Samantha

Samantha


Capítulo 19

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Capítulo 19

 

 

La rodilla de Ian continúa pegada al suelo. Está esperando a que yo reaccione, pero lo único que puedo hacer es mirarlo con el ceño fruncido aunque por dentro me esté carcomiendo el pánico.

—¿Y, bien, cuál es esa propuesta? —consigo proferir.

Justo en ese instante es cuando se mira a sí mismo y cae en la cuenta de lo que he estado imaginando en mi cabeza desde que he abierto los ojos. Se pone de pie velozmente, e intenta aclararme con nerviosismo que no es nada de lo que estoy pensando.

—Tranquila, lo dejaste bastante claro antes —alega con media sonrisa.

—¿Vas a decirme ya de qué se trata? —le apresuro intrigada.

—¿Por qué no te olvidas de Sharaf y volvemos a Las Vegas? Podríamos hacer las maletas y llevarnos a Raissa, Allyson y a mi hija de vacaciones —sugiere sentándose a mi lado.

Dejo que pasen unos segundos antes de contestar, ya que mientras tanto estoy intentando encontrarle la lógica a lo que me está pidiendo, pero no la hallo.

—No —contesto tajante.

—También podemos irnos solos tú y yo —añade intentando engatusarme.

—No es por el viaje, Ian. Llevo soñando con la muerte de mi padrastro desde la primera vez que me puso la mano encima.

—Ya sé que te lo he preguntado antes, ¿pero no tienes miedo de que salga mal? Pueden morir muchas personas, incluso se podría desatar una guerra —sentencia alzando mi mentón con su mano para que lo mire a sus ojos grises.

Eso me hace reír, y esta vez es él quien se siente confuso por mi reacción.

—Mi respuesta no ha cambiado. Si tengo miedo es a que salga bien. En cuanto todo el sentimiento de venganza que me reconcome por dentro desaparezca vendrá otro nuevo, y no sé si estoy preparada para afrontarlo —admito retirando su mano.

Y eso da pie a una discusión en la que el Adonis me expone diferentes argumentos estúpidos para que dé marcha atrás y en la que yo se los rebato con el más mínimo esfuerzo. No entiendo a qué viene tanta perseverancia, pero estoy empezando a perder la poca paciencia que tengo.

—No vas a convencerme de lo contrario, así que estás gastando saliva en vano —le advierto destapándome para bajar de la cama.

—Está bien, voy a contarte algo aunque es a Nathan a quien le corresponde hacerlo —declara reteniéndome a su lado.

—Te escucho —concluyo volviendo a sentarme frente a mi guardaespaldas.

Los segundos pasan y el susodicho se mantiene en silencio. El gesto le cambia a uno todavía más serio, y mis latidos se aceleran a causa de la incertidumbre.

—Tu padre no es un traficante de armas ni nada de lo que te haya hecho creer él —empieza a decir con delicadeza—, sino que todos estos años ha estado trabajando para la CIA.

—Por supuesto —afirmo tras unas cuantas carcajadas—. ¿De dónde has sacado eso?

—De mis superiores —responde sin dudarlo ni un segundo—. Yo estoy aquí porque comenzó a difundirse el rumor de que Nathan había cambiado de bando. El tiroteo que llevaron a cabo los turcos con las armas de tu padre nos puso en alerta, puesto que la noticia llegó a nuestros oídos antes de que él mismo nos lo comunicara. Otro de sus contactos que nos tenía preocupados era Harvey —adiciona haciendo una pausa—, pero ya he puesto al corriente a mi gente que es cosa de Leah —prosigue sin perder el gesto de seriedad de su cara—. Y el detonante para que Ginebra me enviara a mí fue la llegada de Sharaf a Las Vegas.

—Espera un segundo, ¿qué tiene que ver Ginebra en todo esto? —espeto sin creerme nada de lo que está diciendo.

—Su obsesión por tu padre llega más lejos de lo que imaginas. Quiere verlo caer, y cada vez estoy más seguro de que es ella quien lo está tergiversando todo para que parezca culpable. Quedó claro que no tenéis nada que ver con los turcos en el momento en el que os atacaron a Helena y a ti, y ahora también sabemos que los problemas que se originan aquí son a causa de la hermana de Harvey y no de él bajo el consentimiento de tu padre, así que solo nos queda la parte de Sharaf —puntualiza buscando mis manos para entrelazarlas con las suyas—. Si tu padrastro muere Ginebra habrá ganado.

