Reímos, y eso llama la atención de la susodicha, que se cree que todo gira en torno a ella, y aunque esta vez no se equivoca, no se lo haremos saber.

Cuando van a empezar a servir la comida, nos sentamos a la mesa. Harvey se hace con una silla y se sitúa en uno de los extremos de la mesa, luego me ofrece el asiento contiguo al suyo, y su hermana ocupa el que hay frente a mí. Helena se busca hueco a mi lado, y finalmente Ian encuentra el suyo junto a Leah.

La comida es, como poco, incómoda, y yo solo deseo que acabe rápido. La atrevida hermana de Harvey no para de bromear y hacerle ojitos al Adonis, y creo que este no la manda a la mierda por educación, o al menos eso quiero pensar. El francés tampoco ha parado de tirarme los trastos en todo el almuerzo, por fortuna ha sido menos descarado que Leah y no ha hecho partícipes a los demás de su flirteo, aunque en los ojos de Helena puede vislumbrase su disconformidad con la situación.

El momento que tanto ansiaba llega. Los platos están vacíos, y las barrigas llenas, así que poco a poco nos vamos retirando. Por supuesto Helena es la primera en levantarse de la silla, y tras ella voy yo. Si mi paciencia en cuanto a Harvey es poca, con su hermana es ninguna. No entiendo cómo puede gustarle a los tíos alguien tan caprichosa, egocéntrica y superficial, pero me aventuro a decir que tiene algo que ver con todo el relleno de silicona que se ha metido en el cuerpo, porque en lo que respecta a su inteligencia deja mucho que desear.

Tras cinco minutos doy finalmente con la habitación donde han dejado mi maleta y en la cual tendré que quedarme hasta nueva orden por parte de Nathan, y voy directamente a la cama. Necesito descansar, aunque también me conformaría con solo cerrar los ojos durante un ratito.

No logro conciliar el sueño, pero me siento mejor después de media hora tirada boca arriba sobre la colcha de la cama. Continúo meditando plácidamente acerca del trabajo de investigación que he venido a hacer aquí, y decido ponerme manos a la obra en cuanto se me ocurre un plan.

Salgo de mi dormitorio en busca del de Helena, y en cuanto lo localizo le ordeno que se prepare y que avise a Ian para que nos lleve al pueblo o ciudad más cercana a la casa.

De camino, el silencio habitual reina en el coche, pero la experta en armas de pronto y sin pudor alguno, me sorprende con una pregunta retorcida.

—Te has tirado a ese tal Harvey, ¿verdad?

No puedo verle la cara, ya que voy en los asientos traseros y ella está en el del copiloto, por eso la fulmino con la mirada por la espalda. Ian incrementa la velocidad debido a la noticia que acaba de recibir, y Helena me mira cansada de esperar mi respuesta.

—Vamos, quiero conocer la versión del lobo, y seguro que tu guardaespaldas también —añade con una sonrisa.

El Adonis me mira por el espejo retrovisor expectante por saber más sobre mi pasado con el francés, y tras sopesarlo unos minutos, opto por contarlo. Es mejor que sea yo quien los ponga al corriente antes de que Harvey les llene la cabeza de pájaros. No me apetece ser la mala de la historia esta vez. O quizás en el fondo lo que no quiero es que Ian me mire con otros ojos.

—Nathan tenía una estrecha relación con su padre, y antes pasábamos el verano juntos. Hace dos años empezamos a tener relaciones, pero la cosa no fue a más —aseguro antes de tragar saliva—. Comenzando por que lo encontré una noche en la cama haciendo un trío, y lo mejor es que solo una de las otras dos personas era mujer.

—Y, ¿qué hiciste? —inquiere Helena curiosa.

—Nada, solo le cogí las llaves del coche y arremetí con todos los vehículos que había en el aparcamiento de su casa.

El Adonis sonríe por mis ataques de furia, y repentinamente el aire que había retenido en mis pulmones logra salir.

—Y, ¿qué hizo él?

—¿Antes o después de que me invitara a unirme a ellos? —espeto arrancando varias carcajadas a los pasajeros.

Helena me deja caer sutilmente que esa no puede ser la razón por la que me dedicó esa frase nada más verme, y consigue sonsacarme algo más de información, como el hecho de que estaba prometido. Ni siquiera su padre estaba al tanto de ese dato, pero en cuando llegó hasta mis oídos me encargué de que todos lo supieran, incluida ella, que no se lo tomó muy bien. Llegó a denunciarlo, y cuando la policía se metió de por medio, perdieron una gran cantidad de amigos y clientes.

Sigo pensando que yo no soy la culpable, el causante es él y su inexistente sentido común.