En mi cabeza sigo intentando encontrar alguna explicación para esto, y por más vueltas que le doy solo llego a la conclusión de que es una broma de mal gusto.

—De acuerdo, he de admitir que tienes buena imaginación, pero se acabó la broma, Ian.

—¿Crees que me lo estoy inventando? —inquiere con indignación—. Estuve un mes vigilando cada movimiento de Nathan y de su equipo, Samantha. Las órdenes eran observarlos en la distancia, y de pronto apareciste tú con ellos en ese restaurante y me vi obligado a interceder para que no te hicieran daño. Fue la primera vez que te vi junto al grupo.

Es cierto que antes de ese día había estado una temporada sin salir de la mansión para ponerle el punto y final al último trabajo del máster, pero aun así nada de lo que dice tiene sentido.

—Eso no demuestra nada —replico envolviéndome en la sábana para tapar mi desnudez.

—Demuestra que me importas. Te he estado protegiendo desde entonces, Sam, y todo esto te lo estoy contando por la misma razón —sentencia fulminándome con la mirada—. Si matáis a Sharaf será Nathan quien tenga que rendir cuentas frente a nuestro gobierno, y tendrá que cambiar esa enorme casa por unos barrotes oxidados. ¿Qué crees que pasará con Raissa y contigo entonces? —añade sujetándome por los hombros.

—Si todo eso fuera verdad te diría que Nathan es dueño de su destino y que mi abuela estará en la residencia hasta su último respiro —asevero abandonando la cama—, y lo que me depare a mí el futuro no es algo que me preocupe.

—A mí sí —reprocha.

Eso me hace sonreír después de tanta confusión, pero no estoy dispuesta a hacérselo saber. Me está tocando las narices con este asunto, y no sé si no le creo porque no tiene consistencia lo que dice o porque algo dentro de mí no quiere hacerlo.

—¿Hay algo más que quieras confesar? —insinúo mientras busco mi ropa.

Lo veo asentir por el rabillo del ojo, y se toma un tiempo de reflexión antes de responder.

—No es casualidad que Ginebra me recomendara a mí para hacer este trabajo. Es la madre de Maya, y pretendía tenerla cerca y con suerte quedarse con la custodia si yo moría en la misión —concluye tras tragarse el nudo de su garganta.

Me visto sin proferir ni una palabra mientras el Adonis permanece con la cabeza agachada guardando silencio, y una vez que termino camino hacia el lado de la cama donde se encuentra y llevo mi mano a su mentón para alzarlo y que me sostenga la mirada como él ha hecho antes conmigo.

—Esto está empezando a perder la gracia, así que más te vale convencerme de que no es cierto si no quieres que apriete el gatillo —le increpo sacando la pistola de la funda para hacerle ver que no estoy de farol.

—Me temo que vas a tener que disparar, Sam —anuncia levantando las manos a la altura de los hombros.

—¿Ahora eres tú el que no me cree? —le increpo quitándole el bloqueo al arma.

—Hazlo —me apremia desafiante.

Mantengo la pistola cargada apuntando hacia él, y el pulso no cesa de temblarme cuando pasa por mi mente la imagen de Ian con una bala en el pecho. La respiración se me acelera, y la cabeza comienza a darme vueltas. Incluso las ganas de vomitar afloran en mí, pero logro contenerme. Todo esto me está cogiendo por sorpresa, y ni siquiera sé cómo debo reaccionar. Está claro que estoy enfadada por habérmelo ocultado durante este tiempo, pero ahora estoy empezando a cabrearme también conmigo misma al verme incapaz de apretar el gatillo.

Ian me escruta con la mirada de arriba abajo, expectante a mi próximo movimiento, y como no llega decide tomar cartas en el asunto. Sujeta firmemente con una mano el brazo en el que tengo la pistola, y con la otra agarra el arma y se la pega al pecho mientras se va levantando de la cama.

—Te aseguro que si disparas no será la bala la que parta en dos mi corazón.

—Entonces dame una buena razón para no hacerlo —le reto mirándolo fijamente.

—¿Qué es lo que me pides exactamente, Samantha, una razón para no matarme o el motivo por el cual no puedes hacerlo?

Los nervios se apoderan de mi cuerpo a un ritmo frenético, y sé que ya no voy a ser capaz de usar el arma, pero aun así me niego a apartarla. Merece un castigo por habernos estado engañando desde el principio, aunque estoy llegando a la conclusión de que no seré yo quien se lo imponga.

—No puedes dispararme porque sientes lo mismo que yo por ti —anuncia como si eso fuera algo nuevo para mí.

Cojo aire, puesto que, aunque eso era más que obvio, oírlo no me ha sentado nada bien, y conforme lo estoy soltando cierro el puño de la mano que me queda libre y lo estampo contra la cara del Adonis. Retiro el puño y lo abro con dificultad. Me duele, y creo que me he causado más daño a mí misma que a él, pero lo que importa es que me he quedado a gusto.

—Supongo que me lo merezco —murmura limpiándose unas gotas de sangre que le resbalan por la comisura de los labios.

—No lo haré porque no voy a permitir que Ginebra ejerza de madre sobre Maya —argumento con la pretensión de excusarme mientras guardo la pistola en su funda—. Y ahora vamos a volver a Las Vegas, pero no porque lo hayas dicho tú —concluyo interponiendo distancia entre nosotros—. Quiero hablar con mi padre de esto.

—Él está al tanto de todo, y si el plan de matar a Sharaf sigue hacia delante es por ti. Tienes que convencerlo para que no lo haga, Sam.

—Eso aún está por ver. Ahora ve a limpiarte eso mientras llamo a Helena para que vaya preparando las maletas —culmino dándole la espalda.

Ian obedece y se mete en el cuarto de baño, y tal y como le he dicho, llamo a la experta en armas para informarle sobre nuestra marcha. Está tan confusa como yo al despertarme esta mañana, y me pide muchas explicaciones, pero no me detengo a dárselas. Mi padre debería subirle el sueldo el día que aprenda a acatar órdenes sin rechistar.

Cuando mi guardaespaldas sale del baño, me indica la hora a la que habrá un avión disponible para nosotros, y también se lo comunico a Helena antes de ponerle fin a la llamada.

Una vez que abandonamos la habitación de hotel y regresamos a la casa de Harvey, nos topamos con Helena, que nos espera en la entrada. Ya le ha hecho saber al francés que nos vamos, y por eso está también junto a la experta en armas. Por su parte tampoco faltan preguntas de porqué esta decisión tan repentina, aunque he evitado responderlas al igual que las de Helena. Hay algo en mí que no se cree que Nathan sea un agente de la CIA, y posiblemente se deba a que si eso es cierto Ian también es uno de ellos, aun así tengo presente que no es conveniente ir divulgando ese dato.

Llegamos al aeropuerto, e Ian se encarga de subir el vehículo al aeroplano mientras la experta en armas y yo conversamos. Mi guardaespaldas ha cometido un gran error al dejarnos a solas, pero eso es algo que no comprenderá hasta llegado el momento. Pasan diez minutos hasta que el Adonis vuelve a reunirse con nosotras, y en cuanto lo hace nos saltamos el control de seguridad, al igual que cuando vinimos, y nos sentamos a esperar la hora que nos queda para el despegue.

—¿Estás bien? —me pregunta el supuesto agente de la CIA intentando entrelazar su mano con la mía.

Deshago rápidamente su agarre y me pongo en pie para caminar de un lado a otro con el dichoso bastón. Le he perdonado la vida porque sentía que si lo mataba también perdía la mía con él, pero eso no implica que vaya a olvidar que ha estado engañándome desde que nos conocimos. Estoy dudando de sus intenciones hacia mí. Me siento como si me hubiera usado para acercarse a Nathan, y confieso que esa sensación me está haciendo mucho mal. Mi autoestima está por los suelos, y mi inteligencia mermada.

Se va acercando la hora de embarcar con lentitud, y cuando faltan quince minutos cogemos nuestro equipaje de mano para caminar entre la multitud hacia nuestra puerta. Avanzo ayudada por el bastón, haciendo malabares para no tropezar con nadie, y al vislumbrar los servicios a lo lejos sugiero a mis acompañantes hacer una última parada antes de subir al avión.