Llegamos al fin a un lugar más transitado con tiendas, bancos y demás, y lo primero que hacemos es cambiar de divisa, ya que sin dinero no podemos hacer mucho. Nuestro siguiente cometido aquí es averiguar hasta donde llegan los negocios de Harvey, pero nadie se atreve a darnos algún tipo de información. El francés le ha puesto los puntos sobre las íes a esta gente, y no parece que vayan a abrir la boca. Por eso prosigo con mi plan inicial.

Paso por delante de una tienda de móviles y me detengo para comprar uno que solo puede realizar llamadas y enviar mensajes. Nada de internet. Al salir, lo meto en mi bolso, y también introduzco unos cuantos billetes en el bolsillo trasero de mi pantalón dejándolos completamente a la vista. Ian me regaña un par de veces, ya que la tentación es muy mala, y lo único que podría conseguir así es que me robasen, y yo le sonrío cada vez que lo repite.

Avanzamos a pie por unas calles viejas y estrechas, y me posiciono la última. Helena va en cabeza, e Ian la sigue de cerca. Caminamos atentos al poco ruido que llega a nuestros oídos, hasta que de pronto noto movimiento en el pantalón de mi bolsillo. Me deshago de la funda que recubre el bastón, y giro rápidamente sobre mí misma para acabar sujetando del brazo a un niño mientras que con la mano libre le apunto con la pequeña espada. El chaval está asustado, y me mira como si el final del mundo estuviese cerca, pero aun así tiene una navaja con la que pensaba defenderse en algún momento.

—La mía es más grande, y también hace más daño —le advierto mostrándole la hoja de metal.

El niño tiembla, y pretende soltar los billetes, pero lo tengo agarrado tan fuerte que apenas puede pestañear. El Adonis acude a toda prisa hacia mí, y Helena también está a punto de empezar a correr en mi dirección cuando los detengo.

—Aseguraos de que no venga nadie —les ordeno sin apartar los ojos del ladronzuelo.

Ambos obedecen sin entender del todo la situación, y cuando cada uno se encuentra en un extremo de la calle, vuelvo a dirigirme al chico.

—¿Cómo te llamas? —pregunto con la pretensión de que se relaje un poco.

—Seamus —contesta sin querer cruzar su mirada con la mía.

—¿Conoces a Harvey Simons?

Duda durante unos segundos en si debe responderme o no, y el reflejo de su cara en la afilada hoja lo hace recapacitar, por lo que termina asintiendo.

—Bien, entonces quizás puedas ganarte esto y no robarlo como pensabas hacer —sonrío alzando la mano donde retiene el dinero.

De su boca comienza a salir todo lo que sabe acerca de este hombre, y por lo que cuenta no hay nada fuera de lo normal en las transacciones que realiza Harvey. De hecho, los habitantes con los que hemos estado hablando no es que nos hayan ocultado lo que saben por miedo, sino por agradecimiento. El señor Simons, que es como se le conoce por aquí, está ayudando a que el pueblo prospere.

Me asombra comprobar que en cierto modo ha cambiado, pero sigo sin creérmelo del todo. Es demasiado perfecto, y cuando se trata de Harvey eso es prácticamente imposible.

Saco el móvil en cuanto termina de hablar, y se lo entrego tras preguntarle si sabe usarlo.

—Solo tiene un número —le informo enfundando mi arma−, que es el mío. Llámame si te enteras de algo más, y procura gastarte el dinero en algo de provecho —sugiero dejando libre su mano.

—Lo haré —concluye con una sonrisa antes de echar a correr y desaparecer de mi vista.

Helena e Ian me miran a la espera de alguna explicación, pero no la obtienen. No creo que haga falta aclarar lo que ha pasado aquí, y por esa misma razón no voy a hacerlo.

Ponemos rumbo de vuelta a la casa de Harvey, y esta vez no hay preguntas arrogantes ni nada por el estilo. Helena va tarareando y siguiendo el ritmo de la radio con los dedos, y el Adonis está absorto en sus pensamientos. No sé qué lo tiene tan distraído, pero imagino que yo tengo algo que ver en eso.

Al llegar, unos disparos seguidos de un ruido estruendoso causan nuestro estado de alerta, aunque el mismo tipo armado que nos dio la bienvenida esta mañana nos informa de que ese alboroto procede de la parte trasera de la casa. A Harvey le gustan las armas tanto como a Helena, y está practicando el tiro al plato.

El rostro de Helena se ilumina, y sé por sus ojos que está deseando unirse al espectáculo.

—Alguien debería enseñarle cómo nos las gastamos en Las Vegas —proclamo como aliciente.

Helena, que se da por aludida, sonríe de oreja a oreja, y tras atravesar de cabo a rabo la enorme casa, llega al jardín. Ian y yo la seguimos, y pasamos un buen rato junto con los hombres de Harvey observando la paliza que nuestra experta en armas le da a este.

No tenía duda alguna en que ella es la mejor, pero el francés sí, y ha perdido el dinero que se ha jugado conmigo.

Una vez que la competición termina, me desplazo hasta mi habitación para darme un buen baño, pero Ian me intercepta por el camino dispuesto a hablar conmigo, y no hay quien se lo quite de la cabeza.

No consigo deshacerme de él, y este acaba incluso metiéndose en mi dormitorio para que no tenga escapatoria.

—No tenemos nada de lo que hablar —espeto con los brazos en jarra—. Ya te he dicho todo lo que necesitas saber, solo falta que tu cerebro lo asimile.

—Solo has dicho que no puedes seguir con lo nuestro, pero aún no he oído ninguna explicación lógica por la que quieras ponerle fin a la relación —me increpa con la verdad por delante mientras acorta la distancia que nos separa—. No es por algo que yo haya hecho, porque supongo que estarías más enfadada de lo habitual, y tampoco es porque ya no me desees —añade esto último atrapándome entre sus brazos.

—¿A qué viene tanta seguridad en ti mismo? —inquiero reuniendo fuerzas para no sucumbir a él.

El Adonis sonríe antes de hacerse con una de mis manos para apoyarla en mi pecho, y acto seguido me besa. Su lengua invade mi boca y la dejo moverse a su libre albedrío. Disfruto del momento, ya que no sentía sus labios desde antes del accidente, y admito que los he echado de menos, pero hasta este instante no sabía exactamente cuánto.

—¿Sientes eso? —pregunta una vez que da por finalizado el beso.

Son mis latidos a lo que se refiere. Mi corazón está tan acelerado que amenaza con salirse de mi pecho.

—El corazón me lo puede alterar así cualquiera —afirmo deshaciéndome de su agarre.

La desilusión inunda el rostro de Ian, que en apariencia se cree mi mentira, y cuando está listo para reprocharme, lo corto tajantemente.

—Déjame sola, y empieza a olvidar todo lo que ha corrido entre nosotros —le impongo con total seriedad.

—Pero…

—Por favor, Ian, no insistas. Puedo decírtelo más alto, pero no más claro.

De pronto, un par de golpes en la puerta de mi habitación me sobresaltan, y pensando que puede ser Helena, le ordeno al chico nuevo que se oculte en el baño, aunque para sorpresa de todos se trata de Harvey, que abre la puerta justo en el momento en el que desaparece el Adonis.

—¿Qué te trae por aquí? —pregunto mientras me siento a un costado de la cama para descansar la mano del bastón.

—Quería saber si tienes todo lo que necesitas —anuncia sentándose a mi lado—, y también que hablásemos un poco tú y yo —sugiere acortando la distancia entre su cuerpo y el mío—. ¿Qué te ha pasado en la pierna?

—Nos tendieron una trampa, aunque supongo que ya estabas enterado —intuyo por cómo vuelan las noticias de ese tipo en mi mundo.

—Es cierto —dice con seriedad−. Y, ¿cómo te la apañas con el tema del sexo? —bromea—. ¿Te manejas bien o dejas que el otro lo haga todo? —añade con una sonrisita.

—Solo hay una forma de comprobarlo, pero no sé si vas a estar a la altura para poder hacerlo —lo desafío sabiendo que Ian lo está oyendo.

—Sal conmigo esta noche y te demostraré que sí —alega sosteniéndome la mirada.

Si accedo estoy segura de que voy a arrepentirme en algún momento de mi vida, y posiblemente sea más pronto que tarde, pero tengo que demostrarle a mi guardaespaldas lo poco que significa para mí, y que se olvide de lo nuestro aunque sea por las malas.

—De acuerdo.

—¿Sí? —pregunta realmente impresionado.

Asiento, incapaz de ceder de nuevo a su invitación verbalmente, y se marcha para volver a dejarme a solas con el Adonis que aún permanece escondido en el cuarto de baño.

—¿Es en serio que vas a tener una cita con ese tío? —escupe en cuanto tiene ocasión.

—No es una cita, es solo una cena, y ya te he dicho que nosotros no tenemos nada. Puedo hacer lo que me plazca —culmino con altanería.

—Está bien, entonces no habrá problema en que yo vaya a cenar con Leah —propone resignado—. Apuesto a que estará encantada.

—Por mí perfecto —miento manteniendo el tono para que no note lo que me molesta.

—Vale —sentencia dirigiéndose a la puerta.

—Bien —puntualizo nuevamente antes de que se marche con un portazo.

 

Ir a la siguiente página

Report Page