—Sostén esto mientras tanto —le ordeno a Ian entregándole el bastón—. No tardaré —aseguro dirigiéndome con presteza al baño tras dedicarle a Helena una mirada de complicidad.

Cierro la puerta y me detengo detrás de ella a esperar el momento oportuno para salir. En menos de un minuto mi guardaespaldas empezará a arrepentirse habernos dejado a solas a Helena y a mí.

—¡Seguridad, este hombre lleva un arma! —la oigo gritar a ella a través de la puerta—. ¡SEGURIDAD!

Y no solo una. En su ausencia hemos aprovechado para meter las pistolas de ambas en su maleta, así que aparte del bastón lleva tres pistolas. Tendrá muchas explicaciones que dar a la policía del aeropuerto, y Helena también va a quedarse aquí para cerciorarse de que lo retienen el mayor tiempo posible. Necesito tener lejos a Ian y despejar mi mente antes de hablar con Nathan, y diez horas incomunicada en un avión favorecerán a ello considerablemente. Además, aún no he cambiado de opinión respecto a la muerte de Sharaf, y si todo sigue adelante el Adonis solo será un estorbo.

Cuento hasta diez y es entonces cuando salgo. Helena finge estar histérica mientras los guardas de seguridad reducen a Ian, y yo contemplo la escena fugazmente. Le digo al Adonis que lo siento con el simple movimiento de mis labios, y luego le sonrío triunfante antes de dirigirme sola hacia la puerta de embarque.

Llego a toda prisa hasta el azafato que comprueba los billetes del vuelo que debo coger, y como no hay cola alguna, entro directamente al avión, que al final resulta ser un jet de esos privados. Esto explica la poca gente que me he encontrado para llegar hasta aquí.

El simpático azafato que me ha indicado el camino me acompaña también a mi asiento, y en cuanto él y otra chica verifican que todo está en orden para despegar, el aeroplano alza el vuelo. Los pasajeros somos tan solo yo y otro tipo que no para de tirarle los trastos a la azafata. Esta se sonroja más de una vez, y él sonríe como un niño pequeño cada vez que lo hace. Eso me hace recordar a Ian, así que intento distraerme con una de las películas de las que disponen en el jet.

La película termina, y cuando lo hace me percato de que los ojos del otro pasajero están ahora puestos en mí.

—Creía que venían dos personas más contigo —dice finalmente al advertir que me he dado cuenta de que me observa.

—No les ha dado tiempo a coger el avión —miento con una sonrisa.

—Yo casi me quedo en tierra también. Por cierto, soy Darren —añade poniéndose en pie para ocupar el asiento que hay a mi lado.

Y a partir de ahí nos envolvemos en una conversación que no parece tener fin. Sin saber muy bien porqué, le cuento mi historia con Ian. No menciono nuestros negocios, pero sí su traición, y este me aconseja desde la experiencia. Aunque por la edad que aparenta tampoco puede ser mucha. Será de la quinta del Adonis.

—Si de algo estoy seguro es de que si estáis hecho el uno para el otro, el tiempo hará que vuestros caminos se vuelvan a cruzar —declara dirigiendo su mirada hacia la azafata.

—¿Lo dices por ella? —pregunto con curiosidad.

—Sí —admite sonrojándose él por primera vez—. Khateryn fue mi primer amor, y si ella me lo permite será también el último.

Sonrío complaciente ante la felicidad ajena, aunque de la chica solo recibo una mala mirada. Supongo que se ha hecho una idea equivocada de esta conversación totalmente fortuita y esporádica, pero no soy yo quien debe sacarla de su error. En cuestiones de pareja no me meto, eso es sagrado.

—¿Qué piensas hacer para que se le quite el cabreo por haber estado hablando conmigo todo este rato? —susurro divertida.

—Tratarla como a una reina, que es lo que se merece —concluye sonriente.

Inevitablemente el Adonis vuelve a pasearse por mi cabeza debido a la manera que tiene de consentirme, y comienzo a echarlo de menos aun con todo lo ocurrido. Pienso en él, en su sonrisa embaucadora, y en lo mucho que me reconfortaría uno de sus abrazos en estos momentos. Y es entonces cuanto también me aborda un sentimiento de odio hacia mí misma, ya que al final va a resultar que estoy enamorándome de él.

 

 

